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- Última actualización: 10 Febrero 2015
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Semana trágica (1)
Embarque de tropas catalanas en Barcelona (1909)
Semana Trágica (1)
Nuestro corresponsal en Barcelona nos comunica por correo amplios detalles de lo ocurrido anteayer y ayer en la Ciudad Condal.
Concretando esas noticias diremos que desde el sábado por la noche, comenzó a susurrarse en Barcelona que los obreros preparaban algo grave para el siguiente día, domingo.
Después se supo que la reunión convocada para el viernes por la Solidaridad Obrera, y que había suspendido el gobernador, habíase celebrado clandestinamente, acudiendo delegados de las Sociedades. de resistencia y habiéndose acordado comenzar la huelga general el lunes 26, como protesta contra la guerra de Marruecos.
Al efecto se constituyó un comité y fueron enviados delegados a los centros fabriles de pueblos. inmediatos y, además, a Zaragoza y Valencia.
También se practicaron gestiones cerca de los. empleados de tranvías, los cuales presentaban resistencia para ir a la huelga y no se hallaban organizados en sociedad.
De todo esto no se apercibieron las autoridades hasta el domingo por la mañana probándolo el hecho de que el gobernador continuase en su torre del Tibidabo y que sólo viniese a Barcelona cuando le advirtieron que se preparaban manifestaciones tumultuarias.
Ayer lunes, por la mañana,. apenas si se notaba que hubiesen sido adoptadas precauciones extraordinarias. Y, sin embargo, a la hora de comenzar el trabajo numerosos grupos, en los que predominaban las mujeres, recorrieron talleres y fábricas invitando a los obreros a declararse en huelga, y consiguiéndolo en la mayoría de los centros que visitaron, sin que apenas hubiese ni discusiones ni protestas.
En la mayoría de esos centros entraron sólo comisiones de mujeres, demostrando éstas serenidad y resolución perfectas.
Vanos grupos de obreros exhibían lacitos blancos,, cual si éstos fuesen algún acordado distintivo.
A las doce de ayer un grupo invitó a los industriales de la calle de San Pablo a que cerrasen sus tiendas. Intervino la Policía y se cruzaron algunos disparos, de los cuales resultaron heridos tres o cuatro sujetos, uno de ellos ciclista de la Policía.
También hubo tumultos en el Paralelo y en la calle del Olmo, resultando en esta última herido de bala el obrero José Durán.
Las agresiones a los tranvías fueron varias, hasta que por la tarde. dejaron de circular totalmente.
La más grave ocurrió en la calle de Bailén, donde los revoltosos incendiaron un coche. Practicáronse muchas detenciones.
En el Paralelo un policía disparó, según dijo involuntariamente, con dirección al cuartel de Artillería. Salieron varios oficiales que desarmaron al policía, reclamando éste perdón, pues se le había escapado el tiro. Los tumultos continuaron en diversas calles, siendo detenidos buen número de alborotadores.
De la Barceloneta salieron tropas de caballería e infantería tomando las calles y plazas afluentes a la plaza de Palacio, donde se halla el Gobierno civil. En dicha plaza se dieron varias cargas.
Con respecto a Sabadell y Tarrasa, súpose que también allí había huelga y tumultos y que no circulaban los trenes.
Los rieles de tranvías que conducen a pueblos cercanos, sábese que han sido levantados en algunos sitios…
ABC, Madrid, 27 de julio de 1909
Semana trágica (2)
Barricada en Barcelona (1909)
Semana trágica (2)
En Gobernación se nos facilitó ayer tarde siguiente nota oficiosa:
"En Sabadell trataron, en los días anteriores, elementos radicales y obreros de celebrar mítines para protestar contra la campaña de Melilla, y habiéndoseles prohibido, esta mañana se declararon en huelga gran número de ellos y, tumultuariamente, se dirigieron a la estación del ferrocarril, impidiendo la salida de trenes de viajeros para Barcelona, cortaron los rieles y las líneas telegráficas. La escasa Guardia Civil que había en dicha población, después de cumplir las prescripciones legales, tuvo que hacer fuego al aire para disolver los grupos.
Logrado esto, se puso en marcha un tren, que tuvo que retroceder, por encontrarse cortada la vía.
Al mismo tiempo, en Barcelona se inició huelga con carácter general, y siempre como manifestación y protesta contra la campaña de Melilla. Advertidas las autoridades de la extensión y de su evidente carácter sedicioso por las manifestaciones que los elementos anarquistas mezclados entre los obreros hicieron con respecto del carácter de dicha huelga, se reunieron para deliberar, y acordaron declarar el estado de guerra en Barcelona y su provincia, resignando el mando la autoridad civil en la militar.
El ministro da la Gobernación, que desde los primeros momentos estuvo en conferencia constante con el gobernador civil de. Barcelona, dándole instrucciones para que, sin vacilar, fuera sofocado ese movimiento, ha aprobado lo hecho por la autoridad civil y está dispuesto a proceder enérgicamente contra quienes en las presentes circunstancias no vacilan en iniciar movimientos sediciosos, incompatibles con la tranquilidad pública y los intereses nacionales."
Los corresponsales de los periódicos de Barcelona en Madrid recibieron ayer, orden de no comunicar nada telefónica ni telegráficamente, lo que parece indicar que no se publican los diarios de la Ciudad Condal.
Lo ocurrido es crimen de lesa patria, monstruosa aberración de gentes que contra la guerra en tierra extraña se alzan, promoviendo otra intestina. Para evitar pérdida de vidas españolas en África asesinan indefensos sacerdotes, agitan la tea incendiaria, provocan represiones sangrientas, comprometen más y más las vidas de nuestros soldados de Melilla, dificultando al Gobierno el envío de refuerzos, con la necesidad de combatir aquí a los forajidos, cuya sola existencia deshonra a España y ayuda a los rifeños en la tarea de matar españoles.
Harto tenemos probado, que no somos ministeriales; en diversas y repetidas ocasiones hemos criticado actos del Gobierno del señor Maura; pero ahora, ante la gravedad de las circunstancias, ante la maldad de gentes que nos avergüenza tener por compatriotas, estamos y estaremos al lado del Gobierno, como lo estaríamos aun cuando al frente de él se hallaran nuestros mayores enemigos, como lo estarán cuantas personas amen a la Patria, mediten y razonen, cuantos no sean suicidas, porque en las manos del Gobierno está hoy el honor de España, la pronta terminación del conflicto rifeño, que, por desgracia, exige como triste Y vergonzoso preámbulo aplastar a las víboras que en nuestra propia casa han levantado la cabeza…
A B C, 28 de julio de 1909.
Suspensión de garantías constitucionales
Suspensión de garantías constitucionales
El decreto.
El decreto ampliando la suspensión de garantías a toda España lo firmó el rey ayer por la tarde.
Este decreto se publicó en número extraordinario en La Gaceta. Es el siguiente:
«EXPOSICIÓN. Señor: Tan excepcionales como odiosos y repulsivos son y serán siempre los actos sediciosos que dieron causa al decreto sometido ayer a la aprobación de V. M., por cuya virtud quedaron suspensas las garantías constitucionales en Barcelona, Gerona y Tarragona.
El Gobierno, firmemente decidido a mantener los derechos y salvaguardar los primordiales intereses y el honor de la nación, por los cuales heroicamente pugna en África nuestro Ejército, confía en el concurso caluroso de España entera, incluso el núcleo principal de las poblaciones mismas que han sufrido la desgracia de presenciar aquellas bochornosas incitaciones al apocamiento y la abdicación.
Mas en las horas transcurridas se han visto diseminadas por otras provincias manifestaciones análogas; y debiendo ser inmediata y vigorosa la represión a fin de tenerla expedita, aunque haya de medirse siempre por la estricta necesidad, el Consejo de Ministros acordó someter a la aprobación de V. M. el siguiente Real Decreto. Madrid, 28 de julio de 1909. Señor A. L. R. P. de V. M. el presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura y Montaner.»
Real Decreto.
«A propuesta de ni¡ Consejo de Ministros, y usando de las facultades que me concede el artículo 17 de la Constitución de la Monarquía, vengo en decretar lo siguiente:
Artículo 1.º La suspensión temporal de garantías constitucionales acordada ayer respecto de las provincias de Barcelona, Gerona y Tarragona se hace extensiva a las restantes provincias del reino.
Art. 2.º El. Gobierno dará en su día cuenta a las Cortes de este decreto.
Dado en Palacio, a 28 de julio de 1909. Alfonso.-El presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura y Montaner.»
ABC, 29 de julio de 1909, pág. 12.
Discurso de Dato en las cortes españolas (1914)
DISCURSO DE DATO EN LAS CORTES ESPAÑOLAS (1914)
El Gobierno de S.M., respondiendo a la cortés invitación de la minoría de conjunción republicano-socialista, tiene una verdadera satisfacción al manifestar ante el Congreso que persevera en la actitud de neutralidad que, con ardoroso aplauso del país, adoptó desde el momento en que le fue conocida la declaración de guerra entre naciones con todas las cuales las relaciones eran de una sincera y leal amistad. La Nación española, que no ha recibido de ellas el menor agravio y que es totalmente extraña a las causas que hayan podido producir el actual pavoroso conflicto, desea verse alejada de los horrores de la guerra y a esto tiene un derecho incuestionable, siendo por todo extremo satisfactorio el observar que la neutralidad en que se ha colocado es respetada y ha sido reconocida como muy legítima y prudente por las mismas naciones beligerantes, las cuales han honrado a nuestros embajadores y ministros en el extranjero, confiándoles la representación que tenían que abandonar de los derechos e intereses de sus súbditos.
Atento a la marcha de los sucesos y en previsión de futuros acontecimientos, el Gobierno español no permanece indiferente a nada de lo que se relaciona con la defensa nacional. Ha adoptado y seguirá adoptando aquellas medidas que su previsión y su patriotismo le aconsejen como indispensables, sin que sobre esto pueda decir una palabra más al Parlamento, creyendo confiadamente que la Cámara y el país están, en todo lo que a la defensa nacional se refiere, al lado del Gobierno, porque el Gobierno representa los intereses de España.
Mantendremos, pues, esa actitud de neutralidad de la que jamás voluntariamente hemos de apartarnos y si contra lo que fundamentalmente creemos, si contra lo que constituye nuestra honrada convicción llegase en el curso de las circunstancias, un momento en el cual debiéramos considerar si esa neutralidad era o no compatible, nuestra actitud no cambiaría en lo más mínimo antes de ver si eran compatibles con los intereses del Estado español, acudiríamos al Parlamento. Y si las Cortes tuvieran suspendidas las sesiones, las convocaríamos al efecto de que deliberasen sobre este punto esencial para la vida de España, porque nosotros, señores, tenemos una fe ciega, una confianza absoluta en el patriotismo y sabiduría de las Cortes. No esperamos que llegue el caso (en hipótesis todo ha de admitirse) de que España pueda ser objeto de alguna agresión. ¡Ah! Si ese caso llegase, señores, nosotros somos españoles y nosotros sabremos responder a la tradición gloriosa de la noble y vieja España, sacrificando nuestras vidas, que nada valen por la integridad y la independencia de nuestro territorio.
Entretanto y mientras llega la hora de la paz, ansiada por la humanidad entera con angustia infinita, mientras esa hora bendita llega (y quiera Dios que los pueblos neutrales podamos abreviarla interponiendo nuestros buenos oficios), nosotros debemos cumplir austeramente con los estrechos deberes que la neutralidad impone, no sólo deberes oficiales y deberes del Parlamento, sino deberes de toda la Nación española, de respeto, de admiración, de consideración a aquellos pueblos que sufren los horrores de la guerra, deberes que responden a la tradicional hidalguía del pueblo español.
Y para esto interesa mucho, señores, que todos estemos estrechamente unidos, que formemos una verdadera solidaridad nacional, desde el Rey hasta el último ciudadano, porque nuestra unión será la mejor salvaguardia de los altos y sagrados intereses de la Patria.
(Diario de Sesiones del Congreso. Sesión 5 de noviembre de 1914)
Pero con el paso de los años, el conde de Romanones escribió que «Hay neutralidades que matan»
Pero con el paso de los años, el conde de Romanones escribió que «Hay neutralidades que matan»
Desde el primer instante en que surgió el conflicto europeo, tantas veces temido, por tan pocos creído, la opinión más generalizada en España, preciso es reconocerlo, ha sido que nuestra única, segura salvación, se halla en proclamar y mantener la neutralidad más absoluta: por eso se exigió que el Gobierno, que los hombres en quienes habían recaído anteriormente las responsabilidades del Poder, declararan si existían o no pactos o compromisos secretos y firmes que obligaran a España con otras potencias.
La contestación fue precisa y terminante, y con ella, y con la declaración de la Gaceta de la neutralidad de España quedó la opinión tranquila; nos creíamos desde aquel instante completamente inmunes y nos hallamos dispuestos a presenciar la tremenda, apocalíptica lucha, con emoción, sí, pero con aquella serenidad que da contemplar el peligro desde sitio seguro.
Al transcurrir los días, la tranquilidad ha aumentado; llegan los optimistas, confiados en la neutralidad, a augurar para nosotros, como resultado del conflicto, días de ventura, prosperidad y engrandecimiento. ¡Quiera el cielo escucharos! Pero por si acaso no les atiende, conviene analizar cuál es la esencia de esa medicina prodigiosa que se llama neutralidad.
Neutralidad, literalmente, expresa no ser de uno ni de otro. ¿Es que España, en realidad, no es ni de uno ni de otro? ¿Es que puede dejar de ser de uno o de otro? España, en verdad, no ha contraído compromiso con ninguna nación bajo el aspecto ofensivo o defensivo; pero el hecho es que España determinó su actitud en el Mediterráneo con Inglaterra, primero, y con Francia, después, en las notas cambiadas en Cartagena; España firmó con Francia recientemente un Tratado respecto a Marruecos, que obliga a una y otra parte a una acción solidaria; España es fronteriza por el Pirineo; por todo su litoral, en realidad, con Inglaterra, dueña del mar, y por el Oeste, con Portugal, protegida y compenetrada con Inglaterra.
