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GRUPO DE REFLEXIÓN SOBRE EL MUNDO HISPÁNICO

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LA SEGUNDA REPÚBLICA

Himno de Riego

Himno de Riego

Serenos y alegres
valientes y osados
cantemos soldados
el himno a la lid.
De nuestros acentos
el orbe se admire
y en nosotros mire
los hijos del Cid.

Soldados la patria
nos llama a la lid,
juremos por ella
vencer o morir.

El mundo vio nunca
más noble osadia, 
ni vió nunca un día
más grande el valor,
que aquel que, inflamados,
nos vimos del fuego
excitar a Riego
de Patria el amor.

Soldados la patria
nos llama a la lid,
juremos por ella
vencer o morir.

La trompa guerrera
sus ecos da al viento,
horror al sediento, 
ya ruge el cañon
a Marte, sañudo,
la audacia provoca
y el ingenio invoca
de nuestra nación.

Soldados la patria
nos llama a la lid,
juremos por ella
vencer o morir.

HIMNO DE RIEGO
(Letras populares)

Si los curas y frailes supieran
la paliza que les van a dar,
subirÍan al coro cantando:
"Libertad, libertad, libertad!"

Si los Reyes de España supieran
lo poco que van a durar,
a la calle saldrían gritando:
"¡Libertad, libertad, libertad!"

La Reina vol corona 
que vingui a Barcelona
Corona li darem
i el coll li tallarem

Un hombre estaba cagando
y no tenía papel
pasó el Rey Alfonso XIII
y se limpio el culo con él.

La promesa de fidelidad a la República

La promesa de fidelidad a la República
(prólogo al decreto de 22 de abril de 1931)

La revolución de abril, que por voluntad del pueblo ha instaurado la República en España, extingue el juramento de obediencia y fidelidad que las fuerzas armadas de la Nación habían prestado a las instituciones hoy desaparecidas. No se entiende, en modo alguno, que las fuerzas de mar y tierra del país estaban ligadas en virtud de aquel juramento por un vínculo de adhesión a una dinastía o a una persona. La misión del Ejército, dice el artículo 2 de la Ley constitutiva, es sostener la independencia de la Patria. Esta doctrina, tan sencilla y tan clara, sobre la cual fundará la República su política militar, va a tener ahora un desarrollo completo y su perfección. El Ejército es nacional, así como la Nación no es patrimonio de una familia. La República es la Nación que se gobierna a sí misma. El Ejército es la Nación organizada para su propia defensa [...] Resulta, pues, evidente que tan sólo en la República pueden llegar el Estado y sus servidores en armas a la identidad de propósitos, de estímulos y de disciplina, en que se sustenta la paz interior y, como en caso de agresión, la defensa eficaz de nuestro suelo [...] Al tender hoy la República a los generales, jefes y oficiales de su Ejército la fórmula de una promesa de fidelidad, de obediencia a sus Leyes y de empeñar su honor en defenderla con las armas, les brinda la ocasión de manifestar libre y solemnemente los sentimientos que, como a todos los ciudadanos españoles, dirigen hoy su conducta. El gobierno de la República se complace en declarar su satisfacción por el comportamiento de los militares en los días que acaban de transcurrir y asegura a cuantos desde ahora la sirven que en el régimen y gobierno del Ejército seguirán las mismas normas de legalidad y responsabilidad, de severa disciplina, de benigna consideración a los sentimientos respetables y de recompensa a las virtudes cívicas que se propone aplicar en todos los organismos e institutos del Estado. Respetuosa la República con la conciencia individual, no exige la promesa de adhesión. Los que opten por servirla, otorgarán la promesa; los que rehúsen prestarla, será que prefieran abandonar el servicio. La República es para todos los españoles, pero sólo pueden servirla en puestos de confianza los que sin reservas y fervorosamente adoptan su régimen. Retirar del servicio activo a los que rehúsen la promesa de fidelidad no tiene carácter de sanción, sino de ruptura de su compromiso con el Estado.

Citado por Michael Alpert, La reforma militar de Azaña (1931-1933), Madrid, Siglo XXI, pp. 125-127

El Decreto de retiros (25 de abril de 1931)

EL DECRETO DE RETIROS 
(25 de abril de 1931)


En tanto que las Cortes no estatuyen sobre el régimen definitivo del Ejército, incumbe al Gobierno Provisional adoptar ciertas disposiciones de conocida urgencia y utilidad que supriman organismos, servicios y personal innecesarios, reduzcan los gastos del presupuesto y, sin prejuzgar la obra de las Cortes, la faciliten. El presente Decreto tiende a resolver, cuando menos en parte, un problema específico que no depende de la organización futura, antes la estorba o la imposibilita. Sea cualquiera, en efecto, la orientación de las Leyes Orgánicas militares; es manifiesto que en todas las escalas del Ejército hay un enorme sobrante de personal, y en ningún caso podrá ser utilizado. Figuran en las escalas retribuidas del Ejército (exceptuada la de segunda reserva de generales), según el «Anuario Militar» del presente año, 258 generales y 21 996 jefes, oficiales y asimilados. 
Basta consignar las cifras para que sea notoria la gravedad de la situación. A esto se ha llegado por consecuencia de las guerras civiles y coloniales, en virtud de un sistema erróneo en el reclutamiento de la oficialidad. Todos padecen los efectos de este mal. Los jefes y oficiales, por la paralización de las escalas, y el servicio público, porque el exceso de personal no sólo ha detenido hasta ahora los intentos de reforma del Ejército, sino que ha llevado a muchos ministros de la Guerra a inventar servicios y destinos de dudosa utilidad con el propósito de colocar a la oficialidad sobrante. Tal situación ha de concluir, y el gobierno se halla resuelto a que concluya. Por este primer Decreto se implanta un régimen transitorio para que los militares en activo puedan pasar a la situación de reserva sin quebranto en su haber. Ellos no son responsables de las dificultades presentes y nada está más lejos del ánimo del gobierno que menoscabarles la posición legalmente adquirida en el curso de su carrera. Por esto se adopta en este Decreto el principio de voluntariedad para acogerse a los beneficios que ofrece, y el de permanencia y consolidación de sus remuneraciones. Con la amortización completa de las vacantes que se produzcan, el Tesoro público no sufrirá ninguna carga nueva, y si se calcula el volumen de la operación desde que el Decreto comience a surtir efectos hasta que se extinga el último oficial de cuantos se acojan a sus preceptos, al Estado reportará ventajas de orden económico además de las que resulten desde luego en la organización del Ejército. No puede predecirse desde ahora la importancia del resultado que se obtenga con esta disposición. Conocida que sea y fijadas las plantillas definitivas, el gobierno proseguirá con vigor la obra que hoy se inicia, respetando, como es natural, lo que legalmente puede y debe respetarse. 
Fundado en tales consideraciones, a propuesta del ministro de la Guerra, el Gobierno Provisional de la República decreta: 
Artículo 1° 
Se concede el pase a la situación de segunda reserva, con el mismo sueldo que disfruten en su empleo de la escala activa, a todos los oficiales generales del Estado Mayor General, a los de la Guardia Civil y Carabineros y a los de los Cuerpos de Alabarderos, Jurídico Militar, Intendencia, Intervención y Sanidad, en sus dos secciones de Medicina y Farmacia, que lo soliciten del Ministerio de la Guerra dentro de los treinta días siguientes al de la publicación de este Decreto. 
Artículo 2° 
Se concede el pase a la situación de retirado, con el mismo sueldo que disfruten actualmente en su empleo y cualesquiera sean sus años de servicio, a todos los jefes, oficiales y asimilados, así en situación de actividad como en la de reserva retribuida de las distintas armas y cuerpos del Ejército, incluso los oficiales menores de Guardias de Alabarderos, que lo soliciten del Ministerio de la Guerra dentro del plazo señalado en el artículo anterior. 
Artículo 3° 
Los generales, jefes, oficiales y asimilados que se acojan a los beneficios ofrecidos en los artículos precedentes podrán obtener y perfeccionar sus derechos para la Gran Cruz, Placa y Cruz de San Hermenegildo, con las pensiones correspondientes, en todo el tiempo que permanezcan en la situación de reserva o de retirado. 
Los jefes y oficiales que tengan derecho al percibo del premio del 20 por 100 inherente al diploma de aptitud para prestar el servicio de Estado Mayor y los que tengan derecho al percibo del 20 por 100 por títulos aeronáuticos, con arreglo a la legislación vigente, continuarán en el disfrute de ellos durante los dos años siguientes a su pase a la situación de retirado. 
[…] 
Artículo 7° 
Transcurrido el plazo de treinta días, señalado en los artículos 1° y 2°, y visto el resultado que ofrezca la aplicación de sus preceptos, el ministro de la Guerra propondrá al gobierno las normas complementarias que hayan de observarse para la amortización forzosa, y sin opción a beneficio alguno, del personal que todavía resulte sobrante con relación a las plantillas definitivas del Ejército activo.


Michael Alpert, La reforma militar de Azaña (1931-1933), Madrid, Siglo XXI, pp. 135-138. 

Decreto de Adopción de la Bandera Tricolor (Decreto del 27 de abril de 1931)

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Decreto de Adopción de la Bandera Tricolor
(Decreto del 27 de abril de 1931)


Adoptando como Bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado, dentro y fuera del territorio español, y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe.


El alzamiento nacional contra la tiranía, victorioso desde el 14 de abril, ha enarbolado una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad y de su triunfo irrevocable. Durante más de medio siglo la enseña tricolor ha designado la idea de la emancipación española mediante la República. En pocas horas, el pueblo libre, que al tomar las riendas de su propio gobierno proclamaba pacíficamente el nuevo régimen, izó por todo el territorio aquella bandera, manifestando con este acto simbólico su advenimiento al ejercicio de la soberanía.

Una era comienza en la vida española. Es justo, es necesario, que otros emblemas declaren y publiquen perpetuamente a nuestros ojos la renovación del Estado. El Gobierno provisional acoge la espontánea demostración de la voluntad popular, que ya no es deseo, sino hecho consumado, y la sanciona. En todos los edificios públicos ondea la bandera tricolor. La han saludado las fuerzas de mar y tierra de la República; ha recibido de ellas los honores pertenecientes al jirón de la Patria. Reconociéndola hoy el Gobierno, por modo oficial, como emblema de España, signo de la presencia del Estado y alegoría del Poder público, la bandera tricolor ya no denota la esperanza de un partido, sino el derecho instaurado para todos los ciudadanos, así como la República ha dejado de ser un programa, un propósito, una conjura contra el opresor, para convertirse en la institución jurídica fundamental de los españoles.
La República cobija a todos. También la bandera, que significa paz, colaboración de los ciudadanos bajo el imperio de justas leyes. Significa más aún: el hecho, nuevo en la Historia de España, de que la acción del Estado no tenga otro móvil que el interés del país, ni otra norma que el respeto a la conciencia, a la libertad y al trabajo. Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.

Fundado en tales consideraciones y de acuerdo con el Gobierno provisional,
Vengo en decretar lo siguiente:

1. Se adopta como bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado dentro y fuera del territorio español y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe en el art. 2º de este Decreto.

2. Tanto las banderas y estandartes de los Cuerpos como las de servicios en fortalezas y edificios militares, serán de la misma forma y dimensiones que las usadas hasta ahora como reglamentarias. Unas y otras estarán formadas por tres bandas horizontales de igual ancho, siendo roja la superior, amarilla la central y morada oscura la inferior. En el centro de la banda amarilla figurará el escudo de España, adoptándose por tal el que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno provisional en 1869 y 1870.

En las banderas y estandartes de los Cuerpos se pondrá una inscripción que corresponderá a la unidad, Regimiento o Batallón a que pertenezca, el Arma o Cuerpo, el nombre, si lo tuviera, y el número. Esta inscripción, bordada en letras negras de las dimensiones usuales, irá colocada en forma circular alrededor del escudo y distará de él la cuarta parte del ancho de las bandas de la bandera, situándose en la parte superior y en forma que el punto medio del arco se halle en la prolongación del diámetro vertical del escudo. Las astas de las banderas serán de las mismas formas y dimensiones que las actuales, así como sus moharras y regatones, aunque sin otros emblemas o dibujos que los del Arma, Cuerpo o Instituto de la unidad que lo ostente, y el número de dicha unidad. En las banderas podrán ostentarse las corbatas ganadas por la unidad en acciones de guerra.

3. Las Autoridades regionales dispondrán que sucesivamente sean depositadas en los Museos respectivos las banderas y estandartes que hasta ahora ostentaban los Cuerpos armados del Ejército y los Institutos de la Guardia Civil y Carabineros. El transporte y entrega de dichos emblemas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropas, nombrándose por cada Cuerpo una Comisión que, ostentando su representación, realicen aquel acto, y formándose la Comisión receptora por el personal del Museo.

4. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España, se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.

5. Las banderas nacionales usadas en los buques de la Marina de guerra y edificios de la Armada, serán de la forma y dimensiones que se describen en el art. 2º. Las banderas de los buques mercantes serán iguales a las descritas anteriormente, pero sin escudo.Las banderas y estandartes de los Cuerpos de Infantería de Marina y Escuela Naval serán sustituidas por banderas análogas a las descritas para los Cuerpos del Ejército.Las astas, moharras y regatones se ajustarán asimismo a lo que se dispone para las de los Cuerpos del Ejército.

6. Las Autoridades departamentales y Escuadra dispondrán que sucesivamente sean depositadas en el Museo Naval las banderas de guerra regaladas a los buques y estandartes que hasta ahora ostentaban los Regimientos de Infantería de Marina y Escuela Naval. El transporte y entrega de estas enseñas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropa, nombrándose por cada Departamento o buque una Comisión receptora por el personal del Museo.

7. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.

Gaceta de Madrid, 28 de abril de 1931 

Niceto Alcalá Zamora

Niceto Alcalá Zamora

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Discurso

Se suprime la Academia General de Zaragoza. Su director, el general Franco, pronuncia el discurso de despedida

Se suprime la Academia General de Zaragoza. Su director, el general Franco, pronuncia el discurso de despedida

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Franco, arengando a los cadetes el día del cierre de la Academia (1931)


«Caballeros cadetes: Quisiera celebrar este acto de despedida con la solemnidad de años anteriores, en que, a los acordes del himno nacional, sacásemos por última vez nuestra bandera y, como ayer, besaseis sus ricos tafetanes, recorriendo vuestros cuerpos el escalofrío de la emoción y nublándose vuestros ojos al conjuro de las glorias por ella encarnadas; pero la falta de bandera oficial limita nuestra fiesta a estos sentidos momentos en que, al haceros objeto de nuestra despedida, recibáis en lección de moral militar mis últimos consejos.

»Tres años lleva de vida la Academia General Militar y su esplendoroso sol se acerca ya al ocaso. Años que vivimos a vuestro lado, educándoos e instruyéndoos y pretendiendo forjar para España el más competente y virtuoso plantel de oficiales que nación alguna Iograra poseer.

»Intimas satisfacciones recogimos en nuestro espinoso camino cuando los más capacitados técnicos extranjeros prodigaron calurosos elogios a nuestra obra, estudiando y aplaudiendo nuestros sistemas y señalándolos como modelo entre las instituciones modernas de la enseñanza militar. Satisfacciones íntimas que a España ofrecemos, orgullosos de nuestra obra y convencidos de sus óptimos frutos.

»Estudiamos nuestro Ejército, sus vicios y virtudes, y corrigiendo aquéllos hemos acrecentado éstas al compás que marcábamos una verdadera evolución en procedimientos y sistemas. Así vimos sucumbir los libros de texto, rígidos y arcaicos, ante el empuje de un profesorado moderno consciente de su misión y reñido con tan bastardos intereses.

Las novatadas, antiguo vicio de Academias y cuarteles, se desconocieron ante vuestra comprensión y noble hidalguía.

Las enfermedades venéreas, que un día aprisionaron rebajando a nuestras juventudes, no hicieron su aparición en este Centro por la acción vigilante y la adecuada profilaxis.

»La instrucción física y los diarios ejercicios en el campo os prepararon militarmente, dando a vuestros cuerpos aspecto de atletas y desterrado de los cuadros militares al oficial sietemesino y enteco

»Los exámenes de ingreso, automáticos y anónimos, antes campo abonado de intrigas e influencias, no fueron bastardeados por la recomendación y el favor, y hoy podéis orgulleceros de vuestro progreso, sin que os sonrojen los viciosos y caducos procedimientos anteriores.

»Revolución profunda en la enseñanza militar, que había de llevar como forzado corolario la intriga y la pasión de quienes encontraban granjería en el mantenimiento de tan perniciosos sistemas.

»Nuestro decálogo del cadete recogió de nuestras sabias ordenanzas lo más puro y florido para ofrecéroslo como credo indispensable que prendiese vuestra vida, y en estos tiempos, en que la caballerosidad y la hidalguía sufren constantes eclipses, hemos procurado afianzar vuestra fe de caballeros, manteniendo entre vosotros una elevada espiritualidad.

»Por ello en estos momentos, cuando las reformas y nuevas orientaciones militares cierran las puertas de este Centro, hemos de elevarmos y sobreponernos, acallando el interno dolor por la desaparición de nuestra obra, pensando con altruismo: «Se deshace la máquina, pero la obra queda»; nuestra obra sois vosotros, los 720 oficiales que mañana vais a estar en contacto con el soldado, los que lo vais a cuidar y a dirigir, los que, constituyendo un gran núcleo del Ejército profesional, habéis de ser sin duda paladines de la lealtad, la caballerosidad, la disciplina, el cumplimiento del deber y el espíritu de sacrificio por la patria, cualidades todas inherentes al verdadero soldado, entre las que destaca con puesto principal la disciplina, esa excelsa virtud indispensable a la vida de los Ejércitos, y que estáis obligados a cuidar como la más preciada de vuestras prendas.

Disciplina...!, nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina...!, que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!, que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantanrse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos. Esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrecemos.

»Elevar siempre los pensamientos hacia la patria y a ella sacrificarlo todo, que si cabe opción y libre albedrío al sencillo ciudadano, no la tienen quienes reciben en sagrado depósito las armas de la nación, y a su servicio han de sacrificar todos sus actos.

»Yo deseo que este compañerismo nacido en estos primeros tiempos de la vida militar pasados juntos perdure al correr de los años, y que vuestro amor a las armas de adopción tengan siempre por norte el bien de la patria y la consideración y mutuo afecto entre los componentes del Ejército. Que si en la guerra habéis de necesitaros, es indispensable que en la paz hayáis aprendido a comprenderos y estimaros.

»Compañerismo, que lleva en sí el socorro al camarada en desgracia, la alegría por su progreso, el aplauso al que destaca y la energía también con el descarriado o el perdido, pues vuestros generosos sentimientos han de tener como valladar el alto concepto del honor, que de este modo evitaréis que los que un día y otro delinquieron, abusando de la benevolencia, que es complicidad, de sus compañeros, mañana, encumbrados por un azar, puedan ser en el Ejército ejemplo pernicioso de inmoralidad e injusticia.

»Concepto del honor que no es exclusivo de un regimiento, Arma o Cuerpo; que es patrimonio del Ejército y se sujeta a las reglas tradicionales de la caballerosidad y la hidalguía, pecando gravemente quien cree velar por el buen nombre de su Cuerpo arrojando a otro lo que en el suyo no sirvió.

»Achaque éste que por lo frecuente no debo silenciar, ya que no nos queda el mañana para aconsejaros.

»No puedo deciros como antes que aquí dejáis vuestro solar, pues hoy desaparece, pero sí puedo aseguraros que, repartidos por España, lo dejáis en nuestros corazones, y que en vuestra acción futura ponemos nuestras esperanzas e ilusiones; que cuando al correr de los años blanqueen vuestras sienes y vuestra competencia profesional os haga maestros, habréis de apreciar lo grande y elevado de nuestra actuación, entonces vuestro recuerdo y sereno juicio ha de ser nuestra más preciada recompensa.

»Sintamos hoy, al despediros, la satisfacción del deber cumplido y unamos nuestros sentimientos y anhelos por la grandeza de la patria, gritando juntos: «¡Viva España!» - Vuestro general director Francisco Franco.»

(ARRARAS, J.:Historia de la Cruzada. Madrid, 1940. Tomo 3.: pág. 376.)

Manuel Azaña: política militar (Sesión de las Cortes de 2 de diciembre de 1931)

POLÍTICA MILITAR: LÍNEAS GENERALES DE LAS REFORMAS DE GUERRA Y CREACIÓN DEL CUERPO DE SUBOFICIALES

Sesión de las Cortes de 2 de diciembre de 1931

Señores diputados:

Voy a contestar a las observaciones que han hecho el señor Ortega y Gasset y el señor Bolaños, de la Comisión, y, al mismo tiempo, a satisfacer en lo posible el ruego que el señor presidente de la Comisión me ha dirigido, en su nombre y en el de sus compañeros, explicando, hasta donde el tiempo lo consienta, el origen y el alcance de este proyecto.
Me hubiera gustado mucho que hace dos meses, cuando vinieron a la aprobación de las Cortes los decretos del Ministerio de la Guerra, que han reformado y transformado el ejército español, se hubiese promovido aquí un debate o hubiera habido oportunidad de promoverlo, para que el ministro de la Guerra explicara, por lo menos en líneas generales, el contenido y la orientación de su obra.
Realmente, la unanimidad con que el Parlamento se pronunció en favor de las reformas de Guerra, me contrarió un poco, porque me impidió explicarlas; pero ahora, requerido por el señor Ortega y Gasset, así como por los otros señores diputados a que antes he aludido, para que dé estas explicaciones, me encuentro con una dificultad, que es la de que en este debate, puramente incidental, de un proyecto que no es extraordinario, quizá no quepa todo lo que pudiera decir acerca de la obra realizada en el ministerio. Además, declaro paladinamente que no me propongo decirlo, por su misma magnitud y por la deficiencia de la ocasión; pero siempre estoy a la disposición de la Cámara y deseando que ésta me dé ocasión para hablar largamente de la cuestión.
Este proyecto no es un gajo desprendido de un tronco desconocido por las Cortes; este proyecto es uno de tantos como se injertan en el plan general de reformas militares y está en estrecha relación con las leyes ya votadas por las Cortes.
En las reformas de Guerra se ha buscado principalmente una cosa muy sencilla, pero hasta ahora inexistente en España; no se ha buscado más que dotar a la República de una política militar, que no existía en nuestro país desde finales del siglo xviii. A mí me ha parecido, al Gobierno de la República le ha parecido, con relación a un servicio tan importante del Estado, que no sólo tiene relación con la política interior del país, sino que es el instrumento de su política internacional y de su significación en el mundo, que lo primero que podíamos hacer, una de las primeras cosas que debíamos hacer, era dotar a la República de las bases generales de una política militar.
Para conseguir esto era necesario, en primer término, destruir todo lo que estorbaba y suprimir todas las formaciones parasitarias creadas en el organismo militar que pesaban sobre la nación, precisamente a consecuencia de no haber tenido la nación española durante el siglo xix, en que la monarquía que acaba de derrocarse rigió nuestros destinos, una política definida en este orden.
El ejército servía en España para todo: ha servido para dirimir discordias de la dinastía, ha servido para ir a las campañas coloniales, ha servido para ir a África; pero nunca, desde que se acabó la guerra de la Independencia, se ha tratado en España de organizar y de formar el ejército en condiciones tales que pueda competir con un ejército extranjero, en una guerra de carácter internacional.
El ejército había tomado en España la preponderancia política que todos conocíais, no por su culpa, ni de la función militar, ni siquiera de los militares personalmente, porque todos nacemos de la misma cantera, sino por la falta de densidad de la sociedad política española, en la cual, desarraigados los organismos del antiguo régimen, cercenadas las autoridades y los prestigios que mantenían la disciplina, resultaba que la autoridad militar era la única fuerza existente, el único resorte de mando y de ejecución de que disponían los débiles gobiernos parlamentarios del siglo pasado para hacerse obedecer y aun para conquistar el poder.
Todo esto ha terminado; pero, a consecuencia de esta política, a consecuencia de las guerras coloniales, a consecuencia de las guerras civiles, se había producido un crecimiento morboso, enfermizo de la institución militar, que, precisamente, por su crecimiento excesivo, estando imposibilitada para ser eficaz, gravando extraordinariamente el presupuesto y siendo una carga exorbitante que pesaba sobre el pueblo español, le dejaba inerme y débil ante un posible enemigo. España no llevaba a cuestas el ejército, llevaba a cuestas el cadáver del ejército. Ésta era la situación en que se encontró el Gobierno de la República al advenir al poder.
¿Qué tenía que hacer el ministro de la Guerra ante una situación que describo de manera precipitada, a grandes rasgos, por falta de tiempo? Pues, en primer lugar, suprimir todo lo que estorbaba en la institución militar, es decir, todas las supervivencias de la parte suntuaria heredada de siglos anteriores o creada y mantenida por la monarquía. Y así, por ejemplo, los capitanes generales de las regiones. ¿Qué era esto? Pues una herencia de los virreinatos; el capitán general, en las regiones españolas, era el heredero del virrey; el capitán general de Cataluña o el de Valencia eran una autoridad que, saliéndose, aun sin querer, por su propia significación, de la esfera legal, predominaban sobre las autoridades civiles y las judiciales, intervenían en la política, en los conflictos sociales, como representantes directos y personales de la Corona, e incluso con más autoridad que el propio Gobierno y que los delegados directos y responsables del poder central. Ello estaba, no en la ley, sino en el espíritu de la institución, heredado de siglos anteriores.
Así, por ejemplo, la jurisdicción militar radicaba en el Consejo Supremo de Guerra y Marina. El Consejo Supremo de Guerra y Marina era el coronamiento de una ordenación de justicia militar completamente inadmisible en nuestros tiempos. La justicia militar estaba en poder de los capitanes generales; había un fuero excepcional de guerra que tenía una atracción extraordinaria y que alcanzaba a una porción de causas y de hechos que nada tienen que ver con el delito militar. El Consejo Supremo de Guerra y Marina, constituido por generales y almirantes y cierto número de consejeros togados, era un tribunal de excepción, parejo del Tribunal Supremo de Justicia, y al cual iban las causas que, en buena doctrina, debían pertenecer al fuero ordinario. ¿Qué había que hacer con este tribunal? Lo mismo que con los demás organismos arcaicos: suprimirlo. Y una de las primeras cosas que hicieron el ministro de la Guerra y el Gobierno fue modificar, transformar la justicia militar, y sin reformar el código mismo, se publicó un decreto y las Cortes lo aprobaron, sustrayendo la justicia a la autoridad militar, suprimiendo el Consejo Supremo de Guerra y Marina y creando en el Tribunal Supremo de Justicia una sala especial para delitos de carácter militar, pero ya en el tribunal ordinario, sacando de la acción directa del Ministerio de la Guerra todo lo perteneciente a la justicia.
De estos ejemplos podía citar muchos. Vamos al caso del personal. Lo que más resaltaba en la organización defectuosa del ejército español, lo que más llamaba la atención del público, era el exceso de personal en la oficialidad. Este problema, que era grave, desde el punto de vista técnico y profesional y no digamos desde el punto de vista del presupuesto, constituía en realidad un problema adjetivo; no el problema de fondo de la organización militar española, pero, en fin, era un problema de mucha importancia. Se había producido, cabal mente, porque ningún Gobierno había osado acometerle de cara. Había una guerra en Cuba o había guerra civil, y el Gobierno creaba oficiales de carrera a toda velocidad para nutrir los cuadros de un ejército excesivo que, en tiempo de paz, España no utilizaba. Se concluyeron estas guerras, y gobiernos y parlamentos ya hablaremos de la función del Parlamento en la política militar española, que no es cierta mente lucida , y gobiernos y parlamentos no se atrevían a cortar de raíz el mal. En otros países, cuando se concluía una guerra de gran importancia que había forzado al país a crear gran número de oficiales, se les licenciaba. Y no necesito mentar casos históricos. En el ejército napoleónico, cuando terminó Napoleón, los oficiales se fueron a su casa con medio sueldo; y ahora, al acabarse la guerra europea, los oficiales, en número enorme, se han ido a sus casas, reintegrándose a la situación de paisanos que antes tenían. Esto en España nadie se atrevió a hacerlo, y se encontraban el Gobierno y el Parlamento con una masa de oficiales con los que no sabían qué hacer, y la consecuencia era que el Gobierno creaba servicios, creaba destinos, o mantenía unidades para tener colocado el exceso del personal.
La consecuencia de este sistema era desastrosa, no ya sólo desde el punto de vista del volumen y del costo, sino desde el punto de vista de la eficacia. En España, sobre un plan de dieciséis divisiones, hemos llegado a tener 22.000 oficiales; y como no había hombres a quienes estos oficiales pudieran mandar, hemos llegado a tener regimientos de infantería con ochenta soldados, y regimientos de caballería sin caballos, encontrándose en aquella situación tan pintoresca, creada por el general Primo de Rivera, en la que el Arma de Caballería estaba dividida en tres partes: regimientos A, regimientos B y regimientos C; los regimientos C no existían, los regimientos B tenían la mitad del efectivo y los regimientos A, cuyo efectivo teórico nunca pasaba de ser exiguo.
Ésta era la situación, sobre poco más o menos. Naturalmente, yo me encontré con este problema, el más vivo; porque la situación de la oficialidad en el orden económico y en el orden moral y profesional era realmente deplorable. Un oficial ama su carrera, y la ama como todo el mundo ama su profesión: en cuanto ella constituye el medio de vivir decoroso y decente, y, además, en cuanto satisface su vocación; y este exceso de oficialidad, recargando el presupuesto en gran cuantía, no permitía al oficial hacer una carrera decorosa, ni tampoco le permitía satisfacer su vocación profesional, su vocación de militar. De ahí ha surgido el descontento, la falta de amor a la carrera, las intrigas, las recomendaciones, el asalto a los ministros de la Guerra de una manera más o menos directa, el hacer presión sobre los gobiernos para conseguir estas o las otras ventajas; las Juntas de Defensa, la corrupción de las Juntas de Defensa por los ministros, que no atreviéndose a afrontar valientemente el problema, se limitaban a tratar de domesticar a las juntas por procedimientos inconfesables; las conspiraciones, el golpe de Estado.
Nada menos que esta trascendencia tiene la cuestión. Había, pues, que resolver esto cuanto antes, y cuando yo, en el Ministerio de la Guerra, quise examinar los proyectos que suponía debían de existir de antes para afrontar la cuestión, consulté con alguna persona que llevaba allí años, y le dije: «¿Se ha pensado alguna vez en extinguir el exceso de personal?». Y me contestó: «Sí, muchas veces, señor ministro; pero los proyectos que hay para resolver esta cuestión cuestan 600 millones de pesetas». El remedio era, pues, peor que la enfermedad. Entonces publiqué yo el decreto de retiros voluntarios, el más generoso que se ha dictado en ningún país cuando un país ha tenido que extirpar una parte o el todo de su oficialidad militar; decreto que algunos han combatido precisamente por su generosidad; decreto que, cuando se publicó, fue acogido con cierto escepticismo. Yo tengo observado que las medidas que dan en el blanco son, en el primer momento, desacreditadas por aquellos contra quienes van, y el decreto fue acogido con un poco de sarcasmo y, durante lo menos cuarenta y ocho horas, estuvieron llegando a mis oídos noticias como ésta: «Ningún oficial se retira; eso ha sido acogido con desprecio; nadie se va».
En efecto, han pedido el retiro 10.000. Entonces hice yo, mejor dicho, encargué que se hiciera el cálculo; después de estar en vigor la medida y de haber dado resultado, he mandado hacer el cálculo numérico, y la situación, según el estudio que me ha traído una casa aseguradora, da el resultado siguiente: si se ponen en columna los haberes que van a cobrar todos los jefes y oficiales que se han acogido al decreto de 25 de abril, es decir, que se han retirado voluntariamente con sueldo entero; lo que van a cobrar, digo, desde el mes de agosto de 193 1, que es cuando ha comenzado a aplicarse, hasta que se muera el último de los jefes y oficiales acogidos a este decreto, y se coloca en otra columna lo que estos jefes y oficiales hubieran cobrado del presupuesto de la nación siguiendo en su carrera normalmente, la diferencia a favor del Tesoro es de 650 millones de pesetas; de suerte que una operación que, según me dijeron, podía costar al Tesoro 600 millones, le ahorra 650.
Ésta ha sido, señores, la operación que al público le ha impresionado más, como es natural; pero no es la más importante. Había, en efecto, que encaminar la reforma militar a dar al ejército eficacia y a hacerle económico. Cuando digo que había que hacerle económico, no quiero decir que cueste poco, sino que lo que cueste lo valga. El ejército, la defensa nacional, hablando propiamente, nunca podrá ser una operación barata y es menester ponerlo en armonía con los recursos de la nación; pero ya se sabe que defenderse cuesta caro. Había que dar al ejército eficacia y había que poner al ejército en su propia misión, lo cual no es un arco de iglesia. ¡Si nada de esto es difícil! Basta darse cuenta del problema y de sus términos. Y ¿qué es lo que hay que hacer con el ejército, lo mismo en una República que en una monarquía? Reducirlo a su propia función, que es la de prepararse para la guerra. El ejército no tiene otra cosa que hacer: prepararse para la guerra, preparar a los soldados y prepararse los cuadros de jefes y oficiales, que también tienen que practicar y estudian No hay otra cosa que hacer, y, una vez formulado el principio, reconocido el principio y aceptado por el Gobierno y por el Parlamento, todo lo demás está ya hecho. Nunca el ejército ha ofrecido dificultades a una reforma que ha comprendido bienintencionada, recta, justa y necesaria; jamás. Lo que se ha hecho muchas veces en España por muchos ministros ha sido explotar el fantasma del ejército y traerlo al Parlamento mezclado con las cuestiones políticas, y cuando a un Gobierno le ha convenido no hacer una cosa, ha solido decir: «¡Mucho cuidado, que ahí detrás tenemos al ejército, que nos puede dar un disgusto, que va a derribar la monarquía o va a hacer una revolución!». Todo esto era falso; la mayor parte de las veces los generales, que han venido aquí a mencionar ese fantasma, lo que hacían era usurpar el nombre y la voluntad del ejército, que no estaba detrás de ellos. [¡Muy bien!]
Para preparar al ejército en su misión propia hay que tener en cuenta dos clases de factores por lo menos; unos, de carácter permanente, que son los recursos con que cuenta la nación, recursos en hombres y recursos en dinero. Los recursos en hombres son un factor sensiblemente invariable, porque la población tarda mucho en modificarse en número. Los recursos económicos también, en cierto modo, son invariables, porque los presupuestos, sobre todo de una nación modesta como España en su orden financiero y hacendístico, no son ilimitadamente elásticos y no se puede pasar de la proporción debida entre los gastos destinados a la defensa nacional y los restantes gastos del presupuesto de la nación. Hay, pues, estos factores, y hay, además, el factor de política interior, que es función de la política internacional del país. Si España fuese un país en disposición o con deseos o con medios de acometer una política internacional de gran estilo, tendría una clase de ejército; si no tiene esa disposición ni esas aspiraciones ni esos medios, tendrá otra clase de ejército. Al decir «clase» quiero decir medios, organización, dotación, y, sobre todo, espíritu. Si se quiere hacer del ejército una prolongación de la Guardia Civil para intervenir en los conflictos de orden público, cuando las parejas de los puestos no puedan más, para eso más vale que no tengamos ninguna clase de ejército. Que realice esa misión la policía, la Guardia Civil o alguna institución de carácter interior. El ejército no es para eso. Si se quiere hacer del ejército una escuela donde los ciudadanos, obligatoriamente, vayan a cumplir con un deber nacional, preparándose para una eventualidad afortunadamente remota, pero donde adquieran condiciones de disciplina, obediencia, manejo de muchedumbres, sentido de la responsabilidad y de cohesión nacional, entonces estamos dentro de los fines y de los medios del ejército republicano y de la política militar de la República.
España hace en el orden exterior una política, no ya pacífica, sino de indiferencia, y no tenemos en el exterior otra acción que la de Marruecos; pero a mí me conviene decir que todo lo que se hace en el ejército no se hace pensando en Marruecos. En Marruecos el ejército nacional no tiene nada que realizar, y una de las cosas que yo me propongo hacer, que el Gobierno de la República se propone hacer en Marruecos, es que lo que nosotros tengamos que defender allí lo defienda un ejército que no sea el ejército metropolitano.
De suerte que el ejército republicano, si se puede hablar así, sin color político, el ejército de la República, el ejército nacional de España, a lo que se dirige y para lo que se prepara es para una eventualidad que amenace la independencia nacional o para una eventualidad, que no está ni en el horizonte, en que España, a consecuencia de su política exterior, tuviera que verse mezclada en un conflicto armado en Europa. Para esto es para lo que hay que preparar al ejército español.
Para prepararle hay que empezar por hacer posible la instrucción militar y la práctica de la profesión y el adiestramiento de los soldados y de los jefes y oficiales. Sería ilusorio creer que un oficial se pega las estrellas a la manga y ya no tiene nada que aprender hasta que llega a teniente general. Es sólo por cualidades de la inteligencia por las que se puede adiestrar y escoger la oficialidad del ejército, y yo no sé quién ha dicho que entre las cualidades del militar el valor es la tercera; la primera es la mente, el estudio, la disciplina, la integridad moral, el conocimiento de los deberes y las dotes de mando. Ahí, en la parte moral e intelectual del hombre, es donde radican las cualidades propias y excelentes de la oficialidad, y a esto es a lo que yo voy, a esto es a lo que quiero ir, por este camino es por donde deseo marchar, y a ello se dirige este proyecto de instrucción y de reclutamiento de la oficialidad.
Buscando esta eficacia, señores diputados, ha sido menester reducir las unidades del ejército español de una manera cruel, radical, a menos de la mitad. Había veintiún mil oficiales en las plantillas; han quedado ocho mil, en números redondos. Había dieciséis divisiones; han quedado ocho. Había ocho o diez capitanías generales; no ha quedado ninguna. Había diecisiete tenientes generales; no ha quedado ninguno; es decir, han quedado cuatro o cinco, que permanecen en la cartera hasta que la categoría se extinga. Había cincuenta y tantos generales de división; han quedado veintiuno. Había ciento y pico generales de brigada; han quedado cuarenta y tantos. Y en esta proporción se ha hecho la reducción cruel de las unidades y de las plantillas del ejército, y se ha hecho y lo repito una vez más, y no lo digo por rechazo de las observaciones de nadie con aplauso de los militares o, por lo menos, con la aceptación serena de lo que era un sacrificio impuesto por las necesidades nacionales y por el servicio del país. No hay ni un solo militar que conozca su profesión y sus deberes, que no haya aplaudido la obra realizada por el ministro de la Guerra, aunque a él le haya costado la carrera. [¡Muy bien!] Y nadie lo sabe esto mejor que yo. Naturalmente, ¡estaría bueno que esto no hubiera sido combatido! Alrededor de esto, todas esas gentes que pululan en torno de los grandes servicios y de las grandes profesiones, que están como al margen, que son como los vivanderos del ejército, han levantado bandera, creyéndose ellos los representantes de la institución militar o siendo los abogados de una causa que no necesitaba defensores, porque el único defensor de la causa militar, de la reputación del ejército y de lo que interesa al ejército en este régimen es el ministro de la Guerra. Y estas gentes han apelado a las armas más viles, risibles de pura vileza, que me han hecho a mí pensar qué habrá en el caletre de algunas personas, que delante de un conflicto o de un problema de carácter nacional, que puede ser atacado y combatido o defendido desde puntos de vista muy diferentes, todos ellos discutibles y algunos razonables, no han tenido otro desahogo mayor y otra arma que la calumnia o la murmuración o las conspiraciones de taberna o las hojas clandestinas y otros medios al alcance de su pobre espíritu.
En realidad, todo esto, no sólo al ministro, sino a todos los militares que han participado en estas operaciones y que se han sacrificado con su trabajo intelectual o con su aportación personal, nos ha divertido, y, en realidad, a mí más que a nadie. Eso de que a la gente la calumnien y la insulten es un arma política. Y algunos partidos militantes, no sólo en España, sino en el extranjero, tienen organizada científicamente la calumnia, como se puede tener organizada la propaganda. A mí me parece que la calumnia es, a veces, hasta ventajosa. Los señores diputados no ignoran que algunas personas han pasado a la historia merced a una calumnia. Por ejemplo, Judas Iscariote debe su celebridad a una calumnia. [Risas.] De modo que no estoy resueltamente a mal con los calumniadores. Lo que pasa es que no suelen dar en el blanco.
Digo esto porque, a cuenta de otro género de reformas hechas en el ejército, se ha apelado a esta clase de arma. Me refiero a una parte muy principal de la obra del ministro, que es la transformación del presupuesto del Ministerio de la Guerra. En el presupuesto del Ministerio de la Guerra había tres o cuatro presupuestos embutidos: un presupuesto de Fomento, que era el de cría caballar, que importaba 18 o 20 millones de pesetas; había un presupuesto de clases pasivas, el de los retiros de todos los generales, jefes y oficiales en cierta situación, que importaba otros 20 millones; existía un presupuesto que llamaremos industrial o fabril, el de los establecimientos de industria militar, importante también una cantidad de millones que no me atrevo a cifrar en este momento, pero que no bajará de 30; había los servicios propios militares y, además, un presupuesto exclusivamente burocrático, formado por los servicios de unos pequeños cuerpos que pululan en tomo del gran cuerpo del ejército y que lo socavan y se lo comen vivo como a los grandes cascos de los barcos los parásitos que se adhieren a la quilla; una cosa así. Todo esto era necesario destrozarlo y he tenido la serenidad de hacerlo, pero sin darle importancia.
Había, por ejemplo, en el Ministerio de la Guerra, el servicio de cría caballar que costaba dieciocho millones de pesetas al Estado, y con esos dieciocho millones de pesetas el ejército adquiría cada año 4.000 caballos. Hecha la cuenta, sale cada caballo a cuatro mil y pico de pesetas. Todo lo que a mí me cuenten de protección a la raza caballar y de los excelentes servicios prestados por la institución, es una aleluya ante este argumento, 4.000 caballos, dieciocho millones de pesetas. No puede ser. Y por eso acordó el Gobierno, a propuesta mía, transferir este servicio al Ministerio de Fomento. Hay que proteger a la cría caballar; hay que hacer la raza española. Háganlo, pero no el Ministerio de la Guerra.
El argumento que se esgrime lo digo porque sobre esto se ha hecho campaña en los periódicos no hace mucho acerca de este particular, es que el ejército es el primer adquirente de caballos en España. No me convence. El ejército es el primer adquirente de otras muchas cosas. Es el primer adquirente de paños; es el primer adquirente de arroz; es el primer adquirente de hierro o de acero y a nadie se le ocurre pensar que el ejército tenga que montar una fábrica de paños o alquilar la Albufera de Valencia para sembrar arroz, etcétera. Todo esto no tendría sentido común. Sin embargo, se ha hecho la campaña diciendo que el ministro de la Guerra favorecía los enjuagues y los monopolios en el ministerio, precisamente cuando por primera vez, al reorganizarse este servicio, las comisiones militares han ido a los pueblos en busca del pequeño productor de ganado y le han comprado a uno un caballo, a otros dos, al de más allá unas cuantas mulas, suprimiendo al contratista, suprimiendo al intermediario, acabando con la farsa de los concursos, que no eran más que un modo de excluir de la concurrencia al pequeño agricultor. Y ha llegado la oposición a esto al extremo de esgrimir el arma ridícula de que un señor oficial del ejército, formando parte de una comisión de compra, no podía alternar con el patán o con el gitano que le llevaba a vender un jaco.
Había además prosiguiendo en el hilo que abandoné antes respecto de la eficacia del ejército , una vez hecha la reducción de unidades, que preocuparse de la dotación del ejército. Con la reducción de unidades, con el mismo número de hombres es elemental, pero permitidme que lo recuerde , se nutre mayor número de cuerpos, y los regimientos, que antes tenían ochenta hombres, tienen ahora mil doscientos, con lo cual el mando se instruye y el ejercicio de cuerpo, de batallón o de regimiento es posible y no se tienen los regimientos convertidos en aquellas músicas escoltadas que hemos conocido todos durante tantos años. Pero había además, digo, que preocuparse de la dotación de material. Señores diputados, no sé si voy a cometer una imprudencia, pero si es una imprudencia incurro en ella a sabiendas: no tenemos nada en este particular; no hay cañones, no hay fusiles, no hay municiones. En fin, con decir que no hay nada, he dicho bastante. Yo me doy cuenta de la gravedad que tiene esta declaración; ya lo sé; pero la hago porque no soy yo ni el Gobierno los que quieren quedarse con la única responsabilidad del secreto; quiero que la tengan también las Cortes y que lo que se haga en el ejército, de bueno o de malo, se haga con el conocimiento y el voto de las Cortes; y si vosotros queréis que no haya ejército, que no lo haya; pero si queréis que lo haya, tenéis que dar los medios necesarios para que sirva para algo. Si no los queréis dar, que se sepa que no los queréis dar y suprimamos el ejército, pero no continuemos creyendo en el ejército porque veáis desfilar unos regimientos en la calle detrás de los cuales no hay absolutamente nada. Esto tiene una explicación. Yo siento ser un poco prolijo. [Muchos señores diputados: «No, no».] Apelo constantemente a mi memoria porque no sabía que iba a ser objeto de esta interpelación, y no he traído papeles ni datos. [Un señor diputado: «Ya era hora de que se hablase claro». Otro señor diputado: «Este discurso hacía falta».]
La cuestión es muy sencilla. El año 908 o el 909, yo lo recuerdo, se compró en España la artillería de campaña moderna moderna entonces ; se compraron las piezas de siete y medio que hemos visto desfilar por ahí pintadas de gris; era la artillería francesa, el modelo francés y era, entonces, la mejor arma que había en Europa. El arma se reformó, unos dicen que en el plano, otros que en la pieza misma; y cuando hemos ido a Marruecos, los moros nos disparaban con cañones, cogidos a los franceses, que alcanzan catorce kilómetros y durante muchas acciones los moros han detenido columnas españolas impunemente, que no tenían para defenderse más que un cañón que alcanza la mitad que los suyos. Militares me escuchan que saben que no invento nada. Después ha venido la guerra de Marruecos, donde todo nuestro material se ha destrozado y, además, ha venido la guerra europea que ha fomentado en los términos que sabéis las invenciones militares, y ahora tenemos nosotros un cañón de campaña que alcanza seis o siete kilómetros, que tiene treinta años de vida o poco menos, y los ejércitos modernos, el francés, el inglés, el alemán, tienen cañones de campaña que alcanzan catorce kilómetros. De suerte que estamos absolutamente indefensos por ese lado.
Artillería de grueso calibre hay poca, insuficiente; dos o tres o pocos más regimientos que empiezan a estar dotados. Municiones no hay absolutamente nada. El dictamen de los técnicos que yo pedí, apenas llegué al ministerio, y que llevé al Gobierno, y que el Gobierno recordará que le produjo una impresión deprimente que no se me ha olvidado, manifestó que es menester en tiempo de paz lo que ellos llaman ocho módulos de fuego; para tener el primer módulo, no los ocho, el primer módulo, a España le faltan cientos de miles de proyectiles. Hay calidades de proyectiles de artillería cuya existencia es igual a cero, y hay calidad de proyectiles de fusil que, según mis noticias, apenas darían para el fuego durante veinticuatro horas. Esta es la situación del material, del material ofensivo. No quiero hablar de la aviación porque, en realidad, no existe; la aviación es un proyecto para el porvenir, mantenido con ilusión y con entusiasmo por el cuerpo de aviadores, pero que, realmente, no tiene sobre qué trabajar. Hay unos cientos de aparatos de reconocimiento que ya no sirven. Y aviones de gran bombardeo, ¿saben los señores diputados cuántos tiene España? Uno. [Rumores.]
En el orden material, además, hay que tener en cuenta que no todo se compone de cañones y de fusiles: la mecánica militar ha progresado de una manera verdaderamente prodigiosa, y, ahora mismo, acabamos de organizar en España dos regimientos de carros de asalto, arma desconocida en nuestro país, para lo cual todavía no hemos encontrado dinero con qué dotarlos; pero que no hay más remedio que dotarlos. Y otras cosas por el estilo, que no voy a detallar.
Pero es que en otro orden de cosas relativas al material no estamos mejor, por ejemplo: el acuartelamiento de tropas en España, vosotros sabéis que existía, en principio, gracias a que expulsaron a los frailes nuestros abuelos, y por una puerta salían los frailes y por otra entraron los ejércitos liberales que les habían expulsado, y, desde entonces, en pocos lugares se ha modificado la situación, incluso en Madrid, donde aún tenemos el convento de San Francisco, que sirve de cuartel militar. Pero los cuarteles se han ido construyendo en España a impulsos de eso que se suele llamar influencia política. Terrible cosa, señores diputados, cuando la influencia política se entromete en las cuestiones de orden militar, terrible cosa, y yo me encuentro ahora con magníficos cuarteles donde no tengo soldados que poner y que donde hay soldados no tengo cuarteles. Y se han hecho las cosas con tal mezquindad que, cuarteles nuevos, que han costado enorme cantidad de millones, no sirven, porque están calculados para aquellos regimientos antiguos de que yo os hablaba antes, y han llegado los regimientos nuevos, que tienen 1.200 plazas y las dotaciones de ganado bastante considerable y de material que llevan consigo, y ahora resulta que para cualquier regimiento de infantería no sirven, y que no tenemos dónde acuartelar las tropas con decoro. Y esto ocurre hasta en Madrid; por ello vine aquí con un proyecto, que las Cortes me votaron hace dos meses, en que se autorizaba la enajenación del cuartel de los Docks, para construir fuera de la población cuarteles modernos. Este es el problema de Madrid y el de toda España.
Tampoco tenemos campos de tiro, campos de instrucción. Las Cortes acaban de votar esta tarde un proyecto de ley del Ministerio de la Guerra concediendo un crédito de ocho millones de pesetas, no un crédito extraordinario o un nuevo gasto, sino ahorros hechos por mí en otros capítulos del presupuesto para gastarlos en estas cosas, entre las cuales figura, precisamente, la adquisición de campos de instrucción. Así, calladamente, he ido trayendo a las Cortes un cierto número de leyes que han ido pasando quizá sin la atención debida de parte de los señores diputados, pero que os irán demostrando que no tengo abandonada la cuestión y que el plan general que yo vengo siguiendo va por sus pasos contados.
No hay campo de instrucción donde una división pueda desplegarse y hacer los ejercicios propios de esta unidad: hay un campo imperfecto en Zaragoza y en alguna otra parte, pero, en fin, en condiciones, no los hay.
No hay material de acuartelamiento; el soldado todavía duerme en la cama de las cuatro tablas, y ahora es hace pocos meses cuando se ha empezado a adquirir para el soldado una cama decorosa que ya se ha distribuido en buen número a los cuerpos del ejército.
El soldado estaba pagado con una peseta y veinticinco céntimos, aparte de la ración de pan, que son treinta céntimos y aún se le descontaba al hombre de tropa diez céntimos para utensilios de acuartelamiento, me parece, y quince céntimos para vestuario. De modo que el Estado, al que va a cargar con el fusil, porque no tiene otro remedio, le jugaba esta partida: te doy 1,25 pesetas, pero por otra parte te quito 15 céntimos para darte uniforme y 10 céntimos para los utensilios del cuartel. Así se hacían las cosas en España, y una ley que ya habéis votado ha sido para suprimir esto. Y se ha aumentado el haber del soldado en 40 céntimos para el presupuesto nuevo, y se ha suprimido esa sisa de los 15 céntimos para el uniforme y de los 10 céntimos para utensilios.
Ahora será el presupuesto de la guerra el que vista al soldado, como es justo; pero esto cuesta 15 millones de pesetas, y será el presupuesto el que, sin sisar el haber del soldado, consignará lo necesario para el vestuario y los utensilios del cuartel.
¿Para qué vamos a seguir enumerando? Hospitales. Ésta es otra aberración propia de la política militar de España, que tiene su origen en un concepto erróneo de lo que es el ejército; que ha hecho del ejército un estado dentro del Estado. Y todos los servicios del Estado, en general, se han ido duplicando en el ejército, pegándoles el apodo militar. Y hay ingenieros militares, y hay médicos militares, y hay farmacéuticos militares, y hay laboratorios militares, que harán lo mismo que el laboratorio civil de la acera de enfrente; y todo es militar duplicando, en chico a veces no tan en chico , los servicios generales de la nación.
¿Por qué razón si un soldado enferma en su regimiento y en la población hay un hospital de la diputación o del Estado, ese soldado no puede ir a la sala de ese hospital, y que el Estado, el Ministerio de la Guerra abone las estancias del soldado? ¿Tiene esto algo que ver con el prestigio o con la autoridad del ejército? Pues esto no se hace sino muy raras veces; yo he mandado hacerlo en varios sitios, con grandes protestas incluso de las instituciones civiles que habían de recibir a los soldados enfermos.
En fin, éste es el cuadro general que yo puedo presentar a la Cámara acerca de la situación. ¿Echar la culpa de esto a alguien? No es posible. ¿Al ejército mismo? No. El ejército en España no es mejor ni peor que la universidad, o que los ingenieros de caminos, o que el Ateneo, o que cualquiera otra institución. Lo que pasa es que dentro del funcionamiento del Estado la institución militar y, por consiguiente, los gastos que acarrea, o son perfectos o son estériles; no hay término medio. Y es por el carácter contencioso del ejército. El ejército, en tiempo de paz, no tiene más misión que instruirse para la guerra; pero cuando llega la guerra, si la organización del ejército no es todo lo perfecta que cabe en lo humano, no sirve para nada, y todo lo que se ha venido gastando y produciendo y trabajando en los años de la paz es absolutamente perdido; esto no pasa en ninguna otra institución del Estado. Se me dirá: la universidad española es mala. Sí; mala o regular, pero para algo sirve; podrá enseñar mejor o peor, pero algo enseña; los hospitales no son buenos, pero algunos enfermos acogen; podrán ser mejor o peor atendidos, pero a algunos curan. Esto no pasa con las instituciones militares; o son perfectas, o tienen plena eficacia el día de la perra, o todo lo que se ha hecho con ellas es pérdida seca y sacrificio inútil. Esta es, naturalmente, la causa del enojo y de la irritación particular que produce en los ciudadanos que se interesan por los servicios del Estado, la esterilidad y la ineficacia del servicio militar y de la institución del ejército. Pero ¿quiénes eran culpables de esto? Es toda una historia. Ya he apuntado antes las razones de orden profesional: las guerras coloniales, las guerras civiles, la intervención del ejército en la política del siglo xix, que no es por una culpa del ejército, sino resultado de la situación política y social de nuestro país en todo el siglo pasado, porque no era el ejército el que se sublevaba o se pronunciaba, sino los partidos políticos que se atraían todo o parte de él, lo metían en sus organizaciones y se valían de él, en general, para escalar el poder o mantenerse en el poder. Sólo en el año 23 se ha producido en España un pronunciamiento militar estrictamente de clase, pero los otros eran de carácter político; el año 23 se da el pronunciamiento del general Primo de Rivera por primera vez en la historia de España con carácter realmente de profesión y de clase en los anales militares, pero antes esto no había acontecido.
Ahora hay un punto que, puesto que estamos en el Parlamento, yo quiero tocar y es el que se refiere a la responsabilidad de las Cortes en estos problemas. Todo lo que ha ocurrido en España con los militares y en torno del problema militar gravita, en último término, sobre el Parlamento, porque aquí es donde se ventilan este género de cuestiones, y si el Parlamento, por una razón o por otra, por este miramiento o el de más allá, por un respeto político o dinástico o de sumisión a un caudillo, o por intereses de partido, no abordó un problema de esta magnitud y lo celó a título de patriotismo, la responsabilidad es de las Cortes, no de quien se aprovecha de su lenidad. Voy a citaros un ejemplo: hace años se presentó en las Cortes un proyecto de crédito extraordinario enviado por el ministro de la Guerra hace años, hacia el año 12 o l4 ; el crédito importaba 14 o 15 millones; se reunió la comisión de presupuestos y examinó la petición de crédito; la petición de crédito se contenía en una hoja de papel, que era una simple real orden del ministro, y la comisión de presupuestos, sintiendo la dignidad de su función y la dignidad del Parlamento, llamó al ministro de la Guerra y le dijo: «Señor ministro, ¿querría usted decirnos qué es este crédito y para qué sirve y en qué se va a emplear?». La real orden decía que era para comprar tiendas de campaña en África, y el ministro dijo: «Es igual; esos 15 millones ya están gastados, me los he gastado en esto y en lo otro y en lo de más allá; nada de tiendas de campaña; si ustedes lo quieren aprobar lo aprueban, y si no, lo dejan; ya está hecho el gasto». Y entonces la comisión de presupuestos votó y aprobó el dictamen, sancionando aquella 1 petición de crédito. ¿Comprendéis la responsabilidad de las Cortes en esta cuestión? ¿No ha sido, en último término, la flaqueza y la mengua del Parlamento español las que han permitido que en el Ministerio de la Guerra se entronizara el caciquismo más odioso, más vergonzoso, unas veces en combinaciones bajas con la oficialidad, otras veces dominando y atropellando los sagrados intereses de la profesión militar, explotando siempre la autoridad y el temor que inspira el ejército, y que ha sido el Parlamento el que por dejación de su autoridad, de sus deberes, es el mayor responsable de lo que ha ocurrido en España con respecto a la política militar? Cuando yo he venido a las Cortes con los proyectos de reforma y se me han pedido opiniones y explicaciones y he dicho que quería imprimir, prestar a la República española, un comienzo de política militar, lo que yo he querido, señores diputados, es asociar a las Cortes republicanas a esta obra, no a la obra personal del ministro, naturalmente, ni siquiera a la obra de este Gobierno, sino a la ruta que tiene que seguir la República por medio de su órgano legislativo, en este problema, que es de los más graves que están pendientes de nuestra resolución. Sois vosotros, señores diputados, y los que os sucedan, los que tenéis que mantener firme el puño ante esta cuestión. Pero ¿contra quién? ¿Contra los militares? De ninguna manera. Los militares han dado ahora una prueba, ¿de qué? De reflexión, de serenidad, de acatamiento al poder público, y yo no la presento como una cosa extraordinaria, sino como una función normal de un cuerpo del Estado. Contra los que hay que vivir alerta es contra los explotadores de la opinión y de la reputación militar, que, unas veces por apoyar a la República, y otras veces por amenazar a la República, mantienen vivo el mito de la amenaza del soldado y de la amenaza del sable. Esto es un mito inexistente, señores diputados; creedlo. Y contra quien hay que ir, repito, es contra quienes lo mantienen vivo y lo explotan. La República puede desahogadamente cumplir con sus obligaciones sin temor a encontrarse con ningún obstáculo que se interponga en su camino y le corte su vía. La República es obedecida por todos y dentro del ejército con mayor devoción y con mayor abnegación, porque quizá dentro del ejército estén las personas que han tenido que mutilar más sentimientos íntimos y más obligaciones anteriores. Esto, lejos de ser una tacha para los que tal hacen, es un motivo de respeto. La mayor iniquidad que se puede cometer con una persona es motejarla, ahora que sus deberes, en cierto sentido, han cambiado, motejarla por haber cumplido puntualmente los antiguos. [¡Muy bien!] Cuando algunas personas, llenas de buena intención, por otra parte, se me acercan a decirme: «Señor ministro, ¿usted no sabe que fulano o zutano tienen estas o las otras ideas? ¿Cómo le mantiene usted en tal o en cual cargo?». Yo les digo: «Lo mantengo porque cumple con su obligación, y porque sabe cumplir con su obligación le impongo el sacrificio de mutilar sus ideas y de dejarlas detrás de su deber profesional, y está contento con esto, porque el militar que no sabe posponer sus sentimientos personales al deber profesional, no es militar». [¡Muy bien!] Y es preciso decir, en honra de todos, señores diputados, que yo, que no tengo de militar absolutamente nada, más que la vocación de servir a mi país desde el puesto en que vosotros me habéis colocado, he podido observar que cuando un hombre inteligente o apasionado o con algún resorte parecido en la voluntad o en el temperamento, se mete dentro del uniforme, simbólicamente, y se sujeta a la férrea disciplina, ¡ah!, se crea entonces un tipo humano que, dentro y fuera de la milicia, podemos admirar.
Esta manera de someterse al deber es un ejemplo moral que no puede olvidarse y que acrecienta el valor de la persona; el que es inteligente, si es disciplinado, es más inteligente, y si es valeroso, cuanto más disciplinado, más valeroso; es decir, más útil su valor. Este ejemplo y esta disciplina yo los he observado en el ejército, sometiéndole, en nombre del país y con la autoridad del Gobierno, a pruebas bien duras, señores diputados, a pruebas bien duras, que yo estoy esperando ver cómo se repiten en otros organismos de la nación. [¡Muy bien!] Y cuando esos otros organismos de la nación hayan aceptado y cumplido un sacrificio, mínimo en comparación con el que han sufrido los militares, entonces se podrá mirarles a los ojos y decir que todos han experimentado los mismos sentimientos y la misma sujeción al deber; mientras tanto, no. [¡Muy bien!]
Os decía, señores diputados, que en la obra del ministerio había que deshacer lo antiguo, suprimir lo sobrante, transformar el presupuesto, que no es una obra de un año, sino de varios presupuestos, y, además, abrir los caminos para el porvenir. Yo tengo la pretensión, señores diputados, de que los carriles por donde va la reorganización militar en España abran el campo para cualquier ejército que la República pueda necesitar, sea cual sea el carácter de la República, el carácter político que la República pueda tomar en lo por venir. Para esto hay que mantener rigurosamente la observancia de la igualdad en el servicio militar. El principio puede parecer un poco bárbaro, a veces, individualmente, injusto; pero no hay otro. Y no tiene nada que ver con esto la duración del servicio, si es largo, si es corto, si son milicias, si es ejército permanente; pero la igualdad y la uniformidad en la prestación del servicio militar es un principio del que la República no puede ni debe apartarse jamás. Yo he oído decir a algunos amigos republicanos que sería mejor un ejército de voluntarios. ¡Un ejército de voluntarios! ¿Para qué sirve un ejército de voluntarios? Es como si quisiéramos hacer la guerra con los caballeros andantes. El ejército de voluntarios es una cosa antigua; ya no sirve el ejército de voluntarios. Ejército de voluntarios es, por ejemplo, la Guardia Civil. Pero en la guerra moderna, los medios de destrucción y los medios de transporte exigen y permiten manejar masas enormes, y un ejército de voluntarios no puede ser más que pequeño, porque cuesta enormes sumas a la nación. El ejército de voluntarios crea un tipo de soldado profesional que inmediatamente se sobrepone al poder público, que no tiene el sentido igualitario y ciudadano del soldado de servicio universal. Y en el caso de guerra, habiendo servido este ejército en la paz como una amenaza contra la nación, no tiene utilidad militar alguna. Es, por consiguiente, un principio indeclinable de la política militar de la República la permanencia de la igualdad y de la obligatoriedad en el servicio. Ahora, que dure un año, seis meses, tres, es ya una cuestión de otro orden y que depende de la eficacia y de la celeridad con que se pueda lograr la instrucción militar. Si yo tuviese campos de instrucción donde llevar las divisiones, si yo tuviese buenos acuartelamientos, el servicio militar, que hoy se hace en un año, se podría hacer en seis meses, con más ventajas y mejor instrucción. La ociosidad en la prestación del servicio de cuartel en las plazas es la que hace perder el tiempo al soldado. Si tuviéramos medios de mantener al ejército en el campo durante seis meses al año, el servicio militar se podría reducir notablemente. Es, pues, una cuestión de dinero, de recursos económicos, pero no de otro carácter.
Mas no se trata sólo de la tropa; se trata de la oficialidad. El soldado va al cuartel porque la ley se lo exige. Presta servicio un año, se retira a su hogar y, si hay guerra, se le llama. Pero el oficial profesional, no. Y éste es un gran problema. Actualmente bien se puede decir que lo más delicado del programa militar en España es el problema del mando. Sin él de nada servirá que hagamos esta organización, o la otra, o la que cada uno de vosotros tenga en su fantasía; de nada serviría que llamaseis al mejor técnico del mundo en organizaciones militares y que trazara en la Gaceta una organización y que la llevaseis a la práctica. Si no tenemos mando, no tenemos nada. Y esta selección del mando es un problema que me viene preocupando desde el primer día, y con este problema se enlaza el proyecto que estamos discutiendo.
¿Cómo se puede reclutar la oficialidad? ¿Cómo se ha venido reclutando hasta ahora? Imposible. Es decir, poniéndonos delante una plantilla de 4.000, 6.000 o 8.000 oficiales y diciendo: cada año hacen falta 500 tenientes; vayamos a las academias y que las academias nos fabriquen todos los años 500, 700, los que hagan falta, y a esa muchedumbre de jóvenes lanzarla por los escalafones arriba cuando, como vosotros sabéis, estos escalafones son cada vez más angostos y en ellos han de estancarse la inmensa masa de la oficialidad, sin poder hacer carrera. Eso no es sistema. Lanzar por los escalafones, sin ninguna preparación, al soldado, no tiene sentido.
En la profesión militar se requieren para el ejercicio del mando profundos estudios, buena cultura, probar las dotes morales e intelectuales del hombre; es decir, someterle a otras pruebas además de la profesional. Hay que buscar una combinación del oficial que llamaremos profesional, de colegio o de carrera, con aquel que no lo es, con el oficial de complemento, y además tener en las canteras de las clases de tropa la más ancha base para los oficiales de filas. No es posible pensar que en tiempo de paz el ejército tenga en sus cuadros todos los oficiales que pudieran ser necesarios en tiempo de guerra, y por eso la organización que yo he dado al ejército es más que nada una organización de cobertura: hay ocho o nueve divisiones que, en caso de guerra, permitirían que toda la inmensa masa de ciudadanos aptos para combatir y que hubieran prestado el servicio militar se volcase en las unidades de reserva, que están todavía por organizar. Esto, que es una cosa pesada, tiene mucha importancia y dificultades. Para estas unidades o cuadros de reserva, que duplican, triplican o cuadruplican, según los recursos del país, las unidades del ejército activo, es para lo que hace falta oficialidad; porque la oficialidad profesional, que está en los cuarteles, en caso de guerra se extingue pronto, y para esa masa de ciudadanos movilizable es para lo que se necesita la oficialidad de complemento. Y se crea esta oficialidad con los hombres que han hecho algunos estudios, que tienen algunas cualidades de mando o algún motivo para adquirirlas; esos hombres practican en el ejército cierto tiempo, se van luego a su casa con ciertos grados, consideraciones y derechos, y en tiempo de maniobras o de guerra se les llama para que presten servicio como si fuesen oficiales profesionales. Esto resuelve el enorme problema del mando en los ejércitos movilizables.
Hay, además, el problema de la selección del Estado Mayor General. Para esto no se puede pensar que de las academias militares salgan todos los oficiales en condiciones de aptitud para llegar al generalato. Esto ha sido lo que ha venido haciéndose en España, pero es una monstruosidad. De las academias militares hay que sacar a los oficiales para que sean tenientes o capitanes, sin más estudios ni preparación que los necesarios para prestar servicio como tales tenientes o capitanes. En Segovia, los artilleros estudian cinco años y saben una porción de cosas, pero la mayor parte de ellas no hacen falta para mandar una batería; son necesarias para desempeñar altos cargos en el ejército, para dirigir industrias militares, para ser inventores, para lo que sus señorías quieran; pero para mandar una batería no hace falta estudiar cinco años, y menos ciencia superior, en ninguna academia. Habrá, por tanto, que poner en las academias únicamente los estudios necesarios para que los alumnos salgan tenientes o capitanes. Después habrá que establecer, en la Escuela Superior de Guerra o en otro establecimiento que se cree, unos estudios para ascender a jefe, que ya es un grado superior y con obligaciones distintas. Luego, de entre los jefes que hayan alcanzado el grado o empleo de coronel, en la Escuela de Estudios Superiores que yo acabo de organizar, se procederá a la selección del Estado Mayor General; es decir, de los que han de ejercer los mandos superiores del ejército. No se puede proceder de otra manera ni es posible resolver el problema de otro modo.
Ahora bien, la oficialidad de filas ha de salir de este proyecto. Yo tengo la convicción en el orden político claro es que hasta donde es prudente extenderse en esta clase de consideraciones de que España no tendrá un ejército arraigadamente adicto, no a la institución republicana precisamente, sino a los orígenes morales, económicos y sociales productores de la República, mientras no se saque la oficialidad de la clase humilde, porque, sin agravio para nadie y sin poner en duda la lealtad de nadie, hasta ahora el oficial español ha venido reclutándose en la clase media; procede de unos hogares, de una posición social donde, por regla general, y salvando todas las excepciones que sea menester, no se oía hablar de la República, y si se ha oído hablar de ella no ha sido bien. [Risas.] Esto no es culpa personal del oficial, sino propia de un estado social, y hay que darse cuenta de que estamos en el comienzo de una transformación de la sociedad española, y quizá la clase media española, dentro de unos años, haya cambiado de motivos, de ideología, de sentimientos y de impulsos, pero hasta ahora, una gran porción de la clase media española no producía espontáneamente republicanos.
Hay, pues, que buscar, por una razón política, una base de la oficialidad de filas, y hay que buscarla además por una razón de carácter profesional: llegan al ejército los soldados, pasan a los grados de las clases de tropa y este proyecto les abre las academias. Las Cortes han votado ya un proyecto, un decreto del ministro de la Guerra el decreto que disolvió las academias militares, que era una de las cosas sobrantes en España , en el cual se dice que cuando estén liquidadas las clases que ahora cursan en las academias se reorganizará la instrucción militar para proceder al reclutamiento de la oficialidad, y en ese decreto se dice que la mayor parte de las plazas vacantes en las academias se reservarán a las clases de tropa, y para dar efectividad a lo que dice aquel proyecto, convertido en ley por vosotros, es para lo que viene aquí este proyecto de ley. De suerte que, lejos de coartar o de mermar la carrera de las clases de tropa, este proyecto, si lo saben leer aquellos a quienes interesa lo que yo no puedo hacer es enseñar a leer a nadie , si lo saben leer, digo, se convencerán de que se les concede todo lo que podían soñar. Yo estoy seguro de que si el 12 de abril a los señores diputados que se interesan por las clases humildes del ejército se les hubiese dicho «háganme ustedes un programa de las aspiraciones de las clases de tropa», no se les habría pasado por la fantasía ni la décima parte de lo que aquí está escrito, y tengo que decir que, lejos de haberse producido ese descontento, ese desánimo o mal humor que algunos han querido ver y otros explotar, en las clases de tropa, yo tengo recibidas docenas y docenas de telegramas de todas las guarniciones de España, y visitas personales, y adhesiones inmediatas en alguna localidad española no hace muchos días , y un impreso que ha circulado entre las clases de tropa, que siento no haber traído porque no sabía que tendría que pronunciar este discurso, un impreso, repito, circulado entre las clases de tropa a sus jefes, en cuyas primeras líneas se dice que el agradecimiento y la veneración de las clases de tropa al Gobierno de la República, por haber traído aquí este proyecto, será imborrable, y que no pueden menos de hacer una manifestación de gratitud y entusiasmo por el Gobierno, que ha sabido acoger sus aspiraciones. Está escrito y firmado todo ello, y en mi despacho del ministerio lo tengo, junto con paquetes de telegramas de las guarniciones de la Península y de África, en que se hace constar la gratitud de estos suboficiales al Gobierno.
Es completamente inexacto que los suboficiales o sargentos pierdan en sus soldadas. El señor Ortega permítame que se lo diga no ha leído el artículo adicional del proyecto: las noticias que han dado a su señoría sobre esta cuestión son un poco atrasadas; son noticias que han circulado por Madrid cuando los periódicos reprodujeron el proyecto sin el artículo adicional. Yo traje aquí el proyecto, los periódicos lo publicaron aquella noche; al día siguiente, en los pasillos del Congreso, hube de desvanecer con soplos no sé qué alarmantes pompas de jabón que circulaban por ahí, y dije: lean ustedes el artículo adicional que la comisión acepta. El artículo dice nada más: «Los sueldos se regularán de modo que en ningún caso puedan sufrir disminución en los haberes que disfruten por su empleo en la actualidad». Si después de esto hay quien quiera decir que los suboficiales sufren merma en sus haberes por este proyecto, será preciso que lo demuestre, porque yo aquí no lo veo.
Por consiguiente, esta ley tiende primero a satisfacer esas aspiraciones que, empleando una expresión que no es de mi gusto, pero que voy a emplear, se encamina a lo que llaman la dignificación moral de las clases. A mí, hay expresiones que se me resisten, pero así se dice: todo esto, esta dignificación moral de las clases, se condensa en todas estas ventajas de carácter honorífico que van en el proyecto. Desde que soy ministro de la Guerra habré recibido de todas las guarniciones de España cantidad de instancias, de peticiones, reglamentariamente tramitadas, en que los suboficiales y sargentos piden: el uno, que se le permita llevar los impermeables de los oficiales; el otro, que se le permita ponerse el correaje de los oficiales; el de más allá, que no se le obligue a dormir en el cuartel; en fin, pequeñas cosas que para nosotros no tienen importancia, pero que para ellos sí la tienen, porque son la vejación diaria, la molestia de cada día, cierta humillación en la profesión, que hay que hacerse cargo de ellas, que hay que recoger y remediar. Pues bien, todo lo que me han pedido los suboficiales y sargentos en estos siete meses está aquí concedido, y un poco más, porque se les concede el empleo de subteniente, que nadie me ha pedido.
En cuanto a los haberes, ni una peseta menos de lo que ahora disfrutan no creo que necesite volver a leer el artículo adicional , ni una peseta menos; aumentos, imposible, porque el presupuesto no lo consiente, y si los suboficiales están mal pagados, no lo están mejor los capitanes y comandantes, y, en proporción, hasta peor Eso de pedir los suboficiales y sargentos quinquenios de 750 pesetas, es pedir la Luna, porque los oficiales los tienen de 500, y dar quinquenios de 750 a 10.000 suboficiales y sargentos, no me atrevo a echar la cuenta, pero puede costar 15 o 20 millones de pesetas de primera intención. No se puede pensar en aumentar el sueldo a nadie en el Ministerio de la Guerra; nadie dependiente del Ministerio de la Guerra puede mejorar ahora su condición, porque yo he dado al presupuesto un corte de 135 millones, como veréis cuando llegue aquí, y no es posible, con este criterio, aumentar el sueldo al personal militar.
No habiendo perjuicio en la soldada y habiendo satisfacción a esos deseos y a esas aspiraciones justas, que halagan la satisfacción interior de las clases, y, además, estableciéndose aquí el camino de que en ese proyecto de reclutamiento de la oficialidad que os acabo de esbozar, serán las clases procedentes de la tropa las que ocupen en las academias el mayor número de las plazas vacantes, cuando las academias vuelvan a funcionar, no sé en dónde pueden estar los inconvenientes, ni las desventajas, ni las mermas que se hacen a las clases de tropa del ejército español. Si alguien las ve, que me las explique. Claro está que, además, se les concede aquí una ventaja, que es la del retiro voluntario de alférez, con el sueldo íntegro actual, cosa que no tenían y que se me había pedido, pero que yo no he podido concederles desde el ministerio sin el concurso de las Cortes, porque equivalía a crear unos derechos que un ministro no puede crear.
Esto es, señores diputados, lo que se me ocurre decir en defensa de este proyecto. Como veis, no es una cosa aislada que venga así caída de las nubes como un papel, sino que está íntimamente relacionada con todo lo que vengo haciendo en el ministerio, y no sólo con lo que vengo haciendo, sino con lo que tendrá que hacer el ministro de la Guerra que me suceda y que, siguiendo las inspiraciones de las Cortes, quiera dar a la organización militar española un sentido útil y una eficacia profesional. Esto que se llama el espíritu democrático resplandece aquí, para algunos hasta el exceso. Si esto se tiene en cuenta no rige una ley sólo, rigen todas , si esto se pone en relación con la ley de 16 de septiembre que vosotros habéis votado, en que se alude a la organización futura de las academias militares, no se puede pedir más. Ahora, lo que tampoco se puede pedir es que a uno le den las cosas sin que le cuesten ningún trabajo; lo que no se puede pedir es que un soldado llegue a filas, ascienda a cabo, después a sargento, después a oficial, luego a comandante y, por último, a general, sin estudiar nunca; esto no es posible, esto no tiene sentido común, y lo que aquí se establece, señores diputados, es un modesto curso que podrá ser de dos semestres o de un semestre, o lo que sea necesario, en las academias para que un sargento, suboficial o subteniente pueda adquirir todos los conocimientos elementales indispensables, a que me refería antes, para ser oficial de filas, para ser teniente: ¿se puede pedir menos?
Téngase además en cuenta que cuando las academias actuales se liquiden y se organice, según las bases que acabo de exponer, me parece que con la aquiescencia de la Cámara, la instrucción y el reclutamiento de la oficialidad, los estudios que actualmente realizan los oficiales serán disminuidos; de modo que poniendo a los oficiales procedentes de las clases de tropa unos estudios breves y reduciendo a una equivalencia igual los estudios exagerados en el tiempo que ahora se exige a los oficiales de carrera, la coincidencia será casi absoluta, y como van a desempeñar funciones iguales, no habrá razón para imponerles un esfuerzo desigual, y después unos y otros podrán concurrir a los estudios de perfeccionamiento para pasar a los grados superiores de la milicia, y nada se opondrá a que el más humilde soldado llegue a las más elevadas categorías del ejército si tiene capacidad y hace el esfuerzo necesario para ello.
Ésta es la economía del proyecto. Realmente, señores diputados, si se hubiese dicho que esta tarde tenía yo que hablar de las reformas de Guerra, os habría traído un cartapacio atroz y hubiera estado hablando tres o cuatro horas, porque ésta es una de las cosas de que más me gusta hablar, y habría hecho un discurso menos desquiciado, menos familiar, pero mucho menos espontáneo, en el que quizá hubiera resplandecido menos la sinceridad del espíritu que me anima y la lealtad con que procedo en estas cuestiones.
Yo espero, señores diputados, que otra tarde o en otra ocasión hablemos mas de esto; no me canso; pero sería indiscreto insistir más, puesto que lo que estamos haciendo aquí no es examinar la política general del ministro de la Guerra, sino este proyecto, y yo os ruego, señores diputados, que si estas explicaciones mías os han convencido, lo votéis; porque me queda por deciros que la votación de este proyecto es urgente, el ministro de la Guerra lo estima urgente y el Gobierno también lo estima urgente, y he de decir que este proyecto, corno todos los que he traído aquí, no es una iniciativa personal mía, sino que, escrito por mí, lo he llevado al Gobierno, que lo ha hecho suyo, y éste es ahora un proyecto del Gobierno.
Tengo motivos de orden político y si me permitís la expresión trivial motivos de orden de Gobierno para estimar la urgencia del proyecto. En tomo a esta cuestión, por motivos que no voy a examinar y que además no pertenecen a mi ministerio, sino a otros, se ha hecho una cierta ¿cómo diré? marejadilla, una cierta agitación, que hasta ha llegado a producir noticias alarmantes. Claro está que yo me río de las noticias alarmantes, porque las noticias, de por sí, ni son alarmantes ni dejan de serlo; depende de quien recibe las noticias; pero de todas maneras, aunque yo no necesite cuidar de mi serenidad, necesito cuidar, a veces, de la serenidad ajena, y por este móvil, por esta razón, que la discreción de los señores diputados ampliará todo lo que su buen criterio se lo consienta, insisto en que la votación de este proyecto es urgente y que la Cámara prestará un buen servicio al Gobierno y a la República aprobándolo con la celeridad posible, sin menoscabo, naturalmente, del derecho de crítica de los señores diputados, que yo respeto profundamente. [Aplausos.]

