- Détails
- Mis à jour : 17 juillet 2019
- Publication : 24 mars 2015
DANSES ESPAGNOLES EXÉCUTÉES PAR LA ROMERO
Fandango
© Pathé-Gaumont Archives
4
Elisa Romero (1903)
Todos estamos conformes en que el artista nace y no se hace, pues hay necesariamente en su labor, algo espontáneo, genuinamente instintivo y peculiar, que no se aprende en los libros, ni puede enseñarse en las academias. Así', por ejemplo: de dos individuos que se batiesen hallándose en idénticas condiciones de fuerza, agilidad, vista y resistencia, siempre quedará vencedor quien pusiera mayor hipocresía y taimado disimulo en la defensa, y más traidora, corajosa y sutil intención en la acometida; y claro es que estas dos últimas condiciones son las absolutamente innatas ó personales de cada paladín.
Y si tal sucede con las capacidades negativas ó de mala intención (de que la madrastra Naturaleza nos ha provisto desdichadamente á todos con prodiga y copiosa mano), ¿qué será tratándose de aquellas raras condiciones de gracia y de belleza que todos admiramos, tanto más cuanto que las vemos repartidas de tarde en tarde y por muy tacañas dosis?
La semana anterior debutó en el teatro Novedades de Barcelona, la bailarina malagueña Elisa Romero; y todos los periódicos de la ciudad condal y varios colegas madrileños dieron cuenta del debut, ponderando la mucha belleza de la Romero, su buen gusto, la refinada elegancia de su traje, tasado en más de mil pesetas.
Nosotros, adoradores idólatras del arte, hemos visto en Elisa otra cosa; la belleza es algo susceptible de discusión, pues mientras unos se finan por la carne morena, otros se exaltan y desperecen por los cabellos rubios: y así de lo demás; el gusto se educa, las joyas so adquieren, los trapitos se compran. Pero es que la Romero tiene aquello de que antes hablamos: lo no heredado, lo no aprendido, la gracia indiscutible que los maestros no enseñan: la intención fascinadora con que Salomé, bailando, segó la cabeza del Bautista; la que tiene la pálida Cleo de Mérode despertando en los escenarios de París el recuerdo de las voluptuosas danzas helénicas, bailadas bajo las naves sagradas de los templos.
Hemos visto bailar a Elisa Romero peteneras, tangos, caracoles, solearos de Arcas… y la imagen do la España clásica, de la poética Andalucía, soñadora, voluptuosa y triste, revivió en nuestra memoria. Elisa tiene el hechizo ardiente y melancólico do las bailarinas orientales: bajo el doble arco simétrico de sus cabellos, en el óvalo pálido de su rostro, los labios, llenos de gracia, sonríen, los ojos negrísimos esperan y prometen… Todo en ella obedece a un ritmo prodigioso: el movimiento que iniciaron las caderas, lo terminan los brazos; el pensamiento que empezaron a formular los hombros, concluye y rubrica la cabeza, echándose hacia atrás como ofreciendo al deseo soliviantado del público, la garganta blanquísima, amasada con pétalos de azahar y copos de nieve. Dicen que Elisa Romero va á París…
Nos alegramos: ella es como estrella quo se levanta, ahora que la estrella de Carolina Otero declina. Y nos alegramos por patriotismo: España, como Grecia, como Roma, como todos los grandes pueblos heroicos, tiene bailes sagrados que no deben morir. ZAMACOIS.
La Vida Galante, Madrid, 11 de febrero de 1903