Bajo el aspecto económico, Francia ocupa el primer lugar en nuestro mercado de exportación e importación; el ahorro francés está empleado en España en múltiples empresas: síguenle en importancia Inglaterra y después Bélgica, ocupando el cuarto lugar Alemania, que muy recientemente se ha ocupado de España sólo para quitar el mercado industrial a Inglaterra.
España, pues, aunque se proclame otra cosa desde la Gaceta, está, por fatalidades económicas y geográficas, dentro de la órbita de atracción de la Triple Inteligencia; el asegurar lo contrario es cerrar los ojos a la evidencia; España, además, no puede ser neutral porque, llegado el momento decisivo, la obligarán a dejar de serlo.
La neutralidad que no se apoya en la propia fuerza está a merced del primero que, siendo fuerte, necesite violarla; no es la hora oportuna para hablar de la indefensión en que se halla España, Baleares, Canarias, Las Rías Bajas y las Altas Rías de Galicia, si pudieran hablar, si les fuera dable posible quejarse ¡qué cosas dirían! ¡que tremendas imprecaciones habríamos de escuchar! Cualquiera de los beligerantes que necesite de estos puntos, ¿quién le impedirá ocuparlos? Y entonces sucederá que los llamamientos y protestas del débil neutral por nadie serán escuchados, y quedaremos a merced de los acontecimientos, sin tener a quien volver la vista ni pedir amparo en la hora de la suprema angustia.
Si triunfa el interés germánico, ¿se mostrará agradecido a nuestra neutralidad? Seguramente no. La gratitud es una palabra que no tiene sentido cuando se trata del interés de las naciones. Germania triunfante aspirará a dominar el Mediterráneo; no pedirá a cambio de su victoria a Francia, como en el año 70, la anexión de una sola pulgada de territorio continental; la lección de Alsacia y de Lorena no es para olvidarla; pedirá como compensación el litoral africano, desde Trípode hasta Fernando Poo, y entonces no solamente perderemos nuestro sueño de expansión en Marruecos: perderemos la esencia de nuestra independencia, que radica en la neutralidad del Mediterráneo; rota ésta, quedaremos a merced del Imperio Germánico; no podremos sostener como nuestras, no podremos sustraer a su codicia a las Baleares; y en el orden económico y financiero, la ruina de aquellas naciones con cuyos intereses estuvimos compenetrados no podrán ser compensados ni sustituidos por la expansión germánica.
Por el contrario, si fuese vencida Alemania, los vencedores nada tendrán que agradecernos; en la hora suprema no tuvimos para ellos ni una sola palabra de consuelo: nos limitamos tan sólo a proclamar nuestra neutralidad; y entonces ellos, triunfantes, procederán a la variación del mapa de Europa como crean más adecuado a sus intereses.
La hora es decisiva; hay que tener el valor de las responsabilidades ante los pueblos y ante la Historia; la neutralidad es un convencionalismo que sólo puede convencer a aquellos que se contentan con palabras y no con realidades; es necesario que tengamos el valor de hacer saber a Inglaterra y a Francia que con ellas estamos, que consideramos su triunfo como nuestro y su vencimiento como propio; entonces España, si el resultado de la contienda es favorable para la Triple Inteligencia, podrá afianzar su posición en Europa, podrá obtener ventajas positivas. Si no hace ésto, cualquiera que sea el resultado de la guerra europea, fatalmente habrá que sufrir muy graves daños.
La suerte está echada; no hay más remedio que jugarla; la neutralidad no es un remedio; por el contrario, hay neutralidades que matan.
(Diario Universal, 19 de agosto de 1914)
Manifiesto germanófilo
MANIFIESTO GERMANOFILO
El espíritu político de España se halla en la actualidad como aquel, según dice el libro de Job, que habiendo paz, sospecha que hay asechanzas.
Son muchos los obstinados en que el perro rabie, y aunque pudiera ser otro el que rabiara, malo sería que ninguno mordiera. De cualquier modo, con amordazarlos ni ponerles bozal no se consigue nada. Hablen todos, aunque sean ladridos, y háblese claro y sépase lo que cada uno piensa.
Nada de silencios prudentes, ni de medias palabras, ni de equívocos. Así como así, ¿qué podrá sucedernos en el peor de los casos? ¿A la guerra y con la guerra triunfos y ganancias? Muy bien. ¿A la guerra y con la guerra el desastre? Mejor que mejor. La liquidación, tan necesaria en España, sería definitiva.
Pudiera ser que la liquidación fuera previa. Y esto es lo que deben meditar a solas con su conciencia, y lejos de su libro de caja, los belicosos partidarios de la intervención armada en la contienda europea.
Piensen, sobre todo, que para mancharse de sangre las manos es preciso tenerlas antes muy limpias; que pueda decirse, a lo menos, como en los crímenes pasionales, que no fue el lucro el móvil del delito.
¿Un apóstol? Sí; de una o de otra causa; pero un apóstol inmaculado, sin sospecha, en quien pueda creerse, de quien no pueda desconfiarse. Y ¿dónde está ese apóstol a la hora presente?
Pues ya que no podemos creer en el desinterés de nadie, veamos siquiera qué intereses están más o menos de acuerdo con el interés nacional.
¿Intervención? ¿Qué puede valernos? ¿Qué podemos recuperar? ¿Qué se nos ofrece? ¿Qué podría correspondernos al final de la rebatiña de los grandes?
Antes, antes, hubieran tenido valor las pruebas de amistad, y ya Vázquez de Mella, en su patriótico discurso - ésta fue su mayor fuerza, con tener tanta - enumeró cuánto debemos a las naciones que, según los intervencionistas, deben ser nuestras aliadas. ¿Gibraltar? ¿Qué importa? A cualquier amigo se le cede una habitación en casa, siempre que esa habitación no le sirva para utilizar las demás comunicaciones de la casa.
Si el amigo fuera tan buen amigo, nos querría fuertes y fortificados como él contra los comunes enemigos. ¿Es ése el caso del amigo? ¿Qué más nos ofrece? ¿Qué puede ofrecérsenos? Es muy difícil el regalo cuando el regalo tiene uñas y dientes.
De razones sentimentales no hablemos, porque todas se inclinarán de la otra parte, y hemos quedado, además, en que los tiempos no están para sentimentalismos.
En resumidas cuentas: los unos quieren empujarnos a una guerra, en la que no vamos a ganar nada. Los otros quieren sostenernos en la paz, de la que podemos lograr mucho.
Nuestra neutralidad no es traición ni deslealtad para nadie. ¿Quién podrá culparnos a la hora de la paz por no haber sido uno más de tantos logreros como van al río revuelto de las turbias aguas? Entre tantas ambiciones furiosas, España sola no pidió nada, pidió paz y amor y respeto ...
Y todo esto lo pedimos para los que nada nos dieron en nuestras horas tristes, cuando sólo hallamos el egoísmo de todos. Pero aquel egoísmo, como todos los egoísmos, tuvo su castigo. Con la pérdida de nuestras colonias de América perdió Europa todo derecho a intervenir en las cuestiones americanas; en cambio, los Estados Unidos intervienen en todas las cuestiones europeas. Los grandes castigan cuando les conviene; los humildes hallan satisfacción cuando Dios quiere. Pero esta satisfacción es más segura.
Muchos somos los que, impuestos de todos los males que España debe Inglaterra y Francia, desde la batalla de Trafalgar hasta los obstáculos opuestos por Inglaterra a la posesión por nuestra parte de territorios africanos después de la gloriosa toma de Tetuán, nos preguntamos extrañados cómo nuestros "intelectuales" han logrado sobreponerse a la realidad histórica para elevarse a las sublimes idealidades del amor a Francia y a Inglaterra, con la grata ilusión de que ellas son y serán siempre nuestras mejores amigas y aliadas. Que la amistad de esas dos poderosas naciones nos sería muy conveniente, ¿quién lo duda? Todas las amistades son convenientes si son verdaderas. Pero ¿cuándo has sido amigas nuestras leales esas dos señoras naciones?? ¿Qué pruebas de amistad hemos recibido nunca de ninguna de ellas?
Por eso me parece tan admirable, por lo desinteresada, la actitud de nuestros francófilos y anglófilos, implorando y ofreciendo un amor ni correspondido ni aceptado.
Los partidarios de Alemania, espíritus vulgares y ramplones, basamos nuestra idealidad sobre fuertes realidades.
Los del bando contrario nos envuelven por igual a todos bajo el nombre de reaccionarios.
La palabra reaccionario impone mucho; por eso hay tantos, muy germanófilos en su fuero interno, que se están muy callandito. ¿Bien les vaya con su prudencia, vulgo cuquería! ¿Para qué exponerse a perder parte de la parroquia?
Si por reaccionario se entiende el que se opone a una acción contraria, bien haya el mote. Si por reaccionario se entiende, en la vulgar acepción, el que retrasa o se detiene, veamos quién retrasa más y quién pretende pararse.
Dicen los partidarios de los aliados que una fatalidad geográfica e histórica nos une a Francia y a Inglaterra.
¿Qué es más reaccionario, aceptar y someterse a la fatalidad, o procurar por todos los medios vencerla y superarla.
Los que aceptan esa fatalidad geográfica, histórica, quieren una España sometida, intervenida; en una palabra, lo que viene siendo España desde hace mucho tiempo, víctima de una política temerosa, de relaciones oficiales diplomáticas sin arraigo en la realidad, concesión tras concesión para evitar el conflicto cada día... ¡Ah! Y si todo trascendiera al público ¿cuántas veces la opinión no se hubiera sublevado indignada!
Los que no aceptamos esa fatalidad queremos una España fuerte, segura de sí misma por sus propios medios, libre para elegir sus amistades y concertar sus alianzas. ¿Conviene con Inglaterra y con Francia? Pues con ellas. ¿Conviene con Alemania? Pues con ella también; pero no llevados de la mano como niños chicos, por propia voluntad.
Para ello es preciso, ante todo, fortalecernos, en el más amplio sentido de la palabra, material y espiritualmente.
Que nadie nos dicte leyes; que nuestra ley sea nuestra fuerza... ¡La ley! ¡Las leyes! Eso el lo que significa el espíritu de los que se llaman en esta ocasión defensores de la libertad y del derecho. El espíritu libresco, papelero...
La ley es el Noli me tangere de quien llegó adonde se proponía y no quiere que nadie venga a quitarle el sitio.
En nombre de la ley perseguían a los escribas y fariseos al Cristo Redentor...
Todo espíritu nuevo es arrollador de alguna ley. También ahora los que hicieron leyes de guerra a su conveniencia protestan contra el Imperio fuerte que no tiene por qué respetarlas, porque esas leyes le dicen: Sucumbe, y él se siente todo vigor y vida, y puede responder: Veremos quién sucumbe.
¡Ah! El argumento supremo: ¡El militarismo, la fuerza bruta! Hay que exterminar el militarismo.
Sí, es verdad. ¡Habráse visto esos alemanes! Sientes, saben que están rodeados de enemigos, y no se cuidan más que de prepararse para la defensa... ¡Son unos miserables!
El día que las naciones envidiosas de su poderío, de su comercio, de su riqueza, hubieran querido aniquilarla, destruirla, ellos debieron entregarse sin resistir... Era su deber...
Esto del militarismo es un argumento en que entra por mucho la envidia.
Yo he oído como razón suprema de germanofobia: - Mire usted, yo admiro a Alemania; los alemanes me son muy simpáticos; pero... el Kronprinz me revienta... - Así, como si le hubiera quitado la pareja en el baile.
Y si de militarismo hablamos, durante el pasado siglo y lo que va de éste, ¿qué nación nos ha aturdido más con sus empresas guerreras, imperialistas y coloniales? ¿Ha sido Alemania? Aparte la guerra del 70 con Francia, a la que fue provocada por el Imperio francés, Imperio militarista por excelencia, ¿en qué otras funciones guerreras ha intervenido Alemania? ¿Qué conquistas, qué imposiciones han sido las suyas? Su colonización ha sido comercial y pacífica; no han perturbado pueblos, decadentes, como Francia ha perturbado Marruecos; sus ejércitos no han paseado del Tonkín a Casablanca, y sus alianzas y su actitud han sido siempre defensivas... ¡Ah! Pero como lo importante son las palabras...
Alemania, Imperio ... ¡Militarismo, despotismo!... Francia, República, aunque busque su fuerza en el Imperio Ruso ... ¡Libertad, democracia! ¿Ha habido en todo el siglo nación más guerrera que Francia? ¿Ha habido en el mundo moderno, y si me apuran en el antiguo, Imperio más personal, más despótico, más militarista que el de Napoleón I? Son muy graciosos estos defensores de la libertad y de la democracia. Fuera de ellos no hay quien tenga juicio, ni siquiera sentimiento para discernir de nada ...
El público aplaude una obra... pues la obra es mala de remate. ¿Quién es el público para juzgar?
Y, no obstante, ustedes pretenden convencer al público con los más vulgares recursos de melodrama. De un lado, la Libertad, la Democracia; de otro, la Barbarie, el Oscurantismo ... Parece el Excelsior.
Y somos unos majaderos, unos imbéciles, los que no podemos ni queremos creer: primero, que Alemania no sea una nación civilizada; segundo que Inglaterra y Francia hayan sido nunca amigas de España. Llegan, en su soberbia pretensión de ser los únicos enterados, a decirnos: Los que simpatizan con Alemania no la conocen. ¡Ah! Ustedes son los únicos que pueden conocer y enterarse. ¿Cómo se conoce a un pueblo? Por sus costumbres, por sus leyes, por su arte, por sus periódicos ...