El gobernador civil de Sevilla cita los sucesos de su provincia para afirmar el peligro anarquista para la República

El gobernador civil de Sevilla cita los sucesos de su provincia para afirmar el peligro anarquista para la República


Comienzo por manifestar que redacto el presente informe en plena paz de mi espíritu, asistido de la calma y serenidad necesarias que creo no haber perdido un solo momento, con el reposo moral y material que supone el no pesar sobre mí, desde hace más de tres días, la responsabilidad de los acontecimientos, y madurados, por último, mis pensamientos y mis juicios en muchas horas de constante meditación.
Estoy, además, rodeado de un ambiente de tranquilidad pública, ininterrumpido durante las cuarenta y ocho horas últimas, bajo la confortante sensación de creer que la lucha actual toca a su término; recibiendo continuamente telegramas que me dan cuenta de irse reanudando el trabajo y la paz en los pueblos de la provincia; percibiendo la normalidad que poco a poco va recobrando Sevilla, mientras llegan a mi despacho obreros de todas las profesiones en súplica de apoyo para excitar la clemencia en favor de los vencidos. Es más: creo que de ahora en adelante transcurrirán días, quizá semanas, con el orden y el trabajo asegurados en medio de una superficial tranquilidad. 
Todo ello avala la ecuanimidad de mi juicio sobre el estado real de las cosas. El cual, en mi opinión, es tan grave, que, con plena conciencia de la responsabilidad que ante mí mismo contraigo, no vacilo en llegar a las terribles conclusiones de este informe. 
Llegada del señor Bastos a Sevilla 
El hecho de no estar afiliado a partido político alguno me permitió llegar a la provincia de Sevilla libre completamente de prejuicios sobre las luchas en ella planteadas. 
Por otra parte, mi formación espiritual de hombre de leyes, mi temperamento pacifista, mi simpatía por el socialismo y mi amor a la República me trazaron una línea de conducta que seguí con la máxima ilusión. Sostener la autoridad sin violencia, mediar en los conflictos con las armas de la razón y del cariño, respetar la legalidad e imponerla por la persuasión; colaborar, en suma, identificado con el criterio del Gobierno en la gran obra de educación, justicia y tolerancia que a la naciente República estaba encomendada. 
Claro es que conocía de antemano la inmensa dificultad de tan alto empeño; no dudaba de la necesidad de la energía inherente a todas las funciones de responsabilidad; contaba además con las realidades que me ofrecerían las características tan conocidas de este pueblo: su individualismo exagerado; su división en castas, cimentada sobre las tierras de señorío; su ardiente imaginación; sus odios ancestrales; su tendencia al mesianismo y su simpatía difusa por el bandolerismo igualitario y vengativo, propicia a manifestarse cuando una conmoción cualquiera removiese en las almas las injusticias vividas y heredadas. 
Contaba también, por encima de todo lo anterior, con la acción perturbadora de la propaganda imprudente o anarquizante que casi todos los sindicatos habían prodigado con motivo de las últimas elecciones. 
Y sabía, por último, que la Confederación Nacional del Trabajo, fiel a su lema «Los hambrientos serán nuestros soldados», había puesto su máximo empeño en organizar la miseria en esta tierra, aprovechando aquellas cualidades raciales exaltadas y embravecidas por la propaganda perturbadora. 
La realidad sevillana, según el gobernador 
Pero la realidad superaba a cuanto puede imaginarse: 
La gestión, francamente creadora y encauzadora del sindicalismo, realizada por quien debió tener por misión el contener sus desmanes, había llevado las cosas a un estado tal, que desde los primeros momentos de mi actuación en Sevilla empecé a comprender que el problema era insoluble. 
Y para completar el cuadro que se ofrecía ante la vista más miope, aquellas propagandas aludidas habían alcanzado límites absurdos. 
Franco y los suyos predicaban muertes y repartos de mujeres, los cuales eran mesiánicamente creídos y esperados por aquellos labriegos llenos de ansias y faltos de cultura, para los cuales el carácter de autoridad que ostentaba el comandante era una garantía completa de realización. 
El doctor Vallina, máximo alentador de todas las rebeldías, llegaba más lejos aun. 
Y, por último, los sindicalistas, aprovechando con habilidad innegable el estado general de las imaginaciones, se habían organizado formidablemente, convirtiéndose, con la ayuda gubernativa, en los monopolizadores del usufructo total. 
Empezaron por completar el número de sus afiliados, persiguiendo en todas formas al socialismo organizado de la provincia y coaccionando con fuerte número de pistoleros indígenas y extraños a los individualistas obreros del país. Al propio tiempo, siguiendo la misma táctica y obteniendo los mismos resultados que los bandoleros del pasado siglo, infundían a los elementos neutrales aquella mezcla de terror y simpatía, proporcionadora del albergue seguro en el descanso y parapeto eficaz en la pelea. 
Las primeras intervenciones gubernativas 
Mi intervención en los primeros días en decenas de conflictos sociales, acometida con entusiasmo y constantes deseos de encontrar fórmulas conciliadoras, fue prontamente embotada en la convicción enervadora de que casi todos ellos no envolvían sino escaramuzas de un campaña total por el mando, por el dominio, pretendido imponer por unos ciudadanos embravecidos contra los demás, saltando por encima de la autoridad, sin reconocimiento siquiera de la existencia de ésta, como no fuera para coaccionarla, disponiendo a su favor de los elementos oficiales en una batalla decisiva, a la que por entonces se aprestaban. El enorme número de huelgas absurdamente planteadas, sin más finalidad que la huelga por la huelga, no podía hacerme ver sino la inminente realidad, que efectivamente, estalló el lunes. El movimiento buscaba su momento oportuno; la rapidez acordada por el Parlamento para tratar el inmenso problema del campo andaluz y circunstancialmente los auxilios acordados para remediar el tremendo conflicto del hambre por el paro, con el bienestar que ello habría de acarrear al campesino y aumento de prestigio para el Gobierno, eran un peligro para su actuación futura. Y en su vista, plantearon el conflicto antes de que llegase el dinero de los créditos acordados. 
Llegan los sucesos graves 
Conocido es del Gobierno el desarrollo de los sucesos en estos días pasados. 
Aun sometidos hoy los revoltosos en la capital y en los pueblos, el logro de los propósitos de sus dirigentes resulta de toda evidencia. No han podido, creo yo, proponerse asaltar el Gobierno o apoderarse de la ciudad; sólo han pretendido aumentar su acción arruinadora. Después del barrenamiento constante de las huelgas insensatas, un movimiento de lucha en las calles como el pasado completa su obra de demoler el edificio económico provincial. Los pocos sevillanos que aún pensaba en sembrar sus heredades, en continuar sus negocios, en ampliarlos incluso, en estos días pasados han disminuido aún en su número y alientos. 
No basta que la fuerza pública haya logrado rechazar las agresiones. El ambiente ha seguido enrareciéndose acentuadamente. Los dos puntos fundamentales de su táctica se han realizado casi en su plenitud. El pistolero es el más temido, el que más se impone, el que inspira más miedo en este pueblo, en el que el temor es el resorte fundamental de la autoridad. El enervamiento económico, la aniquilación del espíritu de empresa, lo han conseguido con evidente eficacia. Ténganse en cuenta las terribles consecuencias de los bárbaros actos de sabotaje; abandono y dispersión de millares de cabezas de ganado, pereciendo por la sed y falta de necesarios cuidados; las cosechas, en plena recolección, desatendidas y a merced de los elementos; las acequias y canalizaciones destruidas para conseguir la pérdida de las plantaciones de regadío; los incendios y toda clase de atropellos a cosas y personas... Contra todo esto, bién poco puede compensar el que unas parejas de guardias civiles sitiadas a tiros hayan podido ser rescatadas y defendidas. Los propósitos de la Confederación Nacional del Trabajo en sus posibles aspiraciones en estos momentos se han cumplido satisfactoriamente para sus criminales propósitos. 
A no dudar, con organización oficial o clandestina, el espíritu de la Confederación Nacional del Trabajo y sus pistoleros continuarán su obra, que tienen madurada y en tanta parte conseguida. El declive natural, acentuándose por días, sin que se puedan vislumbrar factores positivos contrarios que lo neutralicen, irá indefectiblemente formando la situación deseada de generalización de la miseria. 
Los créditos acordados por el Gobierno se agotarán sin haber podido sustituir a la acción privada, impotente o temerosa. 
Al mismo tiempo, los extremistas, convertidos en paladines de los parados, encuentran sencillísimo hacer ver a éstos que su miseria no tendrá fin hasta la consecución de un cambio completo de la estructuración política española, y pueden, además, encender sus almas al mesianismo vengativo y simpatizante con el pistolero, convertido de esta manera en causa y efecto. 
No cejarán en su empeño. ¿Por qué habrían de hacerlo, cuando han recorrido victoriosamente la mitad de su camino, la más difícil, la de dominar espiritualmente en las almas, con las que cuentan tanto por el medio garantizado de la obediencia como por la simpatizante ansia destructora, que les proporciona la impunidad necesaria? 
La táctica extremista 
Para comprender todo esto basta mirar hacia atrás, observar lo que han conseguido, la dirección que llevan, sus propósitos confesados, sus tácticas de lucha en conjunto y detalle. 
Precisamente en la dirección de sus luchas es donde mejor puede precisarse la medida de su pretendido amor al pueblo, que tratan de arruinar para mejor dominarlo. Cuando en tiempos anteriores al 14 de abril ha presentado batallas el proletariado frente a sus opresores, éstas han sido breves en su ejecución, meditadas en su proyecto y espaciadas en el tiempo, como dirigidas por hombres que querían abonar esfuerzos y sacrificios para las masas, a las que sinceramente amaban. Características precisamente contrarias a las del programa actual. 
No cejarán en la lucha porque no les importan las víctimas propias, porque con unos cuantos pistoleros favorecidos por el ambiente y la casi segura impunidad, pueden continuar su obra cada día más fácil. 
Habrá días, semanas, de paz, según les aconseje su táctica de momento. Pero no cejarán. Y de no poner un remedio urgente conseguirán la victoria. 
Contra este sistema opino que podrán bien poco, por sí solas, las disposiciones legislativas o gubernamentales conducentes a una mejor justicia social, pues cada medida encaminada en este sentido exacerbará su lucha por el mando. Es claramente lógico que el paulatino establecimiento de las nuevas normas sociales esperadas facilitará las soluciones. Pero en el estado actual de la provincia no bastará con eso; de una parte, las nuevas leyes, inspiradas, es de suponer, en criterios constructivos, quedarán muy lejos de las ansias radicales y vengativas de este pueblo, hoy enloquecido por las propagandas últimas, en cuya realización cree y espera. 
De otro lado, los débiles destellos de cordura serán ahogados por el pistolero. No es con una mejor justicia como se evitaría el abandono de los ganados por aquellos guardianes, que en estas últimas jornadas aprovechan la noche, cuando podían, para escapar a los campos, huyendo de la vigilancia de sus coaccionadores y poniendo así miedosamente las máximas precauciones para que las reses no murieran al día siguiente por carencia de agua o sombra. 
Conclusiones 
Primera. Estamos ya en plena guerra civil. El hecho de que el enemigo no dé batallas todos los días y conviva entre nosotros no quita virtualidad a la certeza terrible, que hay que reconocer, prescindiendo de todas las frivolidades, de que la República, al menos en la provincia de Sevilla, tiene planteada una guerra, con su acompañamiento ya existente de muertes y devastaciones. 
El enemigo, que se ampara en los derechos y libertades existentes con el propósito criminal de destruirlos por la violencia, cuenta con jefes, con pistoleros mercenarios, con táctica propia, con planes de lucha bien concebidos, con unidad de acción para la propaganda y la refriega y con la energía y perseverancia necesarias para triunfar. 
Segunda. Apoyándose en muchos siglos de injusticia y en la ceguera casi unánime de las actuales clases altas, los anarquistas y comunistas quieren dominar sobre este pueblo antes de que la República haya tenido tiempo para elevar el grado de su cultura y de las condiciones económicas de su vida. 
Tercera. Los obreros y campesinos sevillanos, víctimas de las más disparatadas propagandas por parte de muchos y de las más bajas adulaciones por parte de casi todos, sienten aumentada día por día, e independientemente de sus deseos de mejoramiento y de justicia, un ansia vengativa y destructora, que la República no podrá satisfacer, sino en coincidencia con su suicidio. 
Cuarta. La población de la capital y de los pueblos tiene para los pistoleros la misma atemorizada simpatía que antiguamente sintió por los bandoleros. Los terroristas tienen hoy en su mano toda la iniciativa y los medios de imponerla. Por su libre determinación deciden en cada caso la tregua o lucha y las modalidades de ésta, eligiendo con acierto los momentos y lugares oportunos para un avance hasta hoy ininterrumpido. 
Quinta. De acuerdo con lo que tienen escrito en sus libros y practicado en todas ocasiones análogas, los enemigos prosiguen, cada vez más acentuada, su táctica de perturbación, con la que consiguen destruir la riqueza, apoyando después los nuevos ataques en la miseria creada, para contar, por último, con el ejército de los hambrientos. La cantidad de la riqueza hoy ya aniquilada en la provincia de Sevilla asustaría a los más alejados de la realidad si se pudiese valorar debidamente. 
Sexta. Como consecuencia de todo lo anterior, en baja constante de virtudes ciudadanas, cada día se retrocede algo o mucho en nuestro campo, o sea del lado de la libertad, de la dignidad humana y de la esperanza de justicia, que quedarían irremediablemente perdidas por el triunfo final del enemigo, cualquiera que entonces fuese el resultado de la lucha definitiva. 
Elogio del general Cabanellas 
Opino que urge resolver rápidamente por lo menos el problema del campo, inclinando la solución resueltamente en favor del campesino, pues con ello no sólo se hará justicia en una obra de amor, sino que se habrá cimentado sólidamente la paz futura. 
Pero al propio tiempo se precisa acción excepcional del Gobierno, que adopte medidas necesarias ante la guerra planteada. 
A su tiempo, el general Cabanellas hizo un magnifico informe, que yo conocí al encargarme de este Gobierno. Entonces me pareció exagerado e influído de militarismo. Hoy, conocido el problema y empeorada la situación, me parece escaso. Las soluciones no podrán ser de otro orden; pero juzgo que las propuestas por el general serían hoy francamente insuficientes. 
Si he tenido la fortuna de convencer al Gobierno, debe éste enviar aquí una persona provista de poderes excepcionales para actuar en pleno estado de sitio, como cuando la represión del bandolerismo o la de los secuestros, y que ante las circunstancias del momento resuelva lo necesario. Respecto de mí, debo decir que no puedo ser esa persona, porque ni la función es propia de un gobernador civil, ni mi temperamento, aptitudes y preparación en todos los órdenes me permitirían la aceptación de un puesto semejante, para lo cual además nunca me consideraría obligado. 
Y en el caso, por último, de no haber tenido el acierto de presentar claramente ante el Gobierno la urgente necesidad de las medidas que la realidad demanda, no podré seguir siendo el brazo ejecutor de una política que juzgaré profundamente equivocada, haciéndome responsable ante mí mismo de haber colaborado conscientemente a la ruina de mi país. (Febus.)


Sevilla, 25 de julio de 1931. 
(EL Sol, 19 de agosto de 1931.)

Sucesos de Castiblanco. Versiones de «El Debate» (derechas) y de «El Socialista» (izquierdas)

Sucesos de Castiblanco. Versiones de «El Debate» (derechas) y de «El Socialista» (izquierdas)


Cuatro guardias civiles asesinados en Badajoz 
Fueron acribillados a balazos por los huelguistas en Castiblanco en una refriega. 
También quedó muerto un paisano y otro herido. 
Otros dos guardias civiles y un paisano muertos en Feria, cerce de Zafra. 
En la ciudad reina tranquilidad. 
Las primeras impresiones de la huelga declarada anteayer en Badajoz era de que el conflicto transcurría con tranquilidad; sin embargo, el ministro de la Gobernación dio a mediodía la noticia de que en el pueblo de Feria, cerca de Zafra, en una colisión habían resultado heridos dos guardias civiles y varios paisanos. Uno de éstos falleció después. Más tarde llegó la noticia de que en el pueblo de Castiblanco los huelguistas se amotinaron contra la Benemérita, y en una descarga contra ésta perecieron acribillados a balazos cuatro guardias civiles, uno de ellos cabo, y un paisano. Otro resultó gravemente herido. Se han registrado incidentes en diversos pueblos de la provincia. En uno de ellos se ha intentado asaltar el cuartel de la Guardia civil y la Central Telefónica, en otro piden la supresión inmediata de los arbitrios municipales. Debido a las malas comunicaciones, las noticias de la huelga se obtienen difícilmente aun en los centros oficiales. En la ciudad reinó tranquilidad todo el día de ayer. 
El telegrafista del pueblo de Castiblanco comunicó al Gobernador civil que han sido muertos cuatro guardias civiles que había en el puesto de dicho pueblo por elementos huelguistas. 
Entre once y doce de la mañana una manifestación de más de 500 personas hizo acto de presencia en las calles enarbolando una bandera roja. Los guardias salieron a su encuentro, y los manifestantes recibieron a la Benemérita con insultos y silbidos. Los guardias hicieron entonces varios disparos al aire para intimidar a los manifestantes, y en aquel momento los revoltosos contestaron con una descarga cerrada, haciendo más de 200 disparos. Cayeron acribillados a balazos el cabo José Blanco Fernández, natural de la provincia de Pontevedra, de treinta y cuatro años, casado, que deja una niña, y los guardias Francisco González Borrego, de veintinueve años, soltero, natural de Barcarrota, de esta provincia; Agripino Simón Martín, de treinta y tres años, natural de Burgos, casado, con un hijo, y José Mato González, de treinta y tres años, casado, natural de Badajoz. Deja dos hijos de corta edad. 
También hay un paisano muerto y otro herido; no se sabe si fueron heridos por los guardias o por los disparos de los manifestantes. 
Después de los sucesos cundió el pánico en el pueblo, metiéndose el vecindario en sus casas. Se han enviado urgentemente fuerzas de la Benemérita a dicho pueblo. 
En Badajoz han causado los sucesos profunda consternación. 
(El Debate, 2 de enero de 1932.) 


Sobre unos suceso. El verdadero culpable 
La tierra extremeña se ha teñido estos días con sangre, consecuencia dolorosa de una situación de violencia a la que es urgente e imprescindible poner remedio. Por desgracia, hechos como los que lamentamos ahora han venido siendo, de algún tiempo a esta parte, demasiado frecuentes. Ha tenido en esto, como villanamente han procurado poner de manifiesto sus enemigos, poca fortuna la República. A la situación ruinosa en todos los órdenes que la monarquía legó al régimen nuevo vino a sumarse el pavoroso problema del paro en la agricultura, especialmente en las regiones andaluzas y extremeñas, en donde la crisis se hacía más aguda y difícil por la notoria mala fe que en muchos casos han empleado los propietarios para fomentarla. No necesitamos citar ejemplos que comprueban esta afirmación. Todo ello ha creado una situación de descontento en las zonas afectadas por la falta de trabajo. Es natural que una población campesina que se ve azotada por el hambre sienta la irritación que ha de producirle su propia desgracia. Y si a esa irritación instintiva se añade la indiferencia o la hostilidad con que aquellos que están más directamente llamados a procurar remedio contemplan ese espectáculo de angustia, entonces nada tiene de extraño que se produzcan hechos lamentables que en circunstancias normales hubieran podido evitarse sin esfuerzos. 
No hay peor consejera que el hambre. Es verdad. Pero conviene añadir, a renglón seguido, que no hay nada que estimule tanto a la insuborninación como la injusticia. Sobre todo cuando la injusticia va acompañada de la burla. Y éste es el caso que se está repitiendo de día en día. No solamente no han encontrado apoyo alguno los obreros de aquellas reigones castigadas por el paro, sino que constantemente se han visto vejados en sus más elementales derechos de ciudadanía. Se está tratando de hacer creer que los sucesos luctuosos que se han desarrollado en tantos pueblos de España tienen una sola causa: los pretendidos desmanes de unos trabajadores hostigados en parte por la penuria, pero soliviantados, principalmente, por propagandas políticas avanzadas. Con esa explicación tan cómoda figurando en los informes oficiales se justifican todos los atropellos y las mayores enormidades. La realidad, sin embargo, es bien distinta. Tan absurdo sería dar por válida esa versión como suponer nosotros, arrimando el ascua a nuestra sardina, que la intervención de las autoridades en conflictos de esa naturaleza es siempre, en todos los casos, arbitraria y despótica. Aunque no sean los más, tenemos ejemplos, lealmente reconocidos, que demuestran lo contrario. Ni la primera ni la segunda -menos aquélla que ésta- son afirmaciones que puedan hacerse a priori. La clave de la cuestión es otra, sobre la cual hemos insistido ya muchas veces y tendremos que insistir, por lo visto, muchas más aún. Se trata, sencillamente, de que no se ha desarraigado el viejo caciquismo rural, planta maldita que ha envilecido durante tantos años la vida española. Al contrario, lejos de ceder, cada día parece cobrar el caciquismo nuevos bríos. Con una extraordinaria facilidad de adaptación ha sabido reponerse pronto del quebranto que pudo causarle el cambio de régimen, y está reforzando de manera ostensible sus posiciones. Tímido y cauteloso en los primeros días de la República, vuelve a ser ya desvergonzado y cínico, como en sus mejores tiempos de desafuero. Ahí, y no en explicaciones interesadas, es donde hay que buscar la causa principal del descontento que existe en los pueblos y la razón de los sucesos sangrientos que se originan con tan dolorosa frecuencia. El de Castilblanco, más tremendo que ninguno por sus propociones, no es sino uno de tantos en la serie. 
Por lo que se refiere a la actuación de la guardia civil, es evidente que adolece de un defecto gravísimo sobre el cual conviene meditar muy detenidamente en interés de todos, y, acaso más que nadie, en interés de la propia guardia civil. Durante la monarquía, la guardia civil se vió forzada, por exigencias de un régimen consustancial con la violencia y el abuso, a servir intereses particulares o ilegítimos que nada tenían que ver con la función propia que le estaba encomendada. Aunque no lo quisiera nada iba ganando con ello- la guardia civil ha tenido que ser una fuerza de protección en la que se escudaba el caciquismo. Cabía esperar costumbres de la política rural. Ya se ha visto que no. Los monárquicos de ayer son republicanos hoy. Por procedimiento tan sencillo han seguido en muchos pueblos los caciquillos de campanario su antiguo dominio. En donde no lo han conseguido aún, aspiran a conseguirlo el día de mañana. Y se da el caso absurdo de que haya muchos miembros de la guarcia civil que, por un explicable acomodamiento al través de varios años de relación y trato con aquellos alementos, sigan representándose a éstos provistos de más autoridad que quien la ejerce legítimamente por voluntad popular. Así ocurre que muchas veces puede más en el ánimo de un jefe de puesto una sugerencia del caciquillo que una orden de un alcalde socialista, por ejemplo. A independizar y alejar de esa influencia a la guardica civil deben tender los esfuerzos del Gobierno si se quiere evitar la repetición de hechos como los que motivan estas líneas


(El Socialista, 2 de enero de 1932.)

Levantamiento fracasado de las derechas, el 10 de agosto, en Madrid y Sevilla.

Levantamiento fracasado de las derechas, el 10 de agosto, en Madrid y Sevilla.


La madrugada de hoy nos ha traído un suceso emocionante. ¡Por fin! Ha estallado el complot que desde hace meses anunciaban los augures. Complot organizado contra el Gobierno y contra la República. A la hora en que escribimos estas líneas nos llega hasta la Redacción el eco del tiroteo que los guardias de asalto sostienen contra los grupos rebeldes. La información que recibimos es, como acontece siempre en los primeros momentos de todo suceso sensacional, incompleta, apresurada, a ratos incoherente; atiende más a los detalles dramáticos que a las causas profundas del hecho, y apenas permite formar idea de lo que acontece. ¿Quién es el alma del complot? ¿Quién el caudillo? ¿Qué se proponen, concretamente, los conjurados? ¿Cuál es su programa? Informes que no queremos acabar de creer afirman que entre los comprometidos figuran, junto a los monárquicos confesos y convictos, republicanos de esos que vienen dedicándose desde hace algún tiempo a la tarea de socavar los cimientos del Gobierno, a presentarle ante los ojos de la opinión republicana como resumen y compendio de todas las incapacidades, de todos los errores y de las insensateces más inauditas. No lo creemos. Acaso hayan sido auxiliares morales e inconscientes del complot: auxiliares a sabiendas, no puede ser. 
Suponemos, de todos modos, que algunos republicanos harán hoy severísimo examen de conciencia. Y no insistimos más sobre este punto porque faltan datos concluyentes, informes precisos acerca de la organización y desarrollo del complot. 
Desde luego, si algún acontecimiento inesperado no viniese a complicar la situación, parece seguro, por lo que hasta las cinco de la madrugada está sucediendo, que el movimiento, importante acaso por la intención de los conspiradores, va a reducirse a un episodio menos dramático que la huelga revolucionaria de Sevilla o que la sublevación del Llobregat. 
El Gobierno ha movilizado sus fuerzas con rapidez y eficacia extraordinarias, y todos los resortes del mando han funcionado de manera perfecta, hasta el punto de que en no mucho más de una hora todo habrá concluido, a favor del Poder público. Ni por un solo instante abandonó el presidente del Consejo su residencia del palacio de Buenavista, edificio preferentemente amenazado por los conspiradores. El ministro de la Gobernación estuvo en su despacho oficial durante toda la noche. 
Se diría que la autoridad se adelantaba mecánicamente a cada una de las maniobras de los conjurados. 
El resultado inmediato del suceso de hoy es evidente fortalecimiento del Gobierno en sus posiciones y reagrupación de las fuerzas republicanas. 
Lamentemos, puesto que el instante no permite más amplios comentarios, los dolorosos sacrificios con que esta aventura sin nombre se está cerrando, y terminamos esta nota urgente pidiendo al Gobierno, aunque el Gobierno actual no necesita estímulo, que sin vacilación y con la serenidad que tan extraordinarias pruebas viene dando, restablezca el imperio de ley frente a todo y frente a todos. 


(El Sol, 10 de agosto de 1932.) 

Manifiesto del general Sanjurjo

Manifiesto del general Sanjurjo


Huelva, 10 (12 n.).- Se conoce el texto del manifiesto que, firmado por el general Sanjurjo, ha sido repartido profusamente por Sevilla. En él se dice: 
«Españoles: Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular que demanda justicia y nos mueve a procurarla. No hay atentado que no se haya cometido, abuso que no se haya perpetrado ni inmoralidad que no haya descendido a todos los órdenes de la Administración pública, para provecho o para el despilfarro escandaloso. La fuerza ha sustituido al derecho, la arbitrariedad a la ley, la licencia a la disciplina. La violencia se ha erigido en autoridad y la obediencia se ha rebajado a la sumisión. La incapacidad se impone donde la competencia se exhibía. El despotismo hace veces de valor y de honor de la desvergüenza. Ni los braceros del campo, ni los propietarios, ni los patronos, ni los obreros, ni los capitalistas que trabajan, ni los trabajadores ocupados o en huelga forzosa, ni el productor, ni el artesano, ni el empleado, ni los militares, ni los eclesiásticos, nadie siente la interior satisfacción de la tranquilidad de una vida pública jurídicamente ordenada, la seguridad de un patrimonio legítimamente adquirido. La inviolabilidad del hogar sagrado, la plenitud de vivir en el seno de una nación civilizada; de todo este desastre brota espontáneamente la rebelión de las almas que viven sin esperanza. 
»No nos impresiona la emoción de la violencia dimanante del dramatismo de un levantamiento para el triunfo del pueblo. Las angustias del país nos emocionan profundamente. La revolución será siempre un crimen o una locura dondequiera que prevalezca la justicia y el derecho, pero no es justicia ni derecho donde prevalezca la tiranía, medios justificativos que copiamos de la revolución que se hizo en abril de 1931. Momentos mucho más desdichados que aquéllos fueron otros de año y medio de sectarismo tiránico de la economía nacional, que ha sufrido el quebranto de miles de millones; se ha hecho mofa y escarnio en el Parlamento de lo más fuertemente arraigado en la mayoría de los españoles; se han destrozado los organismos de defensa e insultado groseramente a los cuerpos armados; ha aumentado la criminalidad de modo alarmante. El parao forzoso, extendido en proporciones aterradoras, tiene en la miseria a muchos miles de obreros. No se ha tenido en varios meses ni un día de sosiego y tranquilidad, con el sobresalto constante del incendio, huelgas revolucionarias, robos, atracos y amenazas. Las leyes de excepción nos privan más que nunca de los derechos ciudadanos, y por si estos y otros males fueran pocos, se han alentado imprudentemente los sentimientos de varias regiones y envenenado aspiraciones que podían ser legítimas en su origen, poniendo en peligro inminente la integridad de España. 
»Por amor a España y por imperativos de nuestra conciencia y nuestro deber, que nos obliga a salvarla de la ruina, de la iniquidad y de la desmembración, aceptamos desde este momento la responsabilidad de la gobernación del país y asumimos todas las funciones del poder público con el carácter de Junta provisional. Las Cortes, que eran ilegítimas en su origen por el régimen de terror en que fueron convocadas y erigidas, y facciosas por la prorrogación de sus funciones a extremos ni siguiera consignados en su propia convocatoria, han sido disueltas. No venimos, sin embargo, a imponer un régimen político contra la República, sino a libertar a España de la alarma, que sólo en un año ha ocasionado daños tan gravísimos en lo material y en lo moral. La forma en que los Poderes del Estado han de organizarse se determinará por la representación legítima de todos los ciudadanos designados en elecciones que se celebrarán en un régimen de libertad, sin amenazas ni coacciones que impidan manifestarse libremente la voluntad individual de los electores. 
»Para ello es preciso, ante todo, que la paz y la disciplina sociales se restablezcan en beneficio de todas las clases y no en el de una sola de ellas, de modo que los actos políticos de todas las tendencias puedan celebrarse en un ambiente de tolerancia y de respeto mutuo, sin que las gentes pacíficas se vean amenazadas, como en el último simulacro de elecciones, por bandas de forajidos. 
»Los poderes que esta Junta provisional asume durarán el tiempo indispensable para restablecer la disciplina, postulado esencial previo para la legitimidad de cualquier Parlamente que la nación elija; pero durante ese período de restauración de la paz pública será inexorable en la persecución de cuantos aspiren a reproducir los métodos de terrorismo a que acabamos de poner término, y sobre todo de cuantos estén al servicio de los organizaciones extranjeras, cuyo fin esencial es el de introducir y fomentar la discordia interna en las naciones, organizaciones que por lo que aquí respecta quean desde este momento declaradas fuera de la ley. 
»España necesita de todos sus hijos, y a todos hace un llamamiento apremiante para que con fe y energía nos ayuden y alienten en nuestra obra de reconstrucción, y, sobre todo, truequen en amor el odio que estimula la innoble lucha de clases que convierte las relaciones económicas entre obreros y patronos en una lucha más propia de pueblos y tiempos bárbaros que de una nación civilizada. 
»Intelectuales, técnicos y funcionarios de todo orden: poned a contribución de la hermosa obra que nos proponemos vuestra inteligencia, conocimiento y honrado trabajo, origen de ideas salvadoras, provechosas iniciativas y rendimientos admirables. A todos, repetimos, requerimos para que cooperen a dotar a España de instituciones estables, a instaurar la paz interior desaparecida, a reconstituir su economía sobre la base de la estricta justicia social, sin la que no hay dicha verdadera; a imponer la libertad, que respeta todos los derechos legítimos, reconoce y acata las justas jerarquías y hace cumplir todos los deberes naturales y sociales. 
»Sólo a estos fines responderán los decretos de la Junta provisional, y para ello requiere la colaboración de todos los ciudadanos. La cordialidad con que pide y espera su concurso le autoriza, si se produjera cualquier intento perturbador, para reprimirlo de un modo severo. 
»¡Viva España y viva la soberanía nacional!»


(El Sol, 11 de agosto de 1932.) 

Sentencia del 25 de agosto de 1932 contra el general Sanjurjo

Sentencia del 25 de agosto de 1932 contra el general Sanjurjo


«Fallamos que debemos condenar y condenamos al procesado teniente general don José Sanjurjo Sacanell a la pena de muerte, con las accesorias, en caso de indulto, de inhabilitación absoluta perpetua y pérdida de empleo, como responsable en concepto de autor de un delito consumado de rebelión militar, previsto en el artículo 237, número 1.º del Código de Justicia Militar, y castigado en el número 1.º del artículo 238 del propio Código; al procesado general de brigada don Miguel García de Herrán, a la pena de reclusión perpetua, con iguales accesorias, como autor del mismo delito de rebelión, y en calidad de adherido a la misma, delito que sanciona el número 2.º del artículo 238 de la ley citada; al procesado teniente coronel de Estado Mayor don Emilio Esteban Infantes, a la pena de doce años y un día de reclusión temporal, con las accesorias de inhabilitación absoluta temporal en toda su extensión y pérdida de empleo, como auxiliar del mismo delito, que castiga el párrafo 1.º del artículo 240 del repetido Código, y se absuelve al capitán de Infantería don Justo Sanjurjo y Jiménez Peña. Abónese al general García de la Herrán y al teniente coronel Esteban Infantes la mitad del tiempo de prisión preventiva sufrida, y no ha lugar en este momento a determinar la cuantía de la indemnización de perjuicios debida al Estado y a los particulares por razón del delito cometido, hasta tanto que no se fije oportunamente en el juicio ordinario que al efecto se instruye por los hechos que se relacionan con la presente causa. Procésase al comiso de las armas ocupadas a los reos, devolviéndose al capitán don Justo Sanjurjo la pistola de su pertenencia. Póngase esta sentencia en conocimiento del gobierno, y espérese al enterado del mismo para proceder a su ejecución, teniendo en cuenta lo prevenido en el artículo 10 del Decreto-ley de 2 de junio de 1931, que modifica en este punto el párrafo 2.º del artículo 662 del Código de Justicia Militar. Líbrense testimonios de los particulares obrantes en esta causa referentes a la existencia del complot que produjo el alzamiento y las ramificaciones de éste, a fin de que surtan sus efectos en la pieza separada de la misma y en las actuaciones mandadas instruir a consecuencia de los sucesos ocurridos en Madrid el día 10 del actual. Así, por esta nuestra sentencia, que se publicará en la Gaceta de Madrid e insertará en la Colección Legislativa, lo pronunciamos, mandamos y firmamos.»


(ARRARAS: Historia de la segunda República española, t. I pág. 491.)

Denuedo y Cordura

Denuedo y Cordura


La concesión del indulto al general Sanjurjo es un enorme acierto político del Gobierno. (...)

En el caso del general Sanjurjo existía una fuerte opinión -sería pueril negarlo- enemiga del indulto. ¿Era justa? El Tribunal Supremo había sentenciado con arreglo a la ley. Pero ¿era conveniente al país? En este punto se planteaba ante el Gobierno un gravísimo problema de conciencia republicana. Y el Consejo de Ministros entendió que no convenía ejecutar la sentencia dictada por el Tribunal Supremo. No convenía a la República. He ahí la razón del indulto.

El Gobierno se vio en un trance extraordinario. Masas republicanas eran las que pedían la ejecución: muchedumbres , también republicanas, solicitaban clemencia. Aconsejar al presidente de la Reública al perdón podía en algunas zonas apasionadas de la opinión pública aparecer como debilidad. Fusilar sin ningún miramiento equivalía a poner en peligro altísimos intereses morales de la República. Hacía falta, probablemente, más coraje para indultar que para fusilar. En el fusilamiento no era difícil encontrar recursos de popularidad, aunque esta popularidad fuera siniestra. Y, sin embargo, los políticos que gobiernan a España optaron por el indulto. El presidente del Consejo y los mimistros tuvieron presente que eran hombres de Estado y no demagogos. Sirvieron al Estado republicano con un denuedo político que acaso no será bastante agradecido, pero que es una magnífica lección de cordura y de superioridad moral. (...)

La jornada de ayer fue, sin duda, uno de los triunfos más concluyentes de la República.

«El Sol» - 26 de agosto 1932

¿Guerra civil?

¿Guerra civil?


«Es fuerza prepararse», dice «El Socialista» del domingo; y aclara que esta preparación que recomienda a sus huestes no es otra que la militar. Los socialistas gobernantes quieren aprestar sus milicias propias: «Dejemos parte a la fuerza pública -dice-. No será de ella de donde debamos esperar el empuje defensivo que podamos en el momento menos pensado necesitar».

(...) Una mera preocupación defensiva no mueve la pluma de quienes así escriben. Hay en estas palabras otros propósitos: hay agresividad. Los hechos, por desgracia, lo confirman. (...) Aparte la agresión a un abogado en Madrid y el abominable crimen «social» de Cádiz, que no cargamos a los socialistas, sí tienen que ir a su cuenta los choques del domingo en Zaragoza y Salamanca. (...)

Si puede decirse, como se ha dicho, que se está en España a dos pasos de la guerra civil, y esto por culpa de la política persecutoria del Gobierno, esta movilización de fuerzas del socialismo viene ahora a descubrir quién es el que se apresura a andar esos dos pasos que nos llevan al caos.

«El Debate» - Madrid, 27 de junio de 1933

Largo Caballero discute la participación socialista en el gobierno y afirma: «vamos a la conquista del poder»

Largo Caballero discute la participación socialista en el gobierno y afirma: «vamos a la conquista del poder»


«Compañeras y compañeros: Había hecho el propósito de no tomar parte en ningún acto semejante al que estamos celebrando durante el tiempo que estuviese desempeñando un cargo en el Gobierno de la República. Quería yo, después de salir del Gobierno, ponerme en ocntacto con la clase trabajadora española para darle a conocer mi experiencia dentro del Gobierno de la República y, además, para explicarle la legislación social de aquélla. Pero las circunstancias me han obligado a desistir de ese propósito, y, a requerimientos insistentes de la Juventud Socialista Madrileña, vengo hoy aquí; mas debo advertiros que lo que yo voy a decir hoy aquí no deshace, no prejuzga, no tiene casi nada que ver con lo que yo tenga que decir después de salir del Gobierno republicano.

Prólogo de otros actos análogos

Pudiéramos afirmar que este acto es el prólogo de los varios que yo pienso celebrar en España después de salir del Gobierno de la República. Consedero de indispensable necesidad para la masa trabajadora española el difundir lo más exactamente posible lo que es la República española.

Naturalmente que al venir hoy aquí se ha producido, contra mi voluntad, una expectación, debida en buena parte a la gran imaginación del pueblo español, y por otra, a la mala fe de nuestros enemigos. Pero ya sabéis que yo soy, entre otras cosas, acaso no muy convenientes en política, hombre claro, hombre que procura no ocultar lo que piensa.

Ya sabéis que no soy orador, y, mejor que vosotros, lo sé yo. Es posible que en lo que yo diga hoy aquí pueda haber algo de diálogo, algo que no sea simplemente monólogo; pero esto no depende de mí, depende de las circunstancias. Yo tengo que advertir que si de lo que diga resulta algún diálogo, en mi intención no está, ni por lo más remoto, molestar a los que se ocnsideren aludidos. Lo que yo diga lo diré con toda clase de consideraciones y de respeto para las personas.

Breve autobiografía

Parece que es costumbre, camaradas, que en estos actos -digo parece que es costumbre porque, como sabéis, llevo ya más de dos años si nhablar en público- que el orador se haga una pequeña autobiografía, que exponga al auditorio un esquema de su personalidad política. Yo no os voy a molestar mucho en este partiuclar. Sólo os voy a decir que hace cuarente y tres años ingresé en la Unión General de Trabajadores de España, y en este marzo último hizo cuatrenta años que empecé a militar en la Agrupación Socialista Madrileña. De mi actuación en las organizaciones donde he intervenido se os puede informar por ellas. No lo voy a hacer yo. Unicamente lo que quiero decir, lo que quiero hace constar, es que no soy un advenedizo a la organización política y sindical españolas, que yo no soy un aventurero en este movimiento político obrero, que yo soy un socialista, pero no por sentimiento simplemente, sino por convicción. Yo soy de los que protestan contra las injusticas sociales, de los que creen que el régimen que vivimos no es inmutable, que es no sólo susceptible de modificación, sino de sustitución por un régimen socialista, colectivista; soy de los que creen que para hacer esto no se precisa simplemente una mayor cultura, un mayor desarrollo económico de la sociedad, sino que es indispensable, y para mí fundamental, el que la clase trabajadora actúe con eficacia por medio de sus organizaciones políticas y sindicales para lograr el cambio de régimen. Es decir, que yo no he olvidado todavía aquellas palabras de Marx: «Proletarios de todos los países, uníos.» «La emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de ella misma.»

Hecha esta presentación, debo manifestaros que tampoco aspiro a jefaturas de nunguna clase ni a ser director exclusivo de ninguna política; soy un compañero del Partido que expone sus ideas libremente, y luego, el que quiera, las acepta, y el que no, no. Esto en mí no es nuevo. En abril de 1930, en este mismo local, yo decía que a la clase trabajadora no le hacían falta jefes, ni le hacían falta pastores, sino que la clase trabajadora por sí misma haría aquello que más le conviniera y que considerara más justo.

Motivo fundamentao del acto

Uno de los motivos por los que yo he venido aquí es porque me creía obligado a contribuir de esta manera al ofndo para la rotativa; pero, además, y fundamentalmente, porque observo que el nemigo común va aprentando el cerco y aumentando la agresividad contra nuestro Partido y contra nuestras ideas. Y este hombre, ya de algunos años -perdonadme la vanidad-, tiene el temperamento todavía joven y no está dispuesto, mientras él pueda, a contribuir, ni por acción ni por omisión, a que el enemigo pueda aumentar sus armas contra nuestras ideas o pueda manejarlas mejor contra nuestro Partido. Este es el motivo más fundamental que yo he tenido para venir hoy aquí.

He dicho que el cerco del enemigo común cada día se estrecha más. No es que a nosotros nos asombre el que esto suceda, porque estamos acostumbrados a acometidas de igual naturaleza, según se prueba con la historia de nuestro Partido y de nuestras organizaciones. Hace cuatrenta y tres años, cuando yo ingresé en la organización, la agresividad existía, pero hoy ocurrirá lo mismo que les ocurrió el año 1930. Habiendo dicho yo aquí, en abril, las palabras que os he recordado, en octubre tuvieron que llamarnos para que cooperásemos al triunfo de la República. Y deben tener presente que las cosas no están tan llanas, que los obstáculos no han desaparecido, que las dificultades para la República persisten y que sin el Partido Socialista y sin la Unión no podrán defender con eficacia a la República. (Aplausos.)