¿Qué quieren ustedes decirnos, que Alemania es un país militarista? Es una nación bien organizada; es como un hombre fuerte que, por se fuerte todo él, tiene fuerza en sus brazos ... ¿Qué libertades faltan en Alemania? En el Parlamento se habla contra el Emperador y el Ejército; en el periódico, lo mismo; en el teatro se representa una obra, como La retreta, con marcado sabor antimilitarista. En en Honor, de Sudermann, un personaje civil responde a un oficial que le dice: "Soy oficial del ejército: ¿Nada más?. En otra obra, herencia, se arremete contra el propio Emperador ... ¿Es posible esto en un país sin libertades, bajo un régimen despótico, militarista?
Dejémonos de barajar palabras y de poner a un lado toda la luz y del otro toda la sombra. Nadie desconoce lo que Inglaterra, Francia y Rusia significan. ¿Por qué desconocer lo que significa Alemania?
Yo creo, y dije, y repito - y he visto con satisfacción cómo coincidía en mi juicio con el catedrático de Salamanca don Tomás Elorrieta -, que de Alemania recibe el mundo la mejor lección de socialismo. Y como creo que el mundo, dentro de algunos años, será socialista o no será, tengo la lección por muy provechosa.
Los socialistas no quieren verlo. Se interpone una figura: el emperador, que en este caso no es, como muchos piensan, la cusa determinante, sino el efector resultante ...
Nuestros aliadófilos viven en la consoladora creencia de que toda la intelectualidad se ha refugiado en los escritores, pintores y decoradores de su conocimiento. Pero ¿no hay médicos, militares, ingenieros, industriales, hombres de negocios tan intelectuales como ellos?
(Jacinto Benavente)
Visión catalanista de la guerra
VISION CATALANISTA DE LA GUERRA
En el Madrid político ha sido siempre axioma para combatir los movimientos regionalistas que la unidad a través de la uniformidad refuerza a los pueblos y que, en cambio, la unidad por federación los debilita. Esto podía ser sostenido con alguna apariencia de sinceridad antes de la guerra actual; hoy no. Porque, sea cual fuere el juicio sobre causas de desarrollo y probable desenlace de la guerra actual, nadie podrá dejar de ver en la acción de los Imperios Centrales el caso de unidad, de coordinación, de aprovechamiento de todas las energías, más formidable y maravilloso que la historia haya registrado hasta la fecha. Entre Alemania, Austria y Hungría suman más parlamento, más asambleas legislativas que todos los demás estados de Europa; tantos regímenes jurídicos civiles y administrativos como grandes provincias; casi tantas lenguas oficiales como lengua habladas dentro de sus fronteras.
Esta guerra es el triunfo del valor unificador, cohesionante del nacionalismo y la autonomía. Esas colonias inglesas, grandes como Imperios, libres como Estados independientes, que cuando nosotros las citábamos para basar reivindicaciones autonómicas en favor de las colonias españolas, eran motejadas en Madrid de pueblos separados y separatistas, esas colonias aportan hoy en esfuerzo heroico a la metrópoli, a Inglaterra, tantos ejércitos y barcos y millones como España, por haberse resistido a conceder la autonomía, tuvo que invertir y gastar en perder las suyas.
Barcelona, marzo de 1916. Ramón de Abadal, marqués de Alella, Federico Rahola, Luis Sedó, Leoncio Soler y March, Senadores del Reino; José Beltrán y Musitu, Eusebio Bertrand y Serra, Francisco de A. Cambó, marques de Camps, Manuel Farguell y de Magorala, Luis Ferrer-Vidal y de Soler, Juan Garriga Massó, Buenaventura María Plaja, Pedro Rahola, Alberto Rusiñol, Juan Ventosa y Calvell, Narciso Verdaguer y Callis, Diputados a Cortes.
(Per Catalunya i la "Espanya gran", La Veu de Catalunya; 13 de marzo de 1916)
El fenómeno de las juntas de Clase de Tropas
El fenómeno de las juntas de Clase de Tropa
Circular de Valencia.
junta de Plaza de Valencia
CIRCULAR nº 4
Señores Suboficiales, Brigadas y Sargentos de Infantería, Caballería, Artillería, Ingenieros, Intendencia, Sanidad, Guardia Civil y Carabineros.
Queridos compañeros:
En diversas ocasiones nos vemos obligados a retardar noticias con el fin de cerciorarnos de los hechos y no malgastar sellos cuando no es necesario proceder con gran urgencia; pero las impaciencias de unos y los egoísmos de otros, vienen a entorpecer nuestro plan que suponíamos quedaría formalizado para la noche del Niño, y si no se cumplen nuestras profecías, tendremos que agradecerlo a nuestros compañeros de la Corte, y a su más funesta que laudable obra.
Nosotros tenemos un plan trazado desde el primer día, que no hemos creído conveniente darle publicidad de una sola vez, por tres razones a cuál más poderosa.
1.ª Por si algún documento cae en poder de un traidor, en la clase, o de quien no deba intervenir en la Unión, conozca los menos detalles posible.
2.11 Para convencernos antes de sí o no era posible nuestra Unión, que todos creían de exorbitante dificultad.
3.4 Para hacernos comprender bien tratando por partes nuestra obra.
Nosotros sabíamos que nos saldrían al encuentro y tratarían de hacernos desistir de nuestro empeño, a buenas o a malas, elementos poderosos que podían en un momento dado amargar nuestra existencia, si adivinaban nuestros propósitos antes de ser fuertes, y de ahí nuestro sistema algo ambiguo que nos permitiera desorientar a quien tratara de perseguirnos.
Como primer peldaño de la escalera que nos ha de permitir llegar a la cumbre más elevada que pudiéramos imaginarnos, basándonos en razonamientos sensatos y de demostración explícita, escribimos las bases que ya conocen, y que no dan más que una idea del plan que por ésta les anunciamos y les daremos a conocer cuando creamos llegada la hora.
Estas bases tienen una importancia extraordinaria, pues a más de inducir a creer, a ciertos elementos, declinábamos nuestra voluntad, tal vez de hierro, pero que nos es muy propia, nos facilitaron la comunicación con nuestros compañeros de todo el Ejército, y nos indicaron ligeramente el sentir general que tan ansiosos deseábamos conocer, para seguir caminando o quedarnos en el descanso eterno.
Nos contestaron la mayoría de la clase adhiriéndose a nuestras bases y expresándonos sus ideales, lo que a más de nuestra gran satisfacción nos alentó a seguir el camino elegido para llegar al fin y decidimos poner en circulación el segundo llamamiento; mas como en la primera circular no decíamos se nos indicara domicilio particular, para no inspirar la menor sospecha, nos encontramos ante la posibilidad de que muchas circulares no llegaran a su destino, o cayeran en poder de quien no necesitábamos las conocieran, como así ha sucedido; pero no nos importa, pues sólo han podido saber que hay unión, ignorando las formalidades de ésta, que cada uno se las pinta a su manera.
Remitida la circular núm. 2, preparamos la núm. 3, y documentación que enviamos a medida que fuimos conociendo domicilios particulares, y nos ha dado el feliz resultado de formalizar la Unión general que no podemos decir unánime por la actitud de la guarnición de Madrid, aunque tenemos noticia de que no se trata de la voluntad de la Plaza, sino de doce que, tal vez creyendo hacer un bien, han contribuido poderosamente a retardar nuestra Unión.
Los compañeros de la Corte, dormían tranquilamente mientras nosotros seguíamos elaborando sin descanso, confiando que, en fecha no muy lejana, veríamos coronados por la gloria de la Unión, nuestros largos y entusiastas desvelos.
Despertados por nuestras circulares núms. 2 y 3, los compañeros de Madrid, pusieron el grito en el cielo imponiendo la condición de ser Central, a cambio de ingresar en la Unión, como si tratáramos de un negocio entre gitanos que siempre se cambió de borrico por las vueltas sin atender al valor real del que reciben, sembrando el desconcierto, sorprendiendo la opinión y gracias que no ha pasado de susto para convertirse en huida desenfrenada.
De todo esto hemos pagado buena parte, pues los compañeros de gran número de Plazas, nos han asediado a preguntas; carta tras carta, que sin beneficio alguno para la Unión nos han ocasionado un trabajo extraordinariamente pesado para dar abasto a tantísimas cartas interrogatorios; pero la osadía de los amigos Cortesanos no se reducía a hacer una propaganda escandalosa, para que se les nombre Central, como si llevara consigo la candidatura de Diputados a Cortes, sino que tenía que llevar adornos de todos los colores, permitiéndose el lujo a gran gala, de tomar nuestro nombre para ordenar, por su gran autoridad, dejaran sin efecto nuestra documentación, por tenerse que rehacer y amoldarse a lo que ellos pregonan, sin más orientación que copiar, en la parte que les ha convenido, de Juntas ya fracasadas, y atribuirse un derecho a empuñar la batuta de directores, ignorando si es música de lo que se va a tratar.
Afortunadamente pasó la tormenta y renace la calma con mayor entusiasmo, sin tener que lamentar más perjuicio, que el retraso natural de quince o veinte días; y dando por resultado que hasta Plazas que se habían adherido a Madrid, por no haber recibido nuestra circular nº 2, nos han votado central, remitiéndonos nuestra documentación autorizada.
Nosotros no hemos tratado jamás de que se nos nombre Central, conformándonos con lo que acuerde la mayoría, y buena prueba de ello es la imparcialidad a que se ajustan nuestras circulares 2 y 3.
Contándonos entre los compañeros, leales y entusiastas como los que más, lanzamos la idea y la sometimos a votación libre y general, a los fines de, la que resultara Central, contara con la confianza de la mayoría, requisito indispensable para que tenga la debida autoridad y pueda actuar, sujetándose a las condiciones insertas en las actas de constitución, o a las que se determinen en el reglamento que se publicará en su día.
Lo que hubiéramos larnentado es, ver los intereses de todos en peligro, o próximos a caer en un abismo del que jamás volverían a salir, y estrellarse para siempre, los sacrificios que llevamos hechos, pues no les pasará por desapercibido, a nuestros queridos compañeros que:
Si esta vez fracasamos, jamás podremos desenvolvernos y quedarernos, no como estábamos, sino reducidos a verdaderos abacios y purgando el noble anhelo de intentar eximirnos del ridículo papel que desempeñaremos ante la Sociedad; y en esta convicción, de rodillas hubiéramos caminado, al sernos posible, dando una vuelta a nuestra querida Patria, para suplicar a nuestros hermanos de profesión, ahuyentaran de sí todo egoísmo y se agruparan uniéndonos todos en una sola voluntad, de acero si es preciso, que nos guíe paulatinamente a la cumbre que sólo podremos alcanzar entonando unísonamente el Himno redentor.
Servicio Histórico Militar. Colección Adicional, pp, 401 402.
Una nueva y delicada situación en las fuerzas armadas. Nacen las «Juntas de Defensa» para proteger los intereses de la oficialidad de Infantería
Una nueva y delicada situación en las fuerzas armadas. Nacen las «Juntas de Defensa» para proteger los intereses de la oficialidad de Infantería
Reglamento por el que ha de regirse la Unión y Junta de Defensa del Arma de Infantería (E. A.).
escopetas cruzadas con una corneta y una corona real encima. (Este Reglamento ha sido compuesto, tirado y encuadernado por oficiales del Arma, dando con ello el primer ejemplo de entusiasmo y sacrificio, de la serie de los que aseguran el triunfo de nuestros ideales.) 1916.
Préámbulo El ardiente deseo de hacer a la Patria grande y poderosa por el esfuerzo aunado de todos sus hijos; el convencimiento de que para serlo necesita tener un ejército fuerte bien dotado, instruido y entusiasta; el ansia, por tanto, de mejora y progreso, que hace ya muchos años sentía el Arma de Infantería, son las causas que han sugerido la idea unánime de unirse para lograr tan excelso fin. Nuestro objeto inmediato es, pues, éste: Trabajar con entusiasmo, con fe, poniendo a contribución todas nuestras inteligencias, nuestras iniciativas, nuestro estudio y nuestra labor, para conseguir la mejora y el adelanto de la Infantería, contribuyendo así al del Ejército, para bien de la Patria. Que nunca le hemos escatimado nuestro sacrificio, y, por tanto, que no lo rehuiremos aun otra vez no necesitamos jurarlo de nuevo. A nuestra vez, si como hijos abnegados cumpliremos, también acudiremos a nuestra Madre con nuestras necesidades, le expondremos nuestras aspiraciones y le mostraremos nuestras penas, llagas y miserias con confianza. Seguros podemos estar de que conociéndolas, en lo que pueda remediar, equitativa, no nos dejará sin remedio; y cuando a, darlo no alcanzare, su consuelo y la esperanza Los bastará; que por sólo su nombre, y en su defensa, la Infantería ha llenado de tumbas ambos hemisferios para que perpetúen, gloriosas, el testimonio de su amor a la Madre Patria. Nuestra unión para defensa de los interese colectivos e individuales del Arma se mueve, pues, dentro del primordial deber del ciudadano y del militar; con el pensamiento fijo en los juramentos que prestamos ante la bandera de la Patria y no a espaldas de la disciplina; y debe advertirse que si en el primer artículo del Reglamento se considera sólo incluidos en dicha unión a los oficiales desde coronel a segundo teniente, es decir, a los ofíciales particulares, según la Ordenanza les llama, débese a que sólo estas jerarquías pertenecen, según la Organización, al Arma; no porque ésta se olvide ni quiera aislarse de los oficiales generales que de ella proceden, a los que en primer término saluda, a los que ofrece, con los que cuenta como pueden contar con nosotros y a los que pedirá consejo y apoyo cuando los necesite, en la seguridad de que no podrán nunca olvidar el cariño al Arma en que juraron la bandera, por la que lucharon y, sufrieron y la que les abrió el camino a la alta representación que hoy ostentan.
Reglamento.
Art. 1.º Se Constituye la Junta de Defensa de la Escala Activa del Arma de Infantería para trabajar por su mejora y progreso, para mayor gloria y pode río de la Patria; para defender el derecho y la equidad en los intereses colectivos y los individuales de los miembros de ella, desde la salida de la Academia hasta el empleo de coronel inclusive. Es decir, todos' los ofíciales particulares del Arma. Es otro de sus fines fomentar el verdadero, compañerismo, mutua ayuda y perfecta y legendaria caballerosidad, desarrollando estas virtudes en la oficialidad y velando por su decoro y prestigio profesional; persiguiendo con sus particulares iniciativas con ayuda que recabe de los poderes constituidos, por una parte, los medios y facilidades para que pueda adquirir y perfeccionar el oficial las aptitudes profesionales, y, por otra parte, que mejore su situación económica y renazca la interior satisfacción que nace de sus entusiasmos al empezar su carrera y se perpetúa con la confianza en la justicia y equidad con que serán apreciados sus méritos y esfuerzos. El detenido estudio y análisis de este primer artículo por la ilustrada y entusiasta oficialidad del Arma dará a los elementos directores de su unión el programa general de sus gestiones, y a cada asociado el concepto de sus deberes.
Art. 2.º Para la consecución de tales fines, los oficiales del Arma, convencidos de que sólo la unión, estrecha y abnegada puede darnos la fuerza para lograrlos, nos unimos con entusiasmo, comprometiéndonos por nuestro honor, garantizado por nuestra firma, a encaminar con constancia los esfuerzos de nuestra, inteligencia y voluntad a este fin, con sujeción a este Reglamento, cuyo cumplimiento y el desarrollo de nuestra labor quedan encomendados: primero, a una Junta local de cada guarnición; segundo, a una Junta regional en la capitalidad de cada Región; tercero, a una Junta Superior de Defensa del Arma.
Art. 3.º Sólo podrá tomarse un acuerdo cuando en la votación que le preceda obtenga a su favor las dos terceras partes de la suma de los votos en pro y en contra, no contándose como asistentes los que se abstengan. Todo acuerdo tomado en otra forma será nulo.
Art. 4.º Es consecuencia de los artículos anteriores que cuantos oficiales del Arma se adhieran a la idea de unión firmando este Reglamento se sujetan voluntariamente al deber de acatar la opinión a la mayoría expresada, que se reconoce como opinión de] Arma, bajo su palabra de honor y sanciones establecidas por nuestro Código de Justicia y el uso entre caballeros oficiales para quienes falten a ellas. En reciprocidad adquieren el derecho de defensa y solidaridad con los demás compañeros del Arma.
Art. 5.º Cuando terminado este primer periodo de organización de la sociedad haya ésta adquirido arraigo y vencido las primeras y naturales dificultades, llegado el día feliz en que todo infante se honre con la fraternal y bien entendida unión con sus hermanos de Arma, se tenderá a que quien recoja las firmas de las nuevas promociones de oficiales a su salida uniéndolas todas en un álbum, y archive las de los que actualmente hemos iniciado la unión, sea la Academia, solar de la Infantería, cuna y matriz de nuestros entusiasmos.
Art. 7.º Al cambiar de guarnición, un oficial podrá acreditar su cualidad de socio por medio de un ejemplar del Reglamento en. que figure al pie de la adhesión su firma, encima de ésta) el sello de la Regional y la media firma del presidente procedentes.
Art. 8.º Sí al llegar un oficial, sea cual sea su categoría, a una localidad, no acreditase así su cualidad de asociado, el representante del Cuerpo o en ciertos casos la Junta local, según la categoría del recién legado, indagará si lo es, directamente o preguntando a la de su procedencia, y en caso contrario lo avisará a todos los compañeros para que se guarden de él en sus conversaciones y usen de la debida reserva.
Art. 9.º La reserva de la vida social es imprescindible para todos los asuntos, indica también el grado de educación del individuo, por tanto no es necesario recomendarla, pero sí indicar que debe ser escrupulosamente guardada, en absoluto, con cuantos sean estrechos a la escala activa del Arma, con nuestras mismas familias y con cuantos no cooperen a nuestros fines asociados con nosotros. Es éste una virtud militar imprescindible, y quien faltare a ella, comprometiendo intereses tan trascendentales, faltando a su palabra de honor, no merece vestir el uniforme ni convivir con caballeros, ateniéndose a las responsabilidades de su falta que le serán exigidas.
Art. 10. Transcurrido el plazo de un mes, desde la fecha en que haya sido firmado el Reglamento en una localidad, la admisión de los que invitados a ello en un principio hubieran despreciado la invitación de sus compañeros, requiere que lo solicite por escrito de la Junta regional y que por ésta se proponga a las locales para que sea votado siguiendo los trámites que se marcan para tomar cualquier acuerdo. Dicho acuerdo se archivará por la Junta regional, uniéndose al Reglamento del Cuerpo a que pertenece el solicitante una adhesión firmada por él, en forma análoga a lo reglamentado en el artículo quinto.
Art. 11. Cualquier admisión que en las condiciones dichas no fuere hecha con este trámite, será nula y se exigirá responsabilidad a la Junta que la hubiese aprobado.
Martínez de Aragón y Urbiztondo: Páginas de Historia Contemporánea, págs. 20 24 de los Apéndices.
Mensaje de las Juntas de Defensa a Alfonso XIII (1917)
Mensaje de las Juntas de Defensa a Alfonso XIII (1917)
«Señor:
La desgracia, tal vez sanción de pretéritos errores nacionales, dio ocasión a que desdichas de la patria amargaran vuestros años juveniles; y hoy la previsión de otras futuras, nos obliga, leales y francos, a que solicitemos que nuestra voz llegue a vuestros oídos.
Si es amarga la verdad en muchas ocasiones para el oído que debe escucharla, también amarga los labios que sólo glorias y aciertos quisieran enumerar. Pero rehuir escucharla o patrocinarla sería impropio de quien ocupa el trono que ilustraron los Alfonsos, y no decirla, sería crimen de lealtad y lesa Patria, para los caballeros que visten su uniforme.
Oídla, pues, señor, como conviene a nuestro deber y a nuestro honor, y Dios proteja a Vuestra Majestad, le inspire y le dé perseverancia y fuerzas para que, acertado, elija el camino que conduzca a este pueblo tan digno de ello, a la felicidad y al engrandecimiento, volviendo a ocupar su puesto glorioso en la historia, en la cual figure nuestro nombre como el redentor de los pasados desastres y vergüenzas, y como compensador de sus anheladas venturas.
Deshecho el Ejército por una serie de reorganizaciones fragmentarias, hijas más de las necesidades del momento que de un plan armónico, único capaz de darle la eficiencia que requieren los tiempos actuales y reclama el interés de la Patria, exhausta de recursos que le permitan, aún en su precario estado presente, lograr la preparación necesaria para que en el día del sacrificio pueda ser éste por lo menos glorioso, y con una moral no ciertamente relajada, pero sí decaída, hubo de producirse un movimiento más que de descontento, de angustia, cuyas manifestaciones fueron la creación de las Juntas de Defensa en las Armas y Cuerpos que no las tenían, y una mayor actividad en las ya de antiguo existentes.
La de Infantería, por razón de las circunstancias que hubo de atravesar, publicó un manifiesto en el que, con torpe mano, pero con convicción sincera, exponía los males que le aquejaban, no exclusivos ciertamente de ella, pues las demás Armas y Cuerpos, al hacerlo suyo, así lo reconocían.
Esta exposición, careciendo de otro valor, tenía el de que manifestaba la urgente necesidad de una reorganización del Ejército, de un vigorizamiento de su cuerpo, de una elevación de su alma.
Y esta urgencia no puede significar en modo alguno improvisación: no es posible, ni conveniente tal vez, un repentino cambio en el modo de ser; no puede resolverse en un instante; son reformas sucesivas las que precisa implantar, con la intensidad que permita el cuerpo enfermo de la milicia española, pero respondiendo todos a un plan no circunstancial y sí metódico, armónico y conforme con los ideales nacionales.
No cabe pensar en organizar un Ejército en una nación desorganizada.
Pero no cabe pensar en la posibilidad de que exista en una nación desorganizada, un Ejército bien organizado.
Parte integrante de un todo, no puede admitirse que, si éste está enfermo, aquélla goce de robusta salud; su dependencia es demasiado íntima, sus conexiones son cada vez más estrechas.
Esta fue la razón de que, al clamor del Ejército, en los documentos de primero y trece de junio, por moralidad, justicia y equidad, que permitieron su reorganización, desarrollo y progreso, la nación en masa unió su voz en las mismas aspiraciones.
Estado de la nación
Si Roma, dueña del mundo, fue madre del derecho, España, prepotente en el antiguo y señora del nuevo, fue cuna de las libertades democráticas. En ambos impuso leyes, dio normas, popularizó su lengua y fue envidiada en éste, respetada en ciencias, necesitada por comercio, buscada en alianzas y aliada en guerras. Su bandera asombró los mundos.
¡Qué queda de aquella gloria esplendorosa!
Apenas la metrópoli, en territorio; la ruina en su hacienda, la industria precaria tiene que conformarse, en muchos casos, con marcas extranjeras; el comercio raquítico mendiga sin fruto los mercados, se la desprecia políticamente, se la veja y atropella, y el nombre de español que en otros siglos empavoreció todas las testas coronadas, arranca hoy una sonrisa de conmiseración despectiva fuera de España; se despuebla, emigran sus hijos, a quienes la miseria acecha en el regazo de la madre y van a buscar pan y cobijo en otros suelos, abonándolos con sus huesos o enriqueciéndolos con su inteligente trabajo, de cuyo producto nada aprovecha su madre.
En lo interior podemos apreciar la situación por la de las funciones administrativas referentes a la vida del Estado. Y así, en las correspondientes a la vida jurídica, recientemente pudo decir en la Academia de Jurisprudencia, su ilustre presidente que: «no tenemos justicia, no nos preocupa, y la mayor vileza de un pueblo es la de soportar que no haya justicia».
En las de la vida moral
No se han sabido crear ciudadanos ni nadie se ha preocupado de ello, sino más bien lo contrario; el principio de autoridad se halla quebrantado ya en la familia y en la vida social, para lo que es imprescindible; lo han anulado los gobernantes, en unos casos por su debilidad, siendo despóticos en otros; la idea de Patria y los deberes que impone se hallan debilitados, por no existir confianza en los gobernantes ni esperanza en los destinos de aquélla, y nadie se ha preocupado de hacer revivir estos sentimientos.
En las de la vida física
Se ha llegado, por abandono y miseria, a la depauperación de la raza, calificada de sobria, eufemismo de hambrienta.
En las de la vida intelectual
Ni se instruye, ni se educa, ni se especializa; se crean teóricos y charlatanes, no técnicos ni hombres de acción; se enseña a hablar, no a hacer, y la nación se arruina por plétora de hombres de carrera, cuya única salida es la burocracia, convirtiéndose al Estado en un asilo.
En la de la vida económica
La hacienda con déficit y el Estado defraudado por la riqueza oculta, recargadas ciertas fuentes contributivas, mientras otras compran la benevolencia de la investigación, para rehuir su contribución a la Patria.
¿De qué depende este estado? Preguntad a un español, y os dirá que de los malos gobiernos que afligen al país; un extranjero os contestará sonriente, que cada pueblo tiene el gobierno que merece.
Desde luego hay que confesar que es imposible labor fructífera cuando en los últimos veinte años gobernaron 38 gobiernos con un promedio de ejercer el poder tres o cuatro meses; añadir que de los hombres que los formaban la mayoría no estaban preparados ni capacitados para ello; no llevaban a su ministerio una labor planteada con cariño y con fe, buscando la honra para sí y no el provecho para la Patria; eran improvisadores, y lo mismo desempeñaban un ministerio, que al cabo de unos meses el más distinto de aquél. ¿Qué fe, qué ideal, qué persistencia cabía que pusieran en su obra en tales condiciones? ¿Qué esperanza puede la nación poner en tales hombres? Gastados y desprestigiados la mayor parte de ellos y sus procedimientos, que sólo duelos y desastres han producido, no puede fiárseles la reconstitución nacional; se impone la necesidad de hombres nuevos y procedimientos nuevos. Esta es la culpa de los gobernantes.
La del pueblo es el mal uso que hace de sus derechos de ciudadanía, vendiéndola a la influencia o al dinero, no usándolos o concediéndolos inconsciente a los vividores de la política. Pero en esta responsabilidad tiene una disculpa y le ayuda un cómplice: la inmoralidad electoral manejada por el cacique, que la cede a reembolso a los profesionales de la política ayudados por los gobiernos, que para ello entronizan la corrupción y atrepellan la justicia, persiguiendo o desmoralizando a los encargados de la sagrada misión de administrarla.
La ética gubernamental ha producido el cáncer que corroe al Estado español inficionando todos sus organismos, contaminando, en mayor o menor grado, a todos sus individuos. El Ejército ha resistido durante mucho tiempo el contagio, pero también por fin en él ha prendido.
La influencia, el favoritismo, la burocracia, la demagogia y la anarquía como naturales consecuencias; en fin, todas las enfermedades que enumera el derecho político como causantes de la vida anormal de los Estados, aquejan al español y lo conducen a la ruina.