Un momento histórico

Es ahora cuando pudiéramos decir que entramos ya en el tema de la conferencia. A pesar de las campañas de todo género que se hicieron ocntra nosotros, en octubre del año 1039 tuvieron que venir a solicitar del Partido y de la Unión General de Trabajadores la cooperación. momento histórico en nuestro país y momento histórico para nuestras organizaciones. A partir de él se plantea una cuestión que yo me voy a permitir tratar, aunque sea brevemente, porque no quiero mortificaros mucho con mi palabra. (Denegaciones.) La cuestión de si el Partido Socialista y la Unión deben o no tomar parte en la revolución española. Y el Partido Socialista y la Unión, por medio de sus representantes, acuerdan que sé, que deben tomar parte en la revolución. ¿Y cuándo y cómo lo acuerdan? ¿Es que el acordar esto era una cosa extraordinaria? ¿Era una cosa que estaba fuera de los cálculos de nuestro Partido, de la táctica de nuestro Partido? Leed nuestro Programa y v´réis que en el Programa mínimo la primera cuestión que se plantea es «supresión de la monarquía». Es decir, que el Partido Socialista tiene como primer punto en su Programa mínimo, no en el máximo, sino en el mínimo, la supresión de la monarquía. El Partido Socialista, por ese Programa acordado en nuestros Congresos, estaba en la obligación de trabajar, de desarrollar sus actividades, para suprimir la monarquía española. ¿Cómo lo había de hacer? ¿El Partido sólo? ¿El Partido en colaboración con otros elementos? Eso dependenría de las circunstancias. El Programa no dice cómo, pero es sabido de todos que las circunstancias son las que obligan a una conducta, a una táctica.

La condición no aceptada

Nosotros siempre habíamos afirmado, siempre habíamos defendido la supresión de la monarquía española, hasta el extremo de que hemos sido censurados, criticados injustamente por muchos elementos que se llaman afines, porque durante la dictadura de Primo de Rivera no hemos atendido sugestiones que se nos hacían por ciertos elementos, que luego fueron a la Asamblea de Primo de Rivera, para contribuir a movimientos que llamaban revolucionarios. Y cuando les poníamos condiciones como ésta: Que nosotros no iríamos a ningún movimiento si no era para derribar la monarquía española y, además, que no admitíamos un cambio de dinastía, que había de ser forzosamente para instaurar la República, esos elementos no aceptaron nunca de plano nuestras condiciones; esos elementos nos decían siempre que lo primero que habría que hacer era poner al Rey en tal o en cual sitio de nuestro país, con todas las garantías de seguridad, para que luego el 
país resolviese lo que creyese oportuno. Otros nos hablaban de un Rey constitucional, como si no se llamase así al que fue Rey de España. En una palabra: que ninguno de los elementos que se acercaron a nosotros iba de una manera clara, terminante, a derribar la monarquía española. La mayor parte -y ahora explicaré por qué la mayor parte- se refería, se conformaba con derribar al que llamaban el dictador: Primo de Rivera. Nosotros entendíamos que el verdadero dictador era Alfonso XII (Muy bien.) Y que el otro era un agente del segundo, y que lo que había que hacer era derribar al patrono, con lo que su agente quedaba anulado y fuera de servicio.

Cómo fuimos al Comité revolucionario

Algún elemento no se negaba en absoluto a esto que nosotros pedíamos; pero hay que reconocer que en el conjunto de esos elementos había alguno que no inspiraba a nuestro Partido la ocnfianza suficiente para colaborar con él. Siempre lo dijimos: Cuando el Partido Socialista vea que se le requiere formal y seriamente, con garantías posibles de poder transformar el régimen monárquico en República, el Partido Socialista ayudará a ello con la Unión General de Trabajadores de España. ¿Y qué ocurrió? Pues que un día, en octubre de 1930, se acercaron a nuestro Partido representantes que a juicio nuestro ofrecían esas garantías de seriedad y de lealtad para ir al movimiento. En cuanto se presentaron, reconocimos que era el momento en que el Partido debía decidirse a cooperar en la reovlución. Y así lo hicimos, sin titubeo ninguno. Fuimos al Comité revolucionario. Estando en él (no olvidéis esto que os estoy manifestando, para que saquéis después las ocnsecuencias), se nos dijo: «Es preciso que el Partido tenga representantes en el Gobierno provisional. Si esto no se hace, tenemos fundamentos para decir que la revolución será imposible ahora.» Es decir, que los mismos elementos que nos invitan a tomar parte en la revolución, nos dicen: «Si no hay representantes del Partido Socialista en el Gobierno provisonal, no podemos responder de que la revolución se verifique.» Y no solamente los hombres que estaban en el Comité revolucionario, sino otros elementos que habían ofrecido su cooperación a la revolución, vienen y nos dicen: «Si ustedes, socialistas, no forman parte del Gobierno, no es fácil que la revolución se realice.» En esa situación, nosotros acordamos participar en el Gobierno provisional. Y aquí se nos plantea ya la cuestión de la colaboración ministerial.

El problema de la participación

Yo tengo que decir, con todos los respetos, que me parece que se ha tergiversado un poco el problema de la participación ministerial; que el caso de España, que el caso nuestro no es el caso que se plantea en la mayor parte de los países sobre la participación ministerial, porque España no estaba en una situación normal. Nosotros no hemos ido a participar en un Gobierno republicano dentro de una situación normal. Nosotros hemos ido a una revolución, nosotros hemos participado en ella y hemos ido a un Gobierno revolucionario; no es la participación ministerial corriente, normal, que no se nos ha planteado a nosotros en el Partido Socialista español todavía el problema en la parte fundamental, que pudiera ser discutible, de la participación en Gobiernos burgueses; eso está todavía virgen en nuestro Partido; eso no está decidido en nuestro Partido. Lo que está decidido es participar en un Comité revolucionario, en un Gobierno provisional que hace la revolución. Y después, ¿qué ocurre? Pues que este Gobierno provisional, en lugar de hacer lo que han hecho muchos Gobiernos provisionales, estar meses y meses gobernando con amplias facultades, se apresura a normalizar la situación, en vista de cómo se proclamó la República en España; se apresura a constituir un Parlamento. Cuando se va a las elecciones nos encontramos con que nuestro partido lleva a la Cámara más de 100 diputados, constituyendo el grupo más numeroso del Parlamento.

La victoria electoral y sus consecuencias

Situación del partido: contribuye a la revolución, forma parte del Gobierno provisional, se va a las elecciones y el grupo más numeroso es el socialista. Cuando con unas elecciones generales realizadas con la mayor pureza, el partido socialista resulta ser el más numeroso de la Cámara, ¿es el momento de abandonar el Gobierno? Los votos obtenidos por nuestros representantes en el Parlamento, ¿querían decir que debíamos dejar de participar en el Gobierno? (Varias voces: No.) Yo no hago la pregunta para que se me conteste, sino para que se la conteste a sí mismo cada uno. ¿Qué se hubiera dicho del partido socialista si en el momento de llevar a las Cortes ese grupo parlamentario declara: «Nosotros nos vamos del Gobienro»? «¿Y qué van ustedes a hacer?» «Vamos a hacer lo que hacen todas las oposiciones.» «¿Y con quién se forma Gobienro?» ¿Es que no supondría para el partido una gran responsabilidad haber abandonado entonces los sitios que ocupaban los representantes del partido, produciendo, como es natural que se produjese, un gran trastorno político en nuestro país, negando la cooperación en el Gobierno? N creo que eso se le pudiera ocurrir a nadie. Y seguimos en el Gobierno. Y estando en el Gobierno, nosotros tenemos el deseo y el interés de que esta Repúbica, traída por republicanos y socialistas, no sea lo que fue la primera República; deseamos que sea una República que se consolide, una República que se estructure políticamente. Para ello había que aprobar una Constitución. Cooperamos a la discusión y a la votación de la Constitución de la República.

La Constitucón y las leyes complementarias

Cuando esto se hace las derechas empiezan ya a intranquilizarse. Y comienzan a amenazar, a hablar de revisión de la Constitución. Cuando esto sucede, los socialistas ylos republicanos que han traído la Repúbica por medios revolucionarios dicen: «¡Ah! No es bastante haber hecho una Constitución, porque esta Constitución puede ser falseada después en las leyes complementarias; hay que hacer las leyes complementarias, porque si ahora dejamos el camino libre al enemigo, a los de la derecha, en las leyes complementarias desvirtuarán todo el sentido revolucionario que pueda tener la Constitución. (Muy bien) Y nosotros hicimos el propósito de que, ocurriese lo que ocurriese en España, primero se aprobaría la Constitución, y después, las leyes complementarias.

Así, vimos durante toda esta etapa acometidas de la extrema izquierda que vosotros conocéis. Y un Gobierno al cual repugna tener que emplear la violencia contra nadie, se ve obligado, para defender la República, a emplearla. Con todo el dolor de nuestro corazón tuvo que hacerse. Pero ¿para qué? ¿En nombre de qué, en aras de qué? En aras del régimen republicano.

Vienen acometidas de la derecha, y con la misma consciencia el Gobierno republicano repele esos movimientos y defiende a la República.

El porqué de los sacrificios colectivos

Viene la oposición parlamentaria, y el Gobierno resiste. ¿En aras de qué? ¿En aras del puesto, del asiento que cada uno de nosotros tuviera en el Gobierno? Comprenderéis que en toda esta etapa de dos años a nadie le puede agradar el tener que ocupar puestos como éstos para verse obligado a proceder como ha tenido que hacerlo el Gobierno de la República. Pero había algo que estaba por encima de nosotros mismos: el compromiso de que la segunda República española no muriese como murió la primera. (Muy bien. Grandes aplausos.) Y para eso había que hacer sacrificios, no sacrificios personales, sino colectivos. Muchos; nadie los ha hecho mayores que el partido socialista y la Unión General deTrabajadores de España. Nadie mayores; pero, camaradas, ¿qué sacrificios hubiéramos tenido que hacer si hubiésemos dejado morir la República, si ésta hubiera caído en manos de los elementos de la derecha o hubiese habido una restauración monárquica? Todo lo que haya que sacrificar durante el tiempo de la consolidación de la República, personal y colectivamente, hay que sufrirlo, porque de esta manera habremos contribuído desinteresadamente, como siempre, a la victoria del nuevo régimen. Y tendremos derecho, supongo que tendremos derecho, a pedir respeto y consideración para nuestro Partido y nuestras organizaicones. (Aprobación.)

El problema de la participación no está prejuzgado

Por consiguiente, la participación ministerial durante la revolución y durante la consolidación de la revolución, no es para mí el problema de la participación en el Poder. Yo entiendo que eso no prejuzga para nada la actitud que el partido socialista pueda adoptar en el porvenir sobre esta cuestión. Tendrá que proceder según las circunstancias. ¡Quién sabe si puede darse el caso, y es posible que se dé, de que en determinado momento algunos de los que hoy no están ocnformes con la participación en el Poder durante el movimiento revolucionario y consolidación de la República, defiendan la participación en el Poder en otro momento, y los que hemos ido a la participación del Poder en estos momentos nos opongamos a la participación en el Poder! (Muy bien.) Porque eso dependerá, como he dicho antes, de las circunstancias, de los momentos políticos, que no están sujetos a nuestra voluntad. Eso no es una cuestión de principio. Eso es una cuestión de táctica. Y nadie puede hipotecar el porvenir sobre este particular; yo no lo hipoteco. Yo quedo, después de salir del Gobierno de la República, en absoluta libertad para mantener mi criterio sobre la participación o no participación en el provenir. Hoy estamos cumpliendo un deber histórico. Por consiguiente, quedamos, al menos yo, en que esto de la participación en el Poder hoy no prejuzga para nada nuestra posición en el porvenir.

Algunas consideraciones más sobre la participación

Conviene decir algunas palabras sobre lo que pueda significar la colaboración ministerial. He dicho hace un momento que no podemos hipotecar nuestro pensamiento, nuestro actitud para el mañana, porque el desarrollo político en nuestro país nos puede conducir a situaciones que nos obligasen a reactificar lo que hoy dijésemos. Yo no puedo olvidar que en un Congreso, no recuerdo bien si fue del Partido o de la Unión General de Trabajadores, habiendo monarquía, alguien habló también incidentalmente de la participación en el Poder. Yo salí inmediatamente al encuentro, diciendo: «No me parece oportuno plantear la cuestión, porque aun dentro de la monarquía pudieran darse casos tan difíciles que, bien a nuestro pesar, nos obligasen a participar en el Gobierno.» Era cuando la guerra de Marruecos. Algún jefe de partido que era republicano, que luego se pasó a la monarquía y que hoy parece que es republicano otra vez (Grandes aplausos), tenía entonces la ilusión de que iba a ser llamado a Palacio para formar Gobierno. Y en seguido mandó a amigos suyos a sondear a los hombres del partido y a preguntarles si colaborarían en un Gobierno formado por él, con elementos, naturalmente, nuevos dentro de la monarquí, con una condición: con la condición de que ellos terminaban la guerra de Marruecos. Cuando esta sugestión se hizo, ya dió que pensar entonces, porque en aquella época era cuando nosotros hacíamos la campaña contra la guerra de Marruecos, era cuando caían a centenares en Africa los proletarios, cuando toda la opinión pública española estaba contra aquella acción guerrera. Aquello podía ser un lazo de la monarquía para meternos dentro de un Gobierno monárquico; pero el hecho era que se ofrecía que si colaboraban los socialistas en aquel Gobierno, la guerra de Marruecos terminaría. Y una de dos: o participábamos en el Gobierno para terminar la guerra de Marruecos, o se nos podía hacer responsables de que la guerra de Marruecos continuara. Recuerdo, y perdonad estas disgresiones, que a la persona que a mí me habló yo le dije: «Y del Ejército, ¿qué van ustedes a hacer?» «Mire usted -me respondió-, en eso no hemos pensado.» «¡Ah, no! Yo no sé lo que hará mi partido; pero yo digo que mientras el Ejército esté como está, ni el rey ni ustedes podrán hacer nada, y la guerra de Marruecos no terminará. Si ustedes no ponen mano en el Ejército y echan fuera de él a los principales culpables de la guerra de Marruecos, la guerra de Marruecos no termina. Yo no sé qué les dirán a ustedes mis compañeros, pero yo les digo que es seguro que sin una garantía de una reforma radical en el Ejército, echando a la calle a los generales principalmente culpables de esa guerra, no podrá haber posiblidad de contar con nuestra colaboración.» Resultado de todas estas conversaciones fue que no nos volviesen a hablar más del asunto. Indudablemente, cuando se planteó la cuestión, que debió plantearse, referente al Ejército, no quisieron atenderla.

La revolución hizo pensar y decidir

Ya en aquella ocasión el problema de la participación en el Poder hacía pensar despacio. Vino la revolución; hizo pensar y decidir. No sabemos lo que podrá ocurrir mañana. Como en el Congreso del partido dije yo, o nosotros actuamos en política, o no actuamos. Y si actuamos en política, nosotros podemos llevar al Parlamento un grupo de tal importancia que o seamos nosotros los que vayamos a colaborar con los burgueses, sino que puede que tengamos que decir a los burgueses que vengan a colaborar con nosotros. Esto no creo que sea una quimera, porque la medida del progreso nque en el orden político puede tener nuestro partido no podemos calcularla. Nuestra obligación es luchar políticamente con entusiasmo, con decisión y con eficacia, y al hacer esto no sabemos hasta dónde podemos llegar y en qué medida podemos superarnos. Y nos podemos encontrar ante una situación en que pudiera suceder esto que yo he dicho ahora, que puede parecer a alguien un absurdo. Pues bien, repito, lo de la participación en el Poder no está, para mí planteado.

Y con motivo de todo esto, entramos en la lucha política, entramos en el Gobierno; pasan los primeros meses, se elabora la Constitución, e inmediatamente surgen elementos dentro de la República, dentro del campo republicano, pidiendo que se marchen los socialistas del Poder.

Eso lo diremos nosotros

Tengo que declarar aquí que me parece poco reflexiva esa actitud. Yo creo que esos elementos (no me refiero a los que llaman ahora cavernícolas, que ésos, para mí, no cuentan; me refiero a aquellos que se llaman afines) no reflexionan cuando dicen que los socialistas deben marcharse del Poder, que deben marcharse del Gobierno. No se trata aquí, ni por parte de ellos ni por nuestra parte, de que estemos, como suelen creer muchas gentes, disfrutando de ciertas prebendas dentro de un cargo ministerial, o que lo pueden disfrutar ellos. Eso es muy pequeño, no vale la pena siquiera de discurrir un segundo sobre ello. No; hay que mirar más alto. A estoa elementos republicanos que piden, que solicitan, que hacen campañas en la prensa, y en los mítines, y en los pasillos del Congreso para que los socialistas salgan del Gobierno, yo les voy a plantear la siguiente cuestión: que salgan los socialistas del Gobierno..., ¿por qué? ¿Es que la República está tan segura, tan fuerte, tan sólida en sus cimientos que ya no le hace falta la colaboración de los socialistas? ¿Lo afirman? ¿Están convencidos? Yo me permito afirmar aquí que a la República española le hace falta todavía el apoyo, la colaboración del partido socialista y de la Unión General de Trabajadores. Si hay alguien en el otro campo que crea lo ocntrario sinceramente, que no le guíen en sus afirmaciones pequeñas razones políticas o de amor propio o ambiciones, que lo entienda así, que lo pueda probar, que lo afirme públicamente. ?No hace falta ya la colaboración socialista a la República¿ ¿Ya está firme? ¿Ya está en plena salud? ¿Ya no tiene que temer nada de nadie? ¡Quien sabe si a estas fechas los hechos habrán demostrado ya todo lo contrario! (Gran ovación.)

Pero, además, vamos a aceptar la hipótesis de que la República está tan firme y que, como ellos, creen, no precisa de la colaboración socialista para que siga adelante. ¿Pero es para esos menesteres para los que nos tienen a nosotros? ¿Pero qué concepto se tiene del partido socialista y de la Unión General de Trabajadores? ¿Pero qué concepto se tiene de estos organismos, que se cree que no pueden colaborar en un Gobierno, aunque sea contra la voluntad de los socialistas, sino hasta el momento en que la República se consolide? Eso lo podremos decir nosotros, pero no ellos. (Muy bien.) Eso lo diremos nosotros pero no ellos.

Vamos a la conquista del poder

Además, hay quien dice: «Ya la República está en marcha, y, como es República, debemos gobernarla los republicanos. (Risas.) ¿Pero qué somos nosotros? ¿Es que porque somos socialistas no somos republicanos? Hace poco hacía referencia al primer punto de nuestro programa mínimo: supresión de la monarquía. Nosotros, por ser socialistas, somos republicanos; si es simplemente por el título de republicanos, tenemos el mismo derecho que puede tener otro cualquiera a gobernar el país. Pero hay quien dice: «No, no; ustedes son un partido de clase. Y como son un partido de clase, no pueden, no deben ustedes gobernar con los partidos republicanos.» ¿Qué significa esta declaración? Porque nosotros no negamos que defendemos a la clase trabajadora principalmente, al mismo tiempo que defendemos los intereses generales del país. Pero esa declaración quiere decir que si nosotros somos defensores de los intereses de la clase obrera, ellos serán defensores de los intereses de la clase burguesa. Si nosotros, por defender más principalmente los intereses proletarios, estamos incapacitados de gobernar los intereses del país, los del lado contrario estarán, a la inversa en la misma situación. Claro que no es ésa la realidad; la realidad es todo lo ocntrario, pues en un Gobierno como el actual se hace una política de transacción. Pero ellos argumentan así: somos un Partido de clase. ¿Qué quiere decir eso? ¿Es que a la clase obrera no se le va a permitir gobernar, siempre que lo haga con arreglo a la Constitución y a las leyes del país? ¿Es que se le repudia, por ser clase obrera, para la gobernación del Esatdo, si esta clase obrera procede con arreglo a la Constitución y a las leyes vigentes? ¡Ah!, esto es muy grave. ¿Es que vamos a volver otra vez a los partidos legales e ilegales, ya que no en la Constitución, en la práctica de cada día? A nuestro Partido, por ser partido obrero, partido de clase, como ellos dicen, ¿se le repudia para la gobernación del Estado, permitiéndolo la Constitución, permitiéndolo las leyes? ¿A dónde se le empuja? De una manera inconveniente, están haciendo una labor anarquizante que asombra. Nosotros vamos a la conquista del Poder. (Muy bien. Gran ovación.) Si vamos a la conquista del Poder, nuestro propósito es lograrlo según la Constitución nos lo permite, según las leyes del Estado nos lo consientan.

(El Socialista, 25 de julio de 1933.) 

Programa de la Confederación Española de Derechas Autónomas


1935gilrobles

José María Gil-Roble, ministro de la guerra (1935)


Programa de la Confederación Española de Derechas Autónomas

I. RELIGIÓN
1.a La Confederación Española de Derechas Autónomas declara que en el orden político-religioso no puede ni quiere tener otro programa que el que representa la incorporación al suyo de toda la doctrina de la Iglesia católica sobre este punto. Las reivindicaciones de carácter religioso deben ocupar, y ocuparán siempre, el primer lugar de su programa, de su propaganda y de su acción. Como consecuencia de esto, la C.E.D.A. proclama que su finalidad principal y razón fundamental de su existencia es el laborar por el imperio de los principios del derecho público cristiano en la gobernación del Estado, de la región, de la provincia y del municipio, sin más límite que la posibilidad de cada momento político.
2.a C.E.D.A. formula su más enérgica protesta contra el laicismo del Estado y contra las leyes de excepción y de la persecución de que se ha hecho víctima a la Iglesia católica en España. Como consecuencia, hace público su propósito de utilizar con la máxima intensidad todos los derechos de la ciudadanía, para conseguir, en la medida de sus posibilidades:
A) La anulación de todas las leyes constitucionales y decretos dictados contra la Iglesia o contra los derechos de los católicos.
B) La derogación de todas aquellas leyes que, basadas en una facultad discrecional concedida por la Constitución a las Cortes, rebasan la esfera de los mandatos de aquella, y son atentatorias a los derechos de la Iglesia y de sus ministros y de sus fieles.
C) La revisión de la vigente Constitución, sobre los siguientes principios:
a) Igualdad efectiva de todos los españoles ante la ley, sean cuales fueran sus creencias, su profesión y su estado.
b) Reconocimiento del derecho que todo español tiene al cumplimiento de los deberes anejos a su creencia religiosa, cualquiera que sea la situación legal en que se halle.
c) Reconocimiento de la personalidad plena de la Iglesia católica como sociedad perfecta e independiente; de su libertad, para la realización de sus fines espirituales y de su derecho a adquirir, poder administrar y disponer de los bienes que necesita para el cumplimiento de los mismos.
d) Devolución a la Iglesia del pleno dominio de los bienes que se nacionalicen a consecuencia de la ley de Confesiones religiosas.
e) Reconocimiento del derecho de asociación para todos los fines lícitos de la vida humana y del derecho que todos los españoles deben de tener para el ejercicio de sus profesiones; y, como consecuencia, reconocimiento del derecho a la vida a las Ordenes y Congregaciones religiosas, y el ejercicio por estas de toda clase de actividades en un plano de igualdad jurídica con los demás ciudadanos y colectividades.
f) Respeto a las conciencias de todos los españoles y reconocimiento del derecho que los españoles católicos tienen a que sus restos reposen en tierra sagrada, y del que la Iglesia debe tener, como consecuencia, a mantener cementerios propios.
D) Régimen concordatorio entre la Iglesia y el Estado para la determinación
de la indemnización que este haya de abonar a aquella por la supresión del presupuesto de culto y clero, así como la determinación del Estatuto que haya de regular todas las cuestiones que afectan a la vez a ambas soberanías.
3.a La C.E.D.A., a pesar de lo expuesto en el apartado segundo, se atendrá siempre a las normas que en cada momento dicte para España la Jerarquía eclesiástica en el orden político-religioso.

II. RÉGIMEN POLÍTICO GENERAL
1.a Los derechos de la personalidad y de la libertad humana, reconocidos en la ley constitucional, deben mantenerse en la letra de las leyes y aplicarse a las relaciones del derecho público, dentro de los límites de la ley natural.
La Ley de Defensa de la República debe derogarse inmediatamente.
2.a El amparo de estos derechos debe confiarse, en todo caso, a los Tribunales de justicia, mediante el ejercicio de acciones pertinentes que habrán de otorgarse a todos los ciudadanos, frente a los abusos y extralimitaciones del poder de Gobierno o de la Administración del Estado.
3.a Se ha de organizar la representación nacional de modo que las Cortes reflejen el verdadero sentir del pueblo español, tanto en los estados de opinión política manifestados por los individuos, cuanto en la organización corporativa que responda al carácter orgánico de la sociedad.
4.a Robustecimiento del Poder ejecutivo, en la medida que sea necesario, para que desenvuelva eficazmente la función que le corresponde dentro de la organización fundamental del Estado. Fiscalización por las Cortes de los actos del Gobierno.
5.a La suprema función del derecho en el país estará a cargo de los Tribunales, en su múltiple misión de resolver los litigios entre particulares, exigir la responsabilidad a dirigentes y dirigidos, resolver en última instancia los conflictos del trabajo, amparar a los ciudadanos contra las extralimitaciones del Poder o de la Administración, y velar por la constitucionalidad de la ley de los actos y resoluciones del Gobierno.
La Administración de justicia será una jerarquía totalmente apartada de la política, garantizada en su libre desenvolvimiento, y sus miembros gozarán de inamovilidad.

III. REGIONALISMO
1.a La C.E.D.A. expone su criterio regionalista, opuesto a todo nacionalismo y favorable al desenvolvimiento de un espíritu propio de la región en la esfera de realidades patentes; pero proclama, al mismo tiempo, que el Estado ha de favorecer el desenvolvimiento de los intereses comunes, acentuándolos mediante una política que vele, en un ambiente de cordialidad nacional y de respeto a las manifestaciones sentimentales de las regiones, por el prevalecimiento del idioma castellano como instrumento de cultura general. Para ello, deberá utilizarse la instrucción pública y cuantos medios estimulantes procure una política que, en posesión de un ideal, sepa conciliar los fueros que deben de gozar las lenguas regionales con el imperio de la que es común a la nación.
2.a Implantado ya un Estatuto regional, y siendo, acaso, inevitable la implantación de otros que responden a criterios que no son los defendidos por la C.E.D.A., se impone una política de observación, más atenta a principios—que tienen un valor de inspiración permanente—que a doctrinas—que no son sino consecuencia de esos principios y que tienen en política un valor circunstancial—. En la propaganda convendrá sostener el concepto de que la región vive por su espíritu siendo cosa distinta de los partidos que se disputan el mando y de las instituciones políticas creadas a imagen y semejanza de las del Estado centralizado. Convendrá, asimismo, insistir en que la región posee una constitución interna mal expresada en el artefacto de Estatutos que no contienen la vida, sino fórmulas inertes y que pueden ser instrumento de opresión de las mismas características regionales.
3.a Canalizado en el Estatuto lo que divide la Región, no lo que une, resulta mucho más vital para la región, porque la considera en su unidad, el sistema de atribución de servicios, de reconocimiento de inmunidades y de participación en el producto de impuestos o de concierto de cupos contributivos.
4.a Facultad indeclinable de la soberanía es el mantenimiento del orden público en todo caso, debiendo desaparecer la distinción constitucional entre los conflictos de carácter suprarregional o extrarregional y los que se produzcan con carácter exclusivamente regional.

IV. MUNICIPALISMO
1.a El Municipio es una entidad de personas y bienes reconocida por la ley. En su virtud, se afirma: a) una amplia autonomía para el ejercicio de sus funciones; b) una política general en este sentido; c) la mayor independencia entre las funciones de la autoridad municipal como delegado del Poder central y las que le corresponden como jefe de la autoridad local; d) libertad de los Ayuntamientos para redactar cartas municipales en materia fiscal; e) facultad de mancomunarse libremente los Municipios limítrofes, aunque no pertenezcan a la misma provincia.
2.a La autonomía municipal no se siente contrariada, sino favorecida por la existencia de un Poder ejecutivo fuerte, que no dependa de las ambiciones numéricas de los partidos. El escollo de la autonomía está precisamente en considerar el Municipio como centro de intereses electorales que conducen a la dominación. Por eso el problema de la autonomía debe ser considerado en relación con el régimen general político.
3.a Distinción entre grandes y pequeños Municipios, o entre Municipios urbanos y rurales, aplicando a los menores el régimen de concejo abierto y haciendo posible a las grandes ciudades el régimen llamado de gobierno por comisión o por gerencia.
4.a Reconocimiento de las entidades locales menores.
5.a En principio, no es deseable la municipalización de servicios en cuanto entrañe un monopolio. La autoridad de los Ayuntamientos debe suplir, completar y fomentar las iniciativas particulares y fiscalizar los servicios de interés general que desenvuelvan las empresas.
6.a Sustitución de los recursos gubernativos contra las decisiones de los Ayuntamientos por recursos ante los Tribunales ordinarios o Tribunales económicos independientes, según la naturaleza del derecho lesionado.
7.a Referéndum en los Ayuntamientos de las Corporaciones locales.
8.a La C.E.D.A., sin negar la vitalidad de las actuales organizaciones provinciales, propugna la posibilidad de constituir organismos regionales con límites distintos de las actuales provincias.

V. URBANISMO
La C.E.D.A. reconoce la importancia que el urbanismo tiene en una política orgánica nacional, y en su consecuencia solicita:
1.a Que se publique una ley nacional de urbanización, por la que se obligue a los Municipios o Mancomunidades municipales a la redacción de sus planes comarcales y locales de urbanización.
2.a Que preceda a esta ley el estudio conjunto del reparto económico de las ciudades en la nación, estableciéndose el cuadro de ciudades protegidas; y
3.a Que se cree el Consejo Nacional de Urbanismo y, en su día, la Dirección general correspondiente con delegaciones provinciales.

VI. FAMILIA
1.a Defensa de la institución familiar contra todo intento de disolución y corrupción:
Mediante la lucha contra la pública inmoralidad ambiente.
Formando el espíritu cristiano de los esposos, que anima y vivifica el amor conyugal.
Combatiendo todas aquellas leyes que, como la del Matrimonio civil y la del Divorcio, vienen a atacar la esencia, unidad e indisolubilidad del matrimonio.
2.a Respeto a la familia legítima y oposición a todo intento de equiparación por el legislador de la transmisión legítima e ilegítima de la vida.
3.a Establecimiento gradual y con exquisita prudencia de aquellas medidas que tiendan a establecer la igualdad jurídica entre los sexos, sin destruir la armonía y la autoridad en la familia.
4.a Defensa de la estabilidad del hogar mediante la institución del patrimonio familiar, inalienable e inembargable.
5.a Defensa especial del hogar obrero:
Mediante la implantación del salario familiar y la intensificación de los seguros sociales.
Impidiendo abusos en el trabajo de mujeres y niños.
Fomentando las pequeñas industrias del hogar.
Fomentando la construcción de casas baratas e higiénicas, huertos obreros, etcétera.
6.a Defensa de la fecundidad del hogar:
Combatiendo las doctrinas de neomaltusianismo y pidiendo la represión de su propaganda.
Educando las gentes mediante la difusión de la cultura adecuada (sobre todo a los jóvenes que se disponen a contraer matrimonio), avivando el sentimiento religioso e iluminando las conciencias, a fin de que el hombre y la mujer conozcan sus deberes y estén dispuestos a cumplirlos.
Estableciendo subsidios familiares y excepciones parciales y progresivas en proporción al número de hijos—siendo estos más de dos—que sostenga el contribuyente y en relación con los bienes de este.
Con una eficaz protección de la maternidad y de la infancia.
7.a Defensa de los derechos de la familia y de la autoridad familiar:
Frente a las corrientes de disolución y de anarquía que invaden el hogar.
Frente a las pretensiones del estatismo.
8.° Interdicción de la patria potestad, cuando esta sea mal ejercida.
9.° Política escolar basada en los principios que se consignan en otras conclusiones de esta Asamblea.

VII ENSEÑANZA
1.a Se proclama el perfecto derecho de la familia a la educación de sus hijos y el supremo magisterio de la Iglesia, por razón de su divina misión y maternidad sobrenatural.
2.a Como consecuencia del inviolable derecho de los padres a escoger los maestros de sus hijos, se afirma el reconocimiento legal de la libertad de enseñanza en todos los grados, con perfecta validez de estudios, dentro de normas generales que no impliquen el monopolio de la enseñanza oficial.
3.a Se ha de respetar el derecho de los individuos y personas morales a fundar y sostener establecimientos de enseñanza de todo género.
4.a Los niños y jóvenes católicos deben educarse en escuelas católicas. Cuando no exista más que una escuela, a la que tengan que asistir lo mismo los católicos que los que no lo sean, se dará la instrucción religiosa a los primeros por el maestro titular, y si este no pudiese por razón de sus creencias contrarias, la dará, allí mismo, el sacerdote designado por la autoridad eclesiástica correspondiente.
5.a La autoridad eclesiástica, para velar por la pureza de la instrucción religiosa católica dada en las escuelas, podrá penetrar en ellas para ejercer su función.
6.a Como principio fundamental se afirma el reparto proporcional del presupuesto de la instrucción primaria, el cual habrá de realizarse tan pronto como las circunstancias lo permitan, y sin perjuicio de los derechos de los maestros oficiales en su escalafón.
7.a Creación de becas suficientes para que las personas muy inteligentes y capaces puedan seguir los estudios, hasta los más elevados, aunque carezcan de recursos.
8.a Abolición de la coeducación en todos los establecimientos de enseñanza, según la legislación vigente en cuanto a la primaria, y mediante la modificación de las disposiciones en vigor en cuanto a los demás grados.
9.a Establecimiento de clases de adultos en todas las escuelas nacionales, sin que en ningún caso puedan ser mixtas.
10. Todos los centros de enseñanza gratuita legalizados estarán exentos de contribuciones y arbitrios, y se procurará multiplicar los centros de enseñanza profesional (industrial y agrícola), ya de nueva creación, ya por transformación de los Institutos locales de segunda enseñanza, en donde la experiencia haya demostrado que no son necesarios, y siempre dejando a salvo los derechos de los actuales profesores.
11. Reforma radical del actual sistema de exámenes en la segunda enseñanza, reduciéndolos y dándoles un carácter predominantemente práctico.
12. Restablecimiento de la enseñanza libre en las Escuelas Normales.
13. Conveniencia de que los católicos establezcan residencias para normalistas en donde no las haya.
14. En los Institutos y Escuelas Normales será obligatoria la enseñanza de la religión para alumnos católicos.
15. La enseñanza superior universitaria, salvo los primordiales derechos de la Iglesia en la educación en general, es una función que incumbe directamente a la sociedad y subsidiariamente al Estado.
16. En este grado de enseñanza deben quedar bien delimitadas la función investigadora y difusora de la cultura y la enseñanza profesional, orientada esta en forma práctica y eficaz.
17. A las actuales Universidades del Estado debe reconocérseles autonomía pedagógica en cuanto a planes de estudio, métodos y pruebas de suficiencia.
18. Debe completarse el estricto carácter de centros instructivos que ahora tienen las Universidades con el de centros formativos de educación integral, religiosa, moral y física.
19. Todas las Universidades, tanto oficiales como libres, podrán expedir títulos no profesionales, mediante las pruebas que cada una establezca. Los títulos profesionales solo podrán obtenerse mediante un examen de Estado, igual para todos los alumnos, tanto de los centros oficiales como de los libres.
La función de juez en este Tribunal examinador será incompatible con la función docente.

VIII. PROGRAMA FEMENINO
Cultura femenina
1.a Las Asociaciones Femeninas cuidarán preferentemente en sus centros de la educación cívica de la mujer y de su formación moral, intelectual y física, por medio de clases, conferencias, proyecciones cinematográficas, círculos de estudios, becas y pensiones, bibliotecas, juegos y deportes, etc., etc.
2.ª Las Secciones Femeninas, utilizando sus organizaciones electorales, allí donde existieran o creándolas donde no las haya, establecerán paulatinamente, y por distritos y barrios, pequeños centros de cultura popular, divididos en dos grados, donde separadamente, a niños y niñas de seis a doce años en el primer caso, de doce a veinte en el segundo y este para hembras solo, se den clases, respectivamente, de Doctrina cristiana explicada y de encíclicas y textos evangélicos.
3.a En lo que se refiere a enseñanza pública, habrá de favorecerse la difusión de las escuelas de adultas y de educación popular, así como de enseñanza del hogar e industrias rurales.
4.a Se declaran contrarias a la coeducación en los términos de las conclusiones sobre enseñanza. Fundación de una Universidad católica femenina, y si esto no fuera posible, una casa-hogar para las jóvenes estudiantes.
Derechos civiles de la mujer
1.a Las desigualdades de las leyes en materia civil y económica entre los dos sexos deben gradualmente desaparecer, sin perjuicio de la autoridad marital y de la jerarquía familiar.
2.a Se mantiene la igualdad de los sexos en el ejercicio de los derechos ciudadanos, avalando este criterio en la práctica con el reconocimiento de idéntico valor al voto de los afiliados y afiliadas en la elección de sus organismos directivos.
El problema del obrero femenino
1.a En principio se aspira a la permanencia de la mujer obrera en el hogar, mediante el establecimiento del salario familiar y el fomento de las industrias domésticas.
2.a Se ha de velar para que se cumplan severamente las leyes que protegen el trabajo de las mujeres y niños en espectáculos públicos, fábricas, etc., etc.; y se procurará una más justa retribución del trabajo femenino, recabando el derecho de la mujer a su independencia económica con el libre ejercicio de aquellas profesiones que sean compatibles con su sexo.
3.a Se fomentarán las escuelas de aprendizaje, escuelas maternales, colonias veraniegas, obras de vacaciones, casas higiénicas y baratas, cooperativas de consumo, sindicatos profesionales y todo cuanto pueda mejorar las condiciones de vida de las obreras.
4.a En las Asociaciones Femeninas se atenderá con preferencia a la cultura religiosa, intelectual y profesional de las clases proletarias, y a la formación de propagandistas obreras que puedan difundir entre sus compañeras este programa.
Organización y enlace con entidades afines
1.a Las Asociaciones Femeninas conservarán su autonomía e independencia en todo lo que se refiere a organización interna, labor de cultura y de propaganda y obras de asistencia social, y se sujetarán con disciplina en todo lo relativo a la actuación política y de conjunto.
2.a Como medio de enlace entre las asociaciones masculinas y femeninas, y salvo especiales circunstancias de lugar y tiempo, se elegirá un Comité ejecutivo, compuesto de la presidenta y otra vocal de la Junta de señoras y el presidente y dos vocales de la Junta de caballeros. Este Comité decidirá en los asuntos generales y los que surjan. Para la necesaria colaboración, estas cinco personas tendrán voz y voto en ambas juntas.
3.a Para coordinar sus esfuerzos y estrechar los lazos de solidaridad femenina, las Asociaciones Femeninas proponen que se cree una Confederación de Asociaciones Femeninas de Derechas dentro de la Confederación Española de Derechas Autónomas, que, respetando mutuamente la independencia y autonomía de estas entidades, las una firmemente para trabajar en la defensa de lo que es esencial a la tradición católica de las españolas: la Religión, la Patria y la Familia.

IX. CUESTIONES SOCIALES
1.a Se rechaza el principio marxista de la lucha de clases.
2.a Se admite la intervención del Estado en materia económica-social para dirigir, vigilar, estimular y castigar, según los casos y las necesidades lo exijan, en pro del bien común.
3.a Es lícita la existencia de una economía dirigida, pero a través de la organización corporativa de la economía misma.
4.a Se aspira a una más justa distribución de la riqueza de manera que el mayor número posible llegue, de algún modo, a ser propietario.
5.a Derecho al trabajo, igual para el hombre que para la mujer.
6.a Libertad absoluta del obrero para el ejercicio de su trabajo.
7.a Se considera incluidos, a los efectos de las reivindicaciones sociales, en el concepto de trabajadores, tanto a los manuales como a los intelectuales.
8.a La organización debe comprender los Sindicatos propiamente dichos, la corporación o profesión organizada, la organización interprofesional y la organización cristiana de las clases. La sindicación será libre, pero la corporación obligatoria.
9.a Jurisdicción especial para regular los contratos de trabajo y resolver los conflictos sociales dentro de la corporación. Los Jurados serán elegidos, con representación proporcional, por las clases interesadas y de su seno, y estarán presididos por un individuo de la Magistratura social, a la que se garantizará una completa independencia.
10. Salario mínimo justo. Sobre salario familiar por medio de Cajas de compensación.
11. Evolución del contrato de trabajo, en cuanto sea posible, hacia el contrato de sociedad, de suerte que los obreros vengan a participar en los beneficios, en el dominio y en la gestión de las empresas.
12. Seguro obligatorio integral, al que debe contribuir el Estado, los patronos y los obreros.
13. Jornada regulada en cada trabajo por los elementos competentes, dejando a salvo siempre las obligaciones religiosas y políticas.
14. Debe tenderse a que la mujer casada no se vea precisada a trabajar, y, en tanto esto se realice, a que sea protegida en el trabajo.
15. Formación profesional de los trabajadores a cargo de las corporaciones o sindicatos, y subsidiariamente, del Estado.
16. La inspección del trabajo estará a cargo de autoridades sociales y no de autoridades gubernativas.
17. Españolización, que no estatificación, y menos socialización, de las empresas e industrias de interés nacional, en el sentido de que su capital, su dirección técnica y sus trabajadores sean españoles o hispanoamericanos.
18. La política de mejora de salarios y en general de mejora de situación económica, del trabajador, debe de hacerse siempre mirando a la posición relativa de España dentro de la economía internacional.

X. POLÍTICA ECONÓMICA Y FINANCIERA
1.a La C. E. D. A. condena enérgicamente:
a) La política de inspiración socialista practicada por los partidos gobernantes desde abril de 1931 y las claudicaciones de la autoridad ante movimientos sociales revolucionarios o prerrevolucionarios, causa fundamental de la depresión económica de la Nación.
b) La pasividad del Gobierno frente a nuestra situación comercial ante buen número de países extranjeros, que nos compran mucho menos de lo que nos venden.
c) La obra presupuestaria para 1933, que, como la de 1932, infringe la Constitución, infla temerariamente los gastos que no son inmediatamente reproductivos, y practica una emisión de la Deuda de Tesorería que desvirtúa y quiebra por completo el concepto de la deuda flotante.
2.a La política fiscal nacional se inspirará en las siguientes normas:
a) Reorganización de las alícuotas y tipos de los impuestos analíticos sobre el producto, con el fin de que todas las rentas se graven con arreglo a la justicia tributaria; es decir, que sean gravadas según el criterio técnico de su regularidad, duración y seguridad.
b) Ampliación paulatina y regular del impuesto complementario global y progresivo sobre la renta, establecido en forma tal, que no inflija un doble gravamen al ahorro.
c) Rectificación del objeto de la imposición y rebaja paralela de los tipos de todos los impuestos.
d) Política tributaria dirigida al aumento de los impuestos directos y a una desgravación paralela y correspondiente de los impuestos que recaen sobre el consumo, y que hacen del conjunto del sistema tributario español un sistema de tributación progresiva a la inversa, en el que las menores rentas resultan más gravadas, relativamente, que las mayores.
3.a Se impone una revisión de los tratados comerciales concertados con el extranjero y de los métodos puestos hasta ahora en juego en este terreno, para pactarlos con las otras naciones.
4.a Procede iniciar una política de obras hidráulicas, con arreglo a planes económicos de conjunto, que justifiquen la cuantía de las inversiones que en ellas se hacen.
5.a Debe continuarse la obra de organización económico-administrativa de las redes ferroviarias planeada por el Estatuto de 1924.
6.a La política de reconstitución económica del país incumbe, en parte, al Estado, y, en una parte muy importante, al capital privado español. El Estado debe facilitar la iniciativa de los particulares en este sentido.
7.a C. E. D. A. afirma que la política de reconstrucción económica española, para que sea propiamente tal, ha de hacer de la política agraria y ganadera el eje de todo el sistema económico nacional.

XI. POLÍTICA AGRARIA
1.a Para que la política agraria responda al sentido integral que debe tener, ha de comprender lo referente a enseñanza profesional, distribución justa y económica del suelo en propiedad, regulación del crédito agrícola y política comercial y colonizadora, auxiliado todo ello por la ordenación técnica de una política social de armonía entre los elementos que intervienen en la producción agrícola.
2.a Es necesaria una política económica que atienda debidamente al fomento de la producción y que realice aquellas obras públicas que son necesarias para aumentar nuestra riqueza forestal, ordene su explotación y la coordine con las actividades agrícolas y ganaderas, y con el aprovechamiento de nuestra riqueza hidráulica, con un régimen análogo al que tuvieron al crearse las Confederaciones sindicales hidrográficas, propugnando a la vez por la implantación de una legislación especial de aguas para las regiones que, como Canarias, así lo exijan, en razón de sus especiales condiciones hidrológicas.
3.a Es necesaria e inaplazable una política de crédito agrícola que lo haga rápido, barato y adaptado a las necesidades especiales de la explotación agrícola, a través de todas las combinaciones que puedan realizarse, mediante las siguientes instituciones de crédito: Cambiales agrarias a largo plazo y de barata negociación, warrant, y demás instituciones de garantía prendaria, con desplazamiento o sin él, y la territorial hipotecaria, previas las pertinentes reformas en nuestra legislación hipotecaria y catastral.
Deben concederse préstamos a un tipo de interés mitad del corriente para las obras de transformación progresiva de las fincas y para la implantación de nuevos regadíos, indemnizando el Estado, por aquella rebaja de interés, a los establecimientos de crédito que concedan tales préstamos.
4.a Al lado de la acción social cooperativa y similar promotora del intercambio agrícola es necesaria una política comercial que en materia de comunicaciones, transportes, aduanas y tratados comerciales, procure a nuestra producción agrícola un mercado remunerador con relación al coste de producción, en condiciones que armonicen los intereses de las diversas producciones agrícolas entre sí y los de la producción agrícola en general, con los intereses de la producción en las restantes ramas de nuestra economía. Los tratados de comercio han de estar basados en la justicia, influidos ponderadamente por todas las ramas de la producción española en proporción a su respectiva importancia, y concertados por una Comisión especial, en la que tengan los intereses agrícolas una representación proporcionada a su influencia en la balanza comercial, para que así deje de haber clases arancelariamente dominantes y arancelariamente preteridas.
5.a La C. E. D. A. estima de funestas consecuencias antieconómicas, antijurídicas y antisociales la actual ley de bases de Reforma Agraria. La reforma justa habrá de ajustarse a los principios siguientes:
a) Creación gradual de pequeños propietarios y patrimonios familiares, mediante la parcelación de las fincas del Estado, región y provincias, y de las tierras voluntariamente ofrecidas por los Municipios y propietarios o expropiadas a estos, siempre que, a juicio de los técnicos, reúnan las condiciones requeridas para mejorar la distribución de la tierra, sin perjuicio de la producción y del bien común.
b) Expropiar aquellas tierras que por su forma de explotación no estén atemperadas, a juicio de los técnicos a las exigencias del bien común, si después de haber tenido un plazo prudencial para hacerlo, sus propietarios no las hubiesen puesto en condiciones de cumplir los deberes sociales de la propiedad rústica.
c) Afincar campesinos en las referidas tierras, entregándoselas mediante venta a plazos o contratos de censo reservativo redimibles.
d) Pagar por las tierras expropiadas su justo valor, mediante tasación pericial contradictoria.
e) Órgano necesario y eficaz para llevar a la práctica estos principios será un Instituto de Reforma Agraria, autónomo, económicamente fuerte y técnicamente preparado, cuya autonomía e independencia estén garantizadas frente a las imposiciones de la política partidista.
Hasta tanto que se logre sustituir la actual ley de Bases por los principios enunciados, habrá de reformarse, principalmente, en los puntos siguientes: Reducción a sus justos límites del efecto retroactivo y reorganización del Instituto; limitación de las fincas expropiables; implantación de más justas normas de valorización y pago de las expropiaciones; supresión de las comunidades de campesinos; abolición de las ocupaciones temporales y asentamientos; sustitución de estas aplicaciones de las tierras expropiadas por arriendo justo y por patrimonios familiares concedidos en propiedad, mediante la venta a plazos o a censo redimible, y promulgación, en fin, de leyes complementarias, conforme al contenido de estas bases, sobre enseñanza profesional, crédito agrícola, colonización rural, arrendamientos rústicos y bienes comunales.
6.a El arrendamiento de las tierras responderá a las siguientes bases:
En los contratos de arrendamiento de fincas rústicas cultivadas en alternativa se señalará un plazo mínimo de seis años.
El arrendador y arrendatario deberán anunciar su propósito de cesación contractual con antelación de un año agrícola, con relación a la fecha de la terminación del contrato.
La renta será libremente pactada por las partes, dentro de los tipos corrientes para la comarca señalados por el Tribunal de arrendamientos, ante el cual cabrá también la revisión cuando el contrato contenga alguna cláusula gravemente lesiva para cualquiera de las partes.
Cuando el arrendamiento de las fincas hayan sufrido una variación considerable por causas de carácter excepcional, no imputables a ninguna de las partes, cualquiera de ellas podrá pedir ante los Tribunales de arrendamiento la modificación equitativa de la renta.
Toda mejora será concertada de mutuo acuerdo entre las partes y en caso de discrepancia se podrá acudir ante los Tribunales de arrendamiento.
Concesión del derecho de tanteo y de retracto a favor del arrendatario en caso de venta.
Respeto a las costumbres regionales, siempre que no sean contrarias a estas bases.
Prohibición del subarriendo de los aprovechamientos principales de la finca, pudiendo subarrendarse únicamente los aprovechamientos secundarios.
Aceptación de los contratos colectivos de arrendamientos rústicos por las asociaciones campesinas reconocidas por la ley.
Regulación equitativa y fomento de la aparcería, como medio más justo para establecer la distribución entre el arrendador y el arrendatario, y para preparar la ascensión gradual a la propiedad.
7.a Es indispensable restaurar y fomentar la riqueza ganadera por los siguientes medios:
a) Prohibiendo roturar aquellas tierras privadas y comunales que como pastos dan un rendimiento económico.
b) Obligando a convertir en pastizales aquellas tierras que en otras aplicaciones son de un rendimiento antieconómico.
c) Declarando exentas de la parcelación, aunque no de la expropiación, cuando proceda, todas aquellas fincas de cultivo mixto que constituyan unidades económicas de explotación agropecuaria.
d) Defendiendo las vías pecuarias para la trashumación.
e) Regulando, conforme su especialidad exige, el trabajo y las huelgas de los pastores.
f) Suprimiendo o limitando los impuestos municipales y provinciales sobre la ganadería.
g) Pocurando mercados remuneradores mediante una política comercial y una vigilancia aduanera constantemente intervenida, con representaciones de las asociaciones ganaderas.
h) Concediendo a estas la representación que les corresponde en todos los organismos encargados de implantar la Reforma Agraria.
8.a Dado el valor de la cosecha cerealista, especialmente la triguera, y la zona por ella afectada, se estima indispensable para solución circunstancial y de momento de los problemas del mercado cerealista, lo siguiente:
a) Que el excedente que inmoviliza la cosecha actual y derrumba su precio se retire del mercado, ya por el Estado mismo, ya por los propietarios tenedores, a condición de que, con las debidas cautelas, les garantice el Estado la venta de las cantidades que ellos retiren del mercado, en plazo de un año, y al precio de tasa, más su interés legal.
b) Que se cierre en absoluto la importación de trigos y la de aquellos productos que puedan ser sustitutivos más o menos directos de la fabricación de harinas o que puedan contribuir a la depreciación de los subproductos del trigo en el mercado de piensos.
c) Que se sostenga transitoriamente la tasa y se imponga el consumo exclusivo de trigo nacional en las plazas de soberanía de África y Ejército de Marruecos.
d) Que se faciliten a los agricultores créditos sobre cosecha, aperos y ganados, estimulando al Banco de España para que lo realice conforme a sus Estatutos y que se conceda a los agricultores cerealistas una moratoria suficiente para el pago de sus deudas.
e) Que se declare forzoso el curso del trigo, valorado al precio de tasa, para el pago de toda clase de contribuciones e impuestos y para el pago de aquellas deudas que provengan de gastos realizados en su producción.
9.a Una vez solucionado el problema agobiador de momento se emprenderá una política triguera definitiva que evite las crisis periódicas, con arreglo a las siguientes bases:
1.a Protección arancelaria, fija e intangible, como corresponde a una riqueza que se produce previo empleo de elementos arancelariamente protegidos, y que evite un desnivel ruinoso de nuestra balanza de pagos internacionales.
2.a Creación de paneras sindicales, silos y depósitos regulares, situados estratégicamente, y constantemente intervenidos por las representaciones corporativas de los productores.
3.a Intervención del Estado para nivelar periódicamente con el superávit de las grandes cosechas el déficit correlativo de las menos abundantes.
4.a Protección arancelaria, fija e intangible, en la importación del maíz y de aquellos productos que pueden contribuir a desvalorizar los subproductos del trigo, y que, a la vez, contribuyen a limitar excesivamente el cultivo nacional del propio maíz, a acentuar nuestro déficit comercial con una importación innecesaria, y a dañar, en último término, al consumidor del pan, por el encarecimiento de las harinas, que fatalmente se produce al desvalorizarse los subproductos del trigo.
5.a Tendencia gradual a la supresión de la tasa del trigo que no puede considerarse como meta de una política triguera, sino como consecuencia natural del precio libre del trigo.
6.a Mejora y elevación del rendimiento de la producción unitaria triguera, como se ha hecho en Italia, pero procurando paralelamente reducir el área del cultivo triguero y cerealista a lo estrictamente preciso para el consumo nacional.
10. Una ordenada política de colocación de los productos agrícolas debe mirar a garantizar que el precio que obtengan en el mercado esté siempre en relación con su coste de producción.
11. En cuanto al aceite de olivo, deberán dictarse medidas que impidan su mixtificación, favorezcan la exportación, prohíban las importaciones y realicen una eficaz propaganda de nuestras producciones.
La adopción de medidas contra la mixtificación deberá ampliarse a los vinos, a los cuales deberá protegerse rechazando el criterio de contingentes y suprimiendo o limitando al mínimo los impuestos interiores.
12. Unificación de impuestos que gravan la agricultura y ganadería, tendiendo a la progresiva rebaja del tipo de imposición acomodada a las circunstancias de la producción, al ritmo del descubrimiento de ocultaciones.
13. Rápida terminación del catastro y rectificación del mismo donde ya estuviere hecho, teniendo en cuenta los precios actuales que han de servir para fijar el líquido imponible.
14. Limitación de la facultad impositiva de las corporaciones locales sobre los productos agrícolas y ganaderos.
Unificación de todos los servicios agrícolas en un solo departamento ministerial.
15. Para establecer el orden y la tranquilidad en los campos se precisa urgentemente la derogación de la ley de Términos municipales y disposiciones sobre intensificación de cultivos; ordenar, mediante normas económicas, la de laboreo forzoso, y cumplir, efectivamente, la ley que prohibe los alojamientos.
16. Aliento decidido a la sindicación agrícola, en general, o patronal y obrera de tipo cristiano.
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17. Establecimientos y apoyo de un organismo de conciliación y arbitraje, exento de toda influencia política.
18. Reconocimiento de que el problema del paro obrero debe ser solucionado por el Estado y no recaer singularmente sobre la agricultura.
19. Fomento de las pequeñas industrias agrícolas y familiares, cuya difusión quedará encomendada muy especialmente a las granjas, cátedras ambulantes, folletos y publicaciones de propaganda que contribuyan a elevar la instrucción técnico-agrícola de los campesinos.

XII. POLÍTICA EXTERIOR
1.a La C. E. D. A. aspira a que España mantenga la neutralidad ante un conflicto bélico.
2.a Desea que se mantenga una política profundamente pacífica y de cooperación activa, dentro de la Sociedad de las Naciones, para el triunfo jurídico del orden y de la justicia en las relaciones internacionales.
3.a Pretende que se desarrollen principalmente las relaciones de carácter cultural, de cooperación intelectual y de aproximación jurídica entre España y la América española, sin miras de preferencia política y sobre un pie de perfecta igualdad para con todas estas naciones hermanas.
4.a Reclama que, fuese cual fuere el régimen de las relaciones entre el Estado español y la Santa Sede, se estrechen cada vez más los vínculos entre ambas potestades, manteniendo, firme, en primer término, la representación diplomática entre ellas.
5.a Pide que España continúe su política de penetración pacífica en Marruecos, manteniendo, al efecto, una colaboración leal con Francia.

XIII. POLÍTICA MILITAR
1.a España debe desarrollar una política militar orientada a dotar al país de medios de defensa activa en armonía con sus posibilidades económicas y su posición geográfica. A este efecto, se dedicará la debida atención al Ejército, Marina de Guerra y Aviación, coordinando su esfuerzo para la mejor defensa nacional.
2.a El Ejército se organizará sobre un tipo moderno adaptado al territorio y a las posibles contingencias bélicas, constituyendo en la paz escuelas de mando, experimentación de procedimientos tácticos y técnicos y cuadros sobre los que se formen las unidades para la guerra en caso de una movilización. Se evitará la dispersión de tropas y servicios, tendiendo a su reunión en unidades tipo división, brigada de montaña, para el mayor contacto de los Cuerpos, su enlace y la frecuente reunión en campamentos, maniobras, estudios de fronteras, logísticos, etc.
3.a Se estudiará el modo de reducir al mínimo indispensable la permanencia del individuo en filas, organizando la instrucción premilitar y sometiendo a la tropa durante su estancia en los Cuerpos a una preparación intensiva para la guerra, no distrayendo al soldado de su peculiar misión.
4.a Ha de dedicarse especial atención a la formación de buenos cuadros de clase de tropa, eligiendo los más aptos en cada Arma o Cuerpo, y estimulando la permanencia de los mismos, con ventajas en su porvenir profesional y económico.
5.a La oficialidad será de dos clases: profesional y de complemento, sin escala de reserva en activo. La oficialidad profesional se constituirá por los que cursen en las Academias militares los estudios y prácticas necesarios para obtener el grado de oficial. A las clases de tropa se les facilitará el acceso a la clase de oficiales.
Todos los jefes y oficiales en diferentes momentos de su carrera, cursarán estudios de ampliación, siendo, por tanto, la instrucción de la oficialidad de carácter cíclico. En centros especiales se atenderá a la formación de oficiales especializados en determinadas funciones, tales como el Estado Mayor, las Construcciones Militares, etc. Todos los estudios militares estarán inspirados en un criterio eminentemente práctico, y en ellos se dará la debida participación a los conocimientos de Humanidades y de Psicología, indispensables para el mando de tropas.
6.a Para obtener el empleo de oficial y subsiguientes será preciso haber practicado el mando con acierto en los diversos escalones.
7.a Se atenderá al sostenimiento de la oficialidad en un pie económico decoroso; pero se le exigirá dedicarse a su profesión con exclusión de toda otra.
8.a Se reorganizará la industria militar, dando al problema de abastecimiento de armamento y material la importancia que tiene. Se impulsarán los trabajos de movilización de las industrias civiles, formándose con toda escrupulosidad un censo obrero militar, que se mantendrá al día.
9.a Se atenderá a las necesidades estratégicas en la creación, sostenimiento y estudio de las vías de comunicación.
10. La importancia excepcional que para España, por la extensión de sus costas y situación geográficas tiene el problema naval, en su doble aspecto, militar y civil, será objeto de gran interés, tendiendo a que, en lo posible, España se asome a su litoral.
11. Reconocida la intervención decisiva de la Aviación en la guerra moderna, se le dedicará la mayor atención y todos los recursos que las disponibilidades económicas permitan. Por su estrecha relación con la Aviación militar en caso de guerra, la Aviación civil será también objeto de atención y de estudio en su aplicación, como auxiliar y complemento de aquella.

 

Confederación Española de Derechas Autónomas. Programa aprobado en el Congreso de Acción Popular y entidades adheridas y afines convocado para constituir la C. E. D. A. Madrid, febrero-marzo de 1933.

Movimiento revolucionario anarco-sindicalista en varias partes de España

Movimiento revolucionario anarco-sindicalista en varias partes de España


Informes oficiales. El ministro de la Gobernación dice que la situación está totalmente despejada

El Sr. Rico Avello manifestó ayer que la situación estaba totalmente despejada. La tranquilidad es completa en todo el país.

En Zaragoza, ayer por la noche, volvieron a tirotear desde los tejados de varias casas de los arrabales. Se supone que son seis o siete individuos que se dedican a producir alarma disparando únicamente para poner en jaque a la fuerza pública. El gobernador ha dado orden de que no se conteste a los disparos, y supongo -añadió el ministro- que la situación quedará normalizada, porque se va a realizar una operación policíaca encaminada a detener a los revoltosos que quedan.

En Córdoba está también despejada la situación, e igualmente en La Coruña, donde no ha habido novedad.

Del descubrimiento de depósitos de bombas en Gijón

Esta noche pasada -añadió el ministro- se ha prestado en Asturias un servicio excelente. Guardias civiles y de Asalto supieron que en Gijón, en el barrio obrero denominado Pumarín, distante dos kilómetros de la ciudad, se preparaba una intentona. Las fuerzas fueron recibidas a tiros, pero consiguió dominar la situación y detener a los revoltosos sin producir ni un herido. Estrechados a preguntas los detenidos, confesaron que se hallaban encargados de custodiar una cueva, en la cual se halló un verdadero arsenal de bombas. Uno de estos sujetos confesó que en el domicilio de un tal Enrique Fernández, que vive en Gijón, en la calle de Cifuentes, número 5, había también un depósito de armas y municiones. Practicado un registro fueron halladas ocho bombas grandes, 10 más cargadas de metralla; 16, de tamaño menor; 60 de las llamadas de piña; 450 cartuchos de dinamita, ocho kilos de clorato, varios paquetes de sustancias que se están analizando ahora, algunos otros paquetes más de sustancias desconocidas, 60 metros de mecha gruesa y 20 metros de mecha delgada.