En un país educado, culto, los graves daños que enumerados quedan, hubieran herido al cuerpo, mas no al alma nacional; hubieran determinado en ocasiones enfermedades agudas, mas no crónicas: en el propio espíritu hubieran nacido los gérmenes capaces de reaccionar contra la enfermedad y vencerla; mas por desdicha, nuestro atraso no lo permitió. El mal gobierno hería el cuerpo y emponzoñaba al espíritu, sirviendo de corruptor ejemplo, y la nación se desmoraliza, llegando a las márgenes del envilecimiento.
El alma nacional no inficcionable en la pureza sublime de su esencia retrájose en un principio desesperanzada, y rehuyendo el contacto de la impureza opúsole el más refinado idealismo; por último, encerrándose en la turris ebúrnea de su abstracción, se entregó a los idealismos abstractos que por desgracia, nada podían aportar a la realidad. El cuerpo enfermo; el alma enajenada, ausente.
Y sin embargo, España no está muerta. Ni España carece de pulso, como afirmó una malograda personalidad gobernante, ni es un cadáver galvanizado con apariencias de vida. (...)
Hay, por tanto que hacer revivir el alma nacional, fijando primero, e inculcando después, en todos los ánimos, los ideales inmediatos y mediatos.
Debe ser el objetivo inmediato la reconstitución integral del tipo español, robusto de cuerpo, noble en sentimientos, capaz de todas las iniciativas, trabajador e industrioso, inmune al pesimismo, orgulloso de su nombre y necesitado sólo de educación adecuada para desarrollar sus actividades y sacudir un letargo producido por razón de un ambiente histórico, tanto como por el desgaste de sus propias grandezas y ansioso de que le den medios y fijen ideales suficientemente grandes para emplear las actividades de su espíritu aventurero. Con vicios y virtudes como todos los pueblos, pero superando éstas o aquéllos, es preciso restituirle la convicción de un propio valor y destruir leyendas calumniosas que propalaron los mismos enemigos que lograron aniquilarle sin vencerle, y que temerosos del resurgimiento de sus energías, procuraron aislarle forjándole una historia de calumnias que llegaron a crear y propalar cobardes hijos suyos, apostrofes y despreciables de su pesimismo suicida.
Conseguido este objetivo inmediato, quedándonos conciencia de nuestro valer, reintegrada España a su puesto mundial, sería llegado el momento de pensar en el que ahora debe ser su ideal mediato, tendiendo su mirada y sus brazos a través del Atlántico, donde se engrandecen los pueblos que dio a luz, debilitándose al desgarrar sus entrañas. Que si aquéllos aflojaran los filiales lazos cuando loca la madre dilapidaba su patriotismo histórico en locas aventuras, se arruinaba y arrastraba en el fango de la inmoralidad y la ignorancia su manto tejido con grandezas que asombraron al mundo, hoy, si vuelta la razón, respetada y cuerda, recobrada su alma recuerda amante a las hijas que constituyeron hogar aparte y les indica que hay un ideal común de gloria, patrimonio de la raza, a su llamamiento contestarán todos los pueblos ibero-americanos: ¡Salve, Madre Patria!
Lejos de nuestro ánimo, señor, el pesimismo infecundo que malogra las iniciativas; tenemos fe robusta en el resurgimiento de España. Para conseguirlo hay que fijar como ideal inmediato y primordial la afirmación rotunda de que la Patria no es un mito, sino una realidad indiscutible y venerable; arrancar violentamente los cerrojos que guardan las cenizas del Cid, para que sus esencias saturen el ambiente, restituyendo a nuestro cerebro la sublime locura de Don Quijote, el enamorado de la justicia, compendio de los aventureros nacionales, ebrios de gloria pero ayunos de codicia; convertir las escuelas en san. tuarios de iniciación patriótica y vivero de virtudes que el porvenir ha de utilizar, y de este modo, sobre cimientos tan sólidos, se levantará en breve plazo el edificio de nuestra reconstitución; y como el deber será norma imperativa, florecerán vigorosamente todas las energías, todas las iniciativas, la agricultura, la industria, las ciencias, el comercio, artes y literatura, y el Ejército, imagen y reflejo de esta nueva Patria, será también fuerte, vigoroso y eficiente para defenderla con gloria.
Señalarlos no es competencia del Ejército; acometer tal empresa sería sembrar suspicacias que quiere desvanecer; sería, señor, inmiscuirse en prerrogativas que la Constitución os confiere, con la gloria o la responsabilidad del acierto. V. M. es quien confiere el poder ejecutivo y quien designa los hombres que han de ejercerlo, asesorándose ampliamente para conocer la opinión nacional.
Hacedlo, señor; persistid luego con firmeza en la obra de moralización, aguijonead las iniciativas que dan como fruto el progreso; procurad que sea posible la representación genuina de los intereses y aspiraciones del pueblo en las Cortes; llamad a vuestro consejo prestigios no gastados ni perdidos, conciencias rectas, capacidades reconocidas y preparadas; despertad en firme el alma nacional y llevad a colaborar en la obra de engrandecimiento de la Patria, que es la gloria histórica de vuestro reinado, desde las madres que educan el sentimiento, a los maestros que cultivan la inteligencia, donde el que trabaja la tierra hasta el que transforma sus productos o los conduce como blasón de progreso a extraños países; desde el sabio que investiga los secretos de la ciencia, al sacerdote, que implorará por la obra común, y al artista que la perpetuará con sus concepciones o cantará sus glorias en estrofas henchidas de fervor patriótico para emulación de las generaciones venideras.
Dos garantías está obligado a dar el Ejército: la primera a la nación; la segunda a la monarquía.
Por la primera debe asegurar la pureza del sufragio impidiendo, en combinación con un ministro de Gobernación ajeno a la política, el funcionamiento del tinglado político falseador de la voluntad popular.
La segunda tiende a evitar el temor improbable de que las Cortes que en funciones de constituyentes se convoquen para la organización del Estado y sus servicios, pudieran no ceñirse al objeto de su convocatoria y acometer otros peligros para la monarquía. Y aunque tal temor carece de base, pues la nación mantiene aún hoy sentimientos monárquicos en su mayor parte y aun la sensata de los que no los han tenido nunca, aprecian en las actuales circunstancias como una necesidad imprescindible tal forma de gobierno, debe garantizar el Ejército que, si tal temor pudiera realizarse, disolvería incontinenti las Cortes con aplauso general y reconocido derecho, ya que se habrían salido de la misión para que habían sido convocadas, faltando a su juramento.
Señor: en esta obra, que es la de salvar y regenerar España, no os abandonará el Ejército que veló vuestra cuna, os conservó la corona y tiene derecho a esperar que cumpliréis vuestra misión para la que os guardó como esperanza de la Patria.
(f). Siguen las firmas de todos los coroneles jefes de Juntas Regionales de España.
(Cf. CAPÓ, J. M.: Las Juntas Militares de Defensa, págs. 236-238.)
La Junta de Defensa de Infantería exige el reconocimiento oficial
La Junta de Defensa de Infantería exige el reconocimiento oficial
«Excmo. Sr.: El Arma de Infantería presenta sus respetos a V. E. no por fórmula, sino por afecto. La mejor prueba de disciplina en que quiere permanecer es que elige este paso con preferencia a otro cualquiera. La gravedad de las circunstancias nos obliga a esta determinación. No sólo el Arma de Infantería que guarnece todas las regiones de la Península, y que sólo obedece exclusivamente en la actualidad a esta Junta del Arma, sino las Armas de Caballería y Artillería están resueltas a que en el Ejército rija, en lo sucesivo, solamente la justicia y la equidad: afirman su determinación de que se reconozca su personalidad para su progreso y defensa de sus intereses, renovando su más sagrado juramento ante sus banderas y estandartes de que tales intereses no son los egoístas e individuales, sino los sagrados del bien de la Patria, por lo que están sujetos, resignados durante tantos años, a toda clase de sacrificios, incluso el de la dignidad desde el final desastroso de las campañas coloniales... Hombres políticos que han ejercido el supremo mando han confesado en varias ocasiones, ante las Cortes unos, otros ante el país, que nuestro sacrificio ha sido inútil, puesto que aquellas fuentes de riqueza o de vida nacional no se regeneraron. La Administración no ha mejorado y el Ejército se encuentra en absoluto desorganizado, despreciado y desatendido en sus necesidades: 1.º «De orden moral», lo que produce la falta de interior satisfacción, que anula el entusiasmo. 2.º «En los de orden profesional o técnico», por la carencia de condiciones militares que no tiene medios de adquirir, por la unidad de doctrina que le rija y de material con que realizar sus fines, y 3.º «Por las de orden económico», en las cuales la oficialidad y tropa se hallan peor atendidos que las de cualquier otro país, y también en condiciones inferiores a las de las clases civiles, análogas, del propio...
Para estudiar el medio de corregir tales graves padecimientos de la colectividad y solicitar respetuosamente por los medios legales de sus superiores autoridades el remedio, presentándoles al propio tiempo las soluciones, se formó la Unión y Junta de Defensa del Arma, que afirmó en su Reglamento la firmeza de su juramento a la bandera, su respeto a los Poderes constituidos y a la disciplina y los fines de dignificación y progreso que se proponía. No ha obrado a espalda de aquélla ni se ha escondido para actuar durante los catorce meses que lleva de actividad; elevó su Reglamento a manos de su superior autoridad y estaba persuadida de que había llegado a las más altas manos, y al no haberle sido vedada su actuación, se hallaba orgullosa de la alteza de sus miras y propósitos y de su cordura y morigeración al encaminarse a sus fines.
Dolorosamente sorprendida se ha visto al ser su Junta Superior arrestada y sumariada sin causa conocida, resultando punible, al parecer, su amor a la Patria, destinados a otors puntos, por represalia, algunos de sus adeptos, por el único delito de serlo, y por fin injuriada y despreciada la nobleza y lealtad de su proceder.
Estas providencias, y el propósito declarado de ahogar los nobles gritos de su alma por el temor, en una colectividad que precisamente hace votos del sacrificio de su vida al jurar la bandera, han colmado nuestra capacidad de sacrificio.
La totalidad del Arma ha resuelto exponer respetuosamente, por última vez, su deseo de permanecer en la disciplina, pero obteniendo la rehabilitación inmediata de los arrestados, la reposición de los privados de sus destinos, la garantía de que no se tomarán represalias y de que será atendida, en lo posible, con más interés y cariño, y, por último, el reconocimiento oficioso de existencia de su Unión y Junta de Defensa; empeñando, en cambio, nuestra palabra de honor de que jamás será esto fuente de indisciplina, de que no se quebrantará su respeto a los Poderes constituidos por voluntad de la nación y que sólo aspira a conseguir los bienes que para el Arma, para el Ejército y para la Patria expresa su Reglamento que se adjunta.
El Ejército solicita y espera en los cuarteles, en todas las guarniciones de España, la situación de su súplica en un plazo de doce horas, porque para su tranquilidad lo necesita y por que conviene evitar que la prolongación de esta equívoca situación, que dura ya siete días, en los cuales nuestra cordura y subordinación ha sido absoluta, sea piedra de escándalo para el país.
La vuelta a la normalidad será el momento de su mayor alegría. En Montjuich, a las diez (1 de junio).»
S. Canals: La caída de la Monarquía, págs. 17 y ss.
Fernández Almagro: Historia del Reinado de Don Alfonso XIII, pág. 293, nota.
Las Juntas de Defensa opinan ante la Asamblea de Parlamentarios (Junio 1917)
Las Juntas de Defensa opinan ante la Asamblea de Parlamentarios
Junio 1917
Los políticos parlamentarios catalanes y bizcaitarras. Estos señores son unos verdaderos «congrios» que van derechos al turrón del pan, y lo mismo les da que se hunda el país con tal de gobernar y mangonear las cosas del Estado. Digo esto porque sé, de fuente fidedigna, que la asamblea de parlamentarios es para ellos una maniobra política con miras antiespañolas. Los Cambó, los Rodés y demás compañeros de nacionalismo y regionalismo, así como los vizcaínos Sota y Aznar (todavía peores), son dignos de la expulsión. Los acontecimientos de Bilbao los han motivado estos señores en unión del Conde de Zubiría, presidente de la Sociedad de Altos Hornos, y don Federico Echevarría, con el Marqués de Urquijo, archimillonario a costa de las minas y de los barcos. La guerra europea les ha cuadruplicado el capital y, no obstante, han provocado con su intransigencia los conflictos actuales. Martínez Rivas, en cambio, no ha cesado de trabajar y ha salvado la situación. Aquéllos tienen en su poder a toda la prensa y hasta la representación parlamentaria de la izquierda, que les sirve como cordero dócil. Toda esta gentuza ve con malos ojos las Juntas de Defensa, y si se hacen trabajos para buscar su apoyo, será sólo para sus fines particulares. Dejen las Juntas de Defensa los escrúpulos de monja y vayan derechas al poder, pues yo, por mi cargo en P... y por tanto observador atento, puedo decirles que el Principal se ríe por detrás. Sólo quiere divertirse y encontrando una bolsa abierta (Romanones es constantemente su cajero) ya tiene lo suficiente. Ustedes son la única salvación. La gente honrada estará a su lado.
No se fíen de cuantas insinuaciones hagan los iniciadores de esa asamblea. Han trabajado mucho estos días y se han celebrado distintas reuniones en varios sitios, todo dirigido contra nosotros. Se apela a todo para destruirla, y por ello el jefe y oficial que han estado aquí darán cuenta, por escrito, de sus impresiones. Se trata ahora de difamar al presidente y en ese sentido se han acordado distintas añagazas. Presumo que el golpe «viene de muy alto». De todos modos hay que descubrir de dónde viene el peligro. ¡No se fíen!
(f) Reservado DE FERNANDO A ANTONIO. (Cf. CAPO, J. M.: Las Juntas Militares de Defensa, pág. 214.)
Manifiesto de 14 de junio de 1917, dirigido por los parlamentarios regionalistas al país
Manifiesto de 14 de junio de 1917,
dirigido por los parlamentarios regionalistas al país
Cumpliendo un deber
Sólo un año ha transcurrido desde que en las últimas horas de un Parlamento cerrado o huero de iniciativas gubernamentales, en los instantes más febrilmente activos de la vida pública europea, dirigimos nuestra voz a todos los pueblos de España, llamándolos para que sintieran juntos la vibración de esta hora heroica del mundo en que se revisan todos los valores y se prepara una Europa nueva; queriendo despertar en las muchedumbres ibéricas, dormidas hace siglos, un ideal colectivo de fraternidad, de libertad y de grandeza.
Sólo un año ha transcurrido y volvemos a hallarnos en las postrimerías de unas Cortes tan efímeras y estériles como aquéllas, habiéndose sustraído al Parlamento gravísimas cuestiones; habiéndose efectuado cambios de Gobierno y de partido, elaborados y resueltos entre sombras y oscuridades, en conversaciones secretas, ignoradas por las Cortes y por el país, y hallándose todos los problemas capitales de la vida pública sin resolver, ni siquiera plantear, indefinidamente aplazados, como de costumbre, para un mañana que nunca llega.
Por ello, ahora, como entonces, nosotros, elegidos en libre sufragio por los ciudadanos de Cataluña, debemos a nuestros electores, y como miembros del Parlamento a los ciudadanos de España entera, nuestra clara y leal palabra sobre los gravísimos acontecimientos actuales; palabra hoy más autorizada y fuerte que entonces, pues ha sido consagrada por un plebiscito excepcionalmente valioso de los ciudadanos de Cataluña y los entusiásticos ánimos venidos de todos los pueblos hispánicos, y recibe en esta misma oportunidad, gracias a los hechos ocurridos y a los que, a los ojos de todos, se preparan, una nueva consagración, la del pronóstico acertado.
Por Cataluña y la España grande.
Tan actuales son hoy como entonces nuestras palabras, y aún más actuales hoy, por la violenta agudización de nuestros problemas constitucionales. Por ello, antes de ocuparnos de las modalidades presentes de estos problemas, mantenemos y reproducimos cuanto por Cataluña y la España grande firmamos; lo mantenemos y reproducimos, y fervorosamente reiteramos el llamamiento a todas las nacionalidades ibéricas para constituir, en un ambiente de libertad individual y libertad colectiva, o sea, de holgada y plena autonomía, una España verdaderamente fuerte y grande.
Las crisis de antes.
Hasta el presente las crisis políticas en España podían ser totalmente sustraídas al conocimiento de la opinión pública, porque eran crisis de familia. No existen en España partidos, en la acepción democrática de la palabra; no existen, por lo tanto, elecciones más que en algunos sectores del territorio español. Diputados y senadores son fabricados a la sombra del poder real por los hombres a quienes el Rey elige para gobernar, y mediante los organismos de gobierno que el Rey pone en sus manos. En vez de unas Cortes verdaderamente populares, que levanten enfrente del poder regio el otro factor esencial de un Gobierno libre, la representación de los ciudadanos, ahí está el encasillado que perpetúa esas Cortes de Real orden, que convierten el régimen constitucional español en verdadera autocracia.
Dentro de este sistema, que es el tradicional en España, es imposible que las crisis nazcan de los movimientos de opinión. Nacen, como en la Monarquía pura, de los malos humores, rencillas o desacuerdos entre los hombres de la pequeña oligarquía bifurcada que recibió el embargo de las ceremonias constitucionales, y se resuelven, naturalmente, en la Cámara regia, mediante conversaciones al oído con los presidentes del Consejo y de las Cámaras, que constituyen la gerencia alternativa de la comunidad gobernante.
De este modo, como en las acostumbradas y ordinarias crisis, se ha tramitado y resuelto la crisis de Constitución, de régimen, planteada por el Ejército, como si los ojos, avezados a las minucias de las pequeñas luchas de bastidores, no acertasen a comprender las grandes realidades de la vida colectiva.
La cuestión militar.
Y eso que los hechos son de magnitud imponderable. El Ejército, que tiene por ley esencial la disciplina, cansado de esperar inútilmente, por espacio de veinte años, disposiciones legislativas y ministeriales que le constituyan en ejército de veras por su organización, su armamento, su preparación técnica; cansado de esperar mejoras en esa miseria dosificada que, en general, los sueldos del Estado constituyen; cansado de soportar el favoritismo de algunas familias y clientelas de Madrid, constituyó Juntas de Defensa de cada Arma; las oficialidades de todas las Armas se sindicaron, y al ser ordenada la disolución de todas las Juntas y encarcelados sus miembros, en vez de obedecer presentaron un ultimátum exigiendo la libertad de los detenidos, la reposición de los destituidos y el reconocimiento de las juntas de Defensa. Y el Gobierno volvióse atrás de sus acuerdos, y refrendó los que le fueron dictados por la Junta de Defensa de Barcelona.
Tal ha sido el violentísimo golpe de maza que abrió la crisis actual. Y esta crisis no se resuelve llamando a los ministros de anteayer. Las peticiones fundamentales planteadas permanecen como interrogante preñado de peligros y amenazas; la suprema dirección de la autoridad militar no reside en el Ministerio de la Guerra, ocupado por uno de los acusados; ni en el Gobierno, ejercido por los hombres responsables del estado de cosas denunciado. Y por todo ello la soberanía, que es el derecho acompañado de la fuerza para hacerse eficaz, no se sabe a punto fijo dónde para.
Subvertidos los poderes; descentrada la autoridad; rodeados los hechos de un ambiente de tolerancia y simpatía; sacudida toda la economía española por las repercusiones de la guerra; aumentada la excitabilidad popular por la carestía y el ejemplo de revoluciones y grandes acontecimientos en otros países; abierta en todo el mundo una etapa constituyente alrededor de la universalización del sufragio y la autonomía de las nacionalidades, nunca vivió España desde la Restauración acá un momento parecido al actual.
La cuestión militar y la opinión.
Agrava notoriamente la trascendencia de la cuestión militar la forma en que la acogió la opinión pública. La actuación de las Juntas de Defensa en estas últimas semanas constituye manifiesta transgresión de las leyes constitucionales, un verdadero pronunciamiento pacífico. En un país normal, en un país constituido, el hecho de la sindicación de las oficialidades de todas las Armas para imponer determinadas soluciones al Gobierno, es una anormalidad tan extraordinaria, una tergiversación tan monstruosa del orden establecido, que provocaría en todo el cuerpo social reacción formidable y un irrespirable ambiente de hostilidad y repulsión.
¿Será esto lo que ha ocurrido en España? No. Con toda sinceridad hay que declararlo: no hubo repulsión, ni hostilidad, ni siquiera sorpresa. Muy al contrario: un ambiente de simpatía circundó la actuación de las Juntas de Defensa. ¿Por qué? Porque al lado de tantas sombras y ficciones constituían ellas un grito de sinceridad, una realidad viviente; porque el problema que plantea es el problema constitucional, el de ser cada cual lo que debe ser, que es el problema de todas las categorías, de todos los organismos públicos, en los países no constituidos corno España.
La junta de Defensa de Barcelona declara en su nota que el Ejército está desorganizado, despreciado y desatendido; que los anhelos de reforma no fueron acogidos con amor, ni se les llevó más allá del proyecto; y que, en cambio, favoritismos e injusticias fueron realizando selecciones al revés, con desprestigio de la colectividad.
Pues bien; para vergüenza de los que rigen de muchos años acá el Estado español en todos los órdenes de la vida pública española, en todos, absolutamente en todos, pueden ser pronunciadas estas palabras con la misma verdad terriblemente acusadora. Nuestros gobernantes nada supieron organizar: ni el Ejército, ni la Marina, ni la Administración, ni los Municipios, ni las Diputaciones, ni las haciendas locales, ni la enseñanza, ni la justicia, ni la economía nacional, ni las instituciones sociales. Ni siquiera supieron organizarse a sí mismos poseedores del Gobierno supremo , conquistando la dignidad, la fuerza social, la representación verdaderamente nacional de un Estado a la moderna, con libres ciudadanos y libres electores y asambleas verdaderamente electivas.
De aquí que al caer la espada de las Juntas de Defensa sobre la mesa del Gobierno, la acompañasen las simpatías de cuantos al fin esperan ver abierta, y abierta anchurosamente, la vía de las grandes reformas constitucionales.
Ineptitud del Estado.
La primera de tales reformas, la reforma prevista, es la del Estado, que es instrumento de todas las demás. Harto proclaman los hechos su ineptitud. Hace veinte años que el Ejército espera reformas que no llegan. Treinta años hace que periódicamente se anuncian leyes de Administración local que no se aprueban. Hace años, muchos años, que se habla de la autonomía universitaria, y de la enseñanza técnica, y de la escuela y el maestro, sin que jamás se pase de la retórica ministerial. Y los organismos locales esperan una hacienda propia, prometida en grandes proyectos, mientras andan menguándola Reales órdenes muy efectivas. Y los productores tienen siempre el alcance de la mano, pendientes del estudio inmediato del ministro, las instituciones fundamentales, del outillage económico, antiguas ya en los grandes pueblos de Europa; y los ministros van pasando y las generaciones de productores sucediéndose. Y los obreros sienten la ausencia de los seguros que den estabilidad a su vivir, e instituciones para su formación técnica. Y lo propio ocurre en todas las categorías.
En tanto, con rotación de ejemplar regularidad, parecida a la sucesión de las estaciones, van alternando los dos juegos de ministros, y de funcionarios, y de Cortes de Su Majestad. Hoy, declaraciones; después, mensajes; más allá, proyectos de ley, y después, crisis; y toda la vida española sigue igual, como si nada hubiese que realizar, mudar, corregir e inaugurar en ella.
A organismo de tan extraordinaria incapacidad para la tarea eficaz, efectiva, en primer término, hay que descongestionarle, dejar en sus manos las funciones esenciales, las características del poder central, y llevar otros organismos todas las demás funciones. Cuando sólo le incumbiese cuidar del Ejército y de la diplomacia y de la economía general, acaso tendría más espacio para escuchar y atender las aspiraciones justas, y lo que es más, para estimular los progresos y despertar las ansias de perfeccionamiento, y aun para imponerlas donde fuese menester, según hacen los 1 Estados dignos de serlo.
El régimen federativo.
Dar al Estado una constitución federativa: tal es la gran solución renovadora.
Mediante una organización interna de estructura federativa, los pueblos ibéricos tendrían el ambiente de fraternidad, de intimidad amorosa que forma las grandes unidades indivisibles. Las ciudades vivas que acá y acullá de España guardan recuerdos de antiguas grandezas y sienten en sus entrañas simientes de capitalidad, serían centro de intensa propulsión de una vida renovada, y darían, como ocurrió en las ciudades italianas, nuevos matices y facetas a la civilización. Aligerándosele al Estado la actual labor abrumadora, y creándosele con tales corrientes de renovación, iría él adaptándose a las funciones encumbradas de una suprema dirección.
Esta organización federativa es, por otra parte, la que corresponde a la estructura de la sociedad política española, dividida en nacionalidades, en pueblos de personalidad harto definida. Establecerla es someterse a la exigencia de las fuerzas naturales e históricas que nos hicieron a todos lo que somos, y no otra cosa, fuerzas formidables que no se detienen con leyes ni Reales decretos ni hojas de Constitución; es obedecer a un imperativo de justicia, único posible fundamento de vínculos jurídicos sólidos y duraderos; es fortalecer al Estado (harto lo necesita), incorporándole fuerzas vigorosas que se pierden para él o lo perturban, como las de toda la periferia española, y especialmente de Cataluña y de Vasconia.
También la técnica impone esta forma de Estado. El Estado compuesto o federal constituye una perfección en la organización política, porque establece una división del trabajo con la consiguiente mayor adaptación a la función; porque articula más vigorosamente en la cosa pública a todos los centros vitales del país; porque levanta en todos los ámbitos del país escuelas de vida pública donde se aprovecha toda la fuerza motriz de los grandes amores a la tierra, y se preparan los verdaderos estadistas, esto es, los hombres que unen a la fuerza de la técnica política la fuerza de un ideal.
Y nadie crea que la adopción de este camino sea un experimento excepcional, un salto a un mundo desconocido. No; todo lo contrario. La forma federativa es la constitución normal del Estado moderno, la más generalizada, la de los pueblos directores. La inmensa mayoría de los hombres civilizados del mundo viven en Estados de esta clase; y las corrientes de la opinión universal, desde las que remueven las masas de la democracia socialista hasta las que dirigen a las muchedumbres fieles a las voces de la tierra y la Historia, dibujan en el horizonte nuevas extensiones del federalismo. El triunfo de la forma federativa en la guerra actual ha sido ruidoso; cruzó las pruebas del fuego, y de un fuego tal, que la Historia no recuerda otro que se le acierte a parangonar; y salió victoriosa en todos los órdenes. Después de la guerra, la forma unitaria irá desapareciendo, haciéndose más rara cada día; quedará a modo de antigualla, de forma de excepción para los pueblos chicos, homogéneos, como el gobierno directo, la Asamblea en la plaza pública, como tantas fosilizaciones de instituciones caídas, supervivientes en una que otra comarca oscura y retirada.
Al Parlamento.
Éste es nuestro sentir, claro, sincero y totalmente expuesto, sobre los problemas presentes y el problema siempre actual, porque es el de hoy, el de ayer y el de siempre: constituir a España.