En La Felguera se preparaban graves atentados

Además de este servicio, que como ustedes ven es uno de suma importancia, en La Felguera, pero también anarcosindicalista, se supo que iban a cometerse actos de sabotaje en una línea eléctrica de alta tensión, de 5.000 voltios, que distribuye energía a numerosas poblaciones de Asturias, y que, según creo, la suministra también para el ferrocarril del Norte. Cuando se disponían a colocar bombas, y en la línea férrea, fueron detenidos siete sujetos. Ya habían colocado dos bombas con mecha en un poste y siete más en distintos lugares. Confesaron además los detenidos que también habían colocado explosivos en la línea del ferrocarril de Langreo. Los artefactos fueron recogidos por la fuerza pública.

En Candás se practicaron varios registros domiciliarios, el resultado de los cuales fue la recogida de varias armas y municiones. Se detuvo a seis individuos, y a estas horas están convictos y confesos de haber colocado explosivos en el ferrocarril de Carreño a Gijón.

Como ustedes ven -siguió diciendo el señor Rico-, todos los días se descubren pequeños focos en distintos puntos de España. El movimiento que se preparaba no ha llegado a tener toda la importancia que se proponían los revoltosos, gracias a las previsiones del Gobierno, pues puedo asegurar que, de no habernos preocupado de seguir con toda atención los manejos de los revolucionarios, su intentona hubiera tenido una resonancia enorme.

En la relación de las víctimas causada por los revolucionarios figuran diez guardias civiles muertos y numerosos heridos.

Agregó el ministro que se estaba haciendo una relación de las víctimas ocasionadas por los insurgentes.

-Desde luego, hay diez guardias civiles muertos y numerosos heridos.

El Gobierno se propone recompensar los esfuerzos realizados, tanto por los elementos militares de fuerza pública como por los obreros ferroviarios, que han trabajado abnegada y heroicamente. En esta recompensa habrá, naturalmente, una graduación, que estará en relación con los servicios prestados por cada uno. Ya está también redactado el decreto que equipara los sucesos a hechos de guerra, para beneficios de las víctimas.

A preguntas de un periodista dijo que el conflicto de camareros se halla en manos del ministro de Trabajo, y expuso su impresión favorable a la resolución de la huelga.

Después dijo que se mostraba satisfecho de la actuación de la fuerza pública, que actúo con ponderación, serenidad y prudencia, y que ha obedecido ciegamente las órdenes recibidas. Es de señalar la actitud del Ejército en los servicios auxiliares que ha prestado con todo entusiasmo y magnífico espíritu, dándose por primera vez el caso en la República de que los militares hayan actuado directamente bajo las órdenes del Poder civil. Este debe ser un motivo de honda satisfacción para todos los españoles.

La represión en Villanueva de la Serena se ajustó a la ley, dentro de la mayor prudencia

-Dos compañeros de ustedes -continúo- me han visitado para pedirme detalles de lo ocurrido en Villanueva de la Serena. Parece ser que este asunto ocupa preferentemente la atención. Yo les he dicho que no hay derecho a informar deformando la realidad. El caso fue tratado con la máxima prudencia. Desde aquí se dieron órdenes a la fuerza para que en todo momento procurase capturar a los revolucionarios, a fin de poderlos entregar a la acción de la Justicia.

La fuerza resistió pacientemente hora tras hora el fuego incesante de los rebeldes. Yo tengo aquí el informe del jefe que mandaba la fuerza, que es el del 11.º Tercio de la Guardia Civil, de Badajoz, don José Fernández Mijares, que, coincidiendo con los que me ha facilitado el gobernador civil y varios diputados republicanos que visitaron el lugar de los sucesos, denotan que se procedió con la mayor paciencia posible, con toda cautela y de acuerdo con las órdenes emanadas desde aquí cada media hora. Además, allí ha actuado un juez constantemente, y, por tanto, las actuaciones judiciales harán ver a todos la realidad de lo ocurrido.

Yo, por mi parte, tengo la conciencia tranquila, pues me ha desvelado por que no ocurriese nada que pudiese suponer ensañamiento de la fuerza pública, y estoy seguro de que no ha ocurrido tal cosa.

Este caso no admite parangón con ningún otro. No hay, según dijo ayer el presidente del Consejo, paridad posible.

Manifestó, por último, que a las tres y media de la tarde entraría en Madrid, por el puente de Segovia, el cadáver del sargento muerto por los revolucionarios en Villanueva de la Serena, a cuyo entierro tenía el propósito de asistir.

-Después del entierro -agregó- asistiré al Parlamento, donde no sé si tendré que hablar, lo que lamentaría, porque, ocupada mi atención en los sucesos ocurridos estos días, no he podido leer detenidamente los expedientes electorales que obran en mi poder y los datos verbales que me dieron que están ya un poco borrados de mi memoria.

Manifestaciones del ministro de la Guerra. La admirable labor del Ejército en el actual movimiento. Cómo se desarrolló el asedio en Villanueva de la Serena.

El ministro de la Guerra recibió a las dos de la tarde a los periodistas, ante los cuales hizo las siguientes manifestaciones, en respuesta a distintas preguntas de éstos:

-El movimiento anarcosindicalista tiende a su fin. Podrá haber algún chispazo suelto, cosa natural en un marco tan extenso como el de la actual revuelta, de tan profundas como dilatadas ramificaciones, pero será rápida y enérgicamente sofocado.

Refiriéndose al triste episodio de Villanueva de la Serena, el señor Iranzo dijo:

-La actitud del sargento Sopena respondía, más que a su carácter exaltado y a sus ideas extremas políticas, a ciertos antecedentes clínicos, que le consideraban como un enfermo mental. Desde que ingresó en el servicio fue conocido por su temperamento rebelde y extremoso, estado que hubo de acentuarse al recibir en Africa, en ocasión de pertenecer a las fuerzas del Tercio, un balazo en la cabeza. En Algeciras, adonde fue destinado a su salida de Marruecos, también dio muestras de esa anormalidad. No sabía yo que había estado destinado aquí, en el ministerio, hace pocos meses; pero es indudable que se trataba de un espíritu exaltado, siempre rebelde a las normas de obediencia y respeto de la disciplina militar.

El detalle de lo ocurrido en el asedio de la casa-convento no ha podido sorprender al Gobierno, y menos a mí, que seguí paso a paso las vicisitudes de la lucha desarrollada en todo momento por parte de las fuerzas atacantes, con la mayor prudencia dentro del rigor que las circunstancias imponían. En las veintitantas horas que duró el ataque -añadió el Sr. Iranzo- no perdí el contacto con el coronel jefe de la Guardia Civil que mandaba la columna organizada para reducir a los sediciosos de Villanueva de la Serena. Por cierto que el mando de estas fuerzas del Ejército y de la Guardia Civil y Seguridad convinimos en que fuera ejercido por el citado coronel, ya que en dicha agrupación había buen número de ellas que pertenecían a este Instituto y tenían un mayor conocimiento de las circunstancias en que se realizaba el asedio.

Más de treinta veces estuve hablando por teléfono con el jefe de las fuerzas que mantenían el cerco de la Caja de Recluta. De forma que la acción de las tropas tuvo en todo momento el conocimiento y aprobación de las autoridades superiores, atentas a cortar con la debida prudencia, pero con toda energía, aquel tenaz foco de sedición y de violencia que ya había costado la vida a unos cuantos defensores de la fuerza pública.

No ha habido hasta ahora que lamentar una sola baja en las fuerzas del Ejército que están ayudando a las de Orden Público a sofocar el movimiento. La conducta admirable de las tropas me tiene verdaderamente entusiasmado. Su colaboración no ha podido ser más efectiva y entusiasta, en todo momento y en todas las categorías. El Ejército ha puesto estos días de revuelta bien de manifiesto sus virtudes, y el Gobierno y el ministro de la Guerra se complacen en ponerlo de manifiesto. Y no sólo la misión del Ejército se ha reducido a cumplir con exactitud, lealtad y obediencia las órdenes de la superioridad, sino que se ha excedido en el cumplimiento de su deber, ofreciendo iniciativas, haciendo propuestas para ayudar al Poder público en poner término a la revuelta; iniciativas que jamás eran puestas en ejecución sin previa consulta y confirmación, pero que demuestran un espíritu de adhesión y de sacrificio que en estos momentos hay que poner bien de relieve, porque han sido muchos, y muy abnegados, los servicios prestados por nuestras tropas; bien es verdad que respondiendo a la admirable y heroica conducta de las fuerzas de Orden Público.

Este espíritu del Ejército lo he podido apreciar mejor porque creo que no ha quedado jefe de división o comandante militar con el cual no haya estado en comunicación, y en todos he encontrado ese deseo de colaborar en la obra de poner fin al actual movimiento. Aquí, al pie de este teléfono, hemos permanecido de guardia tres o cuatro ministros durante tres noches, y otros tantos o el resto en el ministerio de la Gobernación. Durante ese tiempo ningún ministro ha dormido en su casa. El movimiento ha sido duro e intenso, en proporciones tales que da lugar a reflexionar, porque no se comprende la cantidad de los elementos destructores que se han reunido y el número y extensión de los hombres movilizados sin una ayuda o colaboración de ciertos sectores ciudadanos incorporados a la violencia. Por lo cual el Gobierno que nos suceda habrá de estudiar la importancia de esas ramificaciones y su anulación.

Yo creo que la vida del Gobierno terminará antes de fin de semana, sin que pueda concretar la fecha. Verdad es que pocas veces se habrá dado el caso de que la mayor popularidad de un Gobierno acompañe a su etapa final cuando tiene contados los días; pero, sofocado en sus principales focos el movimiento anarcosindicalista -terminó diciendo el ministro de la Guerra, Sr. Iranzo-, el levantamiento de los estados de alarma y de prevención puede ser inmediato, y entonces habrá llegado el momento de abandonar estos puestos satisfechos de haber cumplido con nuestro deber.

Declaraciones del ministro de Obras Públicas acerca de lo ocurrido en las obras del ferrocarril de enlace y del origen de la catástrofe de Puzol.

El ministro de Obras Públicas, al recibir a los periodistas, les hizo la siguientes manifestaciones:

-En los trenes está ya todo normalizado. Solamente aquí, en Madrid, en el túnel de Hormaeche y Agromán, se han repartido unas hojas en las que se llama traidores a los dirigentes de la U.G.T. y se invita a abandonar el servicio. Actualmente trabajan unos y otros no, y no va a haber más remedio que tomar una resolución.

Sobre las manifestaciones que hizo en la Cámara ayer el diputado comunista Sr. Bolívar respecto a no saberse si fue bomba o corte de vía la causa de la catástrofe ferroviaria en Puzol, tengo que decirles a ustedes que el comisario del Estado en la Compañía del Norte, el ingeniero Sr. Estibau, que está allí dirigiendo los trabajos de salvamento, aún no me ha remitido el informe, pero sí sus primeras impresiones. Y en ellas me dice que en un espacio de catorce metros hay varios vehículos de los grandes formando un solo bloque, quedando entre ese montón informe varios cadáveres. Cuando se crea que no quede ninguno, se pegará fuego a ese material para dejar la vía libre. Dicho ingeniero me dice también que está plenamente convencido, por haberlo visto comprobado, que la causa del accidente no fue por la explosión de ninguna bomba, sino que se quitó, desbridándolo un carril, lo que indica que los autores del hecho tienen conocimiento del oficio.

Terminó el Sr. Guerra del Río manifestando que su impresión era que el movimiento está totalmente terminado.

(ABC, 14 de diciembre de 1933.)

Gil Robles explica su apoyo al Gobierno de Lerroux.

Gil Robles explica su apoyo al Gobierno de Lerroux.
Indalecio Prieto reprocha a los radicales la traición a sus ideales laicos para unirse a las derechas


El Sr. Presidente: El Sr. Gil Robles tiene la palabra.

El Sr. Gil Robles: Señores Diputados, aunque quizá en una marcha normal de la discusión parlamentaria correspondiera a otros grupos iniciar el debate político, el hecho de levantarme a hablar en nombre de la fracción numéricamente más importante de la Cámara me da cierto derecho de prioridad, que, de todas suertes, yo puse desde el primer momento a disposición de la Cámara.

Quizá con ratificar en el momento presente la nota que en nombre de esta minoría dicté a la Prensa al salir de evacuar la consulta con el jefe del Estado, diera por definida plenamente nuestra posición. No estará de más, sin embargo, algún mayor esclarecimiento, que, por mi parte, procuraré sea todo lo breve posible.

Sin pretender ahondar demasiado en el pasado político, sí creo preciso hacer alguna indicación respecto al instante en que nuestro grupo surgió como tal en la vida política española. Se había hundido la monarquía, más que por el empuje revolucionario, por abandono y por apatía de sus propios elementos; más que por los ataques de sus enemigos, porque le faltaron todas aquellas asistencias de instituciones que deben, en todo momento, prestar ayuda al Trono.

Con el derrumbamiento de la monarquía vino fatalmente el desmoronamiento de todas las organizaciones políticas de derecha, que durante tantos años habían arrastrado una vida meramente artificial. Y fué en aquel momento cuando nosotros surgimos a la vida pública como una agrupación que, en el orden colectivo, no tenía el menor contacto con el pasado; como una organización que, inhibiéndose en el problema de la forma de gobierno, se aprestaba a la defensa de principios fundamentales que reputaba, y con mucha razón, seriamente amenazados. Desde el primer instante -permitid que lo diga sin jactancia, pero sí con satisfacción- nuestra actitud fué digna y plenamente ciudadana.

No habíamos tenido parte alguna en el advenimiento del régimen. Sinceramente hay que reconocer que lo habíamos visto venir con dolor y con temor. Pero, una vez establecido como una situación de hecho, nuestra posición no podía ser más que una: acatamiento leal al Poder público, no sólo no creándole dificultad alguna, sino, por el contrario, dándole todas las facilidades que fueran precisas para que cumpliera su misión fundamental. (El Sr. Albiñana: ¿Y por qué no se dijo eso en las propagandas electorales? - Rumores.)

Convendría, a mi juicio, que el Sr. Albiñana frenara sus entusiasmos y los guardase para ocasión más oportuna y, sobre todo -no por lo que a él se refiere, sino por lo que puede referirse a grupos que con él coincidieran-, creo que a todos nos interesa no ahondar demasiado en el pasado, porque quizá las lecciones no vinieran en contra del grupo que represento. (Muy bien.-Aplausos en la minoría.)

Decía, señores, que nosotros habíamos dado las facilidades precisas al Poder público para que realizara su finalidad primordial, que es la de servir la realización de los grandes fines colectivos, que es la de procurar la consecución del bien común. No se nos podía pedir, no teníais derecho, señores, a pedirnos una identificación con el régimen, una de seas adhesiones entusiastas que en tan gran número llegaron hasta vosotros en los primeros momentos. Quizás no os hiciera falta; en vuestro campo propio teníais abundancia de elementos convencidos, ante los cuales yo me inclino respetuosamente.

Tampoco os faltaban esas adhesiones en montón de los que fácilmente se suman a las filas de los vencedores. Acaso nosotros hubiéramos podido también sin dificultad alcanzar un puesto en ese escalafón de antigüedad republicana hacia el cual muchos se lanzaron en carrera desenfrenada. Nos hubiera sido quizá muy fácil; pero para ello habríamos tenido previamente que desembarazarnos del peso de nuestra propia dignidad. Eso no podíais pedirlo. Lo que podíais pedir y aun exigir de nosotros era que acatáramos el Poder, que para nosotros, como católicos, viene de Dios, sean cualesquiera las manos en que encarne; teníais derecho a exigirnos una lealtad acrisolada hacia un régimen cuya legitimidad no teníamos ni siquiera que investigar, porque era el que el pueblo español por sí mismo había querido. Esto era lo que nosotros podíamos y debíamos prestar, y lo hicimos desde el primer momento, aun cuando fuera necesario dejar sentimientos muy hondos y muy acrisolados, aunque en nuestras filas hubiera muchos hombres que se vieran en la precisión de retorcer su propio corazón, aunque tuviéramos que hacer frente a los ataques insidiosos de un lado y de otro, que también de nuestro campo llegaron los zarpazos de la impopularidad y hasta los mordiscos de la insidia. Pero esto nos tenía perfectamente sin cuidado, porque al adoptar esa actitud pretendíamos, y lo logramos, servir nuestros ideales; era para nosotros un tributo a nuestra propia conciencia y para vosotros una garantía de tranquilidad, porque cuanto más duro sea el sacrificio, más acrisolada es la lealtad, y cuanto más violenta sea la hucha de que se salga triunfante, más firme y más sereno es el convencimiento. (Muy bien.) En esta actitud comenzamos a actuar, sin que un instante siquiera vacilara nuestro ánimo, y en ella continuamos aun en ocasiones en que acontecimientos dolorosísimos parecía que nos empujaban hacia otro camino distinto.

Y llegamos a las elecciones de Diputados de las Cortes Constituyentes. No voy a hacer aquí ni siquiera una síntesis de la forma en que aquellas elecciones se celebraron; fué en un ambiente de pasión y de violencia en el cual resultó prácticamente imposible que las derechas lucharan. Derrotadas en casi todas las circunscripciones, sólo un puñado de Diputados pudo llegar a estos escaños, y a pesar de las condiciones en que habíamos tenido que luchar, aún vinimos aquí, señores Diputados, con un noble afán de colaboración. Todavía abrigábamos un resto de esperanza de que vosotros quisierais construir un Estado para todos. Una nación donde todos cupiéramos. Vinimos aquí, repito, a colaborar, que la colaboración -bien lo sabéis- no se presta solamente con una adhesión servil al triunfador, sino que se presta muchas veces con mayor eficacia, y desde luego con mucha más dignidad, cuando se hace por medio de una oposición razonada y de una crítica serena.

A eso vinimos a las Cortes Constituyentes; pero pronto nos desengañamos, pues hubimos de ver que no se quería hacer una Patria para todos; se buscaba, si era posible, el aplastamiento de las fuerzas de derecha, colocarnos fuera del ámbito legal, perseguirnos constantemente. Quizá con la esperanza de que, hiriéndonos en los sentimientos más queridos de nuestra alma y lesionando al mismo tiempo legítimos intereses, nos lanzáramos a la desesperación y nos pusiéramos fuera de la ley, donde hubiera sido muy fácil aplastarnos. Pero nosotros no quisimos prestarnos a esa maniobra; nosotros, como grupo político, no quisimos hacer el juego a los que por ese camino deseaban lanzarnos, y nos colocamos firmemente en el ámbito legal, porque teníamos la seguridad de que, situándonos en ese terreno, bien pronto los que nos perseguían habían de colocarse ellos mismos fuera de la ley. Lo que hicimos desde el primer momento fué aceptar la desgracia con ánimo sereno, extraer de la revolución todo su significado expiatorio, rectificar los errores que en la política de derechas se habían cometido, y mientras nuestros enemigos daban la sensación de que, al llegar al Poder, no tenían ideas constructivas, sino que únicamente lo habían escalado para, desde él, verter sobre la Nación toda la copa rebosante de sus amarguras y rencores, nosotros fuimos al pueblo a procurar conquistarlo, a rectificar nuestros errores -como antes decía-, a coger toda esa opinión que se iba apartando de la política de las Constituyentes, porque esa política estaba inspirada no en el sentido constructivo y patriótico que todos esperábamos, sino en un sentido de destrucción que acabó con cuantos valores morales y espirituales había en España. (Aplausos.)

Que el apartamiento de la opinión se iba produciendo, respecto de las Cortes Constituyentes, ¿cómo lo vamos a negar? ¡Cuántas veces, señores. en estos mismos escaños, nos hemos levantado para poner de manifiesto el divorcio entre vuestra política y nuestras masas! ¡Cuántas veces nos hemos levantado aquí para anunciar lo que hoy es una realidad, levantándonos a hacerlo entre las sonrisas despectivas de los que detentaban el Poder y en medio de los improperios de la mayoría que secundaba sus órdenes! Fué preciso que vinieran los hechos a dar la razón a nuestro punto de vista, y así, primero, en las elecciones municipales del 23 de abril, España dijo claramente la modificación política que anhelaba. De nada sirvió la enseñanza, y vinieron las elecciones del 3 de septiembre, las cuales no fueron más que un presagio de lo que había de ser el resultado de estas generales. ¡Tres elecciones, señores, en el término de tres meses! ¡Tres consultas al Cuerpo electoral, en las que éste se produce de la misma manera!

Después de esa unanimidad de criterio, ya puede venir el coro de despechados a decir que esta Cámara no es la representación de la voluntad nacional (Muy bien.) Incluso hasta por una cierta elegancia espiritual habrá que permitir esos desahogos pueriles, con los cuales se quiere cohonestar la derrota más espantosa que ha conocido la historia política de España. (Aplausos.) ¿Y cuál es, señores, la significación de esta victoria que ha fortalecido las organizaciones políticas del centro y de la derecha? La forma en que estas elecciones se han celebrado; la extraordinaria variedad de coaliciones electorales, en las cuales nosotros, unas veces, hemos ido con fuerzas afines y un programa común, al cual continuamos siendo absolutamente fieles, y otras, con fuerzas respecto de las cuales no teníamos más que el denominador común de una significación antimarxista; las diversas coaliciones, repito, de los que hemos ido a la lucha electoral no me permiten honradamente compartir la significación de la victoria que le atribuyen algunos grupos de derecha. ¿Contra qué ha votado la opinión nacional? ¿Contra el régimen o contra su política? Para mí, honradamente, señores, hoy por hoy, el pueblo español ha votado contra la política de las Constituyentes. (Aprobación.) Ahora bien; si vosotros, señores, que tenéis en Vuestras manos la gobernación del Estado; si vosotros, señores que militáis en la oposición, os empeñáis en identificar como hasta ahora la política seguida y el régimen; si vosotros queréis hacer ver al pueblo español que socialismo, sectarismo y República son cosas consustanciales, ¡ah!, entonces tened la seguridad de que el pueblo votará contra la política y contra el régimen, y que en esa hipótesis no seremos nosotros los que nos opongamos al avance avasallador de la opinión española. (Muy bien. Aplausos.)

El pueblo, señores, nos pedía una rectificación de política. ¿Qué es lo que nosotros teníamos que hacer? Por lo que respecto al grupo en cuyo nombre hablo, esta fuerza, que con un programa perfectamente definido fué a las elecciones, ¿había de ser un factor de evolución de la política española o, por el contrario, un elemento de perturbación de la misma? ¿Había de consistir nuestra tarea en dar paz y tranquilidad a España o, por el contrario, había de ser nuestro ideal hacer imposible la vida de los Gobiernos? Para nosotros no había duda alguna ni surgió por un solo instante en nuestro ánimo: nuestra obligación es dar a España días de paz y de tranquilidad y hacer posible una rectificación de la política hasta aquí seguida. También para ello se presentaban dos caminos a nuestra elección: o gobernar las derechas o facilitar la formación de Gobierno del tipo del que se sienta en el banco azul.

Aun antes de la segunda vuelta de las elecciones, y para calmar legítimas impaciencias de nuestras masas, yo me apresuré a decir que éste no era el momento de una política de derechas, y no por motivos que quizá la malevolencia de algunos pudiera apuntar como causa de nuestras determinaciones. ¿Nosotros entendíamos que no era el momento de una política de derechas acaso por una posición habilidosa que nos llevaba a no desgastarnos y a esperar que otros lo hicieran, aguardando el momento propicio de nuestro triunfo? Si ese desgaste tuviera que haberse producido en nuestras filas para sacar a España del atolladero en que está, todos y cada uno de nosotros hubiéramos afrontado muy serenos el sacrificio, en la seguridad de que jamás pudiéramos prestar mejor servicio a España. ¿Sería acaso porque nosotros no tenemos un programa político? En nuestros programas hay fórmulas para los problemas que España tiene planteados; pero, en último caso, con haber hecho lo contrario que las Cortes Constituyentes, teníamos formulado el mejor programa que habría deseado el Cuerpo electoral. (Aplausos.) ¿Sería acaso por miedo a la responsabilidad del Poder? Muy grande, es para todo ánimo solvente, pero para mí, de todas las responsabilidades, la peor es la de la cobardía y la deserción. Antes que ésa, cualquiera; antes que ésa, mis compañeros y yo habríamos afrontado cualquier orden de responsabilidades.

No, no es por ninguno de esos motivos; es por miedo a nosotros mismos, porque creemos que nuestro espíritu no se halla aún preparado para llegar a las alturas del Poder. Está, Sres. Diputados, todavía muy cerca la persecución, están todavía muy frescas las heridas que hemos sufrido en la lucha, y para mí el peligro mayor está en que las derechas llegaran al Poder sin que se hubiera serenado la tempestad de nuestras almas, sin que hubiéramos tenido tiempo para que desapareciera completamente de nuestro corazón cualquier deseo de revancha o de venganza. (Grandes aplausos.) Porque nosotros, señores, aunque alguien no lo crea, venimos a la política con deseo de hacer una obra para todos, una obra nacional, y querríamos que para entonces hubiera desaparecido de nuestra alma el rencor, con objeto de poder llamarlos a todos, por que para la obra santa que necesita España no nos importaría acudir a los que han sido nuestros verdugos; consideramos mucho más glorioso haber sido la víctima de una persecución, que no el verdugo cuando nos hubiera llegado a nosotros el turno. (Prolongados aplausos.)

No, no es ese el camino que queremos seguir, y porque sabíamos que no era nuestro momento, desde el primer instante dijimos que nuestra misión se reduciría a facilitar la formación de un Gobierno que evitara en la política española esos bruscos movimientos pendulares que no permiten la estabilidad de ningún sistema político. Nosotros queríamos evitar esos saltos bruscos en los cuales alguna vez ha de padecer, quizá de un modo irremediable, la suerte de España; nosotros pretendíamos que viniera otra situación política a liquidar, acaso con menos dolor, muchos de los errores que la opinión pública ha señalado. Por eso facilitamos la formación de ese Gobierno. ¿Con pactos inconfesables? ¿Con, contubernios secretos? De ninguna manera. Ante la opinión pública en pleno Parlamento, en la forma que voy a decir con la mayor brevedad.

Nosotros, frente a un Gobierno minoritario y teniendo una masa que puede influir decisivamente en los destinos de su política, no sentimos la tentación de pretender imponerle un programa político. Ni él dignamente lo aceptaría, ni nosotros discretamente podríamos pedírselo. No; nosotros, lo que podemos, lo que debemos hacer es pedirle al Gobierno que recoja el resultado de las elecciones, que vea cuál ha sido la voluntad del cuerpo electoral y que la lleve a la práctica en la legislación y en la administración. Porque en una democracia, el resultado de la voluntad del pueblo obliga lo mismo a los que están en el banco azul que a los que se encuentran en los escaños de la oposición. Obligación suya es llevarlo a la práctica; obligación nuestra es velar por que eso no sea defraudado. Y esto clara y noblemente, sin regateos de momento, con la amplitud con que el Gobierno necesite hacerlo, porque de otro modo el Gobierno no podría vivir con dignidad, y la dignidad del Gobierno es algo que le interesa tanto a él como a nosotros mismos. (Muy bien. Muy bien.)

Pero ¿cómo es como nosotros interpretamos el resultado de las elecciones? Yo tengo que celebrar, Sres. Diputados, que en las cuartillas que ha leído el Sr. Presidente del Consejo se encuentran muchos reflejos de nuestro propio pensamiento. Es que el Gobierno ha tenido la misma sensibilidad y ha percibido cuáles son los puntos que el pueblo español pide que se rectifiquen en la política. Variaremos en cuanto al matiz; en cuanto a la intensidad y en cuanto al orden de prelación, quizá; pero la coincidencia en lo fundamental yo quiero destacarla, y mucho sentiría que el día de mañana pudiera venir de esos bancos una rectificación que nosotros no apetecemos.

Ante todo y sobre todo, nosotros, como católicos, solicitamos lo que hasta ahora no hemos obtenido: el respeto a nuestras creencias, el reconocimiento de la personalidad de la Iglesia. Por eso le pedimos al Gobierno, como una necesidad de la conciencia nacional, que llegue lo más pronto que pueda a un Convenio, a un Concordato con la Santa Sede. Nosotros pedimos, por lo pronto y desde este momento, una rectificación en la legislación sectaria que ha lastimado tan profundamente nuestras creencias, y de un modo particular en todo lo que se refiere a la enseñanza, que es para nosotros una cuestión vital, en la que no podremos de ningún modo retroceder.

Hablaba el Sr. Presidente del Consejo de que la clemencia había llegado al Consejo de Ministros y en determinada ocasión se había traducido en una voluntad de realización, pero que en los momentos actuales, necesidades de gobierno le obligan a una demora en la aplicación de esa medida. Nosotros, que ante todo y sobre todo queremos el restablecimiento del principio de autoridad; nosotros, que dejamos gustosos en manos del Gobierno todo lo que se refiere al mantenimiento del orden social, no vamos a atravesarnos en su camino con premuras o con acuciamientos que pudieran resultar indiscretos. Nos basta con que exista esa voluntad, y hemos de decirle en estos momentos: la amnistía cuanto antes; la amnistía, lo más pronto posible, sin que se demore un día más allá de las necesidades estrictas de gobierno, y que alcance a los que fueron condenados por los Tribunales y también a todos aquellos que han sido objeto de sanciones gubernativas sin que pudiera dibujarse la figura de un delito.

Quizá mejor sería que al llegar a este punto no habláramos de amnistía, sino de una revisión de tantos y tantos atropellos como se han cometido contra la Constitución y hasta contra las mismas leyes que presiden la convivencia en los pueblos cultos. La revisión de las sanciones que se han impuesto a los funcionarios, la revisión de los expedientes de expropiación, que implican una confiscación, contraria a la ley fundamental del Estado, será algo que el Gobierno tendrá muy presente, porque resulta indispensable para una pacificación espiritual que le interesa tanto a él como a nosotros. (Muy bien, muy bien.)

No responderíamos, señores, a nuestra significación y al espíritu con el cual luchamos en las elecciones si no pidiéramos al Gobierno, coincidiendo con lo que él ha expresado en las cuartillas a que antes me refería, una atención especial para los problemas del campo. Hay, señor Presidente del Consejo de Ministros, una serie de medidas legislativas que es absolutamente necesario rectificar cuanto antes. Es necesario derogar la ley de Términos municipales; es absolutamente preciso garantizar la libertad de trabajo y de sindicación; es absolutamente indispensable concluir con las medidas que han arruinado a la agricultura, del tipo de las leyes de laboreo forzoso y de cultivo intensivo, que no se han aplicado para rectificar la conducta antipatriótica de algunos propietarios, sino para imponer sanciones a los que no se doblegaban a ciertas medidas caciquiles que antes estaban en los organismos políticos, pero que hoy han pasado a los organismos societarios. (Muy bien.)

Conformes, Sr. Presidente del Consejo, en que es necesario llevar a la práctica una Reforma agraria, pero rectificando sustancialmente la orientación de la actual, porque es absolutamente preciso, desde nuestro punto de vista, no ya sólo concluir con su desmesurada extensión teórica, que no ha servido más que para desvalorizar en España la propiedad rústica, sino hacer que desaparezca el concepto socializante del asentado, para dar lugar al concepto cristiano del pequeño propietario vinculado constantemente a la defensa de su propiedad. (Muy bien. Aplausos.)

Es preciso, Sr. Presidente del Consejo, que se rectifique la política de los Jurados mixtos, no porque nosotros los repudiemos en cuanto ellos pudieran constituir un instrumento de paz y de concordia entre las clases sociales, sino porque son un instrumento de lucha de clases puesto al servicio de determinadas organizaciones societarias. Eso tiene que concluir, porque hoy los Jurados mixtos, en lugar de instrumentos de paz, son los más eficaces instrumentos de perturbación de la economía nacional. (Muy bien.)

Yo quisiera aprovechar este momento para salir al paso de las fáciles criticas que, quizá desde aquellos bancos (Señalando a las de la minoría socialista.), se nos dirijan en algún momento, queriendo esgrimir el viejo tópico de que nosotros venimos aquí contra las conquistas legítimas del proletariado. No voy a sincerarme, pero sí a hacer una manifestación categórica: para todo lo que sea justicia social, por muy avanzadas que sean vuestras pretensiones, aquí encontraréis los votos que sean precisos; es más, nos adelantaremos siempre que creamos que es de justicia adelantarnos. (Muy bien.) Porque yo os puedo decir que esta organización de derechas, que si alguna característica tiene es su hondo y su extenso contenido social, antes querría desaparecer de la vida pública, antes renunciaría a sus puestos, antes rasgaría sus actas, que consentir que sus votos en el Congreso sirvieran para perpetuar injusticias sociales contra las cuales vosotros habéis levantado vuestra voz, pero contra las cuales también la hemos levantado nosotros, aunque hayamos tropezado con la ingratitud y la incomprensión de los mismos que nos pudieran dar los votos. (Muy bien. - Aplausos.)

Y en prueba de ello, yo le voy a dirigir un ruego al Sr. Presidente del Consejo de Ministros. Aunque implícitamente está contenido en la declaración ministerial, y o le pediría que a todo trance presentara lo más pronto posible a las Cortes un proyecto de ley para concluir con el paro forzoso o, por lo menos, para aliviarlo en la mayor medida posible (Muy bien, muy bien.). Hasta ahora, los remedios demasiado empíricos al paro forzoso han estado gravitando sobre una sola clase social, v eso constituye una injusticia contra la cual nuestra voz se levanta en el Parlamento; pero el que la carga del paro forzoso recaiga sobre toda la sociedad es una necesidad absoluta, en nombre de la cual nosotros levantamos nuestra voz con el mayor entusiasmo.

Una sociedad que se llama civilizada, una sociedad que se llama cristiana, no puede ver con indiferencia que; según las estadísticas, haya en España 650.000 hombres que no tienen que comer. (Muy bien.) Para remediarlo, lo que sea necesario: seguros sociales, obras públicas, trabajos extraordinarios; lo que sea preciso, Sr. Presidente. ¿Dineros? A buscarlo donde lo haya, con reformas fiscales todo lo avanzadas que sean menester, porque con el hambre de los hombres, de una vez hay que acabar. (Grandes aplausos.)

Para realizar esa obra y todo lo demás que el Gobierno crea preciso con arreglo a sus planes y que no vaya contra nuestras convicciones, nuestros votos en la medida que los desee, con plena dignidad por nuestra parte y por la suya, sin regateos de ninguna especie. Nos bastará ver su buena voluntad para llevarla a cabo; desde ese instante, para esa obra nacional nos tendrá a su disposición, y si ese Gobierno fracasara en su empresa -y no quiero debilitar su posición con pronósticos que serían inoportunos-, nosotros estaríamos dispuestos a facilitar la formación de Gobierno de composición análoga, de tipo centro, porque tenemos la aspiración de demostrar al pueblo que no tenemos ambición de ninguna especie; que no tenemos deseos de mando; que no tenemos prisa de ningún género; que queremos que se agoten todas las soluciones, para que después la experiencia diga al pueblo español que no hay más que una solución, y una solución netamente de derechas. (Muy bien.) Cuando ese momento llegue, cuando ese instante venga, nosotros no vacilaremos en decir que recabamos las responsabilidades del Poder, porque hasta ahora, señor Presidente, lo que he enunciado en nombre de esta minoría no es un programa total; es un índice mínimo, que entendemos que el Gobierno debe llevar a cabo porque lo exige la opinión pública como denominador común de todas las fuerzas que no militan en la extrema izquierda. Pero llegará un instante en que habrá de realizarse íntegramente nuestro programa, y como entendemos que los programas no se realizan desde la oposición, sino desde el Gobierno, en nombre de ese programa nosotros, cuando el instante llegue, sin prisas y sin miedo, recabaremos el honor y la responsabilidad de gobernar para realizar nuestro programa, para cumplir lo que es nuestra finalidad primera: la reforma de la Constitución en la parte dogmática y en la parte orgánica, porque si en la primera hay muchas declaraciones que nosotros no podemos admitir, porque repugnan a nuestra conciencia, porque van contra nuestras creencias, porque van contra nuestro sentido de la política, en la parte orgánica hay algo que tiene que rectificarse por interés de todos los partidos.

Con esta Constitución no se puede gobernar, porque las Cortes Constituyentes, llevadas de un afán ultraparlamentario y ultrademocrático, han hecho un instrumento de gobierno que está plagado de dificultades, y en estos instantes en los cuales en el mundo entero va conquistando adeptos la corriente antidemocrática y antiparlamentaria, empeñarse en mantener una Constitución de este tipo no llevará más que a una solución: una dictadura de izquierda o una dictadura de derecha, que no apetezco para mi patria, porque es la peor de las soluciones en que pudiéramos pensar. (El Sr. Primo de Rivera: De izquierdas o de derechas, es mala solución. Una integral, autoritaria, es una buena solución.) No creo preciso discutir con nadie en estos momentos, y menos con persona a quien estimo tanto como el señor Primo de Rivera, la conveniencia de una dictadura de izquierdas o de derechas, ni tampoco las soluciones venturosas de una dictadura de tipo nacional. Yo sé por dónde S.S. va y he de decir, para que a todos nos sirva de advertencia, que por ese camino marchan muchos españoles y esa idea va conquistando a las generaciones jóvenes; pero yo, con todos los respetos debidos a la idea y a quien la sostiene, tengo que decir con toda sinceridad que no puedo compartir ese ideario, porque para mí un régimen que se basa en un concepto panteísta de divinización del Estado y en la anulación de la personalidad individual, que es contrario incluso a principios religiosos en que se apoya mi política, nunca podrá estar en mi programa, y contra ella levantaré mi voz, aunque sean afines y amigos míos los que lleven en alto esa bandera. (Grandes aplausos en el centro .- El Sr. Muñoz: Ahora no parece S.S. hombre de derecha, señor Gil Robles.)

Volviendo, Sres. Diputados, al punto de donde me apartó esa interrupción afectuosa, que yo celebro, porque ha permitido una aclaración de mi propio pensamiento, he de manifestar que cuando el momento llegue recabaremos el honor y la responsabilidad de gobernar, como antes decía. Para actuar, ¿cómo? Con acatamiento leal al Poder, con absoluta y plena lealtad a un régimen que ha querido el pueblo español y respecto de cuyo extremo no se le ha consultado siquiera en esta contienda electoral. (Aplausos en los bancos del centro .- El señor Fuentes Pila: Y en la otra tampoco, Sr. Gil Robles.) Con plena lealtad, con la seguridad absoluta, que puede dar una posición honradamente mantenida, de que nosotros jamás utilizaríamos los resortes que se pusieran en nuestras manos para ir contra el sistema político que en nuestras manos los pusiera. Eso no puede pasar por vuestro temor, porque ni un instante siquiera puede pasar por nuestra imaginación. Lo que haríamos sería gobernar para realizar ese programa, para ir a la revisión constitucional en aquellos puntos que todos nosotros acordemos y para llevarlo a cabo en la forma que resulte de unas elecciones constituyentes, que, por ministerio de la misma Constitución, habría que convocar.

Colocados en esta posición, nosotros, cuando el instante llegue, tendremos derecho a Gobernar. Ahora he de haceros con toda sinceridad -y no veáis en esto ni conminaciones ni amenazas- una simple advertencia. Si puestos en esa posición, que para nosotros significa, por lo menos en una gran parte, sacrificios que hacemos por nuestras creencias y por nuestra Patria, se nos cerrara el camino del Poder, ¡ah!, entonces nosotros iríamos al pueblo a decirle que no era que nosotros habíamos cerrado el camino a la evolución, sino que érais vosotros los que cerrabais el camino a nuestras reivindicaciones, que nosotros, hombres de derecha, no cabíamos en vuestro sistema político. ¡Ah!, entonces tendríamos que ir a decir al pueblo que nos habíamos equivocado, que era preciso seguir otro camino para conseguir el triunfo de nuestras legítimas reivindicaciones. (Aplausos en el centro.) Pero no voy a abundar en este orden de consideraciones. Nuestra posición queda perfectamente definida. Hoy, apoyo al Gobierno en cuanto rectifique la política de las Cortes Constituyentes: mañana, el Poder íntegramente, con plena libertad, como antes decía. Cuando nos necesitéis para realizar ese programa, nos encontraréis aquí. Hoy, en la oposición, en un apoyo incondicional; mañana, si llega la oportunidad, con las responsabilidades del Gobierno, pero en todo momento con una trayectoria de la que no nos apartarán ni los ataques, ni las críticas, ni la incomprensión, ni siquiera la calumnia. Y tenemos la idea de que servimos a nuestra religión y a nuestra Patria. Ante ese orden de consideraciones, todas las demás, las meramente formales, todas las que pertenecen a un orden humano, no tienen para nosotros valor de ninguna especie. Donde sea, cumpliendo con nuestro deber, cuando nos busquéis, allí nos encontraréis. Nada más. (Grandes aplausos en los bancos del centro.)

El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Primo de Rivera.

El Sr. Primo de Rivera: Permitidme, señores Diputados -y sirvan estas primeras palabras de excusa y de saludo-, que tercie en una discusión en la que hoy no esperaba hacerme oír, para poner en claro, con la misma publicidad que ha rodeado a las palabras, siempre tan acertadas y tan hábiles, del Sr. Gil Robles, algo que pudiera parecer una imputación ideológica para una juventud a la que ha aludido y de la que acaso tenga yo algún título para considerarme parte.

El Sr. Gil Robles ha dicho que es mala solución una dictadura de derechas y que es mala solución una dictadura de izquierdas. Pues bien, los miembros de esa juventud de la que formo parte consideramos que no es sólo mala una dictadura de derechas y una dictadura de izquierdas, sino que ya es malo que haya una posición política de derechas y una posición política de izquierdas. El Sr. Gil Robles entiende que el aspirar a un Estado integral, totalitario y autoritario es divinizar al Estado, y yo le diré al Sr. Gil Robles que la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos.

Nosotros consideramos que el Estado no justifica en cada momento su conducta, como no la justifica un individuo, ni la justifica una clase, sino en tanto se amolda en cada instante a una norma permanente. Mientras que diviniza al Estado la idea «rousseauniana» de que el Estado, o los portadores de la voluntad que es obligatoria para el Estado, tienen siempre razón; lo que diviniza al Estado es la creencia en que la voluntad del Estado, que una vez manifestaron los reyes absolutos y que ahora manifiestan los sufragios populares, tiene siempre razón. Los reyes absolutos podían equivocarse; el sufragio popular puede equivocarse; porque nunca es la verdad ni es el bien una cosa que se manifieste ni se profese por la voluntad. El bien y la verdad son categorías permanentes de razón, y para saber si se tiene razón, no basta preguntar al rey -cuya voluntad para los partidarios de la soberanía absoluta era siempre justa-, ni basta preguntar al pueblo -cuya voluntad para los «rousseaunianos» es siempre acertada-, sino que hay que ver en cada instante si nuestros actos y nuestros pensamientos están de acuerdo con una aspiración permanente. (Muy bien.)

Por eso es divinizar al Estado lo contrario de lo que nosotros queremos. Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad; encontramos que el Estado se porta bien si cree en ese total destino histórico, si considera al pueblo como una integridad de aspiraciones, y por eso nosotros no somos partidarios ni de la dictadura de izquierdas ni de la de derechas, ni siquiera de las derechas y de las izquierdas, porque entendemos que un pueblo es eso: una integridad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha, que ha de mirarse entera y que entera avanza en la Historia y entera ha de servirse. (Muy bien.)

El Sr. Presidente: Varios Sres. Diputados han insinuado a la Presidencia su deseo de hacer uso de la palabra; pero ninguno, más que los que han hablado ya, han dicho categóricamente si querían que se les concediese o no la palabra. Y este es el momento, porque, de otro modo, la Presidencia tendrá que declarar terminado el debate.

El Sr. Albiñana: Reitero, Sr. Presidente, la petición de palabra que tenía formulada desde antes de abrirse la sesión para hablar inmediatamente que lo haga el Sr. Azaña. (Risas y rumores.)

El Sr. Presidente: De las frases del Sr. Albiñana se deriva el convencimiento para la Presidencia de que el Sr. Azaña habría de pedir la palabra para sí mismo y para S.S. (Risas.); pero es el caso que el señor Azaña no la ha pedido.

El Sr. Fuentes Pila: Pues el Sr. Azaña debe pedir la palabra para explicar por qué entiende que estas Cortes deben ser disueltas. (Rumores y protestas.) Yo soy un Diputado que exige que hable el Sr. Azaña. (Protestas en la minoría socialista.- El Sr. Presidente reclama orden.)

El Sr. Albiñana: Pues pido la palabra aunque no hable el Sr. Azaña.

El Sr. Presidente: La tiene S.S.

El Sr. Albiñana: Señores Diputados, vuelvo a levantarme a hablar, como el otro día, en nombre de la minoría unipersonal del partido nacionalista español (Risas y rumores.), y no sé si mi inexperiencia parlamentaria me hará incurrir en algunas descortesías para con la Cámara. Ha dicho antes, muy elocuentemente, mi querido amigo particular el Sr. Gil Robles, que le correspondía hablar en primer término porque era jefe del grupo más numeroso de la Cámara; yo, que no soy jefe de nada en ese sentido, debo, sin duda, ser el último que hable; pero como, según dice el señor Presidente; no hay nadie que quiera hacer uso de la palabra, lo hago yo para lo que va a oír la Cámara. (Rumores.)

Tengo muy poca confianza en las labores parlamentarias y en la marcha general de la política, pero nunca creí que la política española llegara a tal extremo de depravación que pudiera permitirse a un hombre como el Sr. Azaña venir aquí con las manos todavía tintas en sangre. (Grandes rumores y protestas. El Sr. Presidente agita la campanilla reclamando orden .- El Sr. Barcia: Esto no es tolerable -Siguen los rumores .- El Sr. Fuentes Pila: Lo que no es tolerable es hacer lo que se ha hecho .- Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no pueden percibirse por los rumores que hay en la Cámara.)

El Sr. Presidente: ¡Orden, Sr. Fuentes Pila! Su señoría puede pedir la palabra cuando a su derecho le interese, pero háganos el favor, a mí y a la Cámara, de no interrumpir sistemáticamente.

El Sr. Fuentes Pila: Tengo que contestar, Sr. Presidente.

El Sr. Presidente: Su señoría debe atenerse estrictamente al Reglamento. El Sr. Albiñana puede, políticamente, juzgar con tanta severidad como quiera la conducta del Sr. Azaqa; pero el Sr. Albiñana guardará aquellos términos de cortesía y de moderación que yo me propongo sostener de un modo inflexible en esta Cámara. (Muy bien.)

El Sr. Albiñana: Precisamente yo quería exponer mi opinión política al hablar en la forma que hablaba. Yo, personalmente, no quiero ofender a ningún Sr. Diputado.

El Sr. Presidente: Ni yo se lo consentiría.

El Sr. Albiñana: Perfectamente. Pero solamente quería decir -y esto es opinión política mía, Sr. Presidente- que el sitio que corresponde al Sr. Azaña por su labor política no es un banco del Parlamento, sino el banquillo de los acusados, para que responda de todos los crímenes cometidos cobardemente desde el Poder. (Rumores.) El señor Azaña ha inferido un grave daño a la República, cosa que a mí me tiene sin cuidarlo, porque no soy republicano. (Rumores.) No soy republicano, sino antirrepublicano, sin ninguna clase de excusas ni pretextos; y me he presentado ante el pueblo como antirrepublicano y vengo aquí como antirrepublicano; pero soy un enemigo, un adversario leal, y la prueba es que lo digo; hasta tal punto, que si el Gobierno defiende eficazmente la seguridad de España, tendrá mi voto a su disposición para el engrandecimiento de mis conciudadanos y el enaltecimiento de la Patria.

El Sr. Azaña ha dislocado el carácter de la República; y lo dice el Fiscal de la República en su Memoria, porque durante el último año judicial, de 1932, época del cacicato monstruoso del Sr. Azaña, se han cometido 126.609 crímenes en España. (Grandes rumores.) Esto, que es una realidad, indica que el Sr. Azaña ha transformado el texto constitucional y, en vez de una República de trabajadores, ha hecho con su gestión una República de criminales. (Rumores y protestas.)

No quiero hablar más de la personalidad política del Sr. Azaña en este momento, porque me parece darle demasiada importancia. Me recuerda los tiempos del Ateneo, donde le conocí dedicado a menesteres domésticos, y creo que le veo todavía en aquellas circunstancias. Me reservo para cuando la justicia popular le encause y exija la responsabilidad enorme que ha contraído por arruinar a España en el interior y haberla deshonrado ante el extranjero. (Rumores.)

El Sr. Presidente: Queda terminado el debate.

El Sr. Prieto: Pido la palabra, Sr. Presidente.

El Sr. Presidente: He hecho dos requerimientos, y no pidió S.S. la palabra. La tiene S.S.

El Sr. Prieto: Exacto; yo reconozco que S.S. ha hecho dos requerimientos, pero no olvide que en uno de ellos iba envuelta la manifestación de que algunos Sres. Diputados habían insinuado a S.S. el propósito de hablar.

El Sr. Presidente: Es cierto.

El Sr. Prieto: Y como yo no figuraba entre ellos, me parecía obligado esperar a que hablaran los insinuantes. (El Sr. Aragay pide la palabra.)

En realidad, a la minoría socialista, en cuyo nombre hablo, corresponde en este debate, cuya trascendencia es indispensable reconocer, una posición secundaria, limitada. Trátase aquí del esclarecimiento de puntos muy interesantes, cuales son aquellos en que puede verificarse la convergencia de ciertos extremos de la declaración del Gobierno con otros, cuya importancia no cabe desconocer, contenidos en el discurso del Sr. Gil Robles, y de examinar igualmente aquellos puntos en que en vez de la convergencia sea patente la divergencia; pero esta glosa y este comentario nuestro tienen un interés insignificante -la insignificancia es más notoria por ser yo su vocero- frente a aquellos esclarecimientos de actitudes políticas a las cuales invitaba, con plausible gallardía, el Sr. Gil Robles, y que iban dirigidas a las representaciones de aquellas fuerzas que le son afines.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, estableciendo en esta tribuna una innovación que no lo es en las costumbres de Parlamentos del extranjero, nos ha leído la declaración ministerial, entre cuya palabrería, bellamente hilvanada, que descubre las dotes excelsas de prosista que adornan a D. Alejandro Lerroux, hay algunos puntos concretos cuyo análisis nos interesa verificar, porque oyendo al Sr. Lerroux y escuchando posteriormente al Sr. Gil Robles, nos encontrábamos con que lo que pudiéramos llamar elegancia de posición del Sr. Gil Robles inducía a las fuerzas por él acaudilladas y dirigidas parlamentariamente con innegable acierto, a prescindir de imponer un programa, lo que sería lastimoso -a juicio de aquél, y muy bien dicho-, y equivaldría a inferir un agravio a la dignidad, que va envuelta en la plena libertad que le es indispensable a todo Gobierno; pero cuando detrás de esta afirmación del Sr. Gil Robles advertíamos que de su posición pudiera derivarse la imposición al Gobierno de no tener programa alguno, de inmovilizarlo, nos encontramos, y yo lo juzgo más plausible aún, con que el Sr. Gil Robles trazaba, incluso con mayor concreción, con una mayor concisión que el Sr. Presidente del Consejo de Ministro, un programa.

El Jefe del Gobierno ha empezado por declarar ante la Cámara cuáles son las dos bases de sustentación con que el Gobierno se presenta ante nosotros. Una de ellas constituye una realidad: la confianza plena del Sr. Presidente de la República; otra -el propio Sr. Lerroux la califica así- es simplemente la esperanza de encontrar aquí el apoyo parlamentario suficiente para aquellas soluciones de gobierno que, borrosamente, esfumadas en un índice al que no acompaña la concisión, S. S. he enumerado. Nos ponemos, naturalmente, a pasear la mirada por los bancos de este salón y como no encontramos hasta ahora, salvo, por excepción, el apoyo de su voto que acaba de ofrecer el Sr. Albiñana, otro ofrecimiento cuantioso y respetable de fuerzas parlamentarias que aquel que ha formulado el Sr. Gil Robles, nosotros tenemos que hacer un contraste, a todas luces deficiente, ante la ignorancia de la posición en que se hayan de colocar respecto al plan, propósitos y significación de ese Gobierno otros sectores parlamentarios, y de ahí el que yo no me apresurara a formular la petición de palabra, teniendo en cuenta la indicación presidencial de que habían llegado hasta la Presidencia deseos de otros Sres. Diputados, cuyas manifestaciones, evidentemente, habían de revestir muchísimo más interés que las glosas que yo he de hacer a lo aquí oído esta tarde.

Tenemos, en primer lugar, que rechazar, señor Lerroux, y aunque ello sea una redundancia (la declaración ministerial nos obliga a incurrir en ella) la afirmación de S.S. respecto a la perfectibilidad legal de las últimas elecciones. En debates anteriores, con ocasión del examen y la validez de determinadas actas, hubimos de manifestar nuestra creencia de que esas elecciones no se habían distinguido precisamente por el carácter ultralegal que S.S. las atribuye. No reuniendo yo la experiencia parlamentaria de S.S., temo la suficiente para conocer la insensibilidad de las Cámaras ante la enunciación de atropellos e irregularidades electorales, y de consiguiente, para no incurrir en el defecto, en estos comentarios que voy simplemente a apuntar, de injertar en ellos, una enumeración detallada de tales atropellos e irregularidades.

No me interesa en estos momentos examinar la legalidad de las elecciones; no me interesa ahora destacar cómo la coacción gubernativa en unos sitios y la presión de la fuerza pública en otros ha podido decidir a favor de determinados candidatos el triunfo y ha podido imponer a otros la derrota; me interesa principalmente, porque está S. S. ahí sacar el comentario a la actitud de las fuerzas parlamentarias que acaudilla S.S., con vista a la situación política que ha descrito el Sr. Gil Robles, y en cuya descripción es menester que todos repasemos, porque la importancia del sector parlamentario y político que acaudilla el señor Gil Robles le dan pleno título de merecimiento.

E1 Sr. Lerroux, como jefe del partido radical, entendiendo que para la visión que él tiene de la República constituía un peligro el crecimiento de las fuerzas parlamentarias del partido socialista, estimó de su deber -como jefe del partido- ir a unas coaliciones electorales que con unas u otras denominaciones, y salvo escasísimas circunscripciones donde el partido radical tiene positiva fuerza, han alcanzado a todo el área electoral donde hay signos de pujanza y de influencia de dicho partido. Y es innegable que merced a esas coaliciones se encuentra robustecida en número la minoría radical acaudillada por S.S., pero asimismo es evidente que merced a esas coaliciones han aumentado considerablemente también las representaciones que tienen acomodo en los bancos cercanos al Sr. Gil Robles. Las fuerzas que acaudilla el Sr. Gil Robles -dejando por el momento de examinar algunas contradicciones entre sus afirmaciones de y hoy otras hechas por él en la campaña electoral, en la cual campaña se pone siempre más fogosidad que en el Parlamento-, esas fuerzas, en virtud de la potencia adquirida, potencia que han logrado merced a la colaboración y al apoyo de S.S., se aprestan a ocupar el Poder, y se aprestan a ocupar el Poder en aquellos términos condicionales en que el Sr. Gil Robles lo ha expuesto, según los cuales, si se encontraran cerradas las puertas de la legalidad a las aspiraciones de esos elementos de derecha, ellos se volverían al pueblo para hacer una declaración de su impotencia dentro del campo legal, para, entregándose a la voluntad apasionada del pueblo, conseguir la apertura de otros cauces y de otras sendas, que -lógico es deducirlo- habrían de ser los de la violencia y los de la subversión.

Interesa considerablemente a la minoría socialista esta declaración del Sr. Gil Robles, porque nosotros hubimos de decir tardes pasadas, estando S.S. ausente de la Cámara, que íbamos encontrando tapadas, cerradas esas puertas de la legalidad a nuestras aspiraciones, en virtud de las actitudes en que se han colocado las fuerzas dirigidas por S.S. (Rumores.) Recojo el aleteo del rumor, que parece da a entender que en ello no hay ninguna ilegalidad. Externamente, es posible; pero, ¿a qué otro género de taponamientos o de obstáculos podía aludir el Sr. Gil Robles, que no fuera -dejémonos ahora de todo caparazón retórico- algo parecido a lo que constituye en estos momentos nuestra situación? Nosotros nos encontramos con que nuestra representación está disminuida y nuestra influencia en la República considerablemente limitada dentro del ámbito legal, que es este salón, no ciertamente porque nuestras fuerzas hayan disminuido fuera de aquí, sino porque nuestra representación se ha reducido aquí no como consecuencia directa de la expresión de la voluntad del Cuerpo electoral, sino sencillamente por las maniobras concertadas con enemigos del régimen por elementos republicanos en los cuales debíamos tener nosotros cierta fe, dada la sustancia política que alimentó siempre los demás de ese partirlo histórico, del partido radical, al que debía interesar el mantenimiento de aquellos postulados de libertad, de democracia parlamentaria y de laicismo que han constituido siempre la medula de todo su sistema ideológico. Y el problema planteado es que por repugnar al Sr. Lerroux, y con él seguramente a las huestes que le siguen, aquellas livianas y limitadísimas mejoras obtenidas en el orden social y que fueron la prenda exigida por nosotros al colaborar a la instauración de la República, ese partido republicano no ha vacilado en sacrificar por entero el presente y el porvenir de sus postulados políticos, que a nosotros no son comunes en esencia a cuenta de ahogar, por estimarlas, sin duda, lesivas a los altos intereses de la economía nacional, aquellas mejoras de orden social que pudieron obtenerse como consecuencia de nuestra preponderancia en este Parlamento. Y al repasar las manifestaciones hechas por su señoría, Sr. Lerroux, no habrá de tomar ciertamente a exceso desconsiderado que nosotros, en puntos que nos interesan, le requiramos, respetando su derecho a no acudir al requerimiento, una mayor claridad de expresión. Su señoría ha empezado por manifestar que la generosa conducta parlamentaria de S.S. fué tal (y me refiero a S.S., aunque S.S. al hablar ministerialmente pluralizaba y a mí me sería fácil distinguir entre los señores que acompañan a S.S. en ese banco alguno que hubiera participado de nuestros propios errores) ha dicho S.S. que fue tan generosa su conducta parlamentaria que incluso sostuvo a los Gobiernos que antecedieron al de S.S. en sus errores. La puntualización suplicada por mí es de que S.S. se sirviera, si le place, enumerar esos errores, para distinguir, si lo hubiere, entre aquellos en que es notoria también la responsabilidad de S.S. por haberse vinculado previa y solemnemente al compromiso de determinadas soluciones de gobierno que S.S. «a posteriori» juzga erróneas o para reconocer la absoluta exculpación de S.S. al no tener con respecto a ellos la más leve participación ni por acción ni siquiera por omisión.

También quisiéramos que S.S. nos dijera en qué consiste ese excesivo partidismo de clase (creo que esta es la frase contenida en la declaración) que S.S. ha creído advertir en la aplicación de determinadas leyes para que al conocer el estado de conciencia de S.S. respecto a los excesos a que S.S. aludió podamos nosotros hacer confesión de nuestras culpas, o por el contrario demostrar ante la Cámara que no ha habido los excesos que S.S. nos reprocha. Y porque es uno de los puntos de convergencia entre S.S. y el Sr. Gil Robles, que necesita, a mi juicio, una aclaración para saber hasta dónde podemos fiar nosotros del ímpetu democrático y laicista del Gobierno dirigido por S.S. y del sector político que sigue sus consejos, sus orientaciones y sus órdenes, queremos que S.S. nos explique (y en este requerimiento pongo el máximo interés) en qué consiste el alto en el camino de la política religiosa que S.S. ha proclamado hoy como norma de gobierno. Temo en esto una convergencia absoluta y perfecta por cuanto en el esbozo de programa que ha trazado el Sr. Gil Robles sometiéndolo a la resolución de Su Señoría, esto que S.S. llama un alto se trueca en las palabras del señor Gil Robles en una derogación efectiva de las leyes laicas que son consecuencia de preceptos constitucionales.

Las leyes laicas que votó la República, matizadas con un afán de transigencia... (Rumores.) -y si ese rumor injusto me lo consiente aclararé el concepto, ya que no me ha dejado concretarlo-; las leyes laicas de la República, matizadas con un afín de transigencia de esta minoría socialista... (Rumores. El Sr. Presidente reclama orden.) en estas leyes laicas, repito, matizadas por la transigencia socialista, vosotros los radicales queríais ir mucho más allá (Risas. Rumores.); en estas leyes laicas, el grupo socialista fué relegando las soluciones extremas que ligaran en su programa mínimo por afán de transigencia, para evitar que una división inoportuna, por lo extemporánea, causara quebrantos en la obra común de consolidación de la República, y no habría que realizar una labor muy ardua hojeando el Diario de Sesiones para encontrar textos rotundos de proposiciones infinítamente más radicales que aquellas que han plasmado en el texto constitucional y en el de las leyes complementarias, salidas de los señores que figuran en el partido que dirige S.S. (Un Sr. Diputarlo: Conformes .- El Sr. Rey Mora: Ya hay coincidencia. Para que vea S.S., tan enemigo de los contubernios.) Y entonces, respecto de ese alto en la política religiosa que impone S.S. por lo visto, su estado de conciencia, su deseo de rectificación ante daños que S.S. supone que se infieren al régimen -porque yo no puedo echar sobre S.S. la sospecha injuriosa de que eso no responde a su convicción y es simplemente un mezquino afán transaccionista con esas fuerzas que ciegan esencialmente todo vuestro postulado-, respecto de ese alto en la política religiosa, repito, a nosotros fundamentalmente nos interesa vuestra aclaración, porque ninguna de esas resoluciones legislativas están exentas del apoyo colaborador de vuestros votos, y la mayor parte de ellas han sido producto de una transacción en la cual, como es consiguiente, tocaba transigir más a quien políticamente tenía una posición más extrema, que era la nuestra, y cuando nosotros vemos a S.S. sin fuerzas propias para gobernar, teniendo que valerse de apoyos como los que con extraordinaria solemnidad se le han ofrecido a S.S. esta tarde, comprenderá S.S. que crezca, en razón a la cuantía al carácter de ese apoyo, nuestra alarma y que esperamos que las palabras de S.S. sirvan, si no para disiparla, cuando menos, para aminorarla, porque parece que en zonas bastante vastas -he de reconocerlo- del republicanismo español estimase como una victoria de la República el hecho de que hayan realizado acto de acatamiento -que no quiere decir sumisión y que tampoco es siquiera adhesión- fuerzas enemigas de todo lo que esencialmente representa el Régimen. (EL Sr. Cordón Ordás pide, la palabra .- Rumores.)

Desde que yo hablé públicamente por primera vez al advenir la República y en discursos recientes de propaganda electoral hube de recordarlo, no con jactancia, sino con dolor, yo no advertí posibilidades, ni siquiera remotas, de una restauración monárquica. No expongo ahora las causas de esta mi convicción porque, aun siendo muy recias y hondas, no deseo, sino que quiero eludirlo, herir sentimientos acendradamente monárquicos de una fracción respetable aquí sentada; pero yo advertí que el riesgo era el adueñamiento de la República por parte de las derechas enemigas de ella. Lo que en esta previsión no pude abarcar era que a esa empresa, inteligentemente dirigida, hábilmente orientada, en esa empresa, fuese S.S.,Sr. Lerroux, un colaborador tan decisivo.

Estos son nuestros reproches, estas son nuestras quejas, estas nuestras lamentaciones, que yo quiero exponer con la mayor corrección posible, porque me interesa tanto como a quien más que este debate siga aquellos cauces de serenidad en que aparece hasta ahora encuadrado, pues a través de la algarabía y del alboroto, pudieran quedar las cosas infinitamente más confusas que lo estaban. Yo doy toda la trascendencia que pueda dar el propio Sr. Gil Robles, toda la importancia excepcional que tiene, al hecho de que, de momento, hagan como que declinan sus armas y las deponen contra la República, contra el régimen o, mejor, contra su estructura formal y externa, los hombres que se aprestan, una vez dentro de la fortaleza, de la que con tan excesiva benevolencia les ha abierto S.S. las puertas, a esgrimirlas y blandirlas para acabar con todo lo quo haya de animado, de vivo, de espiritual dentro del régimen, y cuando SS. SS. muestran -quienes lo muestran- contento y satisfacción por este acatamiento, la alarma y el temor nuestros suben considerablemente, llegan a gradaciones altísimas, porque la inconsciencia o el error por vuestra parte suponen tanto como la muerte, alevosamente producida, del régimen republicano. (Muy bien, en la minoría socialista.)

El Sr. Gil Robles ha pedido al Gobierno la rectificación o, por mejor decir, la derogación de las leyes laicas; S.S. nos ha hablado de la imposición de un alto en la política religiosa, política que no tiene en nuestra legislación otra expresión que esas, para nosotros menguadísimas, leyes laicas. ¿Hasta qué punto llega la coincidencia en la petición del Sr. Gil Robles y el ofrecimiento anticipado de S.S.? Ese es, a mi juicio, uno de los puntos dignos de esclarecimiento; porque el Sr. Gil Robles, poniendo en la petición una mayor suavidad de concepto, os ha pedido también que, para regular de modo definitivo las relaciones que pueda tener el Estado republicano español con la Santa Sede, convengáis con ella un Concordato. ¿Cuál es el propósito de S.S. en esta materia? También nos interesa, porque en los contornos difuminados que ha tenido la expresión del pensamiento de S.S. en esta materia, no encontramos -repito- aquella concreción que ha caracterizado las palabras del Sr. Gil Robles.

Ha señalado también el Sr. Gil Robles, como uno de los deseos inmediatos de las fuerzas políticas que dirige -y que en esta aspiración no hay novedad alguna-, la revisión inmediata de la Constitución, y es notorio que, aunque numerosas, las falanges parlamentarias que el Sr. Gil Robles acaudilla y las que están lindantes a él, no tienen en este primer cuadrienio de la República las fuerzas suficientes, cifradas por la Constitución en los dos tercios de los votos de la Cámara, para obtener la convocatoria a nuevas Cortes Constituyentes, que es indispensable para la reforma constitucional. Y aunque me apresuro a descontar la negativa de S.S., bueno fuera, pues a la responsabilidad histórica de todos interesa considerablemente la aclaración, que S.S. nos dijera si en el pacto, en el compromiso o en el convenio que S.S. tiene para gobernar con esos señores entra la aportación de los votos de la minoría radical para revisar aquellos artículos de la Constitución que estimen revisables esos señores que os van a prestar su apoyo.

Ahora, después de examinada la declaración ministerial en los puntos que a nosotros más vitalmente nos interesan, quiero -si la Cámara me lo consiente- poner unas apostillas a las manifestaciones del Sr. Gil Robles, para medir hasta qué grado llega el acatamiento a la República expresado por él esta tarde contrastando esas manifestaciones con palabras dichas fuera de aquí.

En discurso memorable que el Sr. Gil Robles pronunció el 15 de octubre en el Monumental Cinema, donde estuvieron presentes y fueron aplaudidas personas que tienen representación parlamentaria, como los Sres. Pemán, Goicoechea, Royo Villanova, Calderón y otros, dijo cosas que, en cierto aspecto, coinciden con lo que aquí ha manifestado, pero que en otro pueden señalar una diferencia tan acentuada de matiz que exijan también esclarecimiento. Dijo el Sr. Gil Robles entonces: «pero no tenemos prisa, óiganlo bien los que pueden creer que van a perder Direcciones generales y Gobiernos civiles; no tenemos prisa, no queremos nada de eso. Ya sé que al primer choque con la realidad habrá algún desgajamiento. Este primer desgajamiento lo producirán los que escuchan los cantos de sirena que se oyen desde las alturas del Gobierno, ofreciendo las primeras colaboraciones. Yo no sentiré el halago de ésos cantos de sirena. ¡Cómo íbamos a acudir al primer ofrecimiento de colaboración que nos hagan los autores de la ruina de España! Menguado ideal el nuestro si, a la primera conferencia con el Sr. Lerroux o el Sr. Maura cediéramos ante el señuelo de una cartera de Comunicaciones. » (Risas y rumores.) Unos aplausos generales del auditorio enfervorizado suscribieron, con apoyatura indiscutible, estas manifestaciones del Sr. Gil Robles, basadas en una información tan anticipada y tan minuciosa que pudo saber, a dos meses fecha, que las sirenas gubernamentales iban a ofrecerles precisamente la cartera de Comunicaciones. (Risas .- El Sr. Ministro de Comunicaciones: En ese aspecto jamás he tenido nada que ver con el Sr. Gil Robles.) «Dejad que sueñe -continúa el Sr. Gil Robles en un magnífico párrafo lírico-. Nos espera una tarea inmensa. Yo espero el porvenir, como el centinela bíblico en los muros de la gran ciudad espera ansioso el amanecer. Nuestra generación tiene encomendada una gran misión: tiene que crear un espíritu nuevo; un nuevo Estado; una nación nueva; dejar la Patria depurada de masones y judaizantes. (Grandes aplausos.)» ¿Está seguro el Sr. Gil Robles de no prestar su apoyo a algunos judaizantes y masones, que a estas horas pueden estar sentados en el banco azul? (Risas.) Y prosigue el Sr. Gil Robles: «Hay que ir a un Estado nuevo. Para ello se imponen deberes y sacrificios. ¿Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre? Para eso, nada de contubernios. No necesitamos el Poder con contubernio de nadie. Necesitamos el Poder íntegro, y eso es lo que pedimos. Entretanto, no iremos al Gobierno en colaboración con nadie. Para realizar este ideal, no vamos a detenernos en forma arcaicas. La democracia no es, en nosotros, un fin, sino un medio para ir a le conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento, o se somete, o le haremos desaparecer.» Esta afirmación final, contenida en esas palabras del Sr. Gil Robles es la que ha estado expresamente eludida en su brillantísimo discurso de hoy, sin disputa el mejor de cuantos ha pronunciado en este recinto. No puedo pedir al Sr. Gil Robles -no entra en mi derecho, ni entra en su deber, el esclarecimiento de esa actitud; pero entra en mi derecho y hasta en mi deber exigir al Gobierno unas aclaraciones respecto a su compromiso, a su colaboración, a su ajuste con unas fuerzas que niegan lo más fundamental del sistema democrático y que empiezan por la declaración valiente, y quizá temeraria, de que cuando el Parlamento no llegue a plegarse a sus exigencias, ellas le harán desaparecer. ¿Cómo se compagina afirmación tan rotunda del Sr. Gil Robles con aquellas otras expresiones en que hoy quería dejar plasmada su lealtad al régimen, cuyo acatamiento ha preconizado? Si se va a hacer desaparecer el Parlamento, porque el Parlamento, en uso de su soberanía, cierra el camino a las soluciones propuestas por S.S., ¿con qué fundamento ha discrepado S.S. en la tarde de hoy de las palabras infinitamente más sinceras del Sr. Primo de Rivera? De manera que no es mucho exigir por parte de esta minoría desenmascaramiento y claridad, S.S., en el fondo, Sr. Gil Robles, apetece también un régimen dictatorial.

Entra en la táctica hábil y cautelosa de S.S. ocultar esos fines para ahorrarse las mayores resistencias que una declaración de ese género, solemnizada en este lugar, y después de la victoria electoral, que acerca a SS.SS. al Poder, pudiera producirse, por reacción de las masas populares, las cuales, luego de haberse entregado con fervor a la causa republicana y viendo en riesgo su victoria por la proximidad de sus señorías al Poder, y advirtiendo ese riesgo, aumentado por los compromisos pactados por SS.SS. con los elementos que están sentados en el banco azul, adivinar que ese peligro grave e inmediato, y S.S. lo que hace ahora, con respecto a su propósito en este orden, es ocultarlo, silenciarlo, eludirlo, pero de ese propósito, de ese sentimiento es guía brillante esa expresión elocuentísima que acabo de recoger de un texto taquigráfico de S.S.

Mas ya lo he dicho; no me interesa por sí misma esa manifestación, que no puede imputar S.S. a un arrebato retórico del momento, cuando ella, como otras no tan importantes, constituyó tema predilecto en las constantes prédicas electorales de S.S., lo que me interesa y conmigo a esta minoría, es conocer el punto a que puede llegar el espíritu de claudicación del Gobierno que preside el Sr. Lerroux, para dar paso a sus señorías hasta el Poder. Para acercarles a él, no ha habido ninguna clase de escrúpulos. Esos contubernios que S.S. rechazaba retóricamente, más o menos públicos, existieron por casi toda el área electoral de España. Sus señorías -y en su conducta no hay por nuestra parte ninguna extrañeza- llegaron a fundirse estrechamente con elementos del partido radical en bloques titulados antimarxistas para combatir un marxismo inexistente, porque la cultura de. S.S. habrá de reconocer que aquellas modestísimas reformas sociales, a cuya posible ampliación ha entonado S.S. un himno, no constituyen, ciertamente, ningún pilar de la doctrina marxista. No; aquí lo que interesaba era que nosotros, por nuestra organización, por la reciedumbre que significa nuestra disciplina y por la potencia de nuestras masas, fuésemos arrinconados, reducidos, derrotados, aplastados. ¿Por miedo al marxismo? Quiero creer, imputándolo sin segunda intención a la cultura de S.S., que en la mente de S.S. jamás existió la realidad de ese riesgo, pero que sí lo ha habido, indiscutiblemente, porque si no ciertas conductas no tienen explicación, en una zona de republicanismo pacato y tímido que olvida que la síntesis, la entraña y el fundamento de toda sociedad moderna es un sistema económico y que lo que arranque de ahí y lo que no se base ahí no tendrá ninguna consistencia, como paladinamente lo declaraba el Sr. Gil Robles en la tarde de hoy al aludir a unos rumbos que esas fuerzas derechistas van a tomar, seguras de que no puede haber asentamiento posible de ningún partido moderno que no descanse en soluciones de orden económico y de mejora de la clase trabajadora, anunciando la constitución de una gran organización populista obrera.

Lo que en vosotros, señores de la derecha, era justificado, no tiene ahí en los bancos republicanos, justificación, no tiene ahí explicación, y S.S. ahora, Sr. Lerroux, por virtud de conducta, tendrá así la satisfacción íntima -menguada será ella si le invade el ánimo- de ver reducida la representación socialista; pero S.S. habrá de sentir el dolor de ver reducido uno de los pilares más fuertes del sistema republicano y de haber atentado contra la libertad, contra la democracia parlamentaria y contra el laicismo, que constituyó siempre el credo del grupo político que está detrás de S.S., y en el que forzosamente tiene que haber conciencias que silenciosamente se rebelen contra los yerros políticos de S.S., porque S.S. ha preferido ver a la República resquebrajada, llena de riesgos, que para su forma y para su esencia, que interesa más, representa el crecimiento derechista logrado por la actitud de S.S. y no le puede servir de consuelo, ciertamente, el hecho de que esta minoría haya quedado limitada en su número, por que a S.S. no se le podría ocultar jamás, cualesquiera que hayan sido, incluso los ardimientos injustos en nuestras polémicas, que a la hora de votar y defender, no sólo con nuestras palabras y con nuestros votos, soluciones plenamente republicanas, en este grupo, en este campo no habrá de haber una sola deserción.

Y ahora S.S. se encuentra en triste y deplorable situación. La manifestación de acatamiento del Sr. Gil Robles, que no ofrece novedad, porque es una vieja doctrina pontificia, no significa adhesión al régimen, y si para esos hombres un día se plantea, incluso en este mismo recinto, el problema del régimen, yo no podría imputarles pecado alguno de traición si negaran sus votos a la República, porque al negárselo responderían a lo más profundo de sus sentimientos y porque las manifestaciones que han hecho hoy no constituyen por sí usa adhesión. cuyo quebrantamiento se pueda imputar como un delito de falsía, de deslealtad o de traición.

Su señoría está prisionero de ahí. (Señalando a la minoría popular agraria.) Incluso para aquellos que ponen sus más encendidos acentos al cantar la soberanía de nuestras resoluciones, llevan dentro de sí el convencimiento de que a esta situación ha llegado por injerencias altas, altísimas, pero extrañas a la nación española. Sabe todo el mundo que esto se ha gestado en Roma. (Rumores y protestas en las minorías de derecha.) Y S.S. está presidiendo ahí -se lo digo por si a las desviaciones postreras de su conciencia interesa, desviaciones que en muchos hombres se dan ya que no tenemos una manera pétrea, inconmovible, el mismo estado de conciencia de nuestra juventud-; S.S. está presidiendo, no sé si a S.S. le interesa como consuelo, pero S.S. lo habrá de reconocer, S.S. lo que preside es un Gobierno con la bendición papal. (Risas y rumores .- El Sr. Rey Mora: Y vosotros sois un partido con la de Amsterdam .- Más rumores.)

Discutiendo el otro día, incidentalmente, con el Sr. Martínez Barrio, yo apunté el conflicto de conciencia que a mí personalmente se me presentaba ante el estado actual de la política española. No veo a ella salida alguna; vosotros, los que habéis querido desviar el rumbo de la política española, debéis reconocer que en esta rectificación se os ha ido la mano. Hay unas muchedumbres proletarias, en pugna con otras organizaciones que creen ver la única solución siguiendo el camino de la violencia, a las que queríamos y queremos encuadrar dentro del régimen, obteniendo incluso la casi plenitud de sus ideales o aspiraciones que pueda ver realizadas la generación presente dentro del marco constitucional y al amparo de la flexibilidad de los preceptos del Código fundamental del Estado; ¡ah!, pero ahora nosotros reconocemos que la vida del Gobierno, la vida republicana no está siquiera en manos de republicanos; está en ésas (Señalando a las derechas.); que vosotros estaréis ahí en tanto que a ellos convenga, en tanto que ellos no aprecian el momento psicológico, muy interesante para distinguirlo con acierto, de dar el salto hasta el Poder, y que vosotros tenéis, porque ese es, a lo visto, vuestro triste sino histórico, la misión de facilitar el acceso al Poder a hombres que, si han de responder honradamente a sus convicciones, han de ahogar todo lo que de sustancial tiene dentro de sí la República. Ya contáis con un Ministro arrancado a uno de esos grupos que están en esa posición. Para la explicación oficiosa basta, por lo visto, afirmar que no representa al grupo, sino que tiene una representación puramente personal. Nadie lo va a creer, porque, en primer término, basta repasar las gacetillas periodísticas para advertir que el señor Lerroux fué a pedir el nombre del Ministro al Jefe de ese grupo, y, además, muy quebradizas serían las convicciones del Sr. Cid, a quien aludo, si ahora se rompieran, cuando, no más lejos de la semana pasada, él con su grupo ha trazado un programa de Gobierno, a cuenta del cual, con la derogación de la ley de Términos municipales, se ha de modificar en un sentido plenamente anulatorio la ley de Reforma agraria y ha de imponer -¿es este quizá el alto en la política religiosa que proclamaba S.S.?- la suspensión indefinida de la sustitución de la primera enseñanza a cargo de las Congregaciones religiosas.

Yo deploro hondamente la situación de S.S.; creo que el sino histórico de S.S. le empuja en estos instantes a actitudes y a resoluciones dañosas para la República. Hablo con una entera lealtad: enemigos, que no nos encontraremos jamás en el camino de nuestra vida, de los hombres en cuya representación ha hablado el Sr. Gil Robles, cuando llegue -si llega, porque para oponernos a ello habremos nosotros de apelar a todo lo que sea menester- la hora de la catástrofe (Aplausos en la minoría socialista.), cuando llegue esa hora -si llega-, si hemos de señalar una traición, nuestra nobleza nos obligará a no imputarla a vosotros (Dirigiéndose a las derechas.), sino a adjudicarla a vosotros (Señalando a la minoría radical. Aplausos en los socialistas.)

(Diario de Sesiones, 19 de diciembre de 1933.) 

El socialismo español se decide por Largo Caballero abandonando a Prieto (centrista) y Besteiro (moderado)

El socialismo español se decide por Largo Caballero abandonando a Prieto (centrista) y Besteiro (moderado)


Ayer se celebró en el salón terraza de la Casa del Pueblo la importante reunión de la Unión de Grupos Sindicales Socialistas.

A las diez y media de la noche dio comienzo la sesión, bajo la presencia del representante del Grupo de Albañiles, Gancedo, y actuando de secretario el representante del Grupo de Oficinas, Liqueta.

El Grupo de Artes Gráficas presenta una proposición previa, manifestando que la Unión de Grupos Sindicales no tiene por qué deliberar sobre el orden del día que se somete por la Ejecutiva, por no tener ninguna atribución para fijar posiciones políticas, que corresponden únicamente a la Comisión ejecutiva del partido socialista.

El de Vidrieros y Fontaneros protesta de la forma en que se ha hecho la convocatoria, por considerarla antirreglamentaria.

Por la Comisión ejecutiva hace uso de la palabra Alvarez del Vayo, que en defensa de la posición mayoritaria mantenida por él, Rubiera y Peinado manifiesta que «la Ejecutiva de la U.G.S.S. ha estimado necesario convocar este Pleno extraordinario. Coincidía con la petición de algunos Grupos Socialistas Sindicales la necesidad que siente esta Ejecutiva de fijar y aclarar la misión de la U.G.S.S. Dentro de la Ejecutiva se habían marcado dos criterios antagónicos: uno, mayoritario -que es el que yo represento en este momento-; un criterio que sujeta estrictamente la función de la U.G.S.S., creada por la Agrupación Socialista de Madrid, que sujeta esta actuación a seguir las directrices de la Agrupación Socialista Madrileña y a extender estas directrices en los Grupos Socialistas Sindicales, y otra concepción que parecía adjudicar a la U.G.S.S. una cierta función aparte, por así decir, neutral, independiente de las directrices que marcara la Agrupación Socialista de Madrid.

Nosotros hemos creído que era preciso traer estos criterios divergentes a la asamblea de los Grupos Socialistas Sindicales y ver si había aquí una mayoría coincidente con el criterio de la Ejecutiva, que sostiene que la misión exclusiva, la misión predominante de la U.G.S.S. es ser un vehículo de las directrices y de las orientaciones de la Agrupación Socialista Madrileña en los distintos Grupos Sindicales, y que no puede ser otra. Este es el criterio que mantiene el núcleo mayoritario de la Ejecutiva y que somete a vuestra consideración. Deseoso, evidentemente, de oír la opinión de todos en toda su amplitud, sin querer imponer criterio ninguno, sino aguardando a ver si este criterio obtiene el asentimiento de la mayoría, y si no, proceder en consecuencia.»

Nuevamente protesta el Grupo de Vidrieros, rechazándose su posición por la mayoría de la asamblea.

Artes Blancas dirige una pregunta a la Comisión ejecutiva, contestando a uno y otro Alvarez del Vayo en forma adecuada.

Piedra y Mármol manifiesta que es necesario que la Comisión ejecutiva proponga una resolución completa y no hable de la forma en que lo ha hecho. Entonces lee Alvarez del Vayo la siguiente proposición:

«La asamblea extraordinaria de delegados de los grupos que integran esta Unión de Grupos sindicales Socialistas acuerda la siguiente proposición:

»Que consecuente con sus postulados, y estimando hoy más que nunca imprescindible fijar una posición que, por su firmeza, no permita equívoco alguno y sirva, por tanto, de consigna para la actuación de todos los militantes, declara:

»a) Su absoluta identificación con la Agrupación Socialista Madrileña, cuyas directrices no sólo acata, sino que se compromete a propagar con todo entusiasmo dentro de las organizaciones sindicales respectivas, contribuyendo así a darles su máxima eficacia.

»b)Por la extraordinaria importancia que tiene, y no obstante figurar entre las directrices de la A.S.M. la de procurar la unificación del proletariado, consignamos como nuestro deber más imperioso de esta hora el de realizar cuanto esté de nuestra parte por lograr dicha unificación, premisa esencial de nuestra victoria proletaria.

»c) En razón de todo lo que antecede, la U. de G.S.S. se congratula de la actuación meritísima que está realizando en ese sentido el camarada Largo Caballero.

»d) La U. de G.S.S. declara que todos sus militantes no obedecerán otras consignas ni realizarán otras actuaciones que aquellas que emanen de la Comisión ejecutiva de la U.G.T. y de la A.S.M. o de las que en cada caso puedan ser dictadas por la Comisión ejecutiva de la U. de G.S.S.»

El secretario da lectura al siguiente voto particular de Atalaya:

«Aun estando de acuerdo con algún punto de la citada proposición, como he de explicar al Pleno, con el fin de no dejar nada confuso, entiendo que lo que procedía al convocar a este Pleno extraordinario era marcar una orientación a los Grupos Sindicales Socialistas, con el fin de que su actuación dentro de los Sindicatos correspondientes, y en sus relaciones con los demás Grupos, tuviera la eficacia para la que fueron creados en su tiempo por la Agrupación Socialista Madrileña, infiltrando en ellos la savia socialista, según los acuerdos emanados de los Congresos de nuestro Partido.

Como sigo entendiendo que esto no es lo que se hace en la referida proposición, es por lo que se permite proponer al Pleno de delegados rechace la aludida proposición, por estimar que lo que en ella se hace es marcar más las diferencias en el seno de nuestro Partido, cosa que no creo sea de la competencia de la U. de G.S.S.»

Interviene Atalaya para defender su posición, manifestando que en principio fueron constituídos los grupos sindicales socialistas para que los Sindicatos tuvieran un impulso por parte de los elementos afiliados o simpatizantes a la organización socialista. Pero esta Unión de Grupos no puede aceptar otras posiciones que no sean las aprobadas por el Partido Socialista.

Analiza la posición de la mayoría, la que acepta; pero, a pesar de esto, formula el voto particular.

Seguidamente interviene Alvarez del Vayo, que comienza diciendo:

«No podía hacer observaciones al compañero Atalaya antes de oírle. Sólo tengo que decir a la asamblea que lo que la Ejecutiva se ha planteado es esto: La U.G.S.S. ¿va a estar encuadrada en la línea de la Agrupación Madrileña, sí o no? ¿Es ésa su función? Para precisarlo nosotros formulamos esta proposición, que no difiere en absoluto con lo que anteriormente he manifestado. Si nosotros tenemos una discrepancia en la Ejecutiva, era un deber de lealtad y de sentido de la responsabilidad de quienes tienen la dirección de un organismo de la importancia de éste, venir a la asamblea y decir: En la Ejecutiva hay dos criterios que se reducen a esto: un criterio que sostiene que la U. de G.S.S. está o debe estar al servicio de una tendencia o interpretación de los problemas del Partido Socialista, que es la que representa la Agrupación de Madrid, y otro que cree que la U. de G.S.S. puede adoptar una actitud superior o de neutralidad y ponerse un día al lado de una tendencia y al otro día al lado de la tendencia contraria. Y para aclarar esto se ha convocado esta asamblea. Nosotros decimos por qué hemos venido aquí. Atalaya ha mostrado su extrañeza porque se hubiera convocado un pleno extraordinario, y nosotros venimos aquí a justificar la convocatoria del pleno diciendo que era necesario que se discuta esto y sepamos si tenemos la mayoría total de los grupos a favor de nuestra posición.»

Piedra y Mármol plantea una cuestión de no ha lugar a deliberar, basándose en que la Unión de Grupos Sindicales Socialistas no tiene por qué dar instrucciones u orientaciones ni a la Agrupación ni al Partido Socialista. Los Grupos Sindicales son organizaciones auxiliares del Partido y, por consiguiente, tienen que hacer lo que éste determine.

Califica la posición de la mayoría de la Ejecutiva de la Unión de Grupos de escisionistas, produciéndose en este momento un revuelo entre los delegados, que piden retire esas manifestaciones. Encuadernadores interviene, manifestando que no debe permitirse bajo ningún concepto que se hagan manifestaciones de este tipo.

Rubiera manifiesta que no es pertinente, conveniente ni eficaz el que se plantee una proposición como la de Piedra y Mármol, porque en buena norma de discusión todos los problemas que se traen a deliberación de la Asamblea tienen que ser discutidos inmediatamente. El colocarse en la posición de no discutir significa un voto de censura para esta Ejecutiva.

Valentín López, por el Vestido y Tocado, manifiesta que la Unión de Grupos no viene a escindir a nadie. Lo que pasa es que no hay una línea clara marcada por la Ejecutiva del Partido Socialista; pero es que, además, nosotros estamos bajo las órdenes de la Agrupación Socialista Madrileña, y, por consiguiente, tenemos que aceptar todas las orientaciones y normas que ellas nos dé.

Piedra y Mármol hace nuevamente uso de la palabra para manifestar que en vez de ocuparse de estas cosas, el Comité debía preocuparse de que hay conflictos huelguísticos en Madrid y tenía que dar unas normas para luchar por la consecución de las mejoras de los trabajadores.

Interrumpe un delegado y le responde Vayo adecuadamente. la Asamblea increpa al interruptor, que trata de explicar lo que ha dicho.

Después de una breve rectificación de Vicente López, hace uso de la palabra Alvarez del Vayo:

«El compañero que ha interrumpido desconoce probablemente -y es la única observación de tipo personal que me permito hacer- que en todos los años, desde 1912, en que yo milito en el Partido Socialista Obrero Español, por una convicción absoluta, jamás he reaccionado ante un ataque de tipo personal. Y ésa ha sido mi fuerza. Y, constantemente, en las reuniones de la Agrupación, de aquí o de donde fuese, yo he dicho que aunque contra mí se dirijan todos los ataques que se quiera, yo reduciría siempre la controversia al terreno de la teoría y de la táctica, de la conducta socialista. Y cuando yo veo al lado de todas las polémicas de tipo personal cierta tendencia a dirigir ataques contra mí, afirmo mi convicción de que de lo que ha adolecido nuestro Partido ha sido de querellas de tipo polémico y no de llevar la discusión de los problemas específicos y fundamentales del Partido.

»Si yo he reaccionado de la manera dura en que he reaccionado esta noche, no es porque yo considerase el ataque contra mí, y si lo ha habido lo desdeño en absoluto, sino porque eran observaciones concretadas sobre cuál es la actuación de la minoría parlamentaria. Y el hecho de que esta Unión de Grupos, que yo presido por accidente, la presida el mismo que preside la minoría parlamentaria, me ha hecho ver claro a dónde iban dirigidos los ataques. Y por eso, no en defensa de una posición mía, sino de alguien ausente, que merece todos los respetos y que es la esencia de la verdad y de la línea justa del Partido y que está midiendo los minutos, los segundos, para que lleguemos al Congreso extraordinario, ordinario o como se llame, para, por encima de todas esas discusiones personales y por mucho que quieran embarullar, con toda una fe apasionada en favor de la clase obrera española y de la revolución proletaria española, que yo siento desde hace años, desde niño, con una intensidad que nadie me puede superar, llevar allí los problemas de fondo de nuestro Partido.

»Decía Rojas: ¿Es que la actitud de la Agrupación puede quizás marcar directrices que lleven a los afiliados a una actitud de indisciplina en contra de los acuerdos generales de los Congresos?

»¿Está la Agrupación de Madrid en una actitud de perfecta obediencia con los acuerdos generales de los Congresos del Partido? Yo no quiero tratar aquí esta noche de la discusión sobre el problema general del Partido. Nosotros veremos en el Congreso quién estaba dentro no sólo de la justa posición socialista, sino de la ley socialista, concreta y terminante del Partido Socialista Obrero Español.

»¿Que no debíamos haber venido aquí a traer este problema? Pero, ¿qué concepto se tiene de la responsabilidad de dirección? ¿Por qué estoy yo aquí, sino como vicepresidente de la Agrupación Socialista Madrileña y en quien el camarada Largo Caballero, presidente de la Agrupación, ha delegado, sino únicamente en relación con la Agrupación de Madrid, presidiendo la asamblea de la U. de G.S.S.? En el momento en que salga la U. de G.S.S. del arbitrio de la Agrupación, ¿qué relación tenemos nosotros con la U. de G.S.S. ni por qué tenéis vosotros al presidente de la Agrupación como presidente nato de vuestros Grupos Sindicales Socialistas? ¿Para que después cada uno tire por su lado enfrente de la Agrupación?

»Yo quiero saber lo que presido y hasta qué punto la mayoría de la U. de G.S.S. está con la Agrupación. Yo no discuto que la U. de G.S.S. pueda tener otra misión independiente; pero, en relación con la Agrupación, no tiene más que esa misión: la de ser un vehículo en los medios sindicales de las concepciones de la Agrupación de Madrid. Y si no es eso, vosotros podéis, por mayoría, modificar su función; pero yo y la Agrupación Socialista, si vosotros cambiaseis vuestra fisonomía, no veo por qué tendríamos que continuar unos lazos de conexión que habrían perdido lógicamente toda su razón de ser.»

Puesta a votación la propuesta de no ha lugar a deliberar del Grupo de Piedra y Mármol, es rechazada por 31 contra 9.

Ocho de los nueve que han votado en contra intervienen para explicar el voto. Produciendo continuos incidentes para que no se discutiera la propuesta.

Después de intervenir en contra de la propuesta el Grupo de Postales y de defenderlo el de Ferroviarios, se aprueba la proposición de la Comisión ejecutiva por 28 votos en pro y tres en contra.

A más de la una de la madrugada terminó esta importante reunión, que ha representado un nuevo triunfo para la tendencia izquierdista del Partido Socialista.

(Claridad, de 27 de enero de 1934.)

Carta de José Antonio Primo de Rivera al General Franco (24 e septiembre de 1934)

Carta de José Antonio Primo de Rivera al General Franco 
(24 e septiembre de 1934)


Madrid, 24 de septiembre de 1934.
Excelentísimo Sr.D. Francisco Franco.
Mi general: Tal vez estos momentos que empleo en escribirle sean la última oportunidad de comunicación que nos quede; la última oportunidad que me queda de prestar a España el servicio de escribirle. Por eso no vacilo en aprovecharla con todo lo que, en apariencia, pudiera ella tener de osadía. Estoy seguro de que usted, en la gravedad del instante, mide desde los primeros renglones el verdadero sentido de mi intención y no tiene que esforzarse para disculpar la libertad que me tomo.
Surgió en mí este propósito, más o menos vago, al hablar con el ministro de la Gobernación hace pocos días. Ya conoce usted lo que se prepara: no un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgadamente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky, y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerlo en España). Los alijos de armas han proporcionado dos cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro, la realidad de una cosecha de armas risible. Es decir, que los arsenales siguen existiendo. Y compuestos de armas magníficas, muchas de ellas de tipo más perfecto que las del Ejército regular. Y en manos expertas que, probablemente, van a obedecer a un mando peritísimo. Todo ello dibujado sobre un fondo de indisciplina social desbocada (ya conoce usted el desenfreno literario de los periódicos obreros), de propaganda comunista en los cuarteles y aun entre la Guardia Civil, y de completa dimisión, por parte del Estado, de todo serio y profundo sentido da autoridad. (No puede confundirse con la autoridad esa frívola verborrea del ministro de la Gobernación y sus tímidas medidas policíacas, nunca llevadas hasta el final.) Parece que el Gobierno tiene el propósito de no sacar el Ejército a la calle si surge la rebelión Cuenta, pues, con la Guardia Civil y con la Guardia de Asalto. Pero, por excelentes que sean todas esas fuerzas, están distendidas hasta el límite al tener que cubrir toda el área de España en la situación desventajosa del que, por haber renunciado a la iniciativa, tiene que aguardar a que el enemigo elija los puntos de ataque. ¿Es mucho pensar que en lugar determinado el equipo atacante pueda superar en número y armamento a las fuerzas defensoras del orden? A mi modo de ver, esto no era ningún disparate. Y, seguro de que cumplía con mi deber, fui a ofrecer al ministro de la Gobernación nuestros cuadros de muchachos por si llegado el trance quería dotarlos de fusiles (bajo palabra, naturalmente, de inmediata devolución) y emplearlos como fuerzas auxiliares. El ministro no sé si llegó siquiera a darse cuenta de lo que le dije. Estaba tan optimista como siempre, pero no con el optimismo del que compara conscientemente las fuerzas y sabe las suyas superiores a las contrarias, sino con el de quien no se ha detenido en ningún cálculo. Puede usted creer que cuando le hice acerca del peligro las consideraciones que le he hecho a usted, y algunas más, se le transparentó en la cara la sorpresa de quien repara en esas cosas por vez primera.
Al acabar la entrevista no se había entibiado mi resolución de salir a la calle con un fusil a defender a España, pero sí iba ya acompañada de la casi seguridad de que los que saliéramos íbamos a participar dignamente en una derrota. Frente a los asaltantes del Estado español probablemente calculadores y diestros, el Estado español, en manos de aficionados, no existe.
Una victoria socialista, ¿puede considerarse como mera peripecia de política interior? Sólo una mirada superficial apreciará la cuestión así. Una victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera, no sólo porque las esencias del socialismo, de arriba abajo, contradicen el espíritu permanente de España; no sólo porque la idea de patria, en régimen socialista, se menosprecia, s no porque de modo concreto el socialismo recibe sus instrucciones de una Internacional. Toda nación ganada por el socialismo desciende a la calidad de colonia o de protectorado.
Pero además, en el peligro inminente hay un elemento decisivo que lo equipara a una guerra exterior; éste: el alzamiento socialista va a ir acompañado de la separación, probablemente irremediable, de Cataluña. El Estado español ha entregado a la Generalidad casi todos los instrumentos de defensa y le ha dejado mano libre para preparar los de ataque. Son conocidas las concomitancias entre el socialismo y la Generalidad. Así, pues, en Cataluña la revolución no tendría que adueñarse del poder: lo tiene ya. Y piensa usarlo, en primer término, para proclamar la independencia de Cataluña. Irremediablemente, por lo que voy a decir. Ya que, salvo una catástrofe completa, el Estado español podría recobrar por la fuerza el territorio catalán. Pero aquí viene lo grande: es seguro que la Generalidad, cauta, no se habrá embarcado en el proyecto de revolución sin previas exploraciones internacionales. Son conocidas sus concomitancias con cierta potencia próxima. Pues bien: si se proclama la República independiente de Cataluña, no es nada inverosímil, sino al contrario, que la nueva República sea reconocida por alguna potencia. Después de eso, ¿cómo recuperarla?. El invadirla se presentaría ya ante Europa como agresión contra un pueblo que, por acto de autodeterminación, se había declarado libre. España tendría frente a sí no a Cataluña, sino a toda la antiEspaña de las potencias europeas.
Todas estas sombrías posibilidades, descarga normal de un momento caótico, deprimente, absurdo, en el que España ha perdido toda noción de destino histórico y toda ilusión por cumplirlo, me ha llevado a romper el silencio hacia usted con esta larga carta. De seguro, usted se ha planteado temas de meditación acerca de si los presentes peligros se mueven dentro del ámbito interior de España o si alcanzan ya la medida de las amenazas externas, en cuanto comprometen la permanencia de España como unidad.
Por si en esa meditación le fuesen útiles mis datos, se los proporciono. Yo, que tengo mi propia idea de lo que España necesita y que tenía mis esperanzas en un proceso reposado de madurez, ahora, ante lo inaplazable, creo que cumplo con mi deber sometiéndole estos renglones. Dios quiera que todos acertemos en el servicio de España.
Le saluda con todo afecto, José Antonio Primo de Rivera


(PRIMO DE RIVERA, J.A.: Obras Completas. Madrid, 1945: pág. 623.)

"El Socialista» advierte a sus lectores: «Transigir con la CEDA en el Poder es conformarse brevemente con la restauración borbónica... La CEDA es el desafío a la República y la clase trabajadora»

"El Socialista» advierte a sus lectores: «Transigir con la CEDA en el Poder es conformarse brevemente con la restauración borbónica... La CEDA es el desafío a la República y la clase trabajadora»


¿Está ya resuelta la crisis?

Trabajadores: Hoy quedará resuelta la crisis. La gravedad del momento demanda de vosotros una subordinación absoluta a los deberes que todo el proletariado se ha impuesto. La victoria es aliada de la disciplina y de la firmeza.

Cuando escribimos estas líneas no hay, oficialmente al menos, Gobierno que reemplace al dimisionario. El señor Lerroux conserva los poderes y se dispone, en el día de hoy, a continuar sus gestiones, entorpecidas y dificultadas por problemas de segundo y tercer grado. En efecto, la versión que se facilita a la opinión es que inconvenientes de poca monta, detalles, han impedido dejar constituído ayer el Gobierno, cuyos núcleos fuertes serán de un lado los radicales y del otro los cedistas. Será hoy, pues, cuando el disparate se consume. Ante semejante contingencia, extremadamente funesta para España, no nos queda otra posibilidad que ratificar nuestras palabras serenas de ayer. No hemos perdido el tino ni estamos dispuestos a perderlo. Ratificando nuestras palabras de ayer nos economizamos formular otras nuevas. Ahora bien: la versión que de la tramitación de la crisis se da a conocer, ¿es exacta? Si recogemos la referencia oficial de ella es porque nos importa enfrentarla con la explicación popular, extendida por todo Madrid, y que no sería extraño resultase, a la postre, más verídica que la facilitada por el propio Lerroux, a quien es fuerza que tengan sobre ascuas las reacciones populares, acusadas de manera harto visible en la jornada de ayer. En concepto de las gentes sencillas, y de las que no lo son, el Gobierno está constituído, ocultándose al país esta circunstancia por una razón de estrategia. ¿Estrategia? Palabra demasiado sospechosa para estos instantes, en que la República, incluso la tímida República del 14 de abril, parece jugárselo todo. Por estrategia se da la ocultación de un Gobierno que parece estar constituído ya y del que subrepticiamente circulan listas bien detalladas, en las que el coeficiente de error parece muy pequeño. Tenemos derecho a ponernos serios y preguntar: ¿Está ya resuelta la crisis? En nuestro concepto, el certero instinto popular contadas veces se equivoca. Y si a esa circunstancia añadimos otras más, justificativas de una alarma excesiva, tendremos más de una razón para creer que ciertamente hay algo que se oculta al conocimiento público, ocultación que avisa por sí misma la presencia de algo que se asemeja a un delito de leso republicanismo. Si la solución a la crisis es cuerda, ¿qué razón hay para ocultarla? Y si está a falta de cordura, ¿por qué admitirla? Lo que tarde en amanecer será lo que dure la angustia de España, apesadumbrada por el augurio de un nuevo Gobierno que amenaza ser culminación de los pasados errores. Lo que tarde en amanecer... Mas, ¿cuántas horas van de la noche al día? ¿No son acaso demasiadas?

El certero instinto popular raramente se equivoca. Y es ese instinto el que difunde la noticia de que el peligro de una regresión al pasado es inminente. El buen pueblo que saludó emocionado la victoria del 14 de abril está que no sale de su asombro. ¿Tan breve es el tránsito de la ilusión a la desesperación? Es increíble. En efecto: increíble. Mas, ¿qué hacer? Esta es la pregunta que se habrán formulado a estas horas cientos de miles de españoles: ¿Qué hacer? Dos son los caminos: el de la resignación, que a nadie aconsejamos, y el de la oposición, que será el nuestro. No se nos tome en cuenta la exactitud de las palabras. No podemos usarlas con el rigor que fuera de nuestro gusto. El lector, pues, puede recargar la palabra oposición con los acentos que le resulten más gratos, en la seguridad de que no sufrirá engaño. Transigir con la CEDA en el Poder es conformarse buenamente con una restauración borbónica.

Es admitirla como inevitable. ¿Se avienen a eso los republicanos? Nosotros, no. Seguimos siendo intransigentes en alto grado. La CEDA es el desafío a la República y a las clases trabajadoras. Y nadie puede jactarse hasta ahora de habernos desafiado con impunidad y sin que le ofreciésemos, inmediata y eficaz, nuestra respuesta. Recapitulemos un instante: ayudamos a la implantación de la República, nos avinimos a que se encauzase por un derrotero democrático y parlamentario, supimos disculparle yerros de bulto; todo eso hicimos y mucho más. ¿Es que se nos puede pedir que nos crucemos de brazos ante el peligro de que la República pacte su propia derrota? Se nos pediría, en tal caso, complicidad con un delito, y preguntamos: ¿Quién es el que puede hacernos esa petición? Que se yerga. Que asuma la responsabilidad de tamaña demanda. La degradación republicana ha llegado al límite previsto, y, asumiendo la responsabilidad de nuestras palabras y nuestros actos, revaloramos nuestras palabras de ayer: Ni un paso atrás. Quienes estén en nuestra línea, que es la línea de todos los trabajadores españoles, que sumen gozosos sus esfuerzos al esfuerzo socialista. Todavía es tiempo, o, mejor dicho: ahora es tiempo. Después...; después puede ser -con uno u otro resultado- demasiado tarde.

(El Socialista, de 4 de octubre de 1934.)

Proclama del Comité Revolucionario de Asturias (octubre de 1934)

Proclama del Comité Revolucionario de Asturias
(octubre de 1934)

REPUBLICA DE OBREROS Y CAMPESINOS DE ASTURIAS

TRABAJADORES:
El avance progresivo de nuestro glorioso movimiento se va extendiendo por toda España; son muchísimas las poblaciones españolas donde el movimiento está consolidado con el triunfo de los trabajadores, campesinos, obreros y soldados.
Establecidas y aseguradas nuestras comunicaciones interiores se os tendrá al corriente de cuanto suceda en nuestra República y en el resto de España.
Instaladas nuestras emisoras de radio las cuales en onda corriente y en onda extra corta, os pondrán al corriente de todo.
Es preciso el último esfuerzo para la consolidación del triunfo de la Revolución.
El enemigo fascista se va rindiendo así como se van entregando los componentes mercenarios con su aparato represivo, fusiles, ametralladoras, cartuchería, proyectiles varios (que no po.
demos señalar para que no se conozca el material de combate de que disponemos) ha caído en nuestras manos.
Las fuerzas del ejército de la derrotada República, del 14 de abril, se baten en retirada y en todas nuestras avanzadillas se van sumando soldados para enrolarse en nuestro glorioso movimiento.
¡ADELANTE TRABAJADORES, MUJERES, CAMPESINOS; SOLDADOS Y MILICIANOS REVOLUCIONARIOSl ¡VIVA LA REVOLUCION SOCIAL!
El Comité Revolucionario.

El general Batet anuncia por radio la rendición de los sublevados

El general Batet anuncia por radio la rendición de los sublevados


«Catalanes y españoles, breve ha sido la jornada de esta noche. Esta misma radio Barcelona, que durante toda la noche ha estado dando noticias falsas, os dice ahora, por mi boca, la verdad. Después de mucho rato de tiroteo entre las fuerzas de la República y los elementos adictos a la Generalidad, que pudo emplear otros procedimientos en defensa de ideales que no deben apoyarse en la fuerza, el Gobierno de la Generalidad telefoneó al Estado Mayor de la División, diciendo que comprendía era inútil continuar la resistencia y ofreciendo rendirse. Como los rebeldes me habían aislado se empleó algún tiempo en dar a la fuerza de mi mando las órdenes oportunas, y por eso la lucha ha continuado más tiempo del necesario. Es lastimoso lo ocurrido. Yo lo siento como catalán, primero, y como español, después. En un régimen de democracia, que tiene abiertos todos los caminos para todas las aspiraciones que se encuadran en el Derecho, ¿qué necesidad tenían de acudir a la violencia, de traer tan graves trastornos a la región que ellos dicen amar, y que yo amo más que ellos?

»Mis labios, que no se han manchado nunca con la mentira, os dirán ahora la verdad.

»Nosotros somos dueños en absoluto de la situación. Claro es que, como ocurre después de las guerras civiles, que quedan partidas sueltas por los campos, andaban por las azoteas los que pudiéramos llamar «pacos», que disparan para sembrar la alarma, quizá más que por herir. Pero esos «pacos» vivirán lo que vosotros queráis que vivan, pues en cuanto se señale por esta Comandancia la presencia de ellos en una casa, acudirá la fuerza pública para someterlos.

»El Presidente del Consejo me ha encargado que felicite en su nombre, por su comportamiento, a la guarnición de Barcelona. Yo, que les he visto de cerca, puedo hacerlo con más justicia que nadie, y decir que con jefes y oficiales que tienen este concepto de la disciplina y del mando, y con soldados que saben obedecer como los nuestros, el Derecho y la democracia subsistirán siempre, porque somos nosotros los que los defendemos, y no los que con estas palabras siempre en la boca se alían con los enemigos del orden y de la sociedad.

»Y para terminar, llevemos nuestro corazón en lo alto de la Patria y digamos que por ella, por Cataluña, por la República, estamos dispuestos a entregar no ya nuestra vida, sino lo que es más importante, nuestro sacrificio de cada día.»

(ABC, 9 de octubre de 1934.)

Revolución en Barcelona y Asturias

Revolución en Barcelona y Asturias


Desarrollo de la situación barcelonesa 
Alocución del consejero de gobernación 
El Presidente sale para el Departamento de Gobernación 
Preparativos de la proclamación 
Entrevistas trascendentales 
En la Plaza de la República 
Discurso del señor Companys 
Discurso del señor Gassol 
El Consejo de la Generalidad notifica la proclamación al mando militar de Cataluña 
El Bando declarando el estado de guerra 
Prevenciones anexas al Bando


La reunión del Pleno municipal. El acta auténtica de la sesión 
Desde primeras horas de la mañana pudo notarse en la Generalidad un movimiento inusitado, viéndose cómo personas no conocidas en la casa entraban y salían de algunos Departamentos como si acudieran en busca de noticias o de instrucciones. 
En la galería gótica el número de público que se había congregado era realmente extraordinario. Contrastando con la quietud del día anterior, reinaba entre los grupos una manifiesta efervescencia y se afirmaba que los sucesos ocurridos en distintas poblaciones españolas habían revestido extraordinaria gravedad y que el Gobierno Lerroux no podía, a pesar de sus esfuerzos, dar eficacia a los resortes del Poder público, asegurándose que en distintas guarniciones se había iniciado el levantamiento que se iba extendiendo lenta, pero firmemente, por todo el territorio de la República. 
Se aseguraba también que el Gobierno había tomado el acuerdo de proclamar la República catalana, pero que puesto de acuerdo más tarde con los señores Azaña, Maura, Domingo y otras personalidades del que fué Gobierno provisional de la República, se había acordado proclamar el Estado catalán, como integrante de la federación de la República española. 
¿Discusión violentísima?
Alocución del consejero de gobernación 
Poco después de las once y media llegó el consejero señor Dencás a la Presidencia, pasando rápidamente entre los periodistas, con cara preocupadísima. 
Seguidamente penetró en el despacho del Presidente, con el que sostuvo una larga conferencia, en la que, según se dijo, se marcaron dos criterios absolutamente opuestos. El señor Dencás mantuvo enérgicamente su actitud, y sin escuchar las palabras del Presidente, abandonó el despacho de éste, marchando rápidamente al de Gobernación. En el zaguán del Palacio encontró al ex-jefe de los servicios de Orden Público, señor Badía, y le hizo subir al coche, diciéndole: 
-Ven conmigo. Te necesito. 
Poco después de su llegada, el señor Dencás radiaba su alocución dando cuenta que por acuerdo de la Generalidad las fuerzas adictas a «Estat Catalá» pasaban a ocupar la vía pública para impedir con su vigilancia que sectores extremistas aprovecharan en favor suyo la huelga declarada contra el Gobierno Lerroux. 
El Presidente sale para el Departamento de Gobernación 
Los periodistas, después de escuchar la alocución del consejero de Gobernación, pidieron saludar al Presidente, y éste les hizo decir, por mediación de su secretario, señor Alavedra, que nada tenía que comunicarles, y que no podía hacer más comentario que el de que la situación política era gravísima en todo el territorio de la República. 
Preguntado respecto al alcance de la alocución radiada, el secretario, señor Alavedra, afirmó -y parece que así era en efecto- que la desconocía el Presidente. 
Poco tiempo después, el señor Companys, dando muestras de malhumor, abandonó su despacho y montó en el coche presidencial, que había dejado de ostentar la bandera republicana. En cuanto al alcance de dicha visita, se nos dijo que el Presidente había llamado a su despacho al consejero, y como éste había alegado que ante el trabajo que tenía no podía abandonar la Consejería, el señor Companys había decidido ir al Departamento de gobernación. 
En éste, posiblemente, debió continuar la discusión que, violentamente, se había iniciado en el despacho de la Presidencia y a la que antes nos hemos referido. 
Preparativos de la proclamación 
Por la tarde, a partir de la cinco, fueron llegando a la Generalidad comisiones y representaciones, algunas de las cuales pasaban en compañía de diputados al antedespacho de la Presidencia, donde al parecer se celebraba una reunión. 
Los periodistas lucharon con grandes inconvenientes para cumplir su misión, ya que no se les permitió pasar de la galería gótica. 
A las seis y media de la tarde, los consejeros abandonaron el Consejo que había venido celebrándose y se dirigieron rápidamente a sus Departamentos respectivos. 
En la reunión acababa de tomarse el acuerdo de proclamar el Estado catalán y ofrecer refugio al Gobierno provisional de la República federal española en el territorio catalán, hasta que las circunstancias le permitieran instalarse en la capitalidad del Estado. 
Momentos más tarde, el Presidente ordenó a los Mozos de Escuadra que despejaran todas las dependencias del palacio y que en éste no permanecieran más que aquellos que hubieran de cumplir una misión determinada. 
Los periodistas, como el resto del público, fueron invitados a abandonar el Palacio, cosa que hicieron cuando el presidente pasaba a la «Casa dels Canonges». 
Entrevistas trascendentales 
Según se nos dijo -ya que a partir de aquel momento el periodista tenía que valerse forzosamente de referencias-, el comandante militar de Barcelona, general Batet, se encontraba en la «Casa dels Canonges», donde deseaba conferenciar con el Presidente. 
La entrevista fué breve y -siempre según las referencias a que hemos de acogernos- en ella el general parece ser que manifestó al Presidente que las órdenes que había recibido del Gobierno le habían de obligar, en caso de un posible alzamiento, a proceder con toda la energía del fuero militar, y que como medida previa había ordenado el desarme de determinada unidad y que fueran subidas al castillo de Montjuich piezas de artillería pesada. 
Parece ser también que inmediatamente después el Presidente sostenía una larga conferencia con destacadas personalidades del que fué Gobierno provisional de la República y del Comité revolucionario que había precedido a éste. 
En la Plaza de la República 
Poco después de las siete y media regresó a la Generalidad el consejero de Gobernación, señor Dencás, acompañado de los directivos de las agrupaciones de «Estat Catalá». 
Al llegar al despacho rodearon al Presidente, dando vivas a Cataluña, y con él se dirigieron al halcón principal del Palacio. 
La Plaza de la República aparecía casi totalmente ocupada por los que integraban la manifestación, formada por elementos de «Estat Catalá» y de Alianza Obrera, pidiendo la proclamación del Estado catalán federal. 
Al aparecer el Presidente en el balcón fué saludado con entusiastas aplausos y vivas a la libertad de Cataluña. El público, que se mostraba excitadísimo, y buena parte del cual esgrimía armas, no cesó en sus aclamaciones hasta que el Presidente hizo ademán de que iba a dirigir la palabra. 
Discurso del señor Companys 
El Presidente dió entonces lectura a la siguiente alocución que le había sido facilitada momentos antes por uno de los que formaban el grupo:
«Catalanes: Las fuerzas monarquizantes y fascistas que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar la República, han logrado su objetivo y han asaltado el Poder. 
»Los partidos y los hombres que han hecho públicas manifestaciones contra las menguadas libertades de nuestra tierra, los núcleos políticos que predican constantemente el odio y la guerra a Cataluña, constituyen el soporte de las actuales instituciones. 
»Los hechos que se han producido dan a todos los ciudadanos la clara sensación de que la República, en sus fundamentales postulados democráticos, se encuentra en gravísimo peligro. 
»Todas las fuerzas auténticamente republicanas de España y los sectores sociales avanzados, sin distinción ni excepción, se han levantado en armas contra la audaz tentativa y fascista. 
»La Cataluña liberal, democrática y republicana no puede estar ausente de la protesta que triunfa por todo el país, ni puede silenciar su voz de solidaridad con los hermanos que, en las tierras hispanas luchan hasta morir por la libertad y por el derecho. Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalidad, que desde este momento, rompe toda relación con las instituciones falseadas. 
»En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido, asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el ESTADO CATALÁN de la República Federal Española, y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica. 
»El Gobierno de Cataluña estará en todo momento en contacto con el pueblo. Aspiramos a establecer en Cataluña el reducto indestructible de las esencias de la República. Invito a todos los catalanes a la obediencia al Gobierno y a que nadie desacate sus órdenes. Con el entusiasmo y la disciplina del pueblo, nos sentimos fuertes e invencibles. Mantendremos a raya a quien sea, pero es preciso que cada uno se contenga sujetándose a la disciplina y a la consigna de los dirigentes. El Gobierno, desde este momento, obrará con energía inexorable para que nadie trate de perturbar ni pueda comprometer los patrióticos objetivos de su actitud. 
»Catalanes: La hora es grave y gloriosa. El espíritu del presidente Maciá, restaurador de la Generalidad, nos acompaña. Cada uno en su lugar y Cataluña y la República, en el corazón de todos. 
»Viva la República y Viva la libertad.- Palacio de la Generalidad, 6 de octubre de 1934.» 
Discurso del señor Gassol 
A continuación, el señor Gassol pronunció el siguiente discurso: 
«Catalanes: Ya habéis oído al Honorable presidente de la Generalidad, Luis Companys. Sus palabras tienen el eco histórico que nos recuerda que él es el digno sucesor del inmortal Francisco Maciá y fiel continuador de su historia de gestas gloriosas y de sacrificios ejemplares al servicio de Cataluña, de la República y de la libertad. 
»Yo ahora, en nombre del Gobierno, os pido que marchéis por todo Barcelona y por Cataluña a llevar la nueva histórica de la proclamación del Estado Catalán en la República Federal de España. 
»Ayudad a las fuerzas del Gobierno de Cataluña a imponer el orden, que hoy más que nunca es indispensable. Defendiendo con palabras y con actos, si es que hay necesidad, contra cualquier agresión, cueste loo que cueste y vengan de donde vengan. 
»Este movimiento en defensa de la República del 14 de abril triunfa en todas las tierras de España. 
»Nuestra Cataluña es inmortal. 
»Nuestra Cataluña es invencible, pero conviene que todos estéis alerta para seguir a cada momento la voz y las órdenes del Gobierno de Cataluña. 
»¡Viva Cataluña! ¡Viva la República Federal!» 
A continuación fué izada la bandera catalana con grandes aplausos, pero con las protestas de un grupo que era portador de una bandera de «Estat Catalá» y pretendía que fuera aquélla la que ondeara, hasta que desde el balcón se les exhortó a mostrar disciplina a las órdenes del Presidente. 
A poco, fué despejándose la plaza, quedando algunos grupos que disolvían los Mozos de Escuadra. 
El Consejo de la Generalidad notifica la proclamación al mando militar de Cataluña 
Después del acto de la Plaza de la República, el presidente, señor Companys, llamó telefónicamente al general Batet manifestándole que en aquel momento acababa de proclamar el Estado Catalán. 
El comandante militar replicó que no podía darse por notificado a través de una llamada telefónica y que esperaba que el Consejo se lo comunicara en regla. 
En vista de ello, el Presidente ordenó fuera redactada la correspondiente comunicación, dando cuenta al general del acuerdo tomado por el Gobierno y refrendado por el Parlamento y por el pueblo que había asistido a la proclamación. 
«Excmo. Sr. Como presidente del Gobierno de Cataluña, requiero a V.E. para que con la fuerza que mande, se ponga a mis órdenes para servir a la República Federal que acabo de proclamar. Palacio de la Generalidad, 6 de octubre de 1934.- Luis Companys. Sr. Domingo Batet, General de Cataluña.» 
Fué encargado de hacer llegar a manos del general Batet dicha comunicación el director general de Trabajo, señor Tauler y se asegura que el general al leer lo que en aquélla se le decía le expresó que, sintiéndolo mucho, no podía dar a aquella comunicación más que una contestación: y entregó al señor Tauler uno de los ejemplares que tenía preparados proclamando el estado de guerra en Cataluña. 
Al regresar el señor Tauler a la Generalidad los consejeros tuvieron un breve cambio de impresiones, después se reunieron a cenar con el presidente y un reducido número de personalidades del partido de la «Esquerra» en una dependencia vecina a la secretaría particular. 
Cuando era servido el primer plato llegó hasta los reunidos el fragor de las primeras descargas con que se iniciaba el levantamiento. 
El Bando declarando el estado de guerra. 
Don Domingo Batet y Mestres, general de División y del Ejército y jefe de la Cuarta División Orgánica. 
Hago saber: 
Que de conformidad con lo prevenido en decreto de esta fecha recibido a las veinte horas, queda declarado el estado de guerra en todo el territorio de la región catalana, y asumo, por tanto, el mando de la misma, estando dispuesto a mantener el orden público a todo trance, empleando al efecto cuantas medidas de rigor sean necesarias, esperando de la sensatez y cordura de los ciudadanos que no llegue a precisar su empleo, y que por parte de todos con su civismo y amor a la República, contribuirán al restablecimiento de la paz perturbada. 
De acuerdo con los preceptos de la Constitución, Ley de Orden Público, Código de Justicia Militar y Orden de 6 de enero de 1934, después de requerir a los rebeldes y revoltosos a deponer su actitud para quedar exentos de pena, los que no sean jefes, si lo hacen en el término de dos horas a partir de la publicación de este bando, y a cumplir todo lo que en él y en las prevenciones anexas se dispone: 
Ordeno y mando: 
1.º Los reos del delito de rebelión militar serán juzgados en juicio sumarísimo si a ello hubiere lugar, y castigados con la pena de muerte o con la de reclusión perpetua a muerte, según los casos, y los establecido en el Código de Justicia Militar. 
2.º Serán considerados reos de tal delito, según la Ley, entre otros, los que al alzarse en armas contra el Gobierno legítimo hostilicen a las fuerzas del Ejército, Cuerpo de Seguridad y fuerzas de Asalto, estos dos últimos cuando vistan sus uniformes reglamentarios; los que ataquen a los cuarteles, polvorines o dependencias militares, los que atenten contra las vías o redes de comunicaciones, metros o servicios públicos, incluso los a cargo de empresas particulares, Bancos, fábricas y establecimientos y edificios de todas clases que estén custodiados por fuerzas del Ejército u otras de las unidades armadas citadas anteriormente. 
3.º La mera tenencia de armas, artefactos explosivos, incendiarios, de gases (asfixiantes o lacrimógenos) que hagan presumir propósitos de ataque, destrucción o resistencia, si no tuviese calificación más grave, se considerará, según el caso, como tentativa o auxilio a la rebelión. 
4.º Incurrirán en análoga calificación los que abandonen su ocupación o trabajo habitual, o los que por haberlo abandonado no se reintegren al mismo y faciliten de este modo los planes de los rebeldes; y en todos los casos, los que atenten contra la libertad individual y de trabajo. 
5.º Serán culpables de seducir, provocar o excitar a los rebeldes los que en cualquier forma inciten a la revuelta, desobediencia, resistencia, desacato o menosprecio a las autoridades y sus agentes, cualquiera que sea el medio empleado, incluso la imprenta, el grabado o dibujo. 
6.º La agresión, insulto o amenazas a todo militar que vista su uniforme reglamentario, se considerará insulto a la fuerza armada. 
7.º Igualmente serán juzgados por la jurisdicción de Guerra los delitos de robo en cuadrilla, secuestro de personas, incendio y cuantos afecten de un modo evidente y directo al orden público, con relación, conspiración, provocación, inducción, excitación, sedición y auxilio a la rebelión citada. 
8.º Se recuerda a los reclutas en Caja, a los que se encuentren en primera o segunda situación activa, y a los de la reserva, que por los delitos comprendidos en el Código de Justicia Militar o en este bando, serán reputados como militares y sometidos al fuero de Guerra en toda su integridad. 
9.º Por último, se advierte que las autoridades y los agentes autorizados para ello, se consideran como centinela, salvaguardia o fuerza armada, con arreglo al Código de Justicia Militar, y que las órdenes recibidas para hacerse obedecer son severísimas, por lo que deben ser acatadas por todos los ciudadanos, sin distinción de clase ni de categoría alguna, por elevada que ésta sea. 
Artículo adicional. A los efectos de términos legales, se hace la publicación de este bando a las veinte horas de hoy, día de la fecha. 
Como catalán, como español y como hombre que sólo mira y aspira al bien de la humanidad, lamento este momento y espero de la cordura de todos que no se dará lugar al derramamiento de sangre. 
Barcelona, 6 de octubre de 1934. 
Domingo Batet 
Prevenciones anexas al Bando 
1.º Se invita a cuantos rebeldes tengan armas, artefactos explosivos, incendiarios o de gases, a la entrega inmediata de los mismos, o indicar dónde se encuentras, para proceder a su destrucción. 
2.º Queda prohibido en absoluto, con la pena de sanciones que expresa el bando, utilizar aviones para efectuar vuelos locales o a distancia, salvo las empresas y líneas regulares autorizadas. 
Excepto a los equipos de relevo, que acreditarán su identidad, queda terminante y absolutamente prohibido aproximarse desde las seis de la tarde a las siete de la mañana a las líneas férreas, de energía eléctrica, conducciones de agua, gas, cuarteles, polvorines y dependencias militares, Bancos y establecimientos fabriles e industriales y edificios públicos y serán repelidos por la fuerza sin previa intimación los actos de violencia realizados contra los mismos. 
3.º Se declaran incautados y a mi disposición los automóviles de carga, viajeros y particulares, motocicletas, bicicletas, aviones particulares y vehículos de todas clases, tanto en el interior de las poblaciones, como fuera del casco de las mismas, y en las carreteras, caminos, pistas y veredas, en tanto los conductores no se provean de una licencia especial para cada caso y viaje, que será solicitado de la autoridad militar o de los jefes de puesto de la Guardia Civil más próximo de las localidades donde no exista Comandancia Militar, quienes las concederán previas las garantías que se consideren oportunas. 
4.º Toda persona que presencia cualquier agresión o acto de violencia, queda obligada a concurrir inmediatamente a la Comisaría, Cuartel, Juzgado, Tribunal o lugar oficial más próximo para aportar su testimonio, y si no lo hiciere, incurrirá en desobediencia grave. 
5.º Las fuerzas del servicio de Orden Público, dependientes de la Generalidad (Guardia Civil, Mozos de Escuadra, Cuerpo de Seguridad y Asalto, Somatenes, guardias armados del Municipio) pasarán a depender únicamente de mi autoridad, sin que obedezcan otras órdenes que aquellas que de mí emanen, y serán reputadas fuerzas o auxiliares del Ejército, a los efectos de quedar sometidos a los preceptos del Código de Justicia Militar, por lo que se refiere a disciplina y subordinación, estando dispuesto a castigar con la máxima energía cualquier infracción que cometan. 
Todos los individuos pertenecientes a Somatenes presentarán en esta División los carnets correspondientes para su revisión, entregando las armas ínterin al Parque del Ejército; de no efectuarlo en un plazo de cinco horas, contadas a partir de las ocho horas del día de mañana, se les considerará como sediciosos o rebeldes. 
6.º No podrá celebrarse ninguna reunión, mitin, conferencia o manifestación pública, ni aun las juntas generales ordinarias o extraordinarias de Asociaciones o Sindicatos, sin autorización, que será solicitada por escrito, con expresión del objeto de la misma, por lo menos tres días antes del en que hayan de tener lugar; autorizado que sea cualquiera de dichos actos, asistirá a los mismos, cuando lo consideren conveniente, un delegado civil o militar, según se acuerde en cada caso, el cual podrá suspenderlo tan pronto como por los que tomen parte o asistan a ellos se pronuncien discursos o se profieran frases atentatorias al régimen, al Jefe del Estado o a las autoridades, o exciten a cometer cualquier acto contrario a los mismos o al orden público o hagan la apología de la violencia o la apelación a conseguir por la fuerza cualquier ideal o propósito. 
En tales casos serán, además, detenidos en el acto el orador o personas que profieran las frases o conceptos delictivos, y el presidente, y serán puestos a disposición de los Tribunales competentes. 
La reunión del Pleno municipal. El acta auténtica de la sesión 
Minutos antes de las diez de la noche comenzaron a llegar al Ayuntamiento los concejales convocados. Todos ellos pasaron seguidamente al pequeño salón del Consistorio, donde debía reunirse el Pleno. Este, que duró veinte minutos escasos, comenzó poco después. 
Como en realidad se trata de una sesión verdaderamente histórica, para dar mayor valor informativo a la misma, nos limitaremos a reproducir textualmente el acta levantada. Dice así dicho documento: 
«En la ciudad de Barcelona, siendo las 10,20 de la noche del día 6 del mes de octubre de 1934, bajo la presidencia del señor Escofet y con asistencia de los señores Mori, Rosell, Granier, Barrera, Pumarola, Cordomí, Junyent, Cortés, Hurtado, Gispert, Bernades, Altaba, Codó, Salvadó, Pla, Pi y Suñer, Ventós, Durán y Reynals, Vilalta, Martínez Cuenca, Durán y Ventosa, Sagarra, Roda Ventura, Vendrell, Bausili, Codolá, Saltor, Calderó, Carbonell y Oliva, consejeros, se reunió en sesión extraordinaria el Ayuntamiento de Barcelona, actuando de secretario el titular del mismo, don José María Pi y Suñer. 
El presidente manifestó que se leería una proposición presentada por distintos consejeros, dando cuenta el secretario de la misma. 
La proposición dice así: 
«Al Ayuntamiento Pleno.- Los consejeros municipales que suscriben, ante la proclamación del Estado Catalán de la República Federal Española, fieles a los ideales que han servido lealmente toda la vida, proponen al Pleno consistorial que acuerde su firme y decidida adhesión al Presidente y al Gobierno de Cataluña.- Barcelona, 6 de octubre de 1934. 
Lo firman el alcalde, señor Pi y Suñer; los consejeros-regidores y algunos concejales de la mayoría consistorial.» 
Se levantó a defenderla el señor Pi y Suñer, glosando sus conceptos y pidiendo al Pleno que la aprobase. 
El señor Durán y Ventosa se opuso, en nombre de la minoría de Lliga Catalana, extendiéndose en consideraciones para demostrar la improcedencia de dicha proposición. 
Rectificaron ambos, sosteniendo sus respectivos puntos de vista. 
El señor Durán y Ventos pidió votación nominal, que dió el siguiente resultado: 
Votaron que sé: Mori, Rosell, Granier Barrera, Pumarola, Cordomí, Junyent, Cortés, Hurtado, Gispert, Bernades, Altaba, Codó, Salvadó, Pla, Pi y Suñer, Ventós, Durán y Reynals, Vilalta, Martínez Cuenca, Carbonell y Oliva, y el presidente, señor Escofet. Total 22. 
Dijeron que no: Durán y Ventosa, Sagarra, Roda Ventura, Vendrell, Bausili, Condolá, Salto y Calderó. Total 8. 
Dado cuenta del resultado, el presidente declara aprobada la proposición y se levanta la sesión a las 10,40.