Conscientes de nuestra responsabilidad y de la de todos los ciudadanos, lo propio que de las responsabilidades gravísimas de los hombres, ministros o no, que tienen parte en la dirección suprema del país cumplimos la obligación sagrada de dirigir a todos nuestra palabra; pidiendo a unos que salgan de la pasividad, de la rutina, de la sujeción social y política, y asciendan a ciudadanos verdaderos, árbitros de su voluntad, a miembros vivos del cuerpo social, uniéndose alrededor de un ideal colectivo, de una sentimentalidad generosa que los conduzca a la lucha penosa y heroica con los abusos las violencias y las ¡legalidades de los hombres que disfrutan los beneficios del Poder. Y a los otros, a los gobernantes, reclamándoles que dejen franca la vía legal abierta a la opinión, que abran en seguida el Parlamento, para que los partidos populares, los que tienen raigambre en masas de electores verdaderos, puedan en la tribuna parlamentaria iluminar sombras, exigir responsabilidades y dar satisfacción a las ansias renovadoras cansadas de perpetuas esperas, iniciando y propulsando una actuación ampliamente constituyente.
Barcelona, 14 de junio de 1917.
Senadores: Raimundo de Abadal, Juan Garríga y Massó, Pedro Rahola Molinas, Federico Rahola Tremols, Luis A. Sedó, Leoncio Soler y March, Juan Vallés y Pujals.
Diputados: Antonio Albafuls y Vidal, José Bertrán y Musitu, Eusebio Bertrand y Serrá, Francisco Cambó y Valle, marqués de Camps, José Claret y Assols, Manuel Farguel y de Magarola, Luis Ferrer Vidal, Antonio Janzana y Llopart, Magín Morera y Galicia, Buenaventura M. Plaja y Tapis, Alberto Rusiñol y Prats, Juan Ventosa y Calvell.
Los sucesos de agosto ante el Parlamento. Madrid, 1918, Apéndice, pp. 355 362.
Bando de guerra del General Ricardo Burguete Lana (Oviedo, 13 de agosto de 1917)
Bando de guerra del General Ricardo Burguete Lana
(Oviedo, 13 de agosto de 1917)
Asturianos: Un delito de lesa patria, que bien pueden calificar de traición los hombres honrados, se comete en estos instantes con la inconsciencia de los más, que sirven de instrumento a elementos perturbadores y asalariados por agentes del exterior, que intentan, para sus fines particulares, llevar a España a la guerra.
Seré inexorable con los instigadores y en los medios de represión que este nefasto delito y estos intereses exigen, y para su conocimiento y consecuencia,
Hago saber: Que habiéndose llegado el caso previsto en el artículo 13 de la ley de Orden Público de 23 de abril de 1870, queda declarado el estado de guerra en esta provincia; y con el fin de restablecer la normalidad perturbada y asegurar el imperio del derecho, ordeno y mando:
Artículo 1.º Los grupos que se formen en la vía pública con carácter sedicioso serán disueltos por la fuerza si ofrecen resistencia, previas las intimidaciones correspondientes.
Art. 2.º La Jurisdicción de Guerra conocerá de los delitos contra a seguridad e integridad de la Patria, rebelión, sedición y sus conexos, y los que directa e indirectamente afecten al orden público
se cometan en ocasión de aquéllos, cualquiera que sea su naturaleza, calidad de las personas y medios de ejecución.
Art. 3.º También conocerá contra toda clase de sociedades y personas que promuevan reuniones o asistan a manifestaciones no autorizadas legalmente.
Art. 4.º Los infractores de este bando por delitos de insulto a centinelas, salvaguardias o fuerza armada «podrán ser juzgados en juicio sumarísimo», cuando por exigencia de la ejemplaridad lo aconsejen las circunstancias.
Art. 5.º Las autoridades y Tribunales del fuero ordinario continuarán en el ejercicio de sus funciones y jurisdicción en lo que no se oponga a este bando, reservándose la facultad de cumplirlo en los términos en que queda desarrollado y como los sucesos hagan preciso.
Art. 6.º Para que nadie alegue ignorancia se hace saber también que, por el Capítulo II, artículo 6.º párrafo tercero, del Código de Justicia Militar, se entiende que pertenecen a las reservas los que, habiendo sido filiados con arreglo a las leyes de Reclutamiento y Reemplazo, «se hallen separados de las filas hasta que reciban su licencia absoluta», según las leyes.
Oviedo, 13 de agosto de 1917.
Las Juntas de Defensa
Las Juntas de Defensa
No nos hemos dado todavía plena cuenta de la inmensa trascendencia de esta aparición del sindicalismo en la orgánica de los Cuerpos militares imponiendo el reconocimiento oficial de su personalidad y de su beligerancia dentro de nuestro Ejército. El desmandamiento militar de 1.° de junio arrastra como tara originaria y tiene como característica principal el haber descubierto, en más alto grado que cualquiera de sus anteriores prodromos, el drama que venía desarrollándose latente en las relaciones del mando y de la obediencia dentro de los cuadros y sus Estados Mayores y del total conjunto de los Cuerpos armados con las personificaciones del poder público.
Lo que distingue a ese pronunciamiento de cuantos les precedieron es el exteriori.zar una radical suplantación de todas las esencias de la disciplina militar, asentada en una autoridad única e indiscutible por una organización sindical subrepticia de los Jefes y Oficiales en mando activo dentro de los cuadros, a semejanza del fenómeno social que en el seno de las grandes industrias y empresas modernas vincula a las clases obreras, produciendo la organización autoritaria y la potencia de sus sindicatos por autorregeneración similar a las de las propias potencias del poder público. (...) Pero es monstruosa aberración que los principales usufructuarios de la lista civil del presupuesto del Estado pretendan tomar los abrigos e interponer las exigencias autoritarias de semejantes sindicalismos.
(...) Pero el colmo de lo monstruoso, en esta materia, es que los institutos armados pretendan asimilarse el derecho de sindicación de los inermes, y, valiéndose de las mismas armas que el poder público les ha confiado, notifiquen por su cuenta, imperativamente, declaraciones de una voluntad de poder creando o imponiendo situaciones de conflicto en que prevalezca su potencia para hacerse obedecer.
El mero intento de sindicalismo semejante implica radical negación de virtudes militares y lealismos pisados ante la bandera en que consiste la trascendente disciplina, sin la cual ningún Estado moderno puede instituir su Ejército nacional.
Por la propia naturaleza de su institución, estos ejércitos son una jerarquía. En ellos la suprema razón del principio de autoridad ha de fulgurar siempre en la cumbre incorporada a la más excelsa personificación de la soberanía nacional.
A diferencia de la organización sindicalista, el número es el que ha de rendirse a la obediencia.
Las Juntas militares llamadas de defensa, por el contrario, significan la inversión de la pirámide jerárquica y la imposición del número al estatuto jerárquico de la autoridad.
(,,,) Mientras subsistan semejantes sindicalismos que llamamos Juntas militares de defensa, no puede haber Ejército, ni cabe pedir al país aumentos para el presupuesto del ramo de la Guerra, a no ser para tercios de Guardia civil y para aquellas Armas que se hayan limpiado de Juntas de Defensa.»
Declaraciones del señor Sánchez Toca a «El Imparcial», 26 de diciembre de 1917.
Nota sobre la creación de una Legión extranjera en África
Nota sobre la creación de una Legión extranjera en África
Visto el expediente relativo a la creación de una Legión extranjera en África, y resultando que por pase de la Subsecretaría de este Ministerio se comunicó al Estado Mayor Central el acuerdo del señor Ministro de que se estudiaran los medios de crear dicha Legión, sin perjuicio de la organización del Ejército colonial que se hallaba en estudio; habiéndose llevado a cabo por dicho Estado Mayor Central un estudio completo, en el que, mostrándose totalmente favorable a la creación indicada, proponía ya las bases orgánicas que habían de servir a su implantación:
Resultando que por el Negociado de Marruecos se dio en 26 de octubre próximo pasado completa conformidad a la idea y al proyecto, si bien después, en 24 de diciembre, se suscitó por el mismo Negociado la duda, por completo ajena a la parte orgánica y militar, de las dificultades de orden diplomático que pudieran presentarse a causa de la procedencia y origen de los futuros legionarios.
Resultando que en el ínterin se presentó por el Comandante de Infantería don José Millán Terreros una Memoria comprensiva del estudio llevado a cabo en comisión acerca de la organización y servicios de la Legión extranjera en Francia, estudio que viene a coincidir en todo lo fundamental, y aun en gran parte de sus detalles, con el primitivo redactado por el Estado Mayor Central:
Resultando que con fecha 20 de enero se llevó el expediente a Consejo de Ministros, recayendo acuerdo favorable a la creación, que se tradujo en el Real decreto de 28 de enero del corriente año, en cuyo preámbulo se invoca la conveniencia de utilizar todos los elementos que puedan contribuir a disminuir los contingentes de reclutamiento de nuestra zona de Protectorado en Marruecos, conveniencia que aconseja acometer el ensayo de la creación del indicado Tercio, decretándose en el artículo único la creación de una unidad militar armada con Ja denominación de Tercio extranjero, y cuyos efectivos, haberes y reglamento serán fijados por el Ministerio de la Guerra:
Resultando que, en cumplimiento de esa soberana disposición, el Negociado formuló las bases para la organización, reclutamiento y haberes de la nueva unidad creada, concluyendo con algunas consideraciones generales relativas al coste de la unidad, así como a la amalgama heterogénea de recluta que a la misma venga a inscribirse y a la conveniencia de que se organice en una población de España antes de su paso a África:
Resultando que pasado el expediente a informe del Alto Comisario, contestó acogiendo con entusiasmo la feliz iniciativa que nos ocupa, a cuyo fomento y acertado empleo ofrece dedicar especialísima atención, por declararse ferviente partidario de todos los procedimientos que estén a nuestro alcance para evitar, en lo posible, que sean empleados en esta campaña africana los contingentes de recluta ordinaria del Ejército de la Nación:
Resultando que, con posterioridad, en el correr del mes de abril, la Subsecretaría propone el fomento del reclutamiento de hombres para el Ejército de África por todos los medios, basándose en los deseos expuestos por la representación nacional en el Congreso de reorganizar el Ejército de África sobre la base del voluntariado, habiendo sido hasta ahora escaso el resultado obtenido con los ciudadanos españoles, y resultando que el Ministro de la Guerra, General Villalba, decretó la suspensión de este expediente hasta que se recibiera la propuesta del Alto Comisario sobre la organización del Ejército de África, por no figurar en presupuestos el Tercio extranjero.
El Ministro que suscribe, considerando de su deber poner de nuevo en marcha este expediente, en atención a las razones de índole nacional que obligan a estudiar con premura cuanto tienda a recoger los clamores de la opinión pública, que vivamente solicita la supresión, en cuanto sea posible, del empleo en África de fuerzas peninsulares procedentes del cupo forzoso, pero deseando proceder con la cautela indispensable para no olvidar en lo sustancial ninguna de las consideraciones que deben tenerse en cuenta cuando de África se habla, pidió nuevo informe al Alto Comisario acerca de su opinión sobre la relación que existe entre los Tercios extranjeros y la organización del Ejército de África, o si cabía ensayarlos con independencia, o si, por el contrario, deberían quedar supeditados a la implantación de una recluta voluntaria, a base de nacionales, con el aumento apetecible de las fuerzas indígenas.
Considerando que la respuesta del Alto Comisario es terminante, por cuanto estima que no debe retrocederse en la plausible idea, tan adelantada ya en su ejecución, de crear el Tercio de extranjeros, organismo que por su singular constitución no ha de entorpecer, a su juicio, ni ahora ni nunca, el desarrollo del plan necesario para la creación del Ejército voluntario, hace mucho tiempo propuesto al Gobierno, por constituir un ideal de todos evitar el empleo en esta campaña de contingentes reclutados en la forma usual en el Ejército peninsular. De suerte que la creación, a su entender, de ese Tercio en nada afecta a los medios restantes de que podamos valemos, siendo su carácter especialísimo y único, y, por tanto, digna de creación inmediata dicha unidad, que tan buenos resultados dio en otros países:
Considerando que la Intervención civil de Guerra y Marina y del Protectorado en Marruecos emitió dictamen opuesto a la creación susodicha, por entender que para ello no faculta ni la ley de Presupuestos vigente ni la Orgánica de 29 de junio de 1918.
No siendo éste el sentir del Ministro que suscribe, porque la disposición cuarta, letra A, de las disposiciones complementarias de la vigente ley de Presupuestos autoriza al Gobierno, entre otras cosas, para limitar al mínimo posible la fuerza permanente en filas, dándole facultad para una reorganización completa de los servicios dentro de las normas que en la propia autorización se determina. Y es evidente que con la Legión extranjera, como con todo lo que afecta a la implantación de recluta voluntaria, se aspira derechamente a limitar el contingente forzoso en filas, considerando el Ministro que suscribe, por consiguiente, terminante y clara la autorización para instaurar cualquier sistema que conduzca a la reducción del expresado contingente. Y no cabe decir que la creación de Tercios extranjeros mantiene ese contingente permanente en filas, pues que cuando de éste se habla se alude siempre, y sin excepción, al procedente del cupo anual peninsular. Buena prueba de que tal es el sentir general la encontramos en el propio expediente que acabamos de extractar, puesto que en él vemos que todos los informes se basan en la necesidad de suprimir o aminorar el cupo forzoso, considerándose a la Legión extranjera como una organización independiente y distinta de la peninsular, y, por consiguiente, apartada en absoluto del contingente permanente en filas:
Considerando que los dos informes del Alto Comisario, taxativa y terminantemente lo manifiestan así, y en el decreto de creación del Tercio extranjero que se halla vigente —siquiera su ejecución se encuentre en suspenso— se habla de disminuir los contingentes de reclutamiento y se recomienda el ensayo para constituir un Cuerpo con los que voluntariamente quieran filiarse en él para prestar servicios militares. De suerte que la diferencia es sustancial, y la demostración de que no se planteó a la sazón ninguna cuestión legal relativa a las atribuciones del Gobierno para llevar a cabo el ensayo es el acuerdo del Consejo de Ministros que motivó el Real decreto comentado, y que ni por un momento suscitó en el seno del Consejo esa duda respecto a la legalidad de la creación sin una ley especial, pues que, de lo contrario, el Consejo de Ministros no se hubiera pronunciado en el sentido favorable en que se manifestó:
Considerando que por esta distinción entre lo que es recluta voluntaria y lo que se considera como contingente permanente en filas, es por lo que entendemos estar facultados para procurar por todos los medios reducir el tipo forzoso, usando de una autorización del presupuesto que vivamente manifiesta la aspiración del Parlamento en orden a la limitación de cuanto sea obligatorio, anhelo que se expresó plenamente, y que la Subsecretaría, en la nota que queda recogida en estas líneas, tuvo cuidado de transcribir como declaración unánime de nuestro Parlamento:
Considerando que existe, por consiguiente, licencia parlamentaria para proceder a la reorganización que se estudia, y que igualmente podemos ampararnos en la ley de 29 de junio de 1918, por cuanto en ésta se incluye al Ejército colonial de África dentro de la primera línea del de la Nación, y se dice que estará compuesto de tropas peninsulares e indígenas, procedentes, en la mayor proporción posible, de la recluta voluntaria. Se parte, por tanto, una vez más del propósito de amenguar el contingente forzoso; de suerte que siempre se estará dentro del espíritu de aquella ley al ensayar procedimientos que a tal finalidad nos conduzcan, y no puede ser obstáculo la interpretación estricta y casuística de que dicha ley sólo habla de tropas peninsulares e indígenas, con lo cual parece darse a entender que la ley excluye la recluta voluntaria de extranjeros.