(La Vanguardia, de 9 de octubre de 1934.)

La Juventud y el 6 de octubre (Discurso pronunciado en el Parlamento el 9 de octubre de 1934.)

La Juventud y el 6 de octubre
(Discurso pronunciado en el Parlamento el 9 de octubre de 1934.)

El señor PRIMO DE RIVERA;

Permítase a esta voz, asistida de pocas en la Cámara, pero que fue anteayer la primera que en la Puerta del Sol manifestó su gratitud al Gobierno; permítase a esta voz alzarse hoy también aquí con un agradecimiento doble, en parte por lo que me corresponde por esta investidura de diputado, en parte por lo que me corresponde como representante de una gran masa juvenil española, que ha tenido a orgullo aclamar al Gobierno desde las piedras de la Puerta del Sol. Es la primera vez, desde hace muchos tiempo, en que nos sentimos confortados, señor presidente del Consejo de Ministros, con un alivio español y profundo. El Gobierno ha tenido el acierto de desenmascarar dos cosas: primera, cómo lo que se llama la revolución –y que no es la revolución que España necesita, porque es evidente que España necesita una– es una cosa turbia en donde hay de todo menos un auténtico movimiento obrero y nacional: es una revolución de burgueses despechados que ponen en juego para sus intereses personales, para su medro personal, lo mismo la desesperación de los obreros hambrientos, a los que ni un día podemos dejar de asistir, que los sentimientos separatistas de origen más torpe. Esos burgueses, que no son obreros, que no padecen las angustias de los obreros; esos españoles, que no tienen siquiera la disculpa de haber nacido en regiones donde se mueva un nacionalismo, ésos son los que han especulado con el nacionalismo y con el hambre de los obreros para ver si deshacían en un mismo día la autoridad del Estado español y la integridad de España.

Al Gobierno se le ha presentado la ocasión, que tenemos que agradecerle todos, de descubrir las entrañas sucias de ese movimiento aparentemente revolucionario, y espero que a la hora del rigor sabrá distinguir también a los pobres pacos que se limitan a actuar, engañados seguramente por propagandas subversivas, de los leaders que se ocultan sabe Dios dónde y que se aprestan a poner fronteras por medio entre su responsabilidad y el rigor del Estado español. (Muy bien.)

Pero, además, la juventud española tiene hoy otro motivo de gratitud para el Gobierno. Y eso no es de ahora, eso es de lustros. Llevábamos una serie de lustros escuchando enseñanzas y propaganda derrotista, y habíamos llegado casi a perder la fe en nosotros mismos. Esta era ya la España heredera de una España de debilidades, de claudicaciones, de pintoresquismo, del Madrid de Fomos y de la cuarta de Apolo, de los periodistas espadachines, de aquellos que empeñaban alegremente las capas mientras se estaba perdiendo el resto del imperio español. Nos habíamos acostumbrado a una vida mediocre y chabacana, y era hora de que ante un trance nacional se viese cómo España, cómo el pueblo español, inorgánico y orgánico; cómo el pueblo español, en su masa y en sus instrumentos, en su Ejército, en su Marina y en sus funcionarios, en cuanto hubiese un Gobierno que levantase una voz española frente a un peligro nacional, se agruparía. El Gobierno se ha visto ante la dificultad de tener muchos servidores tibios y traidores en los puestos de mando; yo me reservo formular en su momento la acusación. El Gobierno ha tenido incluso entregado el ejército de Cataluña –digámoslo claro desde ahora– a un general que no creía en España, a un general que después de haber sido providencialmente (rumores y protestas) el instrumento de España, allí en estos días difíciles, nos ha hecho ruborizarnos anoche con una proclamación emitida por la radio...

La Presidencia invita al señor Primo de Rivera a que, haciéndose cargo de la índole de esta sesión, no entre en cierto género de críticas, que tendrán su momento, bajo la responsabilidad de S.S., pero que, evidentemente, no es ahora en ninguna forma la oportunidad de hacerlas.

El señor PRIMO DE RIVERA:

Si el señor presidente me permitiera leer... (Protestas.) Esto es un anticipo de lo que me propongo decir insistiendo en esta tesis, que es la verdadera y la española. Pero el Gobierno, contra todo esto, contra las flaquezas de muchos de los instrumentos que ha tenido que usar, ha sabido coagular, en un momento, el brío del pueblo español alrededor del Estado español, y nos ha confortado con la esperanza de que España es fuerte todavía.

Señor presidente del Consejo de Ministros, señor don Alejandro Lerroux: Yo –lo sabe ya S.S.– no creo en el Estado vigente; creo que España y Europa cuajarán en otras formas políticas; pero si algún día una juventud española, que yo adivino ya cercana, construye un nuevo Estado español, le deberá a S.S. la gratitud de haberla hoy aliviado de un pesimismo de lustros. Me parece que esto puede compensar la molestia que haya podido experimentar el señor presidente –y que sentiré mucho tener que darle otro día– en mis censuras anteriores. Esto sí que es un gran servicio a España. Su señoría ha devuelto a muchos la fe en España; su señoría nos ha hecho ver que todavía España se levanta, aunque esté inorgánicamente dirigida por mandatarios más o menos torpes –en este caso, ciertamente, no me refiero al Gobierno–; que España es aún capaz de recorrer sus grandes caminos. Si alguna vez tenemos una nueva estructura de Estado y la juventud la sostiene, señor don Alejandro Lerroux, su señoría podrá haber tenido el orgullo de ser quien encendió una vez, en esa juventud española, la fe en sus nuevos destinos.

«ABC» describe el final de la campaña de Asturias con la entrada en Oviedo de las tropas del Gobierno

«ABC» describe el final de la campaña de Asturias con la entrada en Oviedo de las tropas del Gobierno


Desde las once de la mañana hasta la una y media de la tarde estuvo en su despacho oficial el Jefe del Gobierno. Recibió varias visitas, entre ellas, la del ministro de Agricultura.

A la salida le preguntamos qué noticias tenía sobre los sucesos de Asturias. El señor Lerroux nos dijo:

.- Pues en Asturias hay lo siguiente: que ha entrado el general López Ochoa, instalándose en el cuartel de Infantería, desde el que dirigía las operaciones. Hay también que la aviación ha bombardeado fuertemente la fábrica de armas, que se halla en poder de los rebeldes. Igualmente puedo decirles que dicho general ha ordenado a la aviación que vuelva a bombardear la fábrica para dar el asalto, que ya se habrá realizado o estará realizándose en estos momentos. Por reconocimientos practicados por la aviación se ha observado que en caminos, veredas y vericuetos hay un constante desfile de fugitivos.

Le preguntamos si eran ciertos los rumores acerca de las ferocidades cometidas por los revoltosos en la zona minera.

.- De momento -contestó el Sr. Lerroux- resulta prematuro afirmar tal cosa, porque, en contraposición con esos rumores, puedo decirle que en la parte oriental asturiana han sido respetadas las vidas de los sacerdotes, e incluso a los veraneantes que retrasaron su regreso no se les ha hecho otro daño que el de incautárseles los automóviles, pero respetando sus personas.

Aprovecho el momento para decirles -añadió el Presidente del Congreso- que se han tergiversado mis palabras de ayer acerca de que no estábamos en momentos de alegría, cuando se me preguntó si hoy se celebrarían actos con motivo de la Fiesta de la Raza. Se ha creído que lo decía porque estábamos en vísperas de algo trágico. Pero no es así; lo decía porque estando actuando los Tribunales, es de suponer que haya penas gravísimas que ya aconsejan la suspensión de aquellos actos, pero de ninguna manera pude decirlo porque pueda rebrotar la rebeldía.

El general Franco dice que puede darse por dominada la sedición en Asturias

Tuvimos ocasión de hablar ayer a mediodía con el general Franco, colaborador eficacísimo del Ministro de la Guerra en todas las operaciones llevadas a efecto en la zona asturiana.

Por la alegría que rebosaba el rostro del ilustre general comprendimos que era cierta la noticia de la entrada de nuestras tropas en Oviedo, los demás objetivos a cubrir irán cayendo sucesivamente, con la ejemplaridad y eficacia del ocupado hoy. Puede, pues, darse por resuelto -terminó diciendo el general Franco- este episodio de la rebelión de Asturias.

El ministro de la Guerra confirma la noticia

A las tres de la tarde fuimos recibidos por el Ministro de la Guerra, quien nos hizo las siguientes manifestaciones:

-Alrededor de las doce de la mañana de hoy hemos ocupado Oviedo. A la lección ejemplar de castigo efectuada sobre los sediciosos, vendrá la acción judicial. Hoy se han celebrado en Gijón treinta consejos de guerra sumarísimos.

No recibo enhorabuenas mientras quede en la zona minera y en toda España un solo rebelde por desarmar. La labor de las tropas ha sido brillantísima. Los soldados han mostrado un gran espíritu de disciplina y, sobre todo, un afán de vencer, debido a lo cual todas las resistencias, por empeñadas que hayan sido, han logrado ser vencidas.

Lo que queda por sofocar es ya obra de menor esfuerzo, y espero que en breves días toda la zona asturiana quede completamente pacificada.

La aviación, sobre la zona rebelde. Proclamas a los sediciosos

Esta mañana salieron de esta base aérea (León) doce escuadrillas de aviones, a los que se unieron varios aparatos venidos de Madrid, tomando todos ellos rumbo a Oviedo, sobre cuya zona rebelde efectuarán en la mañana de hoy una acción enérgica para limpieza de enemigos en las inmediaciones del monte Naranco, donde la aviación señaló ayer algunas concentraciones de sediciosos, advertidos de la llegada de nuestras tropas.

Los aviones han salido ayer y hoy con víveres y municiones, que arrojaron sobre las columnas, descendiendo a poca altura para que no se destrozaran al tomar tierra.

Otros aviones lanzaron ayer sobre la zona minera y la ciudad de Mieres las siguientes proclamas: «Rebeldes de Asturias, rendíos. Es la única manera de salvar vuestras vidas: la rendición sin condiciones, la entrega de las armas antes de veinticuatro horas. España entera, con todas sus fuerzas, ya contra vosotros, dispuesta a aplastaros sin piedad, como justo castigo a vuestra criminal locura. La Generalidad de Cataluña se rindió a las tropas españolas en la madrugada del domingo. Companys y sus cómplices esperan en la cárcel el fallo de la Justicia. No queda una huelga en toda España. Estáis solos y váis a ser las víctimas de la revolución vencida y fracasada. El daño que os han hecho los bombardeos y las armas de las tropas son nada más que un triste aviso del que recibiréis implacablemente si antes de ponerse el sol no habéis depuesto la rebeldía y entregado las armas. Después iremos contra vosotros hasta destruiros sin tregua ni perdón. ¡Rendíos al Gobierno de España! ¡Viva la República!

Tras un impetuoso avance, entran nuestras tropas en Oviedo. La primera noticia

Por los aviadores que acaban de bombardear las inmediaciones de Oviedo sabemos que las tropas del general López Ochoa han entrado victoriosamente en la ciudad de Oviedo, desalojándola del enemigo, que huye a la desbandada.

Detalles de la operación

Posteriormente hemos conocido los siguientes detalles de la brillantísima operación realizada por nuestras tropas. La columna del general López Ochoa inició esta mañana el avance, desarrollando una intensa preparación con el fuego de la artillería y de la aviación sobre objetivos de antemano determinados, en los cuales se había señalado la presencia de grandes núcleos de rebeldes.

A las nueve de la mañana se lanzaron al asalto por las laderas del monte Naranco en dirección al nuevo Hospital, que desalojaron de rebeldes. La marcha de estas tropas fué seguida de cerca por las demás unidades y fueron estableciéndose en posiciones sucesivas, colocando ametralladoras en los puntos más dominantes y dirigidas a las entradas de la ciudad.

Cuando se creyó que el enemigo estaba bastante quebrantado por la acción conjunta de todas nuestras armas, se prosiguió el avance con el mismo entusiasmo, intensificando sus bombardeos la aviación, especialmente sobre la estación del ferrocarril, donde se hallaba dispuesto un tren que habían de usar los rebeldes en su huída. El acierto de los disparos efectuados por nuestros aparatos fué completo. Dicho tren fué destruído, apreciándose desde el aire numerosas víctimas. Aprovechándose este momento de confusión, nuestras tropas continuaron su avance impetuoso, logrando alcanzar la vanguardia las primeras casas de las afueras, que limpiaron de enemigos, siendo desde este momento franco el avance de todas las tropas, que se precipitaron sobre la ciudad, ocupando sus puntos y edificios más estratégicos.

La presencia de los soldados fué acogida por el vecindario con muestras de intenso júbilo. Los vecinos de Oviedo, sometidos durante cinco días a un terrible asedio, se resistían a creer que hubiera tenido término dicha pesadilla.

(ABC, 13 de octubre de 1934.)

Carta a un militar español

Carta a un militar español


No podrás, aunque quieras, ser sordo y ciego –como te aconsejó cierta inesperada gloria nacional– ante la apremiante angustia de España. Dentro de unas semanas acaso tendrás de nuevo que llamar a tu Compañía para tomar las armas en discordia civil. Y por mucho que acalles las inquietudes de tu propio espíritu, no podrás eludir, en las largas vigilias del servicio, estas preguntas inaplazables: ¿qué es lo que está ocurriendo? Este Estado en cuya defensa arriesgo la vida, ¿es el servidor del verdadero destino patrio? ¿O estaré perpetuando con mi esfuerzo una organización política muerta, desalmada y esterilizadora?

Quien ninguna noche se siente libre de las mismas incertidumbres quiere que le acompañes, al través de esta carta, en una silenciosa meditación.

1. LA QUIEBRA DEL ORDEN CONSTITUCIONAL.

La solución de la última crisis viene a confesar que el orden constitucional vigente ya no puede soportarse a sí mismo. El Estado, para vivir, tiene que acogerse a subterfugios que lo instalen fuera del normal funcionamiento de las instituciones. Ya no es sólo el estado de guerra, convertido en endémico, con su secuela de clausuras, intervención de Prensa, prisiones gubernativas y todo lo demás; es la formación de un Gobierno nacido en sistema parlamentario, pero que no podrá vivir media hora en el Parlamento; de un Gobierno que para gozar una pasajera ilusión de vida tiene que mantener las Cortes cerradas hasta el límite que autoriza la Constitución. Así viviremos un mes bajo la dictadura –ya sabemos cuán justa y austera– del partido radical, sin que nos falten los diarios alicientes del asesinato, el atraco y la amenaza de quienes, aparentemente vencidos en octubre, ya se jactan de estar preparando el desquite, y pasado este mes, ¿qué nos aguarda? Rota toda posibilidad de convivencia, habrá que disolver las Cortes. Unas elecciones será la entrega del país a la pugna entre dos mitades encarnizadas: derechas e izquierdas. ¿Quién tendrá razón en esa pugna? Para saberlo hay que examinar qué son las izquierdas y qué son las derechas en España.

2. LAS IZQUIERDAS.

Las izquierdas son más numerosas (no se olvide que en la izquierda está comprendida la casi totalidad de la inmensa masa proletaria española); más impetuosas, con más capacidad política ... ; pero son antinacionales. Desdeñando artificiales denominaciones de partido, las izquierdas están formadas por dos grandes grupos:

a) Una burguesía predominantemente intelectual. De formación extranjera, penetrada en gran parte por la influencia de instituciones internacionales, esta parte de las izquierdas es incapaz de sentir a España entrañablemente. Así, todas las tendencias disgregadoras de la unidad nacional han sido aceptadas sin repugnancia en los medios izquierdistas.

b) Una masa proletaria completamente ganada por el marxismo. La política socialista, extremadamente pertinaz v hábil, casi ha llegado a raer de esa masa la emoción española. Las multitudes marxistas no alojan en su espíritu sino una torva concepción de la vida como lucha de clases. Lo que no es proletario no les interesa; no pueden, por consiguiente, sentirse solidarias de ningún valor nacional que exceda lo estrictamente proletario. El marxismo, si triunfa, aniquilará incluso a la burguesía izquierdista que le sirve de aliada. En esto la experiencia rusa es bien expresiva.

3. LAS DERECHAS.

¿Y las derechas? Las derechas invocan grandes cosas: la patria, la tradición, la autoridad ... ; pero tampoco son auténticamente nacionales. Si lo fueran de veras, si no encubriesen bajo grandes palabras un interés de clase, no se encastillarían en la defensa de posiciones económicas injustas. España es, por ahora, un país más bien pobre. Para que la vida del promedio de los españoles alcance un decoro humano, es preciso que los privilegiados de la fortuna se sacrifiquen. Si las derechas (donde todos esos privilegios militan) tuvieran un verdadero sentido de la solidaridad nacional, a estas horas ya estarían compartiendo, mediante el sacrificio de sus ventajas materiales, la dura vida de todo el pueblo. Entonces sí que tendrían autoridad moral para erigirse en defensores de los grandes valores espirituales. Pero mientras defiendan con uñas y dientes el interés de clase, su patriotismo sonará a palabrería; serán tan materialistas como los representantes del marxismo.

Por otra parte, casi todas las derechas, por mucho empaque moderno que quieran comunicar a sus tópicos (Estado fuerte, organización corporativa, etc.), arrastran un caudal de cosas muertas que le priva de popularidad y brío.

4. LO DECISIVO.

Ni en la derecha ni en la izquierda está el remedio. La victoria de cualquiera de las dos implica la derrota y la humillación de la otra. No puede haber vida nacional en una patria escindido en dos mitades inconciliables: la de los vencidos, rencorosos en su derrota, y la de los vencedores, embriagados con su triunfo. No cabe convivencia fecunda sino a la sombra de una política que no se deba a ningún partido ni a ninguna clase; que sirva únicamente al destino integrador y supremo de España; que resuelva los problemas entre los españoles sin otra mira que la justicia y la conveniencia patria.

Ahora bien: una tendencia así, desligada de apetitos, es difícil que cuente, en el breve plazo que la exigencia nacional impone, con la posibilidad de conquistar el Poder. Ni por vías legales ni por vías ilegales. No podrá por vías legales, porque las elecciones son, mucho más que un pugilato de ideales, un juego de intereses; cada elector vota por el candidato que considera le conviene más. Y no podrá por vías ilegales, porque los Estados modernos, guarnecidos de formidables fuerzas armadas, son prácticamente inexpugnables. Sólo en un caso triunfaría el movimiento nacional en su intento de asalto al Poder: si las fuerzas armadas se pusieran de su parte o, al menos, no le cerraran el camino.

Y he aquí, supuesto el caso, la grave perplejidad que se os va a plantear a los militares españoles. Si un día, fatigados todos de derechas e izquierdas, de Parlamento gárrulo y vida miserable, de atraso, de desaliento y de injusticia, una juventud enérgica se decide a intentar adueñarse del Poder para inaugurar, por encima de clases y partidos, una política nacional integradora, ¿qué haréis los oficiales? ¿Cumplir a ciegas con la exterioridad de vuestro deber y malograr acaso la única esperanza fecunda? ¿O decidimos a cumplir con el otro deber, mucho más lleno de gloriosa responsabilidad, de presentar las armas con un ademán amigo a las banderas de la mejor España?

5. ESCRÚPULOS.

Adivino el escrúpulo de muchos militares. "Nosotros –dirán– no podemos tener opiniones políticas. En trance de cumplir con el deber, no nos toca juzgar si tiene razón el Estado o los que lo atacan: hemos de limitamos a defenderlo en silencio."

¡Cuidado! Normalmente, los militares no deben profesar opiniones políticas; pero esto es cuando las discrepancias políticas sólo versan sobre lo accidental; cuando la vida patria se desenvuelve sobre un lecho de convicciones comunes que constituye su base de permanencia. El Ejército es, ante todo, la salvaguardia de lo permanente; por eso no se debe mezclar en luchas accidentales. Pero cuando es lo permanente mismo lo que peligra; cuando está en riesgo la misma permanencia de la Patria –que puede, por ejemplo, si las cosas van de cierto modo, incluso perder su unidad–, el Ejército no tiene más remedio que deliberar y elegir. Si se abstiene, por una interpretación puramente externa en su deber, se expone a encontrarse, de la noche a la mañana, sin nada a qué servir. En presencia de los hundimientos decisivos, el Ejército no puede servir a lo permanente más que de una manera: recobrándolo con sus propias armas. Y así ha ocurrido desde que el mundo es mundo; como dice Spengler, siempre ha sido a última hora un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización.

Queráis o no queráis, militares de España, en unos años en que el Ejército guarda las únicas esencias y los únicos usos íntegramente reveladores de una permanencia histórica, al Ejército le va a corresponder, una vez más, la tarea de reemplazar al Estado inexistente.

6. PELIGROS DE LA INTERVENCIÓN MILITAR.

Puestos los destinos de España en manos del Ejército, son de prever dos escollos contrarios capaces de malograr la prueba. Son estos dos escollos el exceso de humildad y el exceso de ambición.

1. Exceso de humildad.–Es muy de temer que el Ejército se asigne a sí mismo el papel, demasiado modesto, de mero ejecutor de la subversión y se apresure a depositar el Poder en manos ajenas. En este caso, son previsibles dos soluciones igualmente erróneas:

a) El Gobierno de notables, o reunión de eminencias, requeridas por sus respectivas reputaciones, sin consideración a los principios políticos que profesen. Esto frustraría la magnífica posibilidad nacional del instante. Un Estado es más que el 'conjunto de unas cuantas técnicas; es más que una buena gerencia: es el instrumento histórico de ejecución del destino de un pueblo. No puede conducirse a un pueblo sin la clara conciencia de ese destino. Pero cabalmente la interpretación de ese destino y de los caminos para su cumplimiento es lo que constituye las posiciones políticas. El equipo de ilustres señores no coincidentes en una fe política se reduciría a una mejor o peor gerencia, llamada a languidecer sin calor popular en tomo suyo.

b) El Gobierno de concentración, o reunión de representantes de los diferentes partidos que se prestaran a participar en el Gobierno. Esta solución añadiría, a la esencial esterilidad interna de la solución anterior, la de no constituir en la práctica sino una recaída en la política de partidos; concretamente, en la de los partidos de derecha, ya que es patente que los de izquierda no iban a querer intervenir. Es decir, que lo que hubiera podido ser el principio de una era nacional prometedora vendría a quedar reducido, una vez más, al triunfo de una clase, de un grupo, de un interés parcial.

Estos serían los peligros de un exceso de humildad; pero también lo contrario es temible. Vamos a considerarlo.

2. Exceso de ambición.–No, entendámonos, de ambición personal en los militares, sino de ambición histórica. Esto ocurriría si los militares, percatados de que no basta con una buena gerencia, sino que es necesario suscitar la emoción de una tarea colectiva, de una interpretación nacional del momento histórico, quisieran ser ellos mismos quienes la suscitaran. Es decir, si los militares, ejecutores o coadyuvantes en el golpe de Estado, se propusieran descubrir por sí mismos la doctrina y el rumbo del Estado nuevo. Para un intento así, los militares no cuentan con una suficiente formación política. Si yo tratara –como tantos– de adular al Ejército, le atribuiría, sin más, todas las capacidades. Por lo mismo que sé lo que representa el Ejército, el inmenso acervo de virtudes silenciosas, heroicas e intactas que atesora, me parecería indecente adularle. Pienso, en cambio, que es lo leal poner a su servicio un esfuerzo de lucidez. Por eso digo estas cosas como las pienso: el Ejército, habituado a considerar que la política no es su misión, tiene en lo político un ángulo visual incompleto. Peca de honrada ingenuidad al propugnar soluciones políticas. Así, no logra atraer, por falta de eficacia doctrinal, de sugestión dialéctica, asistencias populares y juveniles persistentes. No olvidemos el caso del general Primo de Rivera: lleno de patriotismo, de valor y de inteligencia natural, no acertó a encender entusiasmos duraderos por falta de una visión sugestiva de la Historia. La Unión Patriótica, escasa de sustancia doctrinal, se quedó en una vaguedad candoroso y bien intencionada.

Si la Providencia pone otra vez en vuestras manos, oficiales, los destinos de la Patria, pensad que sería imperdonable emprender el mismo camino sin meta. No olvidéis que quien rompe con la normalidad de un Estado contrae la obligación de edificar un Estado nuevo, no meramente la de restablecer una apariencia de orden. Y que la edificación de un Estado nuevo exige un sentido resuelto y maduro de la Historia y de la política, no de una temeraria confianza en la propia capacidad de improvisación.

7. GLORIA DE LA INTERVENCIÓN MILITAR.

No sólo purgará el Ejército su pecado de indisciplina formal, sino que se cubrirá de larga gloria si, en la hora decisiva, acierta con la levadura exacta del período que empieza. Europa ofrece ricas experiencias que ayuden a acertar: los pueblos que han encontrado su camino de salvación no se han confiado a confusas concentraciones de fuerzas, sino que han seguido resueltamente a una minoría fervientemente nacional, tensa y adivinadora. En torno de una minoría así puede polarizarse un pueblo; un amorfo agregado de personas heterogéneas no puede polarizar nada. El Ejército debe esperar en aquellos en quienes encuentre más semejanza con el Ejército mismo; es decir, en aquellos en quienes descubra, junto al sentido militar de la vida, la devoción completa a dos principios esenciales: la Patria –como empresa ambiciosa y magnífica– y la justicia social sin reservas –como única base de convivencia cordial entre los españoles–. Así como el Ejército es nacional, integrador y superclasista (puesto que en él conviven orgánicamente, al calor de una religión del servicio patrio, hombres extraídos de todas las clases), la España que el Ejército defienda ha de buscar desde el principio un destino integrador, totalitario y nacional. Eso no es cuestión de recetas (casi todos los partidos, aun los más fofos, insertan ya en sus programas algún principio corporativista a la moda), es cuestión de temperatura; las recetas sin fe no son nada, igual que en el Ejército de nada servirían la táctica y los reglamentos interiores sin un acendrado espíritu de servicio y de honor.

Poco importaría que los depositarios del Poder fueran pocos y no muy avezados en las artes de la administración. Las técnicas administrativas son profesadas por expertos individuales fáciles de reclutar. Lo esencial es el sentido histórico y político del movimiento: la captación de su valor hacia el futuro. Eso sí que tiene que estar claro en la cabeza y en el alma de los que manden.

8. ANUNCIO.

Pronto, por mucho que nos retraiga de la decisión última el supremo pavor de equivocarnos, tendremos que avanzar sobre España. Los rumbos abiertos a otros países superpoblados, superindustrializados, convalecientes de una gran guerra, se abrirían mucho más llanos para nuestra España semipoblada y enorme, en la que hay tanto por hacer. Sólo falta el toque mágico –ímpetu y fe– que la desencante. Como en los cuentos, España está cautiva de los más torpes y feos maleficios; una política confusa, mediocre, cobarde, estéril, la tiene condenada a parálisis. Ya se alistan paladines para acudir en su socorro, y una mañana –oficiales, soldados españoles– los veréis aparecer frente a vuestras filas. Ese será el instante decisivo; el redoble o el silencio de vuestras ametralladoras resolverá si España ha de seguir languideciendo o si puede abrir el alma a la esperanza de imperar. Pensad en estas cosas antes de dar la voz de "¡Fuego!". Pensad que por encima de los artículos de las Ordenanzas asoman, una vez cada muchos lustros, las ocasiones decisivas en la vida de un pueblo. Que Dios nos inspire a todos en la coyuntura. ¡Arriba España!

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA,

Jefe de la Falange Española de las J.0.N.S.

(Madrid, noviembre de 1934)

Doctrina de la Revolución Española (Discurso pronunciado en el Parlamento el 6 de noviembre de 1934)

Doctrina de la Revolución Española
(Discurso pronunciado en el Parlamento el 6 de noviembre de 1934)

El señor PRIMO DE RIVERA:

No imaginará el señor Gil Robles, cuando me levanto a hablar, además, en ocasión tan desfavorable, que lo hago a impulsos de un espíritu de partido, porque cabalmente lo que voy a reprochar al Gobierno es que haya dejado intacta para mi partido, o para quienes me siguen y me acompañan, una bandera que tuvo ocasión magnífica de recoger. El Gobierno que preside don Alejandro Lerroux se encontró en una de esas encrucijadas históricas desde donde arrancan para una patria el camino de la grandeza y el camino de la vulgaridad. Hubo una ocasión decisiva en aquella mañana del 7 de octubre en que todos confiamos, en que todos apoyamos, en que todos exaltamos al Gobierno que preside don Alejandro Lerroux para que lanzase a España por el camino de la grandeza, y éste es el momento en que tememos que el Gobierno que preside don Alejandro Lerroux está desperdiciando esa magnífica ocasión histórica. La está desperdiciando, a mi modo de ver –y conste que tengo que empalmar para esto, más que con el debate brillantísimo desarrollado aquí en la tarde de ayer y en la de hoy, con las palabras del señor presidente del Consejo de Ministros–, la está desperdiciando, porque en este fenómeno histórico, inmenso, ingente, de la revolución que se acaba de vencer, parece como si el Gobierno no hubiera querido ver más que lo superficial, los brotes más externos de todo lo que constituye la revolución; se dijera que lo más señero, lo más significativo, fue el caso de tal pistolero que disparó contra tal autoridad, o de tal minero que encendió la mecha de tal bomba. Eso no es más que el brote superficial. Parece como si de ahí no pudiera pasarse sino a la influencia política que tuvieran tales o cuales sindicatos. Eso no es más que el tronco del problema; pero la raíz jugosa y profunda de la revolución está en otra cosa; está en que los revolucionarios han tenido un sentido místico; si se quiere, satánico, pero un sentido místico de su revolución, y frente a ese sentido místico de la revolución no ha podido oponer la sociedad, no ha podido oponer el Gobierno, el sentido místico de un deber permanente y valedero para todas las circunstancias.

Se decía aquí por varios oradores: pero ¿cómo los mineros de Asturias, que ganan dieciocho pesetas y trabajan siete horas, han podido hacer una revolución socialista? Yo quisiera contestar: pero ¿es que también vamos a profesar nosotros la interpretación materialista de la Historia? ¿Es que no se hacen revoluciones más que para ganar dos pesetas más o trabajar una hora menos? Os diría que lo que ocurre es todo lo contrario. Nadie se juega nunca la vida por un bien material. Los bienes materiales, comparados unos con otros, se posponen siempre al bien superior de la vida. Cuando se arriesga una vida cómoda, cuando se arriesgan una ventajas económicas es cuando se siente uno lleno de un fervor místico por una religión, por una patria, por una honra o por un sentido nuevo de la sociedad en que se vive. Por eso los mineros de Asturias han sido fuertes y peligrosos. En primer lugar, porque tenía una mística revolucionaria; en segundo término, porque estaban endurecidos en una vida difícil y peligrosa, en una vida habituada a la inminencia del riesgo y al manejo diario de la dinamita. Por eso, con esa educación de tipo duro y peligroso, y con ese impulso místico, satánico si queréis, han llegado a las ferocidades que lamentamos todos.

Pero frente al estallido de una revolución llena de ímpetu místico y de instrumentos guerreros, ¿qué podía ofrecer la sociedad española; qué podía ofrecer el Estado español? ¡El Estado español ... ! Pero ¿es que el Estado español cree en algo? El señor presidente del Consejo de Ministros nos decía ayer, como expresión perfecta de lo que debe ser un jefe de Gobierno, que él se coloca equidistante entre las izquierdas y las derechas, sin tolerar la extralimitación de ninguna. Es decir, que en el concepto político del señor presidente del Consejo de Ministros, las izquierdas y las derechas deben existir, pero 61 no es ni de las izquierdas ni de las derechas. El defiende un Estado que no cree en una postura ni en otra, aunque reconoce que ambas posturas existen y son lícitas. Pero ¡qué, si tenemos la prueba viviente en estos días de que el Estado español no cree en sus propias bases! No tenéis más que ver que estamos, por ejemplo, discutiendo la revolución bajo la censura de Prensa. Nosotros formamos parte de este Cuerpo legislador; discutimos en este edificio, en el que parece que está volatilizado, entre las horribles pinturas del techo y el horrible terciopelo de los bancos, eso que se llama la soberanía nacional; pues bien: nosotros, depositarios de la soberanía nacional, tenemos que recibir cada noche una especie de espaldarazo de buenos chicos que nos discierne algún funcionario subalterno del Gobierno Civil.

El Estado no cree en nada; el Estado no cree en la libertad, ni cree en la soberanía del pueblo, porque la suspende cada vez que hace falta. El Estado no se cree siquiera depositario ni cumplidor de un fin supremo, y prueba patente de esta verdad dura y triste la tuvimos en una famosa arenga que hubimos de oír por la radio la noche siguiente de vencerse la sublevación en la Generalidad. Un hombre que había tenido la suerte inmensa, providencial, de ser quien devolvió a España su unidad en peligro, pronunció la noche siguiente estas palabras, que oímos todos por la radio, repito, para nuestra vergüenza: "Respetables son éstos –los ideales–, sean cuales fueren; son execrables cuando se salen del terreno legal y se apela a la violencia para establecerlos." De modo que un hombre que acaba de hacer cara nada menos que a un intento separatista, declaraba que ese sentimiento separatista no es execrable como contenido separatista, sino porque se ha producido sin cumplir el artículo cual o el artículo tal de ciertas normas reglamentarias.

¿Y la sociedad española? Decidme si la sociedad española tenía el sentido de estar al servicio de unas normas de validez permanente que la justificaran en una actitud enérgica de defensa. El señor Gil Robles, en uno de sus elocuentísimos discursos, en uno de sus extraordinarios discursos, en uno de sus milagrosos discursos –y digo milagrosos en el sentido exacto de esta palabra–, nos dijo ayer que nadie va más lejos que él en las reformas sociales, que nadie está mejor dispuesto que él para las reformas sociales. Y yo digo: una sociedad que sabe que tiene que reformarse es que tiene la noción de su propia injusticia; y una sociedad que se cree injusta no es capaz de defenderse con brío.

Ni el Estado español ni la sociedad española se hubieran defendido con brío frente a la revolución si no hubiera entrado en juego el factor, que siempre nos parece imprevisto, pero que no falta nunca a la cita en las ocasiones históricas, de ese genio subterráneo de España, de ese genio heroico y militar de España, de esa vena perenne de España que, ahora como siempre, albergada en uniformes militares, en uniformes de soldaditos duros, de oficiales magníficos, de veteranos firmes y de voluntarios prontos, una vez más, ahora como siempre, ha devuelto a España su unidad y su tranquilidad. (Muy bien.)

Esto me parece que es axiomáticamente así, y, sin embargo, temo que el Gobierno que preside don Alejandro Lerroux no haya sacado las consecuencias exactas de ello. Sus medidas, las medidas que hemos empezado a conocer, son puramente policíacas, son puramente de detalle, no penetran en la entraña del acontecimiento. La primera medida necesaria era haber dado al vencimiento de la intentona revolucionaria toda la altura histórica que merecía. Era la ocasión de decir: "Pues sí, esta vena heroica y militar –la de siempre– nos ha salvado; esta vena heroica y militar tiene que adquirir otra vez su condición preeminente." Hubiera sido muy bueno que el señor presidente del Consejo de Ministros, capaz de retorcer tantas veces sus creencias cuando así servía a la verdad o a la Patria, nos hubiese

dicho: "Es cierto; no hay más que dos maneras serias de vivir: la manera religiosa y la manera militar –o, si queréis, una sola, porque no hay religión que no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento religioso–; y es la hora ya de que comprendamos que con ese sentido religioso y militar de la vida tiene que restaurarse España." Esta sí que habría sido la verdadera retribución para el esfuerzo y para el heroísmo de quienes nos han devuelto la tranquilidad; porque estoy seguro de que cada uno de los que han muerto por España y cada uno de los que sobreviven no quiso la retribución en unas monedas o ventajas; lo que hubieran querido sería que les devolviéramos el orgullo de tener una Patria grande. Y la ocasión de emprender el camino de esa Patria grande era la gozosa y única tal vez, en sabe Dios cuántos años, de aquella madrugada del 6 al 7 de octubre de 1934.

No es esto lo que ha deducido el Gobierno como consecuencia. Por de pronto, parece como si hubiera la consigna de desviar la atención de las gentes del lado antinacional de la revolución para concentrarla exclusivamente en el lado social. Estamos dedicando cada vez menos palabras a lo que ha ocurrido en Cataluña para dedicar más a escalofriarnos con los horrores de Asturias, horrores que ya no tienen más que un valor anecdótico y que, con ser muchos o ser pocos, no hacen variar nada la calidad histórica del intento.

Lo de Cataluña, el intento separatista de Cataluña, lo estamos desviando por instantes, y así ha ocurrido la cosa enorme, señor presidente del Consejo de Ministros, de que cuando hemos conocido esta mañana la lista de las condenas y de los indultos hayamos visto, como en su elocuencia ha afirmado S.S., que un pistolero demostró enorme perversidad porque se defendió cuando huía y cometió un homicidio, en tanto que un oficial del Ejército español que al frente de sus tropas –por primera vez en más de un siglo–, que si acaso tendría parangón en los últimos días de la caída de nuestro imperio continental, en los albores tristes del siglo XIX, un oficial se alzó contra la unidad de España y mandó disparar a sus tropas y mató a otro oficial del Ejército español y a varios soldados, merecía el indulto. La cosa es tan enorme, señor presidente del Consejo de Ministros que aquí han tenido que moverse dos sospechas para admitir que esto Pudiera acontecer. Yo aseguro al señor presidente del Consejo de Ministros que, sin que me comprenda una sola brizna de responsabilidad gubernamental, no he podido pegar los ojos anoche pensando en ese horror del fusilamiento de dos desgraciados, de dos más o menos monstruosos desgraciados, que delinquieron, que cometieron un delito común y que no habrían sido pasados por las armas si el mismo delito lo hubiera realizado seis días antes mientras se indulta a un oficial español que ha cometido el peor delito de traición contra la Patria y contra el Ejército. (Muy bien.) A mí ya no me interesa, pues porque yo diga estas cosas no se va a fusilar al señor Pérez Farrás; pero no hay más explicación admisible para el indulto de este oficial que una presión demasiado alta, que el Gobierno no debió tolerar, o una presión demasiado misteriosa, que ni el Gobierno debió aceptar ni nosotros podemos sufrir sin afrenta: la presión, simplemente, de la masonería. (MUY bien. Rumores.) El señor Pérez Farrás es masón y por eso se ha salvado. Es muy lógico, si queréis, aunque nos ofenda, que quienes tienen tradición masónica cedan a su impulso; pero vosotros (dirigiéndose al señor Gil Robles), que representáis, si representáis algo hondo y espiritual, todo lo contrario de la masonería, veremos cómo explicáis en las próximas propagandas electorales vuestra complicidad con este crimen. (Rumores. El señor Gil Robles: "Era eso todo lo que necesitaba decir S.S. para hacernos ese ensayo literario? Siga S.S." Muy bien. Rumores en algunos escaños.)

Y después, es bien triste que no os hayáis dado cuenta de esto. Cuando quiebra todo un orden social, como ha quebrado durante la pasada revolución, como ha estado a punto de quebrar sin remedio sin los auxilios heroicos que surgieron a última hora, hay que pensar, no sólo en que urge desmontar ciertos sindicatos, no sólo en que hay que tomar ciertas medidas policíacas; hay que pensar en que algo anda mal en lo profundo. El señor Gil Robles –yo le aludiré siempre con mucha más cortesía y con mucha más tranquilidad de las que él ha manifestado en este instante– propone una serie de medidas; dice que nadie le irá al alcance en los avances sociales. Yo me permito decirle al señor Gil Robles que si hace eso no logrará más que desorganizar toda una economía capitalista sin haber implantado un régimen más justo. El que con la economía capitalista, tal como está montada, nos dediquemos a disminuir las horas de trabajo, a aumentar los salarios, a recargar los seguros sociales, vale tanto como querer conservar una máquina y distraerse echándole arena en los cojinetes. Así se arruinarán las industrias y así quedarán sin pan los obreros.

En cambio, con lo que queremos nosotros, que es mucho más profundo, en que el obrero va a participar mucho más, en que el Sindicato obrero va a tener una participación directa en las funciones del Estado, no vamos a hacer avances sociales uno a uno, como quien entrega concesiones en un regaeto, sino que estructuraremos la economía de arriba abajo de otra manera distinta, sobre otras bases, y entonces sucederá, señor Gil Robles, que se logrará un orden social mucho más justo. (Rumores. El señor Barros de Lis: "Y a vivir todos felices con esa estructuración nueva.") ¿Su señoría ha dedicado dos minutos de meditación a leer algún folleto de propaganda de las ideas que yo preconizo ahora? (El señor Barros de Lis: "Sí, he leído bastantes.") Pues que sea enhorabuena. (El señor Barros de Lis: "No; enhorabuena a S.S., por haberlos leído yo." El señor presidente reclama orden.)

Es decir, que dentro de muy poco, dentro de quince días, dentro de un mes, estará todo, si el señor presidente del Consejo de Ministros no rectifica, poco más o menos como estaba; habremos dado por finida una revolución; tal vez la Policía esté un poco más diligente; tal vez haya menos armas en las Casas del Pueblo; pero la estructura social y política que ha quebrado seguirá en pie y no se habrá logrado nada, y la vena heroica y militar que nos ha salvado esta vez volverá a enterrarse y volverá a estar ahí en reserva por si otra vez tiene que salvamos de milagro. Señor presidente del Consejo de Ministros; si yo hablase por un interés de partido, nada podría parecerme mejor. Precisamente las ocasiones desperdiciadas han sido las que abrieron siempre camino a las revoluciones nacionales: porque se desperdició Vittorio Veneto vino la marcha sobre Roma; porque se ha desperdiciado el 7 de octubre es muy posible que venga la revolución nacional, en cuyas filas me alistó. (Rumores.) Eso, para nosotros, sería mucho mejor. Para el Gobierno hubiera sido mucho mejor ser él quien enarbolase esa bandera. Pero si es mejor para mí y para mi partido, en cambio reconocerán el Gobierno y la Cámara que no es para que otorguemos un voto de confianza esta tarde. (Rumores.)

Manifiesto del bloque nacional

 
El Bloque Nacional reunido en San Sebastián (10 de noviembre de 1935)

1935bloquenacional

Manifiesto del bloque nacional


Españoles: Un grupo de conciudadanos, representando unos a diversos partidos, otros con su personal significación, os dirigen estas palabras, puesta la mente en España.
La revolución de octubre ha sacudido nuestras fibras más sensibles con el ramalazo de su barbarie. No debemos resignarnos a considerarla como episodio fugaz, ya cancelado, ni a encuadrar su origen en responsabilidades solitarias No La revolución no está vencida todavía porque ha sido el fruto natural de causas políticas que persisten y cuya extirpación necesaria es empeño inaccesible a los actuales gobernantes.
Esa revolución significa el derrumbamiento de todo un sistema estatal. Las esencias políticas que nos legaron las Constituyentes—Poderes y Leyes—fracasaron todas, como sus antecedentes doctrinales, con irreparable estrago. Varias elecciones políticas de signo adverso al imperante en aquellas Cortes han originado ya importantes eliminaciones de tipo orgánico y personal. Subsisten, sin embargo, funestas representaciones del espíritu Constituyente, sin cuya desaparición será una quimera el saneamiento del país, sometido durante largo tiempo a mortal envenenamiento marxista y antiespañol.
Nos encontramos, por tanto, ante una doble crisis: la crisis de un Estado decrépito apenas nacido, y la crisis moral de una sociedad que ha contemplado con impasibilidad suicida la organización metódica de su propio aniquilamiento y el ataque traidor contra nuestra gran unidad histórica. Hay, pues, que reformar el listado y la sociedad. Porque sin la infusión previa de un espíritu nacional, reformas, instituciones, normas atrevidas de un Estado futuro pueden convertirse en retórica a la moda.
Pero la experiencia nos enseña que ese espíritu no florece en igual medida con toda clase de instituciones políticas, pues las hay que con su sola presencia corrompen y dilapidan en discordia y confusión las virtudes sustantivas de un pueblo, y otras, en cambio, que elevan a grado heroico las energías colectivas necesarias para el cumplimiento de una misión histórica.
El Gobierno actual ha desaprovechado ya su hora: una hora de magnífico resurgimiento, una hora histórica y acaso decisiva en la lucha contra la revolución violenta. Ha fallado el Gobierno y con él los partidos republicanos, veteranos y bisoños, reos por igual de miopía e indecisión. Puesto que el clamor popular exige, y no consigue justicia, que no es crueldad, pero tampoco impunismo; puesto que la paz aparece lejana por la rebeldía embravecida de muchos espíritus; puesto que las esencias sagradas de Unidad y Autoridad sufren todavía apretado cerco; puesto que en el Estado nacido en 1931 no quedan ya ni partidos que no estén fracasados ni reservas que utilizar, ni fórmulas eficaces que ofrecer, ni resquicio para la esperanza, nos adelantamos ante el país, libres de responsabilidad en su trágica situación, con probado desinterés y firme voluntad, para hablarle netamente en lenguaje decidido, cordial y patriótico.
Persuadidos de la trascendencia histórica de la revolución del 6 de octubre, momentáneamente frustrada, los firmantes de este escrito, sin abandonar la disciplina política de las organizaciones a que en su mayoría pertenecen, han acordado coincidir en una actuación pública delimitada por estos dos principios: La afirmación de España unida y en orden según frase inmortal de Don Fernando el Católico, y la negación del existente Estado constitucional. España, pues, ante todo y sobre todo. Una España auténtica, fiel a su Historia y a su propia imagen: una e indivisible. De aquí la primera línea de nuestro programa de acción: defensa a vida o muerte y exaltación frenética de la unidad española, que la Monarquía y el pueblo labraron juntos a lo largo de quince siglos. Y con ella la soberanía política única del Estado, que las especialidades forales tradicionales han de vigorizar y fortalecer, lejos de menoscabarla. Y si queremos una España auténtica, debemos declararla católica, mediante la concordia moral del Estado con la Iglesia, ya que, aparte de otras razones, el hecho católico fue factor decisivo y determinante en la formación de nuestra nacionalidad.
Creemos caducado el sistema político, que nacido con la Revolución francesa sirve de soporte a las actuales instituciones y, como Cánovas predijera, nos arrastra al comunismo. El futuro Estado ha de fundarse sobre el deber tanto como sobre el derecho. Los derechos naturales, inherentes a la personalidad humana, han de ser reconocidos y garantizados por el Estado, de conformidad con su distinto rango, sin que en ninguno de ellos quepa el absolutismo. Su mejor garantía será la organización de un Estado fuerte, capaz de frenar el abuso con que pretendan ejercerlos o monopolizarlos núcleos o masas indisciplinadas. Así, nuestra ambición de erigir un Estado de eficaz autoridad rima magistralmente con el respeto debido a las prerrogativas del ciudadano. Porque ningún peligro mayor para ellas que el anejo a ciertas desmesuradas actuaciones de clase. Por eso, los Gobiernos fuertes son, en definitiva, el único sostén de la civilización en que vivimos y de los derechos que nos otorga.
Queremos un Estado integrador que, a diferencia del Estado anárquico actual, imponga su peculiar autoridad sobre todas las clases, sean sociales o económicas. La era ruinosa de la lucha de clases está tocando a su fin. El Estado, arbitro de toda contienda—sea civil, administrativa o criminal—, debe serlo también en las de índole social. No más huelgas, no más lock-outs, como instrumento de lucha económica, y mucho menos de lucha política. El Estado ha de presidir la vida del trabajo, imponiendo una justicia social distributiva, otorgando, por añadidura, al débil, una compensación de justicia y estimulando, donde esta no llegue, la caridad cristiana. Frente a un Estado inhibido, cruzado de brazos, tuvo razón de ser el fenómeno sindical combativo. Frente a un Estado dispuesto a realizar coactivamente la justicia social, el antiestado sindical es un crimen. Hay que encuadrar la vida económica en corporaciones profesionales; facilitar el acceso del proletariado a la propiedad; imbuir en patronos, obreros y técnicos la conciencia de que sirven un supremo interés nacional, que integra los parciales de clase. Esto se logrará cuando la vida del trabajo sea dirigida por un Estado con unidad moral, unidad política y unidad económica.
Coincidimos todos en rechazar el Parlamento fundado en el sufragio universal inorgánico. Estos Parlamentos especialmente en momentos convulsivos, se desgastan vertiginosamente, hasta concluir en fraude. Las Constituyentes, como las actuales Cortes, demuestran que el fenómeno es fatal. Se impone, por ello, una suspensión del Parlamento, cuyo término sea la convocatoria de unas Cortes orgánicas.
Evidentemente, hoy por hoy, el sentimiento nacional genuino está secuestrado por una Constitución antiespañola en espíritu y letra, y la reforma de la Constitución por los trámites en ella previstos, que el sectarismo, deliberadamente, amañó, es una sarcástica utopía. Apremia abrir un cauce a la expresión del sentimiento nacional, aherrojado, para salir de este punto muerto; y nosotros, aun a sabiendas de que la Constitución, traicionando un supuesto espíritu democrático, lo prohíbe, decimos que el régimen actual no tiene más que uno: el referéndum, que no puede rehusar una democracia. Le emplazamos, por tanto, para que compruebe la auténtica opinión nacional, preguntando directamente al país:
¿Acepta o rechaza España el laicismo?
¿Quiere o no España la supresión de la lucha de clases?
¿Quiere o no España la restauración de la gloriosa bandera bicolor como enseña patria?
¿Quiere o no España la supervivencia del actual estatuto de Cataluña?
La respuesta que los españoles, pronunciándose sobre ideas y no sobre personas, diesen en auténtica fórmula de sinceridad ciudadana, a estas preguntas, mostraría seguramente la razón que nos asiste. Y abriría una ruta clara para que el Gobierno patriota y fuerte que España necesita, marchando con paso firme y marcial, lograse en plazo brevísimo el completo desarme moral y material del país y emprendiese sin más dilaciones la ya inaplazable reconstrucción económica nacional, que ha de tener en la Agricultura su más honda raíz. Unas semanas de actuación implacable, dentro del Derecho, devolverían el sosiego a España, el prestigio a la toga, y la fuerza de intimidación al Estado, que nosotros queremos robusto en sus organismos militares. El Ejército, escuela de ciudadanía, depurado por sus Tribunales de Honor, difundirá la disciplina y las virtudes cívicas, forjando en sus cuarteles una juventud henchida de espíritu patriótico e inaccesible a toda ponzoña marxista y separatista. El Ejército no es solo el brazo, sino la columna vertebral de la patria.
Os proponemos, por tanto, españoles, la constitución de un bloque nacional que tenga: por objetivo, la conquista del Estado, conquista plena, sin condiciones, ni comanditas; por designio, la formación de un Estado nuevo, con las características ya descritas, más las dos esenciales de unidad de mando y continuidad histórica tradicional; por medios, la convergencia de todos los ciudadanos que compartan nuestras ideas, cualquiera que sea su actual filiación partidista, respetada y compatible, y de aquellas asociaciones de tipo económico y social que quieran cooperar a esta grande empresa; y como campo de acción, la tribuna, la Prensa, el libro y la calle, o sea, la actividad política extraparlamentaria.
Monárquicos por reflexión y tradición la inmensa mayoría de los firmantes de este documento—republicanos o indiferentes, otros—no planteamos ahora, aun considerándolo sustantivo, el problema de la forma de gobierno; lo que cruje en estas horas trágicas es un Estado; pero el peligro no es solamente para ese Estado, sino que acecha también—¡y cuán vivamente!—a España. Y ello nos fuerza a lanzar este llamamiento para la organización de un arrollador bloque nacional, trémulos de emoción y ardientes de fe. No ocultamos, los que la sentimos, nuestra convicción monárquica, porque el hacerlo atentaría a nuestra dignidad política. Pero creemos que lo que urge es organizar una fuerza social, nacional, nacionalista y nacionalizadora. que se disponga a conquistar plenamente y a poseer ilimitadamente el Estado.
Si, amparados por la protección divina y. al conjuro de la voluntad nacional llegamos a la meta soñada, nos dispondremos—sépalo bien España—a instaurar en la cima y en las entrañas del Estado español los principios de unidad, continuidad, jerarquía, competencia, corporación y espiritualidad, que hemos diseñado.
¡Españoles!: La hora es difícil, gravísima, amarga. Nadie se recluya en su egoísmo. Desdeñemos los convencionalismos. Caminemos alta la frente, en los ojos la luz cegadora del ideal puro, con la verdad integral y patriótica, sin paliativos ni retorcimientos. ¡Por España y para España! ¡Adelante, adelante, adelante, en bloque nacional!


El Día, 8 de diciembre de 1934.

Entrada de la CEDA en el Gobierno. Preparación de la revuelta en Barcelona

Entrada de la CEDA en el Gobierno. Preparación de la revuelta en Barcelona


Consejillo en la Generalidad 
A mediodía el Presidente, señor Companys, reunió en su despacho a los consejeros señores Lluhí, Dencás, Esteve y Gassol, con los que conferenció respecto a las últimas noticias que le habían sido transmitidas de Madrid, relacionadas con el curso de la crisis. 
Los consejeros se negaron a hacer manifestación alguna a los periodistas, pero éstos creyeron observar en los consejeros muestras de contrariedad por la forma como iba desarrollándose la situación política. 
Manifestación prohibida 
Al recibir ayer tarde a los informadores, el consejero de Gobernación les dijo que nadie había solicitado permiso para celebrar la manifestación acordada por la Alianza Obrera, manifestación que, por otro lado, no sería en modo alguno permitida. 
- No son los momentos actuales -agregó el señor Dencás- propios para gritar, sino para esperar tranquilamente, dispuestos a obrar como proceda. No hay que dar espectáculos, ni originar perturbaciones. Si quieren entregar algunas conclusiones o formular protestas pueden hacerlo ante el Presidente de la Generalidad o ante mí; pero, repito, no de modo espectacular, sino particularmente. 
Incidentes en las Ramblas 
A pesar de la prohibición gubernativa, los elementos de Alianza Obrera intentaron anoche, a las siete, celebrar la anunciada manifestación contra el fascismo. 
Desde las seis de la tarde, en la plaza de Cataluña y rambla de Canaletas la animación y expectación del público, enterado de los propósitos de los elementos de Alianza Obrera, era notable. La autoridad había dispuesto algunas medidas de vigilancia, viéndose una sección de guardias de Asalto, con su camioneta, y varias parejas de guardias del mismo cuerpo prestando servicio de vigilancia. 
En la rambla de Canaletas los guardias procuraban disolver los grupos que se iban formando. A las siete y media, como quiera que los esfuerzos de los guardias de Asalto resultaban inútiles para hacer circular al público, formando en su mayor parte por curiosos, la fuerza pública hizo un movimiento de conjunto, lo que originó alguna alarma entre los grupos que se desbordaron refugiándose muchos en los establecimientos abiertos a ambos lados de la rambla de Canaletas, y a la entrada de la calle de Pelayo. 
Pasada la primera impresión, el público volvió a ocupar sus posiciones, y como en aquel momento un grupo enarbolase una pequeña pancarta, se dió un toque de atención y se produjo una desbandada general con los consiguientes sustos y alguna que otra caída. 
Inmediatamente, rehechos los manifestantes, alguno de los cuales fué detenido por la Policía, a la altura de la calle de Tallers se enarbolaron dos o tres banderas rojas. Entonces la fuerza pública dió una carga, repitiéndose las carreras y los sustos. 
No por esto, y sin duda por ser hora de mayor afluencia en las Ramblas, se logró despejar al público. La fuerza pública volvió a dar otro toque de atención. En aquel momento llegó una sección de guardias montados que a su vez dió una carga. 
Frente a la calle de Tallers, junto a las Ramblas de Canaletas y de los Estudios la fuerza pública tuvo que operar con energía, ya que continuamente se rehacían los grupos de manifestantes y de curiosos, oyéndose silbidos y gritos. 
La actividad de los guardias de Asalto duró hasta las nueve menos cuarto de la noche, en que el público y manifestantes comenzaron a abandonar las Ramblas. No obstante, quedó un retén de fuerzas de Seguridad y de Asalto en previsión de que los incidentes volvieran a repetirse más tarde. 
La policía practicó algunas detenciones, entre ellas las de los portadores de la pancarta ya citada y de las banderas rojas de que hemos hecho mención. También resultaron, a consecuencia de las cargas, algunos contusos que, según nuestras averiguaciones, no requirieron asistencia en ningún centro benéfico. 
Los detenidos 
Los detenidos, al apoderare la fuerza pública de la «pancarta», fueron conducidos a la Comisaría general, donde manifestaron que se llamaban Joaquín y Enrique Lino y Mariano Cabrero Monclús. Los dos primeros pertenecen a la Federación sindicalista y el tercero es socialista. Los tres negaron que fueran ellos los que llevaban el cartel y la bandera. Todos ingresaron en los calabozos a disposición del comisario general. 
La inscripción del cartel de que se apoderaron los guardias, dice: «Las juventudes comunistas ibéricas (B.O.C.), amenazan con destruir por su cuenta las organizaciones fascistas si el Gobierno no lo hace.» 
Medida de precaución 
A primeras horas de la noche se dió orden de que fueran retiradas las pizarras que algunos periódicos tenían expuestas en las Ramblas para dar cuenta al público de los incidentes de la tramitación de la crisis. 
Esta medida tenía por objeto evitar que con motivo de leer noticias se aglomerase el público. 
Detenciones en un bar 
Anoche la Policía, por sospechas de que un grupo de individuos que se hallaban en el bar «La Tranquilidad» estuvieran celebrando una reunión clandestina, procedieron a la detención de doce de las personas que se hallaban en dicho bar, trasladándolas en una camioneta a la Comisaría general donde se les tomó la filiación y quedaron a disposición del jefe de la brigada social para examinar si tienen o no antecedentes. 
Grupos sospechosos 
A última hora de la tarde de ayer fué avisada la Comisaría general de que por las inmediaciones del edificio de la Casa del Marino rondaba un grupo de individuos en actitud sospechosa. Acudieron prontamente varios guardias de Asalto, que no pudieron detener a nadie por haberse dispersado el grupo al llegar la fuerza pública. 
Declaraciones del señor Dencás 
Como de costumbre, el consejero de Gobernación recibió nuevamente a los reporteros a las ocho de la noche de ayer, cuando acababa de celebrar una larga entrevista con el ex-jefe de servicios de la Comisaría e Orden Público, señor Badía. 
El señor Dencás dijo a los periodistas que todo se hallaba en plan de normalidad, pendiente, sin embargo, de los acontecimientos políticos de Madrid, los cuales, naturalmente, podrían tener repercusión en Cataluña. 
-Estamos, pues, en un compás de espera -agregó el consejero de Gobernación.


(La Vanguardia, 9 de diciembre de 1934.)

Eusko Abendaren Ereserkia (Himno oficial de Euzkadi)

Eusko Abendaren Ereserkia (Himno oficial de Euzkadi)

Eusko Abendaren Ereserkia. Melodía tradicional interpretada a modo de saludo a la bandera del que después Sabino Arana escribió una letra y se transformó en "Gora ta gora", himno oficial del EAJ-PNV (1983).
"En 1.935 el primer Gobierno Vasco, de concentración, formado por el PNV, PSOE, Partido Republicano, ANV y el Partido Comunista, aprobó el Himno Oficial tal y como hoy lo conocemos. Cuarenta y ocho años más tarde, en 1983, el Parlamento Vasco consideró que esta melodía ya había sido despojada de todo carácter partidista y superado todos los antagonismos, por lo que asumió como propio el Himno entonces aprobado". 

El Socialista» advierte a sus lectores: «Transigir con la CEDA en el Poder es conformarse brevemente con la restauración borbónica... La CEDA es el desafío a la República y la clase trabajadora»

El Socialista» advierte a sus lectores: «Transigir con la CEDA en el Poder es conformarse brevemente con la restauración borbónica... La CEDA es el desafío a la República y la clase trabajadora»

¿Está ya resuelta la crisis?

Trabajadores: Hoy quedará resuelta la crisis. La gravedad del momento demanda de vosotros una subordinación absoluta a los deberes que todo el proletariado se ha impuesto. La victoria es aliada de la disciplina y de la firmeza.

Cuando escribimos estas líneas no hay, oficialmente al menos, Gobierno que reemplace al dimisionario. El señor Lerroux conserva los poderes y se dispone, en el día de hoy, a continuar sus gestiones, entorpecidas y dificultadas por problemas de segundo y tercer grado. En efecto, la versión que se facilita a la opinión es que inconvenientes de poca monta, detalles, han impedido dejar constituído ayer el Gobierno, cuyos núcleos fuertes serán de un lado los radicales y del otro los cedistas. Será hoy, pues, cuando el disparate se consume. Ante semejante contingencia, extremadamente funesta para España, no nos queda otra posibilidad que ratificar nuestras palabras serenas de ayer. No hemos perdido el tino ni estamos dispuestos a perderlo. Ratificando nuestras palabras de ayer nos economizamos formular otras nuevas. Ahora bien: la versión que de la tramitación de la crisis se da a conocer, ¿es exacta? Si recogemos la referencia oficial de ella es porque nos importa enfrentarla con la explicación popular, extendida por todo Madrid, y que no sería extraño resultase, a la postre, más verídica que la facilitada por el propio Lerroux, a quien es fuerza que tengan sobre ascuas las reacciones populares, acusadas de manera harto visible en la jornada de ayer. En concepto de las gentes sencillas, y de las que no lo son, el Gobierno está constituído, ocultándose al país esta circunstancia por una razón de estrategia. ¿Estrategia? Palabra demasiado sospechosa para estos instantes, en que la República, incluso la tímida República del 14 de abril, parece jugárselo todo. Por estrategia se da la ocultación de un Gobierno que parece estar constituído ya y del que subrepticiamente circulan listas bien detalladas, en las que el coeficiente de error parece muy pequeño. Tenemos derecho a ponernos serios y preguntar: ¿Está ya resuelta la crisis? En nuestro concepto, el certero instinto popular contadas veces se equivoca. Y si a esa circunstancia añadimos otras más, justificativas de una alarma excesiva, tendremos más de una razón para creer que ciertamente hay algo que se oculta al conocimiento público, ocultación que avisa por sí misma la presencia de algo que se asemeja a un delito de leso republicanismo. Si la solución a la crisis es cuerda, ¿qué razón hay para ocultarla? Y si está a falta de cordura, ¿por qué admitirla? Lo que tarde en amanecer será lo que dure la angustia de España, apesadumbrada por el augurio de un nuevo Gobierno que amenaza ser culminación de los pasados errores. Lo que tarde en amanecer... Mas, ¿cuántas horas van de la noche al día? ¿No son acaso demasiadas?

El certero instinto popular raramente se equivoca. Y es ese instinto el que difunde la noticia de que el peligro de una regresión al pasado es inminente. El buen pueblo que saludó emocionado la victoria del 14 de abril está que no sale de su asombro. ¿Tan breve es el tránsito de la ilusión a la desesperación? Es increíble. En efecto: increíble. Mas, ¿qué hacer? Esta es la pregunta que se habrán formulado a estas horas cientos de miles de españoles: ¿Qué hacer? Dos son los caminos: el de la resignación, que a nadie aconsejamos, y el de la oposición, que será el nuestro. No se nos tome en cuenta la exactitud de las palabras. No podemos usarlas con el rigor que fuera de nuestro gusto. El lector, pues, puede recargar la palabra oposición con los acentos que le resulten más gratos, en la seguridad de que no sufrirá engaño. Transigir con la CEDA en el Poder es conformarse buenamente con una restauración borbónica.

Es admitirla como inevitable. ¿Se avienen a eso los republicanos? Nosotros, no. Seguimos siendo intransigentes en alto grado. La CEDA es el desafío a la República y a las clases trabajadoras. Y nadie puede jactarse hasta ahora de habernos desafiado con impunidad y sin que le ofreciésemos, inmediata y eficaz, nuestra respuesta. Recapitulemos un instante: ayudamos a la implantación de la República, nos avinimos a que se encauzase por un derrotero democrático y parlamentario, supimos disculparle yerros de bulto; todo eso hicimos y mucho más. ¿Es que se nos puede pedir que nos crucemos de brazos ante el peligro de que la República pacte su propia derrota? Se nos pediría, en tal caso, complicidad con un delito, y preguntamos: ¿Quién es el que puede hacernos esa petición? Que se yerga. Que asuma la responsabilidad de tamaña demanda. La degradación republicana ha llegado al límite previsto, y, asumiendo la responsabilidad de nuestras palabras y nuestros actos, revaloramos nuestras palabras de ayer: Ni un paso atrás. Quienes estén en nuestra línea, que es la línea de todos los trabajadores españoles, que sumen gozosos sus esfuerzos al esfuerzo socialista. Todavía es tiempo, o, mejor dicho: ahora es tiempo. Después...; después puede ser -con uno u otro resultado- demasiado tarde.

(El Socialista, de 4 de octubre de 1934.)

Temas y conceptos que explayó José Antonio Primo de Rivera en la reunión celebrada en Gredos los días 15 y 16 de junio de 1935, ocasión en que la Junta Política decidió ir al Alzamiento

Temas y conceptos que explayó José Antonio Primo de Rivera en la reunión celebrada en Gredos los días 15 y 16 de junio de 1935, ocasión en que la Junta Política decidió ir al Alzamiento


"España va irremediablemente hacia la dictadura de Largo Caballero, que será peor que la de Stalin, pues éste quiere hacer un Estado marxista y el otro ignora lo que quiere. Seremos pasto de la horda rusa, que nos arrollará, y no tenemos más remedio que ir a la guerra civil. Hoy no hay más fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas, y nos hace falta el apoyo material, que tenemos que buscarlo en el Ejército, al que hay que sumar a nuestro Movimiento. Sería conveniente la formación de un Frente Nacional para evitar que las elecciones las ganen las izquierdas, que tienen todas las probabilidades del triunfo. Pero con todo, como la revolución de octubre no tuvo desenlace, éste tendrá que producirse."

José Antonio habló como media hora, trazando un bosquejo, certero y pesimista, de la situación de España. Las Cortes, incapaces y gárrulas, eran impotentes para hacer frente a los problemas del país. La liquidación del Octubre rojo se consumaba con toda vileza. Y a la par, crecía la marejada izquierdista; en los medios proletarios se abría camino la idea del Frente Popular.

Haríamos concentrar en un punto próximo a la frontera portuguesa unos miles de nuestros hombres de Primera Línea. Allí serían armados. Allí aparecería a su frente un general, del que se nos ocultó el nombre. Y nos lanzaríamos a la lucha, planteando un hecho consumado a los patriotas de corazón que no tuvieran borrado el sentido del honor y de la vergüenza, bien por contacto con los grupos políticos exentos de quijotismo y de virtud heroica, o por la contaminación con las ideas antinacionales.

"No tenemos más salida que la insurrección. Hay que ir a ella, aun cuando perezcamos todos. Y mientras llega, vamos a montar una Primera Línea capaz de aguantar todos los ataques y las represalias que se nos impongan. Tenemos demasiados camaradas valientes con nosotros. Incluso me tiene intranquilo la propensión aventurera y arriscado de docenas y docenas de "camisas azules" que gustan del riesgo más de la cuenta. Si no los disciplinamos, no sólo van a dar disgustos a los marxistas. Pero con todo su ardimiento y sus defectos, ¡son tan admirables!... No iremos a un complot si no es para una cosa seria y revolucionaria y en la seguridad de que nuestra política, caso de triunfar, y nuestra apetencia revolucionaria sean las que prevalezcan. En todo caso habremos de ir sin perder el control de nuestras fuerzas, sin que se desdibujen nuestros cuadros. Mientras no se nos den las garantías más terminantes no haremos nada. Y ya verán cómo, al triunfar las izquierdas, acuden a vosotros esos mismos que ahora nos desdeñan porque tenemos pocos votos.

Las izquierdas acentuarán su sectarismo y su barbarie. Los republicanos se verán pronto desbordados por socialistas, comunistas y anarquistas. España irá hacia la revolución y el caos a velas desplegadas. Ya verán cómo el peligro nos fortalece. Fracasará de una vez y para siempre el ensayo populista. Las masas agrarias se vendrán con nosotros. Y la clase media y una minoría obrera. La misma necesidad nos hará perfeccionar nuestros cuadros. Todo depende de que conservemos la disciplina y de que no haya confusionismos peligrosos. Tengan en cuenta que únicamente las minorías son las que hacen la Historia y las revoluciones. Entre los militares cada día tenemos más ambiente. En Africa hay ya una organización clandestina magnífica, que está en muy buenas manos. Sin nosotros, nadie podrá hacer nada práctico. No podemos esperar a que las cosas se pongan a nuestro gusto. Si hay que caer no olviden que será por España. ¿Es que no han caído nuestros mejores? Lo que hizo Matías Montero ¿no debo hacerlo yo, que era su jefe? ¿Y Carrión, y Pérez Almeida, y todos los demás?"

Analizó la situación política de España, los derroteros del Gobierno y los nuevos avances de la subversión marxista, quedando acordado que la Falange comparecería en la futura contienda electoral para hacer propaganda y nada más, pero, al mismo tiempo, se orientaría incesantemente a la proyección y preparación de un Alzamiento armado, considerado ya ineludible.

"Yo os digo que en las próximas elecciones el triunfo será de las izquierdas y que Azaña volverá al Poder. Y entonces a nosotros se nos plantearán días tremendos, que habremos de soportar con la máxima entereza. Pero creo que en vez de esperar la persecución con los brazos cruzados debemos ir al Alzamiento contando, a ser posible, con los militares, y si no, nosotros solos. Tengo el ofrecimiento de 10.000 fusiles y un general. Medios no nos faltarán. Nuestro deber es ir, por consiguiente, y con todas las consecuencias, a la guerra civil."

Se hizo recuento de fuerzas que en determinadas circunstancias actuarían. José Antonio habló de la actitud de ciertos generales. Indicó que el que más simpatía contaba en el país y más confianza inspiraba era Franco. Mencionó por vez primera a Yagüe, a Moscardó, a los activistas afiliados al Movimiento en las plazas africanas. Y se refirió a otros, especialmente a Mola y Goded, con los que ya había hablado en el verano de 1934.

Acordado el Movimiento armado como única solución, José Antonio afirmó que este acuerdo debía asentarse en una gran propaganda sindical en las bases. "Nos podremos adueñar del Poder, pero jamás del Pueblo si no hacemos la verdadera revolución."

Por último, se acordó penetrar en el Ejército por medio de una organización competente y responsable como era la "U.M.E." (Unión Militar Española) (1).

_____________
(1) De los temas tratados por José Antonio y sus camaradas en la reunión clandestina de la Junta Política, celebrada en el Parador de Gredos los días 1 5 y 16 de junio de 1935, dan prolija cuenta, entre otros, Francisco Bravo: José Antonio, el hombre, el jefe y el camarada, págs. 162 y siguientes, y Joaquín Arrarás Iribarne: Historia de la Cruzada Española, tomo VIII, págs. 358-59. A la reunión precitada asistieron los jefes territoriales Luna, Sancho Dávila, Hedilla, Bassas, Suevos y Panizo, los vocales de la Junta Política Sánchez Mazas, Raimundo, Onésimo, Alfaro, Salazar, Mateo y su presidente, Julio Ruiz de Alda. También concurrieron los consejeros Aizpurúa, Aguilar, Bravo, Sainz, el conde de Montarco, y Gil Ramírez y Enrique Sáenz, que estuvieron a cargo de la custodia.

Muchedumbre

Muchedumbre


Autobuses, trenes, aeroplanos, barcos, gente y más gente, eso sí; de eso hubo todo lo que se quiera. ¿Más que cuando Azaña? Bien; más que cuando Azaña. Doscientos mil pares de oídos esperaban, sin duda, anhelantes la voz del jefe –o de los jefes, porque en Valencia hay dos, y ya se han cuidado de emparejarlos en dos carteles, a la misma altura y con la misma letra–. Doscientas mil bocas estaban propicias a entreabrirse por el estupor y a lanzar a destiempo esos gritos, llenos de inteligencia y gracia, con que suelen salpimentar los discursos de mitin aquellos miembros del auditorio que no se resignan a la humildad de su papel. En Medina y Valencia ha habido profusión de esos gritos, que El Debate recoge con circunspecta moderación, pero que el pequeño semanario J.A.P., con esa vocación irresistible que siente por ponerse en ridículo, nos dará in extenso en su próximo número. Gente, gritos, aclamaciones, avidez por escuchar..., lo que se quiera, pero, ¿y los discursos?

ARIDEZ

Por los discursos pronunciados por los JEFES (así siempre, con todas las letras mayúsculas; aquí no vamos a ser menos que en J.A. P.) se puede transitar a lo ancho y a lo largo sin encontrar una idea, ni una frase, ni una palabra que rezume el menor interés.

Esto no es tan extraño en el señor Lucia. Los recursos doctrinales y literarios del señor Lucia debieron culminar, según declaración propia, en un libro escrito en 1929 bajo el título En estas horas de transición. El prólogo de ese libro está lleno –según el modesto juicio del propio señor Lucia, expuesto en el discurso de Valencia– de "una altísima significación", tanta como para aconsejar su lectura íntegra. Y en El Debate viene. Quien quiera leerlo, que lo lea y se pasme con aquellos arcanos de profundidad que dicen, por ejemplo: "Sobre todo a vosotras, juventudes de hoy, juventudes de hombres, juventudes de mujeres, esperanza de nuestros amores y amor de nuestras esperanzas, que por no haber vivido las tristes épocas pasadas llegáis a esta hora cumbre de la historia patria con el espíritu libre de prejuicios y el corazón incontaminado del virus de las viejas costumbres políticas que todos los hombres de ayer llevamos, por desgracia y aun sin creerlo, infiltradas en el alma, y que sentís, además, el ansia insaciable de un alto ideal que no se os concreta y de una lucha para la que os falta el objetivo de este ideal. He aquí que ha llegado la hora de la afirmación. He aquí que ha llegado la hora de la acción. He aquí que ha llegado la hora de la diferenciación. He aquí que un hombre honrado que nunca ha sido nada y que nada quiere ser nunca os llama por ello y para ello a la unión. Y no a una unión mezquina. Y no a una unión bastarda", etcétera. 0 aquello otro de: "No son las nuestras afirmaciones dogmáticas, sino afirmaciones de hombres", que Dios sabe lo que querrá decir. 0 la precisa definición que empieza diciendo: "No somos de nadie. Somos... nosotros."

Indudablemente, al señor Lucia no se le podían pedir grandes palabras adivinadoras. Pero el señor Gil Robles suele tener, a falta de ciertas dotes poéticas, una precisión retórica recomendable y una nada vulgar agilidad dialéctica. Sin embargo, ni en Medina del Campo, ni en la plaza de toros de Valencia, ni en el campo de Mestalla ha dicho nada absolutamente. ¿Flotarán sobre el campo de Mestalla unos genios hostiles que también secaron la inspiración del señor Azaña recientemente? ¿O la aridez del discurso del señor Gil Robles será reflejo de un desaliento que acaso le vaya ganando el alma?

CONFESIÓN

No era fácil entender la alianza del señor Gil Robles con el partido radical hacia el que tantos y tantos y tantos motivos de repulsión debe sentir. Ayer quedó medio explicada en Valencia. Dijo el señor Gil Robles:

"¡Cuántas veces a nosotros se nos ataca por cierto orden de colaboración! Yo preguntaría a tanto hombres timoratos e integérrimos que nos dirigen estas censuras: ¡Ah! Vosotros, cuando constituís una sociedad anónima para el desarrollo de un negocio material, ¿sois tan cautos en la elección de aquellos que suscriben las acciones o que se sientan con vosotros en el Consejo de Administración? ¡Ah! Y esos escrúpulos que no tenéis para impulsar un negocio material, para dar satisfacción a un deseo de ganancia, ¿nos los hecháis en cara a nosotros cuando vamos a defender, no una ganancia material, sino la existencia de una patria y la existencia de una civilización?"

Es decir, que a los radicales se les soporta como socios poco gratos, pero, por ahora, indispensables. No diremos que el señor Gil Robles haya estado muy diplomático; pero, al menos, nadie podrá tildarle de poco veraz. Ya conocíamos sus doctrinas del mal menor y del bien posible. Los radicales son, por lo visto, el mal necesario.

PAPELETAS

Dijo el señor Gil Robles en Medina:

"¿Qué yo quería ir al Ministerio de la Guerra para dar un golpe de Estado? ¿Qué necesidad tenía yo del Ejército para el triunfo?... Aunque yo hubiera pensado en tal cosa; aunque el Ejército hubiera olvidado sus deberes –que no los olvida–, ¿qué necesidad tenía yo de eso? ¿Quién duda que con nosotros está España entera? Que venga aquí el que lo dude y que vea esta muchedumbre congregada. Y ,aún más: yo le ofrezco un puesto en el avión para que vea conmigo otra muchedumbre reunida en Mestalla. Un golpe de Estado lo da el que se encuentra en minoría; pero quien, como nosotros, tiene a España entera, tiene bastante con la fuerza de la ciudadanía, con las papeletas electorales que han barrido del campo nacional, el 19 de noviembre, todos los obstáculos."

He aquí las asombrosas deformaciones a que llegan los hombres inteligentes cuando los envenena la política. España será lo que digan las papeletas electorales. ¿Y si vuelven a decir ferocidades y blasfemias, como tantas veces han dicho? ¿Y si vuelven a dar el triunfo a los que preconizan el suicidio de España? En esos casos, ¿aceptará el triunfo como legítimo el señor Gil Robles?

Ya es hora de acabar con la idolatría electoral. Las muchedumbres son falibles como los individuos, y generalmente yerran más. La verdad es la verdad (aunque tenga cien votos), y la mentira es mentira (aunque tenga cien millones). Lo que hace falta es buscar con ahínco la verdad, creer en ella e imponerla, contra los menos o contra los más. Esa es la gran tarea del conductor de masas: operar sobre ellas para transformarlas, para elevarlas, para templarlas; no ponerlas a temperatura de paroxismo para después pedirles (como en el circo de Roma la plebe embriagada) decisiones de vida y muerte. Y este deber (gloriosamente duro) es tanto más apremiante en nuestra España, donde cien años de desaliento y de pereza han sumido a nuestra masa en la más desoladora mediocridad. Todo lo que se haga por sacudirla será poco. Pero mientras sólo se la halague y se la sirva, no se hará otra cosa que estabilizar la mediocridad.

(Arriba, núm. 16, 4 de julio de 1935)

Sentido heroico de la milicia

Sentido heroico de la milicia


La milicia no es una expresión caprichosa y mimética. Ni un pueril "jugar a los soldados". Ni una manifestación deportiva de alcance puramente gimnástico.

La milicia es una exigencia, una necesidad ineludible de los hombres y de los pueblos que quieren salvarse, un dictado irresistible para quienes sienten que su Patria y la continuidad de su destino histórico piden en chorros desangrados de gritos, en oleadas de voces imperiales e imperiosas, su encuadramiento en una fuerza jerárquica y disciplinada, bajo el mando de un jefe, con la obediencia de una doctrina, en la acción de una sola táctica generosa y heroica.

La milicia iza su banderín de enganche en todas las esquinas de la conciencia nacional. Para los que aún conservan su dignidad de hombres, de patriotas. Para los que en sus pulsos perciben todavía el latido de la sangre española y escuchan en el alma la voz de sus antepasados, enterrados en el patrio solar, y les resuena en el corazón el eco familiar de las glorias de los hombres de su nación y de su raza que claman por su perpetuidad.

Es la Patria quien necesita de nuestro esfuerzo y de nuestros brazos; ella es quien nos manda uniformar, formar todos como uno, vestir las azules camisas de la Falange. La Patria es quien borda con mano de mujer –de madre, de novia– sobre el pecho, exactamente encima de la diana alborotada del corazón, ansioso de lucha y de sacrificio, el yugo y el haz, las flechas de nuestro emblema.

(Haz, núm. 6, 15 de julio de 1935)

Goicoechea-Gil Robles-Calvo Sotelo El pacto de agresión a la República

Goicoechea-Gil Robles-Calvo Sotelo
El pacto de agresión a la República

¡He aquí el tríptico de sátrapas pretorianos que luchan incansablemente contra la República! Su labor ya no es una cosa lejana en los horizontes del porvenir. Es, por el contrario, una acción conjunta que va camino de culminar en un ataque decisivo -golpe de Estado y dictadura- contra la España republicana... Goicoechea-Gil Robles-Calvo Sotelo... La evocación del infamante pasado borbónico, la representación del feudalismo y del poder clerical, la negación de los derechos y las libertades ciudadanas. (...)

Goicoechea - Gil Robles - Calvo Sotelo... Tristes personajes. Goicoechea y Calvo Sotelo, francamente, abierta y audazmente enemigos del régimen, Gil Robles... La Ceda es el confusionismo, la doblez, la deslealtad, el odio al pueblo republicano. Nadie ha creído en el republicanismo «para salvar a España» del Sr. Gil Robles y de la Ceda. La Ceda se impuso por esa fuerza acechante de los momentos de debilidad -no otra cosa fue el transigir con la «convivencia» de gentes indeseables en la República- en que incurrió... quien sea. Desde sus cubiles, las fieras reaccionarias acecharon el paso de la libertad y de la democracia, y en ellas clavaron sus garras. (...)

Monárquicos y cedistas lanzan los puntos coincidentes -todos, en absoluto- de sus programas para establecer el pacto de agresión a la República. Unos y otros -en los actos del pasado domingo en Irún y en Santiago- se hacen un mutuo llamamiento en cuanto a la finalidad exclusiva de destruir la República. «Nosotros -dijo el Sr. Goicoechea- no pretendemos hacer la unión con dicho grupo (el del Sr. Gil Robles) a latigazos, sino con reconocimiento a la sinceridad, a la rectitud y al patriotismo con que procede». ¿Cabe una más rotunda, completa y definitva aceptación de colaboración antirrepublicana con la Ceda? Por su parte, el Sr. Gil Robles se identificó en su discurso de Santiago con los conceptos de imperialismo y absolutismo de los monárquicos. La unión, pues, en cuanto a lo fundamental, está en vías de realizarse. Espiritualmente -¡miserable espíritu retrógrado!- está hecho el pacto de agresión a la República.

(...) Para la Reública transcurren horas gravísimas. La Libertad, con la decisión de darlo todo a la causa republicana, lanza conscientemente la voz de alerta. Renovación Española y la Ceda, con las Juventudes de Acción Popular, quiren establecer contactos -algunos ya los tienen conseguidos- con organismos, empresas y entidades de aparente carácter apolítico, para derrocar la República. Volvemos a repetir (...): sabemos de ciertas entrevistas y de reuniones secretas, y conocemos los movimientos de los más caracterizados enemigos de la República, algunos de los cuales se distinguieron por sus sanciones sangrientas en la dictadura de Primo de Rivera y en la de Berenguer. Se conspira intensamente, mientras los ministros cedistas dictan ukases para cercar por el hambre y por el terror a las grandes masas del proletariado, incluso negando el derecho de justificación a los obreros despedidos en Ferrocarriles, en Riotinto y en otras entidades significadas por su explotación del obrero.

El pacto de agresión está hecho, repetimos. Cada día que transcurre es un avance más de las gentes repudiadas por el país. Cumplimos nuestra obligación de decirlo y de señalar el peligro inminente. Dispuestos estamos, por nuestra parte, a seguirla cumpliendo hasta el final. Y no ignoramos la suerte que nos espera si triunfa el enemigo, porque desde ciertas altas esferas de la reacción se fulminan cobardes amenazas contra nuestro porvenir. Todo lo afrontamos en bien de España y de la República.

Goicoechea - Gil Robles - Calvo Sotelo... Esto es un «sandwich» que hay que arrojar al estercolero por putrefacto y nocivo.

«La Libertad» - Madrid, 4 de septiembre de 1935

Calvo Sotelo ve un posible salvador en el Ejército

Calvo Sotelo ve un posible salvador en el Ejército


«Señoras y señores: Este acto se organizó antes de la firma del decreto de disolución; pero publicada nuestra esquela mortuoria, cobra un interés más puntiagudo y estratégico. Porque situado en la etapa pre-electoral, debemos aprovecharlo para dos cosas: rendición de cuentas y renovación de fe, o, dicho en términos canónicos, renovación de votos. Rendición de cuentas.—Nuestra característica parlamentaria —y he de hablar elogiosamente sin rebozo, por ser el más humilde de los diputados homenajeado— ha sido doble: la arrogancia y la videncia, y si queréis, clarividencia. La arrogancia puede exhibir dos estilos : una es apriorística; otra, a posteriori. La primera prevé; la segunda, no sabiendo prever, busca remedios quizá tardíos. Aquélla se funda en la fe; ésta, en el despecho, y a menudo toma maneras de desplante. Nosotros hemos derrochado la primera. Y ella nos ha permitido eludir toda suerte de contactos, quizá malsanos y de concomitancias seguramente nocivas. Ella nos ha preservado de todo acatamiento a la República, y de reverenciar sus jerarquías, y de convivir con sus instituciones, y de formar en sus cuadros de mando, y de saludar su enseña tricolor, secuestradora de la vieja bandera de la Patria que... (Ovación enorme. El público, puesto en pie, agita pañuelos y prorrumpe en estentóreos vivas.) Por eso se nos llamó catastróficos. ¡Injusta diatriba! No queremos, no, la catástrofe, aunque ella pudiera traer la Monarquía. Porque nuestros ensueños monárquicos no consentirían que el Trono se cimentase sobre regueros de sangre y montones de escombros. No. La Monarquía, que volverá a España cuando Dios lo quiera y nosotros lo consigamos, ha de construirse sobre los pilares graníticos y solidísimos de un Estado nuevo integrador, autoritario y corporativo, y sólo entonces, cuando se le pueda ofrecer un solio de gloria y de grandeza, quisiéramos ver la Corona rematada por la Cruz ciñendo las sienes de esa augusta matrona que se llama España. (Ovación.)
La revolución es la legalidad republicana.—No somos catastróficos. Porque aunque se hubiesen seguido nuestros consejos, ¿habría podido sufrir España, en el peor de los casos, mayores catástrofes que las registradas? No hay para qué exhumar las habidas en el primer bienio, de negra historia. Pero ¿y en el segundo? (Aplausos.) Refrenad vuestro entusiasmo para que el hilo del discurso, aunque en parte sea deslabazado, por lo menos no tenga roturas frenéticas. Recordad el último bienio, un bienio de tregua, un bienio en el que se ha apreciado lo más que la República por las buenas puede conceder a la derecha española. ¿Y qué hay en él? Hay en él, primero, una revolución, inmensa en su potencia demoledora; después, una contrarrevolución, gigantesca por su esterilidad impunista e inoperante; ahora, una renaciente revolución, que brama y ruge con insólito desparpajo amenazador. Aquella revolución se hizo contra la ley; ésta se ampara en la ley y en sus recovecos. Aquélla, desatándose por medio de la violencia, pudo ser sofocada por el Poder. Esta, por vestirse con el ropaje engañador de la legalidad, no puede ser sofrenada, por esa misma legalidad. Este es el gran problema. Que la revolución es la legalidad republicana, y está en el espíritu de sus progenitores, y resplandece en la conducta de sus personificaciones. (Ovación que interrumpe al orador.) Hemos tenido, además, clarividencia. En el pronóstico y en las propuestas. Acertando en aquél y en éstas. Quizá habríamos preferido lo contrario. Porque lo primero es España, suprema musa de nuestros amores. Pero el caso es que acertamos. ¿Por milagro? ¿Por cualidades excepcionales? No. Sencillamente porque sabemos ver. En política, sólo sabe ver el que mira lejos. El que mira de cerca, acaso robustece las dimensiones materiales, pero pierde las espirituales. El que mira a lo lejos pierde las dimensiones materiales, pero refuerza las espirituales. En lo físico como en lo político. El que mira de cerca en lo físico ve el árbol, el hoyo, la planta, el insecto. El que mira a lo lejos, ve el bosque, el paisaje, la línea lejana del horizonte, la infinidad del mar, y esta infinitud lleva su espíritu a Dios, a comprenderlo y amarlo. (Ovación.) En lo político, mirando los episodios diarios, se exageran las dimensiones próximas y materiales —el fichero, la masa, que se gana fácilmente y se pierde con presteza, la organización, el Comité—; dimensiones efímeras, subalternas. Nosotros las hemos desdeñado para cultivar las otras, las espirituales, que son para nosotros el heroísmo, la rectitud —que es línea recta—, la integridad ideológica, la intransigencia de principios, el culto a la tradición y, sobre todo, la posesión arrolladora de la verdad totalitaria, que nos dice que en esta hora febril y tensa no es posible detenerse en el camino y hay que despreciar las fórmulas centristas para optar entre comunismo o... (Nueva ovación que corta el párrafo.)
En las postrimerías del Parlamento nos han faltado los votos precisos. Falto de tiempo, no puedo detenerme como quisiera en la comprobación de ese aserto. Tres botones de muestra atestiguan nuestra clarividencia : presupuesto, Cataluña, orden público.
Presupuestos. En mi primer discurso parlamentario propuse la concesión de plenos poderes al Gobierno para salvar la situación presupuestaria. El Sr. Marracó los rechazó alegando que eran antidemocráticos e innecesarios. Cuatro meses después, al presentar a la Cámara el presupuesto Samper, éste declaró que nuestra crisis económica no se puede solucionar sin una dictadura económica. Dos meses más tarde, Gil Robles ofrece poderes amplísimos al Gobierno. Marracó los acepta entonces. Se presenta el oportuno proyecto de ley. Lo impugnan las izquierdas. Se inhibe Gil Robles. Lo abandona Marracó. Y hasta hoy. En cinco años la República ha tenido un solo presupuesto de doce meses; cinco prórrogas trimestrales y otras varias semestrales, concluyendo con la última hecha anticonstitucionalmente por decreto-ley, por los mismos que al advenir la República me habían condenado como cómplice de alta traición, entre otra causas, por haber firmado presupuestos por decreto-ley, cuando no había Constitución ni parlamento, cosas que ahora existían y que... (Ovación.)
Cataluña. El 4 de julio de 1934, en nombre de la minoría de Renovación, me opuse a que se concediese un voto de confianza al Gobierno Samper. Este había dado sus primeras muestras de criminosa negligencia a la rebeldía abierta de la Generalidad contra la sentencia del Tribunal do Garantías, que anuló la ley catalana de Cultivos. Ello era notorio; pero nos quedamos solos con los tradicionalistas. El resto de la Cámara votó la confianza a Samper. Pasan tres meses, y es el Sr. Gil Robles el primero en mostrar su disconformidad con ese Gabinete, acusándolo de no haberse hecho digno ni en la forma, ni en el fondo, ni en la tramitación de la anterior confianza. Cae entonces el Gobierno, pero mientras tanto la Generalidad pudo, al amparo de un impunismo central reprensible, preparar libremente su rebeldía de octubre. (Aplausos.) Llega diciembre de 1934. Por nuestra minoría pide Honorio Maura la derogación del Estatuto catalán, escarnecido por los mismos que lo habían obtenido y aplicaban su articulado. Se opone la Cámara y se vota la ley de 2 de enero, transitoria. Esta ley suspende el Estatuto en gran parte, pero ai cabo de quince meses, ¿qué vemos? Goicoechea había pedido elocuentemente el rescate de las facultades de orden público, justicia y enseñanza. No se ha hecho más que el primero. Las otras dos sagradas funciones siguen en manos de la Generalidad; ondea nuevamente la bandera separatista en manos de escolares extremistas; las Juventudes de Estat Cátala actúan impunemente; se restituyen a pleno vigor la mayor parte de los primitivos traspasos, algunos con notorio desafuero distributivo respecto del resto de España —me refiero al de Obras públicas—, y toda la administración catalana queda en manos de la Lliga, que si social y económicamente puede parecer conservadora, políticamente es todo lo contrario, porque la Esquerra, con menos inteligencia, más audacia y menor tacto, se limita a desenvolver las conclusiones extremistas de las premisas que estableció la antigua Lliga regionalista. (Ovación.)
Orden público. El día 6 de noviembre pronuncié un discurso en la Cámara, señalando las primeras señales de impunismo abúlico en el Gabinete Lerroux. Ese discurso concluye con un párrafo que leeré para que los oídos del delegado de la autoridad no se estremezcan, ya que se trata de página parlamentaria consumada. Dice así: «La Revolución en España, bien, bien claramente se puede definir: es, sencillamente, el espíritu de las Constituyentes. ¿Qué queda de las Constituyentes? ¡Ah!, queda mucho, señor Lerroux. Queda la Constitución... Queda la cúspide del Estado, queda el vértice del Estado, y yo os digo que si hay cuarenta y nueve diputados que asocien su firma a la mía, aquí se presentará una proposición para acusar por responsabilidades políticas y criminales al jefe del Estado, que ha infringido la Constitución y ha pisoteado el espíritu representado por esta Cámara.» Esto lo dije el día 6 de noviembre de 1934. Pero entonces, como ahora, en las postrimerías del Parlamento, nos han faltado los votos precisos. (Ovación.)
La revolución no se bate en las urnas.—Esa incuestionable clarividencia nos ha dado, señores, una enorme autoridad moral, porque la autoridad moral se logra no sólo con la honradez en la conducta, sino también con el acierto en las previsiones. El país sabe ya a qué atenerse y ha de apreciar el éxito de nuestras profecías. Ello nos enorgullece y nos da alientos para ir a la contienda electoral venidera bajo el signo de la unión de las derechas contrarrevolucionarias. Queremos esa unión; la patrocinamos. Pero con dos condiciones: primera, que, como ha dicho Pradera, no se limite a las urnas, según se reclamó en el banquete agrario de anteayer. No. La Revolución no se bate en las urnas. Esa es una escaramuza. La gran batalla se librará en el Parlamento, y nosotros tenemos necesidad absoluta de garantizar que toda la electricidad y las calorías de estas masas convulsas que nos siguen será aprovechada hasta el último kilovatio, sin dispersiones que puedan disiparla ni discordancias que logren enervarla. (Ovación.) Pero también es preciso que la unión se haga con dignidad para todos. Que se nos respete la fuerza que equitativa y proporcionalmente nos pertenece, por haberla adquirido a pulso. No queremos actas para gobernar, puesto que quedamos extramuros del régimen; las queremos para ayudar a que gobiernen bien nuestros hermanos No pedimos limosnas; tampoco admitiremos expoliaciones. A cada cual, lo suyo. Dentro siempre de la gran familia de las derechas. Razón por la cual sería censurabilísimo que hubiese para nuestras actas regateos y tacañerías, y prodigalidad y despilfarro para las actas de ciertos grupos centro, que por sus antecedentes y conducta ninguna garantía seriamente contrarrevolucionaria pueden ofrecer al país. (Grandes y prolongados aplausos.)
Y vamos ahora a la renovación de votos. Si contemplamos de cerca y a ras de tierra nuestro actual panorama político, ¿qué vemos?; un microcosmos de fantomas e histriones; picapleitos engolados, ex ministros polizones, razzias nocturnas de comisiones gestoras, hechas al filo de media noche, como para aprovechar los últimos minutos del período electoral, cubriendo el máximo impudor con una brizna de pudor de leguleyo; transformismos y cubileteos políticos, con cambios frenéticos de improvisado pelaje; corrupción a ojos vistas de conciencias o de nombres y apellidos sin conciencia, por medio del favor oficial, ¡oh, manes de Romero Robledo!, auténtica ursulina al lado de los que ahora dirigen la maniobra electoral; estraperlos de toda categoría; hiperestesias de todos los poderes, comenzando por el presidencial, en fin, una estampa de la picaresca, un bajorrelieve de decadencias bizantinas. Pero todo eso, siendo mucho no es todo, ni lo principal. Eso es rastro, espuma, secuela. Pero lo que hay que escrutar es la raíz y el principio. Y éste, contemplando sintéticamente y desde lo alto nuestra política, es una legalidad republicana que se derrumba; unas jerarquías republicanas exangües, y un Estado republicano liberal democrático, en demencial e inconmensurable esterilidad.
La legalidad republicana ha recibido de sus autores arañazos y sofiones.—Legalidad republicana. Nos ofrece una paradoja verdaderamente singular. Esa legalidad ha recibido, de sus autores, arañazos y sofiones; de sus víctimas adhesionistas, mimos y carantoñas. Sus progenitores la deshonraron con la ley de Defensa de la República, la incumplieron manteniendo casi siempre en suspenso la Constitución y la agujerean sistemáticamente con esas hiperestesias a que antes aludía, que antes que nadie denuncié, cuando no me acompañaban otros que ahora las denuncian acerba e irritada y justamente. (Aplausos.) Y ahí está la paradoja mirífica: entre los progenitores, la conculcación; entre los adversarios acérrimos, aunque adhesionistas, la obediencia. (Muy bien.) Nosotros no podemos situarnos en ninguna de esas órbitas. En la primera, porque aunque repudiamos la Constitución, tenemos derecho, puesto que nos obliga en lo que nos veja e irrita como católicos y patriotas, a exigir que se cumpla inexorablemente en lo que es garantía nuestra y traba de los Poderes constituidos. Y en la segunda, porque la obediencia es la contrapartida de la legalidad. Y cuando falta la legalidad, en deservicio de la Patria, sobra la obediencia. Y si aquélla falta en las alturas no es que sobre la obediencia, es que se impone la desobediencia conforme a nuestra filosofía católica, desde Santo Tomás hasta el padre Mariana. (Grandes aplausos.)
Prefiero ser militarista a ser masón.—No faltará quien sorprenda en estas palabras una invocación indirecta a la fuerza. Pues bien: sí, la hay. Quiero hablar ante vosotros con entera desnudez de espíritu. Yo no adulo nunca a las masas, pero sería una forma de adulación recatarlas mi pensamiento, por temor a no verlo totalmente compartido. (Muy bien.)
La fuerza es hoy estribillo y palanca del socialismo. Una gran parte del pueblo español, desdichadamente una grandísima parte, piensa en la fuerza para implantar una ola de barbarie y anarquía; aludo al proletariado. Su fe y su ilusión es la fuerza numérica, primero, y la de la dictadura roja, después. Pues bien; para que la sociedad realice una defensa eficaz, necesita apelar también a la fuerza. ¿A cuál? A la orgánica; a la fuerza militar, puesta al servicio del Estado. La fuerza de las armas —ha dicho Ortega y Gasset, y nadie recusará ese testimonio— no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Y aún agrega que el honor de un pueblo está vinculado al de su Ejército. (Muy bien.) Lo que ocurre es que esta noción ha registrado una profunda evolución. Cuando las naciones vivían la etapa venturosa de las grandes unanimidades, el Ejército era un mero complemento: herramental para la lucha exterior solamente. Pero hoy, minadas por las grandes discordias —la social, ]a económica, la separatista— necesitan un Estado fuerte, y no existe Estado fuerte sin Ejército poderoso. Me dirán algunos que soy militarista. No lo soy; pero no me importa. Prefiero ser militarista a ser masón, a ser marxista, a ser separatista e incluso a ser progresista. (Ovación.) Dirán otros que hablo en pretoriano No me importa. Prefiero ser pretoriano, con riesgo, de la milicia, a serlo con sordidez leguleya del Alcubilla. (Ovación.) Hoy el Ejército es base de sustentación de la Patria. Ha subido de la categoría de brazo ejecutor, ciego, sordo y mudo, a la de columna vertebral, sin la cual no se concibe la vida. Como no se concebiría la de España si el 6 de octubre no la hubiese salvado un Ejército en que la ponzoña política y masónica no había extinguido del todo los brotes sobrehumanos del patriotismo y la espiritualidad. (Nueva ovación.) Calderón de la Barca dijo en versos inmortales que «no hubiera capitán, si no hubiera labrador»; hoy habría que rectificar la oración diciendo «que no habría labrador si no hubiese capitán. Ni labrador, ni productor,, ni comerciante, ni Estado, ni Iglesia, ni civilización... (Enorme ovación.) Cuando las hordas rojas del comunismo avanzan, sólo se concibe un freno: la fuerza del Estado y la transfusión de las virtudes militares —obediencia, disciplina y jerarquía— a la sociedad misma, para que ellas descasten los fermentos malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército y pido patriotismo al impulsarlo.
¿Dónde está hoy el Poder civil?—No faltará quien exhume el tópico de la supremacía del Poder civil. Yo tampoco acepto incondicionalmente esa vejez. Cuando el Ejército era una casta y el Poder civil representaba la unidad de expresión de una conciencia ciudadana y patriótica, la supremacía del Poder civil tenía razón de ser. Pero hoy, ¿dónde está el Poder civil? ¿Qué es? ¿Qué hace? Cuando el Poder civil mancha lo que toca y disgrega lo que mancha, no se puede hablar de su primacía, ni de su supremacía. El Poder civil no sabe atajar la campaña escandalosa de calumnias desatada contra el Ejército. Contra la colectividad, aunque espaciosamente quiera concretarse en militantes aislados. ¿Y qué hace el Poder civil para atajarla? Anunciar la suspensión por ocho días de las garantías constitucionales. O sea, utilizar al Ejército como cimbel para dar una vuelta más al manubrio electoral, en esta maniobra de presión a que España asiste con verdadero escándalo. Y de paso, esta insospechada novedad: que el Ejército, que tiene por misión básica proteger la Constitución para que rija normalmente, trueque ahora su papel activo por otro pasivo, pasando a ser protegido por la suspensión de los preceptos constitucionales. (Ovación.)
Yo os digo que hay que llevar al país voces recias, voces decisivas y tajantes; y a la par hechos decisivos, tajantes y rotundos. Por eso os hablo con esta sinceridad. Hoy, el Ejército es la nación en armas; y la nación, el Ejército de la Paz. Todos nos hemos honrado vistiendo el uniforme militar. Para que la supremacía del Poder civil renazca será menester que el Estado reconstruya todos sus órganos en la paz y la normalidad. Mientras tanto, no creo en ella. Ni creo tampoco que cuando un pueblo, como España ahora, se diluye en el detritus de la ignominia y se entrega a la ulceración de los peores fermentos, pueda ser fórmula eficiente para sanearlo, depurarlo y vivificarlo, la apelación al sufragio inorgánico, tan repleto en sus entrañas de yerros e imperfecciones. Pretender eso es algo tan absurdo como pretender que un cadáver sea resucitado por los mismos gusanos que están devorando sus carnes. (Ovación.) Las masas que van a acudir al llamamiento electoral, están en gran parte envenenadas por otros gusanos igualmente dañinos. Por eso no pueden darnos el remedio. Lo cual no quiere decir que nosotros queramos eliminar o expulsar al pueblo dé una intervención política ciudadana. Quien tal diga nos injuria, nos calumnia. Lo que decimos es que no es posible que el pueblo viva si cada dos o tres años tiene que ponerse a litigar, en medio de mil preocupaciones y complicaciones, sin garantía alguna, como ahora sucede, los principios vitales de ser o no ser. El hombre que está discutiendo diariamente su existencia, no puede crear nada. Su vida será un lánguido vegetar. Los pueblos que cada dos o tres años discuten su existencia, su tradición y sus instituciones fundamentales, no pueden prosperar. Viven predestinados a la indigencia. Por eso hemos de procurar a toda costa que estas elecciones sean las últimas. Lo serán si triunfan las izquierdas —ya lo dicen ellas sin rebozo—. Pues hagan eso mismo las derechas, hasta que saneado el ambiente y el sistema, sea factible una nueva apelación al sufragio. (Aplausos.)
Las Cortes próximas serán constituyentes.—Precísase, por ello, desechar toda política de contemporización, de condescendencia y de lentitud. El Parlamento de 1933 fue el Parlamento de la pausa. Al constituirse, se hicieron planes a base de desarrollarlos en dos años, consumándolos en diciembre de 1935. He ahí una ofuscación nacida del influjo de las dimensiones reales y próximas sobre las espirituales, porque en instantes de tan convulsiva evolución como estos que España vive, no se puede planear a tan larga fecha. Nosotros queremos, por ello, que suceda al Parlamento de la pausa, el Parlamento de la prisa. (Muy bien.) Si triunfan las izquierdas, se la darán ellas; si triunfamos nosotros, démosnosla también, sin perder un solo día.
¿En qué? ¿Cómo? En primer término, declarando constituyentes las Cortes próximas. Lo serán, sin duda, porque ha muerto ya la Constitución, asesinada por sus autores, y no somos nosotros precisamente sus adversarios, los llamados a revivirla con un acatamiento que sería absurdo. Por consiguiente, las Cortes venideras, deberán sustituir totalmente la Constitución, sin sujetarse a ninguna remora. Fijaros bien en esto, que es básico. Si los que dicen que procede la revisión constitucional han de atenerse al artículo 125, según el que tal revisión exige la autodisolución del Parlamento, será imposible iniciarla. Por eso tenemos interés en afirmar el carácter constituyente de esas futuras Cortes. Que por serlo no tropezarán con freno alguno, ni traba, ni obstáculo en los actuales Poderes de la República. (Aplausos.)
A él y a por ella.—Y pocas palabras ya, para terminar, pues he agotado mi tiempo. El intenso dramatismo del momento que estamos viviendo exige que nos propongamos objetivos apoteósicos, profundos e integrales, no finalidades subalternas y efímeras. Yo he oído con ocasión de este acto, y de alguno de los que celebro en provincias, un grito coreado y casi eufónico : «¡ A por él!» (Grandes voces y aplausos.—El orador reclama repetidas veces silencio.) ¿Qué se quiere decir con esto? Señores, no empequeñezcamos la magnífica fuerza que suponen nuestros espíritus coordinados al unísono y sobre todo el peso de treinta o cuarenta generaciones de héroes y santos cuya obra encarnamos hoy nosotros. Ese grito es una suprema insignificancia. Es preciso aclararlo y sustituirlo. Porque, ¿qué se quiere decir con él? Dos interpretaciones caben. Una, ¡ a por el Gobierno! Otra, ¡ a por el presidente! Señores, ninguna de las dos basta para justificar el dramatismo de esta gravísima conmoción en que todos somos protagonistas. A por el Gobierno. ¿Y qué es eso? ¿Es que todo el fruto de las elecciones de una gigantesca movilización que debe ser mayoritaria va a ser el nacimiento de un Gobierno que andará renqueante por los pasillos de la Cámara, confabulándose con éste o aquel grupito para que, a cambio de una cartera, dé sus diez o veinte votos, y expuesto a muerte súbita al socaire de cualquier zancadilla parlamentaria, o de la malevolencia presidencial o de cualquier otro factor parejo que lo derribe, cortando y rectificando una obra patriótica apenas iniciada, como ahora está ocurriendo con la obra acertada que el señor Gil Robles estaba realizando en el ministerio de la Guerra? Yo os digo que eso no merece la pena. Que para eso no habríamos de ir a las elecciones ni congregar estas imponentes masas ciudades. (Aplausos.)
¿A por el presidente? Tampoco basta esto. Yo os digo que derrocar un Monarca de ascendencia secular, con jerarquía semidivina y vitalicia y hereditaria, puede ser una empresa de titanes, digna de gigantes; pero derrocar el jefe amovible de un Estado republicano no designado por el pueblo, sino por una cofradía de cuatrocientos señores (Ovación que interrumpe al orador); no designado por el pueblo, sino por unos mandatarios a quienes el pueblo revocó su confianza a los pocos meses, máxime cuando tal destitución está prevista en la ley constitucional y equivale, por consiguiente, al modesto ejercicio de una prerrogativa, como pueda serlo el de accionar en juicio verbal o entablar tercería de dominio, puede y debe hacerse, pero tampoco justifica las magnitudes de multitud que estamos provocando.
Nosotros tenemos que cambiar el «a por él» por algo más profundo, más hondo; nosotros debemos decir «a por ella», a por España. (Clamorosos aplausos.)
A por España. Dulcinea, dulcísima, reina, señora y madre de todos nosotros; a por España, a por ella, a continuar nuestra historia, a liberarla de las tretas que la combaten, de los traidores que la saquean, del marxismo que la divide, y del separatismo que la fracciona, y de la masonería que la persigue, y del laicismo que la emponzoña, y del parlamentarismo inorgánico que la descuartiza, y de los partidos político» que la corrompen, y del marasmo económico que nos arruina, y de la indisciplina social y política que nos hace (las aclamaciones impiden oír el final de la frase). ¡A por ella, a por ella, a por España! (Clamorosa ovación, que dura varios minutos.)
La gente, de pie, agita los pañuelos. El momento es de una emoción intensa.


(ABC, de 14 de enero de 1936 )

falange1
Himno de Falange Española que fue cantado oficialmente en el Mitin del Cine Europa de Madrid, el 2 de febrero de 1936.

Cara al Sol

Cara al sol con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.

Formaré junto a mis compañeros
que hacen guardia sobre los luceros,
impasible el ademán,
y están presentes en nuestro afán.

Si te dicen que caí,
me fui al puesto que tengo allí.

Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz
y traerán prendidas cinco rosas:
las flechas de mi haz.

Volverá a reír la primavera,
que por cielo, tierra y mar se espera.

Arriba escuadras a vencer
que en España empieza a amanecer.

La Falange ante las elecciones de 1936 (Discurso pronunciado en el Cinema Europa, de Madrid, el día 2 de febrero de 1936)

 

La Falange ante las elecciones de 1936
(Discurso pronunciado en el Cinema Europa, de Madrid, el día 2 de febrero de 1936)

Por primera vez vemos a la Falange en una coyuntura electoral y nosotros, que no somos de derecha ni de izquierda, que sabemos que una y otra postura son incompletas, insuficientes, pero que no desconocemos, sin embargo, que en la derecha y en la izquierda, como esperando la voz que lo redima, está todo el material humano de que España dispone, al encontrarnos ante esta coyuntura electoral hemos tenido que estudiar, incluso con ojos benignos, los programas de la izquierda y de la derecha para ver si tenían algo aprovechable. El programa de la izquierda era el más fácil de estudiar; se ha formulado con puntos y comas, con números y letras en los apartados. Y el programa de la izquierda, si se examina, tiene estas tres cosas; en primer lugar, una parte que es de puro señuelo electoral, una pura enumeración de bienandanzas; se va a hacer de España una Arcadia, sin que sepamos cómo. Hay cosas tan contradictorias como el aumento de todos los servicios –de la sanidad, de las escuelas, de las comunicaciones– y la reducción, al mismo tiempo, de los impuestos. Nadie sabe, si se van a reducir los impuestos, cómo se van a aumentar los servicios. Esta primera parte no tiene otro objeto que cazar a unos cándidos electores, no muy dotados de agudo espíritu crítico. Hay una segunda parte, la que se refiere a lo social, donde el manifiesto de las izquierdas –y esto convendría que los obreros lo supiesen– se mantiene en los términos del más cicatero conservantismo. Nada que se acerque a la nacionalización de la tierra, nada que se acerque a la nacionalización de la Banca, nada que se acerque al control obrero, nada que sea avance en lo social. Y hay un tercer ingrediente en este programa de la izquierda que aleja todas nuestras esperanzas en orden al sentido nacional que pudiera aportar: una declaración de que será restablecido, en su plenitud, el sistema autonómico votado en las Cortes Constituyentes; otra declaración de que renacerán las persecuciones, las chinchorrerías, las mortificaciones personales del primer bienio. Los varones de las izquierdas reunidos para redactar un manifiesto; los varones de las izquierdas, que saben hasta qué punto hendió la concordia del 14 de abril esta falta de sentido de totalidad, de empresa nacional, cuando se ven en la perspectiva de gobernar a España otra vez tienen el cuidado de decir que indagarán en los expedientes de los agentes de vigilancia para comprobar su minuciosa adhesión al régimen o expulsarlos, si no, del servicio.

Claro es que el verdadero fondo del manifiesto de las izquierdas no está en ninguno de estos tres apartados: está en el espíritu total que lo informa. El manifiesto de las izquierdas no señala sino una previa época de tránsito, en que la masa fuerte, numerosa, de los partidos proletarios de combate convida benévolamente a unos cuantos burgueses, más o menos resentidos, para que figuren en la candidatura; y como sabe que los va a desbordar pronto, como sabe que no son sino unos mandatarios interinos, les deja el último goce de que se desahoguen un poco en la sustanciación de sus pequeños resentimientos.

Este no es un juicio temerario, Muchos de vosotros conocéis un periódico que se llama Renovación. A pesar de su nombre, no imaginéis que es el órgano del dignísimo y respetabilísimo don Antonio Goicoechea, no; Renovación es el órgano de las juventudes socialistas, y en este órgano de las juventudes socialistas se dice, con descaro, que tras del triunfo electoral de las izquierdas empezará el partido socialista revolucionario a montar la dualidad de Poderes; irá armando, junto a cada órgano del Estado, el órgano del partido socialista, el órgano del futuro Estado socialista, para que cuando esté la cosa madura, el partido socialista, ya insertado, ya penetrado en cada una de las células del Poder, no tenga sino desprender la cáscara postiza de los burgueses y quedarse del todo con el Estado socialista soviético.

Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden en lo económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista es algo mucho más profundo. Es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la historia; es la sustitución violenta de la Religión por la irreligiosidad; la sustitución de la Patria por la clase cerrada y rencorosa; la agrupación de los hombres por clases, y no la agrupación de los hombres de todas las clases dentro de la Patria común a todos ellos; es la sustitución de la libertad individual por la sujeción férrea de un Estado que no sólo regula nuestro trabajo, como un hormiguero, sino que regula también implacablemente nuestro descanso. Es todo esto. Es la venida impetuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por caducada.

Pero si así se nos presentan las izquierdas, ¿cómo se nos presentan las derechas? ¿Qué nos dicen las derechas en sus manifiestos, en sus carteles electorales? Si el rencor es la consigna del frente revolucionario, simplemente el terror es la consigna del frente contrarrevolucionario. Al rencor se opone el terror, y nada más que esto. Ni un gran quehacer, ni el señalamiento de una gran tarea, ni una palabra animosa y esperanzadora que nos pueda unir a los españoles. Todo son gritos: "Que se hunde esto, que se hunde lo otro; contra esto, contra lo otro". El grito que se da al rebaño en la proximidad del lobo para que el rebaño se apiñe, se apriete, cobarde. Pero una nación no es un rebaño: es un quehacer en la Historia. No queremos más gritos de miedo: queremos la voz de mando que vuelva a lanzar a España, a paso resuelto, por el camino universal de los destinos históricos.

Para consignas de miedo ya tuvimos bastante con las de 1933. Se nos dijo lo mismo: "¡Que se hunde esto! ¡Que se hunde lo otro! ¡Defendámoslo! ¡Todos unidos, todos somos uno!". Al día siguiente del escrutinio ya se había pasado el susto, y como se habían unido instintivamente por el susto, aquellos que gozaron juntos las delicias del escrutinio, resultó que al día siguiente nada tenían que hacer en común. Para tener algo en común hay que tener el mismo sentido entero de la historia y de la política. El sentido entero de la historia y de la política, como dije en el mitin de la Comedia, es como una ley de amor; hay que tener un entendimiento de amor, que sin necesidad de un programa escrito, con artículos y párrafos numerados, nos diga, en cada instante, cuándo debemos abrazarnos y cuándo debemos reñir. Sin ese entendimiento de amor, la convivencia entre hombre y mujer, como entre partido y partido, no es más que una árida manera de soportarse.

Como no había una ley de amor sobre la cabeza de los partidos triunfantes en el año 33, no pudieron coincidir más que en una cosa: en no hacer nada. Como necesitaban los votos, unos de otros, para que aquellos votos no se les negasen hubo un acuerdo tácito, por virtud del cual cada uno renunció a lo más señero, a lo más interesante, a lo más caliente de lo que podía llevar en su programa; se convirtieron en dóciles corderos los viejos anticlericales del partido radical y aplazaron indefinidamente sus tribulaciones religiosas los de la C.E.D.A. Ya nada corría prisa, ni en lo material ni en lo espiritual. ¿Qué se hizo en lo material? Pensad en lo que queráis: en la reforma agraria, en el paro obrero, en lo que os plazca. La reforma agraria era mata, tenía un gran defecto en su planteamiento, tenía algunas injusticias en el articulado. Ya está radicalmente purgada de todos sus defectos. La ley de Reforma Agraria fue anulada por las Cortes de 1933–35, y con su muerte, desde luego, se curó de todo resto de enfermedad.

El paro obrero, que es una angustia que debía quitar el sueño a todo político español, nos ofrece la triste situación de 700.000 hombres que pasan muchos días y muchas noches sin comer; 700.000 cabezas de familia para quienes el pan diario de sus hijos constituye una congoja sin remedio. Pues bien: ¿qué se hizo contra el paro obrero? Mala literatura parlamentaria. Un proyecto para remediarlo con 100 millones de pesetas. Otro proyecto para remediarlo con 1.000 millones de pesetas. Al final, cuando la época electoral estaba cerca, se las arreglaron de modo que ahora se están haciendo al mismo tiempo no sé cuantas casas en Madrid. Dentro de unos meses, cuando esas casas se concluyan, los obreros de la construcción de Madrid ya no tendrán nada que hacer en veinte años. De los 400.000 y pico de obreros del campo, que constituyen el núcleo más numeroso y angustioso del paro obrero, no se acordaron siquiera las Cortes de 1933.

Eso en lo material. Veamos en lo espiritual. Ahí tenéis a nuestro Ejército, a nuestro magnífico Ejército, que tiene que nutrirse, como siempre, de su tradición heroica; ahí tenéis a nuestro Ejército, a nuestra Armada, a nuestra Aviación, sin cañones, sin torpedos, sin caretas contra los gases asfixiantes; ahí los tenéis para que si un día (que Dios no mande sobre nosotros) tienen que hacer otra vez cara a una ocasión de guerra, nuestros soldados puedan dejar a sus hijos, como les dejaron tantos militares españoles, la triste gloria de saber que sus padres dieron la vida heroicamente por defender a una Patria representada por un Estado que no les dio medio de defensa.

Ahí tenéis también la escuela, donde ya no se forma el alma de los niños para que sean españoles y cristianos; nuestra escuela, penetrada por el marxismo, que fue cauto para instalarse en la escuela en los dos años del Gobierno socialista, y que no ha sido desalojado de ella en los dos años del Gobierno cedista y radical.

Ahí tenéis al Estatuto de Cataluña redivivo. El Estatuto de Cataluña, que si se dio honradamente tuvo que darse sobre el supuesto de que en Cataluña ya no quedaban restos del virus separatista. Cuando una región está ganada por entero para la conciencia de la unidad de destino de la Patria, no importa que técnicamente sus organismos de administración se monten de una manera o de otra; pero cuando en una región perdura el sentimiento de insolidaridad con la unidad de destino de la Patria, entonces no se le puede entregar un Estatuto, porque el Estatuto es una herramienta para aumentar el poder de secesión. Pues bien: si las Cortes Constituyentes no fueron criminales, erraron el cálculo al dar a Cataluña el Estatuto; pero destruida la presunción de que Cataluña estaba del todo incorporada a la unidad de destino española con la rebelión de la Generalidad, el 6 de octubre de 1934 había caducado toda decente justificación para que el Estatuto se mantuviera, y, sin embargo, las Cortes de 1933 a 1935, tras de suspender tímidamente el Estatuto, dejaron abierta la puerta para que el Estatuto, en todas sus partes, se restableciese.

¡Política estéril la de este estéril y melancólico bienio! ¡Política estéril la de esos hombres que tuvieron en sus manos aquella magnífica ocasión del 6 de octubre! Tuvieron en su mano todo el Poder, todo el Poder que ahora piden con 180 candidatos, como os decía Julio Ruiz de Alda; tuvieron todo el Poder y toda la asistencia. Fue un instante, después de salvada España de la urgencia peligrosa, para levantar una clara consigna, para decirnos: "Ya que nos hemos salvado de este inmenso peligro histórico vamos a emprender juntos una gran tarea". ¿Se hizo eso? En vano estuvimos esperando la consigna, en vano esperamos el desenlace. Aún dura el papeleo, aún duran los juicios orales y los Consejos de Guerra. Sabemos que todo es un simulacro. No nos importa en cuanto a los humildes. No nos importa que absuelvan a los mineros enardecidos. Sabemos que su ímpetu revolucionario puede encauzarse un día en la revolución nacional española. No tenemos ningún rencor, ni ganas de que se nos entreguen cabezas cortadas, ni hombres pendientes de la horca: pero nos subleva que de la revolución de Asturias y de la revolución de la Generalidad de Cataluña hayan venido a resultar responsables el sargento Vázquez y un pobre minero.

Y toda esta esterilidad en lo material y en lo espiritual, envuelta en un clima moral insoportable, en un clima moral del que fueron beneficiarios los hombres de un viejo partido, y del que fueron demasiado tolerantes encubridores los hombres del otro. En España hacía muchos años que no se manejaban los caudales públicos y privados con el sucio desembarazo con que se han manejado en estos tiempos. Nosotros tenemos amigos y enemigos; nosotros sabemos que en todos los partidos hay gentes con quienes coincidimos más o con quienes coincidimos menos; pero ni aun a aquellos con quienes estamos entrañablemente discordes les lanzaremos a la cara la imputación de falta de honradez; sin embargo, nosotros, aquí como en el Parlamento, lanzamos la imputación de falta de honradez a algunos de los hombres que gobernaron en este bienio melancólico. Y yo, que en aquella y última noche memorable de las Cortes tuve que hablar hasta las seis de la madrugada, después de poner en claro, cifra por cifra, cómo se preparaba un atraco de dos millones de pesetas contra el Tesoro colonial español, dije a las Cortes: "Ahora, por bolas blancas y por bolas negras, vamos a decidir, no de la honorabilidad de este o del otro ministro, ,de este o del otro ex presidente (sobre eso, el pueblo español tiene ya formado su juicio); vamos a votar sobre el honor de estas Cortes, vamos a saber si estas Cortes reprueban o toleran que gentes salidas de nuestro seno cultiven así la inmoralidad". A las seis de la madrugada, cuando un amanecer lívido empezaba a teñir de un tono lechoso la claraboya del salón de sesiones, los diputados, en fila, fueron echando bolas blancas y bolas negras. Por un predominio de las bolas blancas sobre las negras, aquellas Cortes, en aquella madrugada de su suicidio, decidieron que no tenían honor.

Después de esta experiencia estéril de estos dos años, ¿otra vez se nos convoca, como en 1933; otra vez se nos llama para esto, porque viene el lobo, porque viene el coco? ¿Otra vez, ya alejados por el uso, esos melancólicos, carteles que dicen: "Obrero honrado, obrero consciente" –que era un lenguaje apolillado ya cuando se escribía Juan José–; "Obrero honrado, obrero consciente, no te dejes engañar por lo que te dicen tus apóstoles"? ¡Como si el obrero honrado y consciente no supiera que hasta que armó sus fuertes Sindicatos –donde hubo algún apóstol que quizá medró en política, pero donde hubo ánimo combatiente y medios numerosos–; que hasta que tuvo esos Sindicatos y planteó la guerra, los que hoy escriben esos carteles no se acordaron de que eran obreros honrados y conscientes! Esos carteles, donde se habla de todo, desde los incendios de Asturias hasta las toneladas de cemento que pensaba emplear la C.E.D.A. en su plan quinquenal, pero de donde hay dos cosas totalmente ausentes: primera, la sintaxis; segunda, el sentido espiritual de la vida. Cemento, materiales de construcción, jornales, eso sí; aquello de antes, como ya os he dicho esta mañana: el crucifijo en las escuelas, la Patria, la unidad nacional, ni por asomo. A última hora parece que se han acordado de que habían quedado fuera de los programas estos pequeños detalles, y empiezan a salir algunos carteles que remedian, si no la sintaxis, al menos el descuido. Los carteles del miedo, los carteles de quienes temen perder lo material, los carteles que no oponen a un sentido materialista de la existencia un sentido espiritual, nacional y cristiano; los carteles que expresan la misma interpretación materialista del mundo, la interpretación esa que yo me he permitido llamar una vez el bolcheviquismo de los privilegiados, para eso nos convocan; con la invocación de ese miedo, nos llaman y nos dicen: "Que se nos hunde España, que se nos hunde la civilización cristiana; venid a salvarla echando unas papeletas en unas urnas". Y vosotros, electores de Madrid y de España, ¿vais a tolerar la broma de que cada dos años tengamos que acudir con una papeletita a salvar a España y a la civilización cristiana y occidental? ¿Es que España y la civilización occidental son cosas tan frágiles que necesiten cada dos años el parche sucio de la papeleta del sufragio? Es ya mucha broma ésta. Para salvar la continuidad de esta España melancólica, alicorta, triste, que cada dos años necesita un remedio de urgencia, que no cuenten con nosotros. Por eso estamos solos, porque vemos que hay que hacer otra España, una España que se escape de la tenaza entre el rencor y el miedo por la única escapada alta y decente, por arriba, y de ahí por dónde nuestro grito de "¡Arriba España!" resulta ahora más profético que nunca. Por arriba queremos que se escape una España que dé enteras, otra vez, a su pueblo las tres cosas que pregonamos en nuestro grito: la Patria, el pan y la justicia.

Una Patria que nos una en una gran tarea común; tenemos una gran tarea que realizar: España no se ha justificado nunca sino por el cumplimiento de un universal destino, y le toca ahora cumplir éste: el mundo entero está viviendo los últimos instantes de la agonía del orden capitalista y liberal; ya no puede más el mundo, porque el orden capitalista liberal ha roto la armonía entre el hombre y su contorno, entre el hombre y la Patria. Como liberal, convirtió a cada individuo en el centro del mundo; el individuo se consideraba exento de todo servicio; consideraba la convivencia con los demás como teatro de manifestación de su vanidad, de sus ambiciones, de sus extravagancias; cada hombre era insolidario de todos los otros. Como capitalistas, fue sustituyendo la propiedad humana, familiar, gremial, municipal, por la absorción de todo el contenido económico, en provecho de unos grandes aparatos de dominación, de unos grandes aparatos donde la presencia humana directa está sustituida por la presencia helada, inhumana, del título escrito, de la acción, de la obligación, de la carta de crédito. Hemos llegado al final de esta época liberal capitalista, a no sentirnos ligados por nada en lo alto, por nada en lo bajo; no tenemos ni un destino ni una Patria común; porque cada cual ve a la Patria desde el estrecho mirador de su partido; ni una sólida convivencia económica, una manera fuerte de sentirnos sujetos sobre la tierra. Los unos, los más privilegiados, nos hemos ido quedando en ejercientes de profesiones liberales, pendientes de una clientela movediza que nos encomiende un pleito, o una operación quirúrgica, o la edificación de una casa; los otros, en esta cosa tremenda que es ser empleado durante años y años de una oficina, en cuya suerte, en cuya prosperidad no se participa directamente; los últimos, en no tener ni siquiera un empleo liberal, ni siquiera una oficina donde servir, ni siquiera una tierra un poco suya que regar con el sudor, sino en la situación desesperante y monstruosa de ser proletarios, es decir, hombres que ya vendieron su tierra y sus herramientas y su casa, que ya no tienen nada que vender, y como no tienen nada que vender, han de alquilar por unas horas las fuerzas de sus propios brazos, han de instalarse, como yo los he visto, en esas plazas de los pueblos de Andalucía, soportando el sol, a ver si pasa alguien que los tome por unas horas a cambio de un jornal, como se toman en los mercados de Abisinia los esclavos y los camellos.

El capitalismo liberal desemboca, necesariamente, en el comunismo. No hay más que una manera, profunda y sincera, de evitar que el comunismo llegue: tener el valor de desmontar el capitalismo, desmontarlo por aquellos mismos a quienes favorece, si es que de veras quieren evitar que la revolución comunista se lleve por delante los valores religiosos, espirituales y nacionales de la tradición. Si lo quieren, que nos ayuden a desmontar el capitalismo, a implantar el orden nuevo.

Esto no es sólo una tarea económica: esto es una alta tarea moral. Hay que devolver a los hombres su contenido económico para que vuelvan a llenarse de sustancia sus unidades morales, su familia, su gremio, su municipio; hay que hacer que la vida humana se haga otra vez apretada y segura, como fue en otros tiempos; y para esta gran tarea económica y moral, para esta gran tarea, en España estamos en las mejores condiciones. España es la que menos ha padecido del rigor capitalista: España –¡bendito sea su atraso!– es la más atrasada en la gran capitalización: España puede salvarse la primera de este caos que amenaza al mundo. Y ved que en todos los tiempos las palabras ordenadoras se pronuncian por una boca nacional. La nación que da la primera con las palabras de los nuevos tiempos es la que se coloca a la cabeza del mundo. He aquí por dónde, si queremos, podemos hacer que a la cabeza del mundo se coloque otra vez nuestra España. ¡Y decidme si eso no vale más que ganar unas elecciones, que salvarnos momentáneamente del miedo!

Para esta gran tarea es para lo que hemos vestido este uniforme; para esta gran tarea os convocamos; para esta gran tarea levantamos nosotros, los primeros y los únicos, las banderas del frente nacional. No nos han hecho caso. Lo que se ha formado es otra cosa. ¡Ya os lo han dicho otros! Raimundo Fernández Cuesta, Rafael Sánchez Mazas, Julio Ruiz de Alda, todos os lo han dicho. No es esto el frente nacional, sino un simulacro. Para eso no estamos nosotros; para eso no formamos nosotros; contra eso levantamos nuestra candidatura suelta, que puede triunfar si lo queréis; nuestra candidatura suelta, contra la cual se esgrime ahora un último argumento de miedo. Se dice: "Estos son, al separarse de los demás, también cómplices de la revolución". Primero: ¿de qué revolución? Nosotros no queremos la revolución marxista, pero sabemos que España necesita la suya. Segundo: ¿quién nos lo dice? Estos enanos de la venta, que ahora hacen a la letra impresa lanzar baladronadas, ¿pueden decirnos a nosotros que somos cómplices de la revolución, cuando en Asturias, en León y en todas partes nos hemos lanzado, unos y otros, a detener con nuestros pechos, y no con palabras, la revolución comunista, y hemos perdido a los mejores camaradas nuestros?

Ahora, mucho "no pasarán", "Moscú no pasará", "el separatismo no pasará". Cuando hubo que decir en la calle que no pasarían, cuando para que no pasaran tuvieron qué encontrarse con pechos humanos, resultó que esos pechos llevaban siempre flechas rojas bordadas sobre las camisas azules.

Y por último, ¿qué se creen que es la revolución, qué se creen que es el comunismo estos que dicen que acudamos todos a votar sus candidaturas para que el comunismo no pase? ¿Quiénes les han dicho que la revolución se gana con candidaturas? Aunque triunfaran en España todas las candidaturas socialistas, vosotros, padres españoles, a cuyas hijas van a decir que el pudor es un perjuicio burgués; vosotros, militares españoles, a quienes van a decir que la Patria no existe, que vais a ver vuestros soldados en indisciplina; vosotros, religiosos, católicos españoles, que vais a ver convertidas las iglesias en museos de los sin Dios; vosotros, ¿acataríais el resultado electoral? Pues la Falange tampoco; la Falange no acataría el resultado electoral. Votad sin temor; no os asustéis de esos augurios. Si el resultado de los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eternos destinos de España, la Falange relegará con sus fuerzas las actas de escrutinio al último lugar del menosprecio. Si, después del escrutinio, triunfantes o vencidos, quieren otra vez los enemigos de España, los representantes de un sentido material que a España contradice, asaltar el Poder, entonces otra vez la Falange, sin fanfarronadas, pero sin desmayo, estaría en su puesto como hace dos años, como hace un año, como ayer, como siempre.

(Palabras de José Antonio en el cine Padilla, antes de trasladarse a pronunciar su discurso en el cine Europa, el 2 de febrero de 1936)
Los camaradas y amigos que están en el cine Padilla me van a conceder la benevolencia de tolerar que me traslade al cine Europa a pronunciar mi discurso. Se me han propuesto varias fórmulas, una de las cuales era decir aquí una parte y allí otra de la que podríais (si queréis ser generosos en la denominación) llamar la pieza oratoria que esperáis de mí. Yo, que empiezo a sentir una cierta fatiga oratoria, que siento disminuir mis aptitudes, no me arriesgo a partir en dos un discurso, como se parte en dos un salchichón. (Risas.) Solicito vuestra benevolencia para hablar a todos desde allí, y todos estáis seguros de que si mi presencia física no está aquí, en el cine Padilla, entre vosotros, la tensión espiritual, mucho más sentida, mucho más permanente que la de este cable eléctrico que nos une, se ha de mantener entre nosotros lo mismo que si yo estuviera físicamente aquí. Aparte de que quedan para presidimos varios de los camaradas que se sientan detrás de esta mesa, a uno de los cuales, a Rafael Sánchez Mazas, habéis oído tan magníficas palabras.

En los minutos que yo emplee en trasladarme del cine Padilla al cine Europa, nuestras camaradas de la Sección Femenina van a proceder a una colecta. Para esta colecta no ruego de vosotros otra cosa que una cierta actitud de seriedad. Ya sabéis hasta qué punto es pobre la Falange; ya sabéis en qué empeños ha metido sus huestes. Estoy seguro de que nadie que recapacite un instante sobre esto contestará al requerimiento de nuestras camaradas con avaricia. Es fácil dar unas monedas de cobre; es fácil para algunos dar unas monedas de plata. No es lo fácil lo que pedimos, sino lo difícil, como difícil es la tarea que tenemos ante nosotros. Ya sé que con sólo esto, el que pueda dar una peseta no dará unos céntimos; el que pueda dar un duro no dará una peseta; el que pueda dar cinco duros no dará un duro. Al acercarse nuestras camaradas con la bolsa abierta para hacer un requerimiento a su generosidad, que cada uno considere, si no le basta avergonzarse de sí propio reprochando su propia cicatería, no lo que hicieron por la Falange los que cayeron, cuyo recuerdo es demasiado delicado para invocarse en solicitud de unas monedas; que piense cada uno en lo que dan nuestras magníficas compañeras que, uniformadas, enhiestas, activas, valerosas, constantes, vencen todos los días la batalla contra su propia timidez y se acercan a solicitar nuestra generosidad. (Grandes y prolongados aplausos).

(Arriba, núm. 31, 6 de febrero de 1936)

Carta a los militares de España

Carta a los militares de España


I.– ANTE LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS

¿Habrá todavía entre vosotros –soldados, oficiales españoles de tierra, mar y aire– quien proclame la indiferencia de los militares por la política? Esto pudo y debió decirse cuando la política se desarrollaba entre partidos. No era la espada militar la llamada a decidir sus pugnas, por otra parte harto mediocres. Pero hoy no nos hallamos en presencia de una pugna interior. Está en litigio la existencia misma de España como entidad y como unidad. El riesgo de ahora es exactamente equiparable al de una invasión extranjera. Y esto no es una figura retórica; la extranjería del movimiento que pone cerco a España se denuncia por sus consignas, por sus gritos, por sus propósitos, por su sentido.

Las consignas vienen de fuera, de Moscú. Ved cómo rigen exactas en diversos pueblos. Ved cómo en Francia, conforme a las órdenes soviéticas, se ha formado el Frente Popular sobre la misma pauta que en España. Ved cómo aquí –según anunciaron los que conocen estos manejos– ha habido una tregua hasta la fecha precisa en que terminaron las elecciones francesas, y cómo el mismo día en que los disturbios de España ya no iban a influir en la decisión de los electores franceses se han reanudado los incendios y las matanzas.

Los gritos los habéis escuchado por las calles: no sólo el ¡Viva Rusia!" y el ¡Rusia, sí; España, no!", sino hasta el desgarrado y monstruoso "¡Muera España!" (Por gritar ¡Muera España!" no ha sido castigado nadie hasta ahora, en cambio, por gritar "¡Viva España!" o "¡Arriba España!" hay centenares de encarcelados.) Si esta espeluznante verdad no fuera del dominio de todos, se resistiría uno a escribirla, por temor a pasar por embustero.

Los propósitos de la revolución son bien claros. La Agrupación Socialista de Madrid, en el programa oficial que ha redactado, reclama para las regiones y las colonias un ilimitado derecho de autodeterminación, que incluso las lleve a pronunciarse por la independencia.

El sentido del movimiento que lanza es radicalmente antiespañol. Es enemigo de la Patria. (Claridad, el órgano socialista, se burlaba de Indalecio Prieto porque pronunció un discurso patriótico.) Menosprecia la honra, al fomentar la prostitución colectiva de las jóvenes obreras en esos festejos campestres donde se cultiva todo impudor; socava la familia suplantada en Rusia por el amor libre, por los comedores colectivos. por la facilidad para el divorcio y para el aborto (¿no habéis oído gritar a muchachas españolas estos días: "¡Hijos, sí; maridos, no!"?), y reniega del honor, que informó siempre los hechos españoles, aun en los medios más humildes; hoy se ha enseñoreado de España toda villanía; se mata a la gente cobardemente, ciento contra uno; se falsifica la verdad por las autoridades; se injuria desde inmundos libelos y se tapa la boca a los injuriados para que no se puedan defender; se premian la traición y la soplonería...

¿Es esto España? ¿Es esto el pueblo de España? Se dijera que vivimos una pesadilla o que el antiguo pueblo español (sereno, valeroso, generoso) ha sido sustituido por una plebe frenética degenerada, drogada con folletos de literatura comunista. Sólo en los peores momentos del siglo XIX conoció nuestro pueblo horas parecidas, sin la intensidad de ahora. Los autores de los incendios de iglesias que están produciéndose en estos instantes alegan como justificación la especie de que las monjas han repartido entre los niños de obreros caramelos envenenados. ¿A qué páginas de esperpento, a qué España pintada con chafarrinones de bermellón y de tizne hay que remontarse para hallar otra tubra que preste acogida a semejante rumor de zoco?

II.– EL EJÉRCITO, SALVAGUARDIA DE LO PERMANENTE

Sí; si sólo se disputara el predominio de este o del otro partido, el Ejército cumpliría con su deber quedándose en sus cuarteles. Pero hoy estamos en vísperas de la fecha, ¡pensadlo, militares españoles!, en que España puede dejar de existir. Sencillamente: si por una adhesión a lo formulario del deber permanecéis neutrales en el pugilato de estas horas, podréis encontramos de la noche a la mañana con que lo sustantivo, lo permanente de España que servíais, ha desaparecido. Este es el límite de vuestra neutralidad: la subsistencia de lo permanente, de lo esencial, de aquello que pueda sobrevivir a la varia suerte de los partidos. Cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser neutrales. Entonces ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que entrar en juego para poner a salvo los valores fundamentales, sin los que es vano simulacro la disciplina. Y siempre ha sido así: la última partida es siempre la partida de las armas. A última hora –ha dicho Spengler–, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización.

La mayor tristeza en la historia reciente del Ejército ruso se escribió el día en que sus oficiales se presentaron, cada cual con un lacito rojo, a las autoridades revolucionarias. Poco después, cada oficial era mediatizado, al frente de sus tropas, por un "delegado político" comunista y muchos, algo más tarde, pasados por las armas. Por aquella claudicación de los militares moscovitas, Rusia dejó de pertenecer a la civilización europea. ¿Queréis la misma suerte para España?

III.– UNA GRAN TAREA NACIONAL

Tendríais derecho a haceros los sordos si se os llamara para que cobijaseis con vuestra fuerza una nueva política reaccionaria. Es de esperar que no queden insensatos todavía que aspiren a desperdiciar una nueva ocasión histórica (la última) en provecho de mezquinos intereses. Y si los hubiera, caería sobre ellos todo vuestro rigor y nuestro rigor. No puede invocarse al supremo honor del Ejército, ni señalar la hora trágica y solemne de quebrantar la letra de las Ordenanzas, para que todo quedase en el refuerzo de una organización económica en gran número de aspectos. La bandera de lo nacional no se tremola para encubrir la mercancía del hambre. Millones de españoles la padecen y es de primera urgencia remediarla. Para ello habrá que lanzar a toda máquina la gran tarea de la reconstrucción nacional. Habrá que llamar a todos, orgánicamente, ordenadamente, el goce de lo que España produce y puede producir. Ello implicará sacrificios en la parva vida española. Pero vosotros –templados en la religión del servicio y del sacrificio– y nosotros –que hemos impuesto voluntariamente a nuestra vida un sentido ascético y militar– enseñaremos a todos a soportar el sacrificio con cara alegre. Con la cara alegre del que sabe que, a costa de algunas renuncias en lo material, salva el acervo eterno de los principios que llevó a medio inundo, en su misión universal, España.

IV.– HA SONADO LA HORA

Ojalá supieran estas palabras expresar en toda su gravedad el valor supremo de las horas en que vivimos. Acaso no las haya pasado más graves, en lo moderno, otro pueblo alguno, fuera de Rusia. En las demás naciones el Estado no estaba aún en manos de traidores; en España, sí. Los actuales fiduciarios del Frente Popular, obedientes a un plan trazado fuera, descarnan de modo sistemático cuanto en la vida española pudiera ofrecer resistencia a la invasión de los bárbaros. Lo sabéis vosotros, soldados españoles del Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil, de los Cuerpos de Seguridad y Asalto, despojados de los mandos que ejercíais por sospecha de que no ibais a prestaros a la última traición. Lo sabemos nosotros, encarcelados a millares sin procesos y vejados en nuestras casas por el abuso de un poder policiaco desmedido que hurgó en nuestros papeles, inquietó nuestros hogares, desorganizó nuestra existencia de ciudadanos libres y clausuró los centros abiertos con arreglo a las leyes, según proclama la sentencia de un Tribunal, que ha tachado la indigna censura gubernativa. No se nos persigue por incidentes más o menos duros de la diaria lucha en que todos vivimos: se nos persigue –como a vosotros– porque se sabe que estamos dispuestos a cerrar el paso a la horda roja destinada a destruir a España. Mientras los semiseñoritos viciosos de las milicias socialistas remedan desfiles marciales con sus camisas rojas, nuestras camisas azules, bordadas con las flechas y el yugo de los grandes días, son secuestradas por los esbirros de Casares y sus poncios. Se nos persigue porque somos –como vosotros– los aguafiestas del regocijo con que, por orden de Moscú, se pretende disgregar a España en repúblicas soviéticas independientes. Pero esta misma suerte que nos une en la adversidad tiene que unimos en la gran empresa. Sin vuestra fuerza –soldados– nos será titánicamente difícil triunfar en la lucha. Con vuestra fuerza claudicante es seguro que triunfe el enemigo. Medid vuestra terrible responsabilidad. El que España siga siendo depende de vosotros. Ved si esto no os obliga a pasar sobre los jefes vendidos o cobardes, a sobreponemos a vacilaciones y peligros. El enemigo, cauto, especula con vuestra indecisión. Cada día gana unos cuantos pasos. Cuidad de que al llegar el momento inaplazable no estéis ya paralizados por la insidiosa red que alrededor se os teje. Sacudid desde ahora mismo sus ligaduras. Formad desde ahora mismo una unión firmísima, sin esperar a que entren en ella los vacilantes. Jurad por vuestro honor que no dejaréis sin respuesta el toque de guerra que se avecina.

Cuando hereden vuestros hijos los uniformes que ostentáis, heredarán con ellos:

0 la vergüenza de decir: "Cuando vuestro padre ve6tía este uniforme dejó de existir lo que fue España".

0 el orgullo de recordar: "España no se nos hundió porque mi padre y sus hermanos de armas la salvaron en el momento decisivo". Si así lo hacéis, como dice la fórmula antigua del juramento, que Dios os lo premie; y si no, que os lo demande.

¡ARRIBA ESPAÑA!

(Hoja clandestina escrita por José Antonio en la Cárcel Modelo de Madrid el día 4 de mayo de 1936)

El comunismo libertario, objetivo de la C. N. T

El comunismo libertario, objetivo de la C. N. T.
Dictamen sobre «Concepto confederal del comunismo libertarlo» aprobado en el Congreso de Zaragoza de 1936.

Aunque tal vez parezca que se encuentre un poco fuera del mandato que nos ha sido encomendado por el congreso, creemos preciso puntualizar algún tanto nuestro 
concepto de la revolución y las premisas más acusadas que a nuestro juicio pueden y deben presidirla.

Se ha tolerado demasiado el tópico según el cual la revolución no es otra cosa que el episodio violento mediante el que se da al traste con el régimen capitalista. 
Aquélla no es otra cosa que el fenómeno que da paso de hecho aun estado de cosas que desde mucho antes ha tomado cuerpo en la conciencia colectiva.

Tiene la revolución, por tanto, su iniciación en el momento mismo en que, comprobando la diferencia existente entre el estado social y la conciencia individual, ésta, por instinto o por análisis, se ve forzada a reaccionar contra aquél.

Por ello, dicho en pocas palabras, conceptuamos que la revolución se inicia:

Primero. Como fenómeno psicológico en contra de un estado de cosas determinado que pugna con las aspiraciones y necesidades individuales. 
Segundo. Como manifestación social cuando, por tomar aquella reacción cuerpo en la colectividad, choca con, los estamentos del régimen capitalista. 
Tercero. Como organización, cuando sienta la necesidad de crear una fuerza capaz de imponer la realización de su finalidad biológica.

En el orden externo, merecen destacarse estos factores:

a ) Hundimiento de la ética que sirve de base al régimen capitalista. 
b) Bancarrota de éste en su aspecto económico. 
c) Fracaso de su expresión política, tanto en orden al régimen democrático como a la última expresión, el capitalismo de Estado, que no otra cosa es el comunismo 
autoritario.

El conjunto de estos factores, convergentes en un punto y momento dado, es el llamado a determinar la aparición del hecho violento que ha de dar paso al período 
verdaderamente evolutivo de la revolución.

Considerando que vivimos el momento preciso en que la convergencia de todos estos factores engendra esta posibilidad prometedora, hemos creído necesaria la confección de un dictamen que, en sus líneas generales, siente los primeros pilares del edificio social que habrá de cobijarnos en el futuro.

Concepto constructivo de la revolución. Entendemos que nuestra revolución debe organizarse sobre una base estrictamente equitativa.

La revolución no puede cimentarse ni sobre el apoyo mutuo, ni sobre la solidaridad, ni sobre ese arcaico tópico de la caridad. En todo caso estas tres fórmulas, que a través de los tiempos han parecido querer. llenar las deficiencias de tipos de sociedad rudimentarios en los que el individuo aparece abandonado frente a una concepción del derecho arbitrario e impuesto, deben refundirse y puntualizarse en nuevas normas de convivencia social que encuentren su más clara interpretación en el comunismo libertario: dar a cada ser humano lo que exijan sus necesidades, sin que en la satisfacción de las mismas tenga otras limitaciones que las impuestas por las necesidades de la nueva economía creada.

Si todos los caminos que se orientan hacia Roma conducen a la Ciudad Eterna, todas las formas de trabajo y distribución que se dirijan hacia la concepción de una Sociedad igualitaria conducirán a la realización de la justicia y de la armonía social.

En consecuencia, creemos que la revolución debe cimentarse sobre los principios sociales y éticos del comunismo libertario. Que son:

Primero. Dar a cada ser humano lo que exijan sus necesidades, sin que en la satisfacción de las mismas tenga otras limitaciones que las impuestas por las posibilidades de la economía. 
Segundo. Solicitar de cada ser humano la aportación máxima de sus esfuerzos a tenor de las necesidades de la sociedad, teniendo en cuenta las condiciones físicas y morales de cada individuo.

Organización de la nueva sociedad después del hecho revolucionario. Las primeras medidas de la revolución. Terminado el aspecto violento de la revolución, se declararán abolidos: la propiedad privada, el Estado, el principio de autoridad y, por consiguiente, las clases que dividen a los hombres en explotadores y explotados, oprimidos y opresores.

Socializada la riqueza, las organizaciones de los productores, ya libres, se encargarán de la administración directa de la producción y del consumo.

Establecida en cada localidad la comuna libertaria, pondremos en marcha el nuevo mecanismo social. Los productores de cada ramo u oficio, reunidos en sus sindicatos y en los lugares de trabajo, determinarán libremente la forma en que éste ha de ser organizado.

La comuna libre se incautará de cuanto antes detentaba la burguesía, tal como víveres, ropas, calzados, materias primas, herramientas de trabajo, etc. Estos útiles de 
los órdenes desde un punto de vista peninsular, la administración será de manera absoluta de carácter comunal.

La base de esta administración será, por consiguiente, la comuna. Estas comunas serán autónomas y estarán federadas regional y nacionalmente para la realización de los objetivos de carácter general. El derecho de autonomía no excluirá el deber de cumplir los acuerdos de conveniencia colectiva, no compartidos por simples apreciaciones y que sean aceptados en el fondo.

Así, pues, una comuna de consumidores sin limitación voluntaria, se comprometerá a acatar aquellas normas de carácter general que después de libre discusión hayan sido acordadas por mayoría. En cambio, aquellas comunas que, refractarias a la industrialización, acuerden otras clases de convivencia, como, por ejemplo, las naturistas y desnudistas, podrán tener derecho a una administración autónoma, desligada de los compromisos generales. Como estas comunas naturistas-desnudistas, u otra clase de comunas, no podrán satisfacer todas sus necesidades, por limitadas que éstas sean, sus delegados a los congresos de la Confederación ibérica de comunas autónomas libertarias podrán concertar convenios económicos con las demás comunas agrícolas e industriales.

En conclusión proponemos :

La creación de la comuna como entidad política y administrativa. 
La comuna será autónoma, y confederada al resto de las comunas. 
Las comunas se federarán comarcal y regionalmente, fijando a voluntad sus límites geográficos, cuando sea conveniente unir en una sola comuna pueblos pequeños, aldeas y lugares. El conjunto de estas comunas constituirá una Confederación ibérica de comunas autónomas libertarias.

Para la función distributiva de la producción, y para que puedan nutrirse mejor las comunas, podrán crearse aquellos órganos suplementarios encaminados a conseguirlo. Por ejemplo, un Consejo confederal de producción y distribución, con representaciones directas de las Federaciones nacionales de producción y del Congreso anual de comunas.

Misión y funcionamiento interno de la comuna. La comuna deberá ocuparse de lo que interesa al individuo.

Deberá cuidar de todos los trabajos de ordenación, arreglo y embellecimiento de la población.

Del alojamiento de sus habitantes; de los artículos y productos puestos a su servicio por los sindicatos o asociaciones de productores.

Se ocupará asimismo de la higiene, de la estadística comunal y de las necesidades colectivas. De la enseñanza. De los establecimientos sanitarios y de la conservación y perfeccionamiento de los medios locales de comunicación.

Organizará las relaciones con las demás comunas y cuidará de estimular todas las actividades artísticas y culturales.

Para el buen cumplimiento de esta misión, se nombrará un Consejo comunal, al cual serán agregados representantes de los Consejos de cultivo, de sanidad de cultura, de distribución y de producción y estadística.

El procedimiento de elección de los Consejos comunales se determinará con arreglo a un sistema en el que se establezcan las diferencias que aconseje la densidad de población, teniendo en cuenta que se tardará en descentralizar políticamente las metrópolis, constituyendo con ellas Federaciones de comunas.

Todos estos cargos no tendrán ningún carácter ejecutivo ni burocrático. Aparte los que desempeñen funciones técnicas o simplemente de estadística, los demás cumplirán asimismo su misión de productores, reuniéndose en sesiones al terminar la jornada de trabajo para discutir las cuestiones de detalle que no necesiten el refrendo de las asambleas comunales.

Se celebrarán asambleas tantas veces como lo necesiten los intereses de la comuna, a petición de los miembros del Consejo comunal, o por la voluntad de los habitantes de cada una .

Relaciones e intercambio de productos. Como ya hemos dicho, nuestra organización es de tipo federalista y asegura la libertad del individuo dentro de la agrupación y de la comuna, la de las comunas dentro de las federaciones y la de éstas en las confederaciones.

Vamos, pues, del individuo a la colectividad, asegurando sus derechos para conservar intangible el principio de libertad.

Los habitantes de una comuna discutirán entre sí sus problemas internos: producción, consumo, instrucción, higiene y cuanto sea necesario para el desenvolvimiento 
moral y económico de la misma. Cuando se trate de problemas que afecten a toda una comarca o provincia, han de ser las federaciones quienes deliberen, y en las reuniones y asambleas que éstas celebren estarán representadas todas las comunas, cuyos delegados aportarán los puntos de vista previamente aprobados en ellas.

Por ejemplo, si han de construir carreteras, ligando entre sí los pueblos de una comarca o asuntos de transporte e intercambio de productos entre las comarcas agrícolas e industriales, es natural que todas las comunas expongan su criterio, ya que también han de prestar su concurso. En los asuntos de carácter regional será la Federación regional quien ponga en práctica los acuerdos, y éstos representarán la voluntad soberana de todos los habitantes de la región. Pues empezó en el individuo, pasó después a la comuna, de ésta a la federación y, por último, a la confederación.

De igual forma llegaremos ala discusión de todos los problemas de tipo nacional, ya que nuestros organismos se irán complementando entre sí. La organización nacional regulará las relaciones de carácter internacional, estando en contacto directo con el proletariado de los demás países, por intermedio de sus respectivos organismos, ligados, como el nuestro, a la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Para el intercambio de productos de comuna a comuna, los Consejos comunales se pondrán en relación con las Federaciones regionales de comunas y con el Consejo confederal de producción y distribución, reclamando lo que les haga falta y ofreciendo lo que les sobre.

Por medio de la red de relaciones establecidas entre las comunas y los Consejos de producción y estadística, constituidos por las Federaciones nacionales de productores, queda resuelto y simplificado este problema.

En lo que se refiere al aspecto comunal del mismo, bastarán las cartas de productor, extendidas por los Consejos de taller y de fábrica, dando derecho a que aquéllos puedan adquirir lo necesario para cubrir sus necesidades. La carta de productor constituye el principio de un signo de cambio, el cual quedará sujeto a estos dos elementos reguladores: Primero, que sea intransferible; segundo, que se adopte un procedimiento mediante el cual en la carta se registre el valor del trabajo por unidades de jornada y este valor tenga el máximo de un año de validez para la adquisición de productos.

A los elementos de la población pasiva serán los Consejos comunales los que les facilitarán las cartas de consumo.

Desde luego, no podemos sentar una norma absoluta. Debe respetarse la autonomía de las comunas, las cuales, si lo creen conveniente, podrán establecer otro sistema de intercambio interior, siempre que estos nuevos sistemas no puedan lesionar, en ningún caso, los intereses de otras comunas.

Deberes del individuo para con la colectividad y concepto de la justicia distributiva. El comunismo libertario es incompatible con todo régimen de corrección, hecho que implica la desaparición del actual sistema de justicia correccional y, por tanto, los instrumentos de castigo ( cárceles, presidios, etc.).

Conceptúa esta ponencia que el determinismo social es la causa principal de los llamados delitos en el presente estado de cosas, y, en la generalidad de los casos, éste dejará de existir.

Así, pues, consideramos :

Primero. Que el hombre no es malo por naturaleza, y que la delincuencia es resultado lógico del estado de injusticia social en que vivimos. 
Segundo. Que al cubrir sus necesidades, dándole también margen a una educación racional y humana, aquellas causas han de desaparecer.

Por ello, entendemos que cuando el individuo falte al cumplimiento de sus deberes, tanto en el orden moral como en sus funciones de productor, serán las asambleas 
populares quienes, con un sentido armónico, den solución justa al caso.

El comunismo libertario sentará, pues, su «acción correccional» sobre la medicina y la pedagogía, únicos preventivos a los cuales la ciencia moderna reconoce tal derecho. Cuando algún individuo, víctima de fenómenos patológicos, atente contra la armonía que ha de regir entre los hombres, la terapéutica pedagógica cuidará de curar su desequilibrio y estimular en él el sentido ético de responsabilidad social que una herencia insana le negó naturalmente.

La familia y las relaciones sexuales. Conviene no olvidar que la familia fue el primer núcleo civilizador de la especie humana. Que ha llenado funciones admirabilísimas de cultura moral y solidaridad. Que ha subsistido dentro de la propia evolución de la familia con el clan, la tribu, el pueblo y la nación, y que es de suponer que aún durante mucho tiempo subsistirá.

La revolución no deberá operar violentamente sobre la familia, excepto en aquellos casos de familias mal avenidas, en las que reconocerá y apoyará el derecho a la disgregación.

Como la primera medida de la revolución libertaria consiste en asegurar la independencia económica de los seres, sin distinción de sexos, la interdependencia creada, por razones de inferioridad económica, en el régimen capitalista, entre el hombre y la mujer, desaparecerá con él. Se entiende, por tanto, que los dos sexos serán iguales, tanto en derechos como en deberes.

El Comunismo libertario proclama el amor libre, sin más regulación que la voluntad del hombre y de la mujer, garantizando a los hijos la salvaguardia de la colectividad y salvando a ésta de las aberraciones humanas por la aplicación de los principios biológico-eugenésicos.

Asimismo, por medio de una buena educación sexual, empezada en la escuela, tenderá a la selección de la especie, de acuerdo con las finalidades de la eugenesia, 
de manera que las parejas humanas procreen conscientemente, pensando en producir hijos sanos y hermosos.

Sobre los problemas de índole moral que puede plantear el amor en la sociedad comunista libertaria, como son los que hallen su origen en las contrariedades amorosas, la comunidad y la libertad no tienen más que dos caminos para que las relaciones humanas y sexuales se desarrollen normalmente. Para el que quisiera amor a la fuerza o bestialmente, si no bastara el consejo ni el respeto al derecho individual, habría de recurrirse a la ausencia. Para muchas enfermedades se recomienda el cambio de agua y de aire. Para la enfermedad del amor, que es enfermedad al convertirse en tenacidad y ceguera, habrá de recomendarse el cambio de comuna, sacando al enfermo del medio que le ciega y enloquece, aunque no es presumible que estas exasperaciones se produzcan en un ambiente de 
libertad sexual.

La cuestión religiosa. La religión, manifestación puramente subjetiva del ser humano, será reconocida en cuanto permanezca relegada al sagrario de la conciencia individual, pero en ningún caso podrá ser considerada como forma de ostentación pública ni de coacción moral ni intelectual.

Los individuos serán libres para concebir cuantas ideas morales tengan por conveniente, desapareciendo todos los ritos.

De la pedagogía, del arte, de la ciencia, de la libre experimentación. El problema de la enseñanza habrá que abordarlo con procedimientos radicales. En primer lugar, el analfabetismo deberá ser combatido enérgica y sistemáticamente. Se restituirá la cultura a los que fueron desposeídos de ella, como un deber de reparadora justicia social que la revolución debe acometer, considerando que, así como el capitalismo ha sido el acaparador y detentador de la riqueza social, las ciudades han sido las acaparadoras y detentadoras de la cultura y de la instrucción.

Restituir la riqueza material y la cultura son los objetivos básicos de nuestra revolución. ¿Cómo? Expropiando al capitalismo en lo material, repartiendo la cultura a los carentes de ella en lo moral.

Nuestra labor pedagógica deberá dividirse, por tanto, en dos tiempos. Tenemos una obra pedagógica a realizar inmediatamente después de la revolución social, y una obra general humana dentro ya de la nueva sociedad creada. Lo inmediato será organizar entre la población analfabeta una cultura elemental, consistente, por ejemplo, en enseñar a leer, a escribir, contabilidad, fisicultura, higiene, proceso histórico de la evolución y de la revolución, teoría de la inexistencia de Dios, etc. Esta obra pueden realizarla un gran número de jóvenes cultivados, los cuales la llevarán a cabo, prestando con ello un servicio voluntario a la cultura, durante uno o dos años, debidamente controlados y orientados por la Federación nacional de la enseñanza, la cual, inmediatamente después de proclamarse el Comunismo libertario, se hará cargo de todos los centros docentes, aquilatando el valor del profesorado profesional y del voluntario. La Federación nacional de enseñanza apartará de ésta a los que intelectual y sobre todo moralmente sean incapaces de adaptarse a las exigencias de una pedagogía libre. Lo mismo para la elección del profesorado de primera que de segunda enseñanza se atenderá únicamente ala capacidad demostrada en ejercicios prácticos.

La enseñanza, como misión pedagógica dispuesta a educar a una Humanidad nueva, será libre, científica e igual para los dos sexos, dotada de todos los elementos precisos para ejercitarse en no importa qué ramo de la actividad productora y del saber humano. A la higiene y la puericultura se les acordará un lugar preferente, educando a la mujer para ser madre desde la escuela.

Asimismo se dedicará principal atención a la educación sexual, base de la superación de la especie.

Estimamos como función primordial de la pedagogía la de ayudar a la formación de hombres con criterio propio -y conste que al hablar de hombres lo hacemos en un sentido genérico-, para lo cual será preciso que el maestro cultive todas las facultades del niño, con el fin de que éste logre el desarrollo completo de todas sus posibilidades.

Dentro del sistema pedagógico que pondrá en práctica el Comunismo libertario quedará definitivamente excluido todo sistema de sanciones y recompensas, ya que en estos dos principios radica el fermento de todas las desigualdades.

El cine, la radio, las misiones pedagógicas -libros, dibujos, proyecciones-, serán excelentes y eficaces auxiliares para una rápida transformación intelectual y moral 
de las generaciones presentes y para desarrollar la personalidad de los niños y adolescentes que nazcan y se desarrollen en régimen comunista libertario.

Aparte el aspecto simplemente educativo, en los primeros años de la vida la sociedad comunista libertaria asegurará a todos los hombres, a lo largo de su existencia, 
el acceso y el derecho ala ciencia, el arte, a las investigaciones de todo orden compatibles con las actividades productoras de lo indispensable, cuyo ejercicio garantizará el equilibrio y la salud de la naturaleza humana.

Porque los productores, en la sociedad comunista libertaria, no se dividirán en manuales e intelectuales, sino que todos serán manuales e intelectuales a la vez. y el 
acceso a las artes ya las ciencias será libre, porque el tiempo que se empleará en ellas pertenecerá al individuo y no a la comunidad, de la cual se emancipará el primero, si así lo quiere, una vez concluida la jornada de trabajo, la misión de productor.

Hay necesidades de orden espiritual, paralelas a las necesidades materiales, que se manifiestan con más fuerza en una sociedad que satisfaga las primeras y que deje 
emancipado moralmente al hombre.

Como la evolución es una línea continua, aunque algunas veces no sea recta, el individuo siempre tendrá aspiraciones, ganas de gozar más, de superar a sus padres, de superar a sus semejantes, de superarse a sí mismo.

Todas estas ansias de superación, de creación -artística, científica, literaria-, de experimentación, una sociedad basada en el libre examen y en la libertad de todas 
las manifestaciones de la vida humana, no podrá ahogarlas bajo ninguna conveniencia de orden material ni general; no las hará fracasar como ahora sucede, sino que, por el contrario, las alentará y las cultivará, pensando que no sólo de pan vive el hombre y que desgraciada la Humanidad que sólo de pan viviera.

No es lógico suponer que los hombres, en nuestra nueva sociedad, carezcan del deseo de esparcimiento. Al efecto, en las comunas autónomas libertarias se destinarán días al recreo general, que señalarán las asambleas, eligiendo y destinando fechas simbólicas de la Historia y de la Naturaleza. Asimismo se dedicarán horas diarias a las exposiciones, a las funciones teatrales, el cinema, a las conferencias culturales, que proporcionarán alegría y diversión en común.

Defensa de la revolución. Admitimos la necesidad de la defensa de las conquistas realizadas por medio de la revolución, porque suponemos que en España hay más posibilidades revolucionarias que en cualquiera de los países que la circundan. Es de suponer que el capitalismo de éstos no se resigne a verse desposeído de los intereses que en el curso del tiempo haya adquirido en España.

Por tanto, mientras la revolución social no haya triunfado internacionalmente, se adoptarán las medidas necesarias para defender al nuevo régimen, ya sea contra el 
peligro de una invasión extranjera capitalista, antes señalado, ya para evitar la contrarrevolución en el interior del país. Un ejército permanente constituye el mayor peligro para la revolución, pues bajo su influencia se forjaría la dictadura que había de darle fatalmente el golpe de muerte.

En los momentos de lucha, cuando las fuerzas del Estado, en su totalidad o en parte, se unan al pueblo, estas fuerzas organizadas prestarán su concurso en las calles para vencer a la burguesía. Dominada ésta habrá terminado su labor.

El pueblo armado será la mayor garantía contra todo intento de restauración del régimen destruido por esfuerzos del interior o del exterior. Existen millares de trabajadores que han desfilado por los cuarteles y conocen la técnica militar moderna.

que cada comuna tenga sus armamentos y elementos de defensa, ya que hasta consolidar definitivamente la revolución éstos no serán destruidos para convertirlos en instrumentos de trabajo. Recomendamos la necesidad de la conservación de aviones, tanques, camiones blindados, ametralladoras y cañones antiaéreos, pues es en el aire donde reside el verdadero peligro de invasión extranjera.

Si llega este momento, el pueblo se movilizará rápidamente para hacer frente al enemigo, volviendo los productores a los sitios de trabajo tan pronto hayan cumplido 
su misión defensiva. En esta movilización general se comprenderá a todas las personas de ambos sexos aptas para la lucha y que se apresten a ella desempeñando las múltiples misiones precisas en el combate.

Los cuadros de defensa confederal, extendidos hasta los centros de producción, serán los auxiliares más valiosos para consolidar las conquistas de la revolución y capacitar a los componentes de ellos para las luchas que en defensa de la misma debamos sostener en grandes planos.

Por tanto, declaramos:

Primero. El desarme del capitalismo implica la entrega de las armas a las comunas, que quedarán encargadas de su conservación y que cuidarán, en el plan nacional, de organizar eficazmente los medios defensivos. 
Segundo. En el marco internacional, deberemos hacer intensa propaganda entre el proletariado de todos los países para que éstos eleven su protesta enérgica, declarando movimientos de carácter solidario frente a cualquier intento de invasión por parte de sus respectivos gobiernos.

Al mismo tiempo, nuestra Confederación ibérica de comunas autónomas libertarias ayudará, moral y materialmente, a todos los explotados del mundo, a libertarse 
para siempre de la monstruosa tutela del capitalismo y del Estado.

Palabras finales. He aquí terminado nuestro trabajo, mas antes de llegar al punto final estimamos que debemos insistir, en esta hora histórica, sobre el hecho de no 
suponer que este dictamen deba ser algo definitivo que sirva de norma cerrada a las tareas constructivas del proletariado revolucionario.

La pretensión de esta ponencia es mucho más modesta. Se conformaría con que el congreso viera en él las líneas generales del plan inicial que el mundo productor habrá de llevar a cabo, el punto de partida de la Humanidad hacia su liberación integral.

Que todo el que se sienta con inteligencia, arrestos y capacidad mejore nuestra obra.

Justificación de la violencia

Justificación de la violencia

En medio de la mediocridad nacional, la Falange irrumpe como un fenómeno desconocido hasta ahora. No por originalidad –con ser mucha– de su programa, sino porque es el único movimiento que no se limita a agrupar a sus partidarios por la vaga coincidencia en su programa, sino que trata de formarlos por entero, de infundirles, religiosamente, una moral, un estilo, una conducta. La Falange no ha seguido a las viejas agrupaciones política, aspirantes a remediar el mal de España con unos coloretes a flor de piel; la Falange ha calado hasta la raíz; ha empezado por el principio; no se ha conformado con tener adheridos, ficheros y cuotas; ha aspirado a tener "hombres" y "mujeres"; seres humanos "completos", entregados a la abnegación del servicio.

En las horas aparentemente tranquilas esta actitud profunda, religiosa, de la Falange mereció la pálida sonrisa de los cautos. Las pobres derechas españolas creyeron concluir con la Falange por dos caminos: el del silencio y el de la falsificación; ocultando nuestras luchas –¡muertos tratemos de la Falange, a los que la Prensa "patriótica" no dedicó una línea!– y recordando nuestra exterioridad, a la que imaginaban vinculado el éxito. Las izquierdas, más avisadas, señalaron desde el comienzo nuestro peligro y nos declararon la guerra; una guerra infame, que tenía por arma el asesinato.

Así, entre el crimen y la envidia, hemos vivido tres años que parecen una existencia. Años fecundos, germinales, que nos han adiestrado para la lucha de ahora. Y para la decisiva que se prepara.

Porque es indecente querer narcotizar a un pueblo con el señuelo de las soluciones pacíficas. YA NO HAY SOLUCIONES PACÍFICAS. La guerra está declarada y ha sido el Gobierno el primero en proclamarse beligerante. No ha triunfado un partido más en el terreno pacífico de la democracia; ha triunfado la revolución de octubre: la revolución separatista de Barcelona y la comunista de Asturias; la que asesinó al capitán Suárez por mano del traidor Pérez Farrás y la que incendió la Universidad de Oviedo. Ha triunfado el octubre sangriento y repulsivo de 1934, que ahora se ensalza a los cuatro vientos, mientras se persigue a los que en octubre defendieron abnegadamente al Estado español. Estamos en guerra. Por eso el Gobierno beligerante se preocupa poco de los ficheros cedistas y de la Prensa conservadora; lo que absorbe su atención es el preparativo de la victoria completa. El Gobierno no pierde su tiempo en matar moscas; se da prisa por aniquilar todo aquello que pueda constituir una defensa de la civilización española y de la permanencia histórica de la Patria: el Ejército, la Armada, la Guardia Civil... y la Falange.

No somos, pues, nosotros quienes han elegido la violencia. Es la ley de guerra la que la impone. Los asesinatos, los incendios, las tropelías, no partieron de nosotros. Ahora, eso sí –y en ello estriba nuestra gloria–, nuestro empuje combatiente, nuestra santa violencia, fue el primer dique con que tropezó la violencia criminal de las hombres de octubre. Por eso se han encarado con nosotros con tanta colérica sorpresa. Imaginaban que todo el monte iba a ser orégano, como en el otro bienio de Azaña. Pensaban que podrían, como entonces, herir y atropellar. Cuando he aquí que la Falange se les ha plantado en medio. Ha sido inútil multiplicar las persecuciones: la Falange está aquí, firme en su sitio. Ella ha roto el sortilegio que presentaba como invencibles a los monstruos resentidos del Frente Popular. Ha puesto al descubierto que no era para tanto. Se les ha subido a las barbas. La Falange les faltó al respeto, y tras ella, todo el mundo se lo ha perdido. El terrible Azaña de 1934 se ha tenido que refugiar en El Pardo, discreta pantalla de su ridículo, y el lacayo Casares arde con 39 grados de fiebre, consumido en una lucha contra fuerzas inaprehensibles.

¡Bien haya esta violencia, esta guerra, en la que no sólo defendemos la existencia de la Falange, ganada a precio de las mejores vidas, sino la existencia misma de España, asaltada por sus enemigos! Seguid luchando, camaradas, solos o acompañados. Apretad vuestras filas, aguzad vuestros métodos. Mañana, cuando amanezcan más claros días, tocarán a la Falange los laureles frescos de la primacía en esta santa cruzada de violencias.

No Importa. Año I, 6 de junio de 1936, núm. 2.

El Teniente Castillo murió tiroteado en la calle

El Teniente Castillo murió tiroteado en la calle


A las diez y cinco , en la calle de Augusto Figueroa, donde vivía el teniente de asalto don José Castillo, perteneciente al segundo grupo, que tiene su alojamiento en el cuartel de Pontejos, esperaba un grupo, al parecer de cuatro individuos. A esa hora el Sr. Castillo salió de su domicilio para tomar el servicio, que empezaba a prestar a las diez.

Un testigo ha declarado que pudo escuchar cómo uno de los cuatro individuos dijo: «Ese, ése es», señalando al teniente Castillo. Al acabar de oír esto cayó al suelo, a efectos de un fuerte empujón, y simultáneamente sonaron varios disparos. Se repuso rápidamente este testigo a tiempo de recibir al Sr. Castillo al desplomarse.

Ayudado por otro vecino de la misma calle, trasladó al señor Castillo a un automóvil y se dirigieron al Equipo Quirúrgico. El teniente falleció en el camino.

El cuerpo del teniente Castillo presentaba una herido de arma de fuego con orificio de entrada por la cara posterior del brazo izquierdo.

Y otra, también de arma de fuego, con entrada por el quinto espacio intercostal y sin orificio de salida, mortal de necesidad.

Durante la tarde, la aglomeración de gente, compuesta en su mayoría por clase obrera, que acudía a la Dirección de Seguridad para desfilar ante el cadáver del teniente Castillo era enorme. Estacionada frente al edificio de la Dirección había a las seis de la tarde unas cuatro mil personas.

«El Sol», 13 de julio 1936

El Asesinato de Calvo Sotelo

El Asesinato de Calvo Sotelo


A las seis de la tarde de anteayer, el Sr. Calvo Sotelo regresó de Galapagar, y al llegar a su domicilio, calle de Velázquez, 89, dijo a los policías que le seguían en el coche de escolta que podían retirarse, ya que no pensaba salir hasta las doce del día de ayer. La escolta se retiró, si bien, como de costumbre, dio cuenta a la Comisaría, que tiene establecida una pareja de Seguridad de servicio a la puerta de los políticos que tienen esta clase de vigilancia.

Alrededor de las tres de la madrugada llegó a la puerta del domicilio del Sr. Calvo Sotelo la camioneta. También aseguran algunos que detrás de la camioneta paró un automóvil. Los ocupantes de la camioneta se hicieron abrir la puerta. Al llegar al piso donde vivía al Sr. Calvo Sotelo llamaron y cuando salío a abrir una sirvienta, dijeron que traían orden de detención del Sr. Calvo Sotelo.

Las frases despertaron al señor Calvo Sotelo y a su familia. Salió el diputado al recibimiento para averiguar de qué se trataba. Le repitieron lo de la orden de detención. Parece que entonces el señor Calvo Sotelo quiso telefonear a la Dirección de Seguridad. Algo debió de extrañar esta conducta al Sr. Calvo Sotelo, ya que exigió que se identificaran.

Después de abandonar el señor Calvo Sotelo su domicilio, y como transcurriera algún tiempo si noticias suyas, sus familiares se decidieron a llamar a la Dirección de Seguridad para saber si continuaba allí detenido. Como se les manifestara que no se tenía conocimiento de tal orden de detención, rogaron a la pareja de Seguridad que estaba de servicio en la puerta que comunicaran ellos con la Dirección. La Policía comenzó a practicar pesquisas y encontró a primera hora de la mañana la camioneta.

Poco después de las dos de la tarde se supo que estaba en el depósito del cementerio del Este el cadáver del Sr. Calvo Sotelo. Allí marcharon los periodistas, y pudieron averiguar que a las cuatro menos cuarto de la madrugada se había presentado en el cementerio una camioneta.

Al guarda nocturno de la Necrópolis le manifestaron que llevaban un cadáver para dejarlo en el depósito. Penetraron con la camioneta hasta la puerta de dicha dependencia, donde echaron pie a tierra, y vio el guarda que de entre los asientos bajaban un cadáver, que depositaron sobre una de las mesas del depósito.

El comisario Sr. Aparicio procedió a tomar declaración al personal de oficina entrante, y al inquirir por qué no habían exigido las formalidades obligadas en estos casos, se limitaron a contestar que como les merecieron crédito y respeto los que llevaban el cadáver, que afirmaron ser de un sereno muerto en atentado, y que posteriormente enviarían la documentación, no pusieron dificultades.

En una de las mesas yacía el cuerpo de D. José Calvo Sotelo. Estaba vestido con un traje gris claro. Llevaba zapatos marrón, calcetines grises, y el sombrero, que se hallaba al lado de la mesa, era también de color gris claro.

Tenía toda la cara manchada de sangre, lo mismo que la ropa. Se apreciaban en el cadáver, a primera vista, una herida de bala en el ojo derecho, con otro orificio en la región occipital; el segundo, de más reducido tamaño. También se advertía otra herida de bala en el pecho, a la altura del corazón.

«El Sol» - 14 de julio de 1936

A las barricadas

 

alasbarricadas

A las barricadas
Canto anarquista

Negras tormentas agitan los aires,

nubes oscuras nos impiden ver;

aunque nos espere el dolor y la muerte,

contra el enemigo nos llama el deber.

El bien más preciado es la libertad,

hay que defenderla con fe y valor. (bis)

Alza la bandera revolucionaria

que llevará al pueblo a la emancipación.

En pie pueblo obrero, ¡a la batalla!

hay que derrocar a la reacción.

¡A las barricadas, a las barricadas,

por el triunfo de la Confederación !

¡A las barricadas, a las barricadas,

por el triunfo de la Confederación !

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