Pero es evidente, en buena regla de interpretación jurídica, que quien concede lo más otorga lo menos, y si se autoriza para reclutar voluntarios entre los peninsulares, cuyas vidas son precisamente las que más se desea ahorrar, aunque sean de voluntarios, pues que al fin y al cabo se trata de nacionales, es evidente que mucho menos ha de importar a la Nación el peligro que puedan correr en Marruecos las Legiones extranjeras.
No se alcanza razón alguna para esta exclusión, y ni en las discusiones parlamentarias, ni en ningún otro apartado del texto de la ley se hace alusión alguna que permita sospechar siquiera que el legislador quiso establecer, como única forma de recluta voluntaria, la de peninsulares y la de indígenas. Todos recordamos la forma en que aquella ley se discutió y se aprobó, y nadie, por consiguiente, paró mientes en lo que dentro de una ley orgánica tan fundamental podía considerarse como parte secundaria o accesoria; pero es notorio que la opinión pública viene preocupándose acerca de esa recluta voluntaria, y que aquello que no está ensayado, como ocurre con la Legión extranjera, no cabe, en puridad, que sea recogido por una ley orgánica llamada a sentar las bases inconmovibles de una nueva estructura militar. Por esto, debe interpretarse ese texto legal como el deseo de que el Ejército de África sea a base de voluntarios, y que la omisión de la palabra extranjeros no empece para que, si ella nos sirve de medio que economice vidas de peninsulares, nosotros estemos en la obligación moral de ensayar ese nuevo sistema. Lo esencial es que la recluta sea voluntaria, y para llegar a ello, todos los medios pueden ser buenos si en la práctica se contrastan como útiles y en su finalidad nos llevan a no inmolar vidas de peninsulares en campañas tan ingratas como la de África.
No habiendo, por consiguiente, exclusión expresa en la ley de la Legión extranjera, y no siendo factible que esa ley recogiera la idea por no haberse sometido a deliberación del Parlamento, cabe perfectamente sostener el concepto de que el ensayo de la Legión extranjera responde al pensamiento del Parlamento nacional, y que, al llevarse a cabo, lo único que se hace es cumplimentar en la realidad un texto legal, que, por ser de hace dos años, es natural que no recogiera ideas que a la sazón no estaban completamente cristalizadas en el ambiente nacional, pero que pueden ser ensayadas dentro del espíritu perfectamente legal de la misma ley, en armonía, a la vez, con la autorización concedida en la vigente ley de Presupuestos, interpretada en el sentido que antes hacemos.
Basado en estas consideraciones, el Ministro que suscribe es de parecer que procede el ensayo inmediato de la constitución de un Tercio extranjero en África, debiendo hacerse en forma que, el gasto de su creación y entretenimiento, no represente aumento en el Presupuesto de la Nación, y, a tal efecto, deberá compensarse el gasto que aproximadamente se supone para el ensayo en 1.800.000 pesetas, con alguno o varios de los tres procedimientos siguientes:
Primero. Con las economías que se obtengan durante todo el año, como consecuencia de dejar sin cubrir todas las bajas naturales que se vayan produciendo en el Ejército peninsular de África.
Segundo. Por la repatriación —una vez constituida y en funcionamiento la Legión extranjera— de unidades peninsulares en número suficiente, para que, después de transferir a la sección cuarta los créditos precisos para el sostenimiento en la Península de esas unidades, queda, por la supresión de la bonificación de residencia y por la disminución de los efectivos de esas unidades, un remanente que permita cubrir el aumento de gastos que la creación supone; y
Tercero. Por el licenciamiento desde luego de un número de soldados, del tercer año de residencia en África, proporcional al de legionarios inscritos, en la relación de dos a uno, y debiendo dictarse las reglas necesarias para que este licenciamiento sea equitativo en su distribución entre los diferentes Cuerpos y servicios.
Como consecuencia de todo lo expuesto deberá, por nuevo Real decreto. ponerse en ejecución el de 28 de enero del corriente año, dictándose las disposiciones complementarias, aprobatorias de la organización, a que haya de someterse la nueva unidad, y designando el jefe que haya de ponerse al frente de todos los trabajos que dicha organización reclame y que tome en su día el mando de la misma, para ver de conseguir la eficiencia que se apetece y se viene buscando.
Con vista de cuanto antecede, paso el expediente al Consejo de Ministros
para su resolución.
(Eza, Vizconde de: Mi responsabilidad..., págs. 421-429.)
El novio de la muerte
El novio de la muerte
Nadie en el Tercio sabía
quién era aquel legionario,
tan audaz y temerario
que a la Legión se alistó.
Nadie sabía su historia,
mas la Legión suponía
que un gran dolor le mordía,
como un lobo el corazón.
Mas, si alguno quién era le preguntaba,
con dolor y rudeza le contestaba:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera,
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.
Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera,
defendiendo a su bandera
el legionario avanzó.
Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.
Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera,
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.
Cuando al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Aquella carta decía:
"Si algún día Dios me llama,
para mí un puesto reclama
que a buscarte pronto iré."
Y en el último beso que le enviaba
su postrer despedida le consagraba.
Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi bandera.
Canción del Legionario [HImano de la Legión]
CANCIÓN DEL LEGIONARIO
Himno de La Legión
Soy valiente y leal legionario
soy soldado de brava legión;
pesa en mi alma doliente calvario
que en el fuego busca redención.
Mi divisa no conoce el miedo,
mi destino tan sólo es sufrir;
mi Bandera luchar con denuedo
hasta conseguir
vencer o morir.
Legionario, legionario
que te entregas a luchar
y al azar dejas tu suerte,
pues tu vida es un azar.
Legionario, legionario
de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte,
tendrás siempre por sudario,
Legionario
la Bandera Nacional.
¡¡Legionarios a luchar,
legionarios a morir!!
Somos héroes incógnitos todos,
nadie aspire a saber quién soy yo;
mil tragedias, de diversos modos,
que el correr de la vida formó.
Cada uno será lo que quiera,
nada importa su vida anterior,
pero juntos formamos Bandera,
que da a la Legión
el más alto honor.
Legionario, legionario
que te entregas a luchar
y al azar dejas tu suerte,
pues tu vida es un azar.
Legionario, legionario
de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte,
tendrás siempre por sudario,
Legionario
la Bandera Nacional.
¡¡Legionarios a luchar,
legionarios a morir!!
Deficiencias del Ejército
Deficiencias del Ejército
Cuando llueve hay que marchar y cuando hay barro en los caminos no es motivo suficiente para suspender el tránsito, y muchas veces hay que comer frío y prescindir del pan por la galleta y aun dormir a la intemperie si no llegaron las tiendas al punto que alcanzó el avance táctico; esta es la realidad de la campaña. Pero hay que reconocer que, a parte estas privaciones naturales, el soldado aquí no cuenta con el vestuario apropiado, porque los Cuerpos no tienen los recursos suficientes para proporcionarlo. Hace tiempo se puso de manifiesto la necesidad de aumentar la primera puesta y reforzar los fondos de material. Para las marchas se usa la alpargata, que si en verano es buena, en las épocas de lluvia y frío no sirve, pues se queda en el barro de los caminos, y no es raro que algún soldado al perderlas tenga que marchar descalzo; pero los Cuerpos no pueden pagar las botas al precio que están hoy y no hay forma de darlas al soldado en estas épocas.
La situación de los fondos de material es tan precaria que no permite tener todas las prendas de abrigo necesarias, y el soldado, con el kaki de verano y la chaqueta de paño, con la manta-poncho, tiene que soportar los fríos, que en las regiones de altura, que ahora ocupan, es intenso, pues se hallan rodeadas de nieve.
La ración se cuida por todos con el mayor esmero; pero hay que reconocer que con los precios que hoy alcanzan las subsistencias no es posible dar a los ranchos ni la variedad ni la abundancia que en otros tiempos; establézcase el tipo de ración por especie, propuesto ya en 13 de enero de 1920, y se tendrá la seguridad de que el soldado come mejor. He leído que se criticaba que al soldado, en un día de marcha o de combate, se le daba un chorizo y un pan o galleta para comer; pero ¿es posible, en esas circunstancias, hacer ranchos calientes?
En lo referente a material y armamento, ¿hemos de negar que es deficiente? Quizás una inspección, por ligera que fuese, nos haría formar un concepto más desconsolador aún del que nos da el contacto con las dificultades, que no son pocas. En los fusiles y carabinas en servicio hay una gran proporción de descalibrados; el material de ametralladoras rara vez está completo, y es defectuoso; muchas no funcionan desde los primeros disparos. Los servicios artilleros tropiezan con dificultad para mantener sus piezas al corriente, y especialmente para el municionamiento: desde la supresión de las columnas de municiones se tropieza con extraordinarias dificultades, y generalmente hay que dedicar a este servicio cargas de Intendencia.
La aviación no puede rendir todo lo que de ella se podía esperar, porque, generalmente, es muy escaso el número de aparatos en vuelo; la munición, defectuosa y escasa; este año no hemos podido disponer de bombas incendiarias. Las escuadrillas, especialmente la de Tetuán, incongruentes, pues en seis aparatos que posee hay tres modelos distintos, y en el mismo modelo Havilland hay de dos sistemas, que no pueden intercambiar sus piezas.
La tracción automóvil está en las mismas condiciones de deficiencia que el resto de los servicios. Para todas las atenciones del servicio-ligero en Ceuta-Tetuán se contaba con tres automóviles de campo; las otras Comandancias generales quizás están igual o peor; el Alto Comisario sólo contaba con uno para él y su Cuartel general.
Los servicios, escasísimos de material; éste anticuado y más escaso aún de elementos de curación y medicinas.
Esta es la triste realidad, la que todo el mundo palpa, la que no puede pasar desapercibida a quien vea de cerca este Ejército. Es el resultado de varios años de no atenderlo en sus necesidades; no es el resultado de la imprevisión, lo es de la falta de recursos.
Y, sin embargo, hemos actuado como si todo estuviese en condiciones; hemos cerrado los ojos ante las realidades para llenar la misión que se nos encomendó; ¿podíamos acaso hacer otra cosa?
Carta del General Berenguer al Vizconde de Eza, 1921, citado por M. Carmen García-NIETO y otros en Crisis del sistema canovista, Bases. Ed. Guadiana de Publicaciones, Madrid, 1972, págs. 99-108.
El caso del grupo militar
El caso del grupo militar
Para no seguir moviéndome entre fórmulas generales y abstractas, intentaré describir someramente un ejemplo concreto de compartimiento estanco: el que ofrece la clase profesional de los militares. Casi todo lo que de éstos diga vale, con leves mudanzas, para los demás grupos y gremios.
Después de las guerras colonial e hispanoyanqui quedó nuestro ejército profundamente deprimido, moralmente desarticulado; por decirlo así, disuelto en la gran masa nacional. Nadie se ocupó de él ni siquiera para exigirle, en forma elevada, justiciera y competente, las debidas responsabilidades. Al mismo tiempo, la voluntad colectiva de España, con rara e inconcebible unanimidad, adoptó sumariamente, radicalmente, la inquebrantable resolución de no volver a entrar en bélicas empresas. Los militares mismos se sintieron en el fondo de su ánima contaminados por esta decisión, y don Joaquín Costa, tomando una vez más el rábano por las hojas, mandó que se sellase el arca del Cid.
He aquí un caso preciso en que resplandece la necesidad de interpretar dinámicamente la convivencia nacional, de comprender que sólo la acción, la empresa, el proyecto, de ejecutar un día grandes cosas son capaces de dar regulación, estructura y cohesión al cuerpo colectivo. Un ejército no puede existir cuando se elimina de su horizonte la posibilidad de una guerra. La imagen, siquiera el fantasma de una contienda posible, debe levantarse en los confines de la perspectiva y ejercer su mística; espiritual gravitación sobre el presente del ejército. La idea de que el útil va a ser un día usado es necesaria para cuidarlo y mantenerlo a punto. Sin guerra posible no hay manera de moralizar un ejército, de sustentar en él la disciplina y tener alguna garantía de su eficacia.
Comprendo las ideas de los antimilitaristas, aunque no las comparto. Enemigos de la guerra, piden1 la supresión de los ejércitos. Tal actitud, errónea en su punto de partida, es lógica en sus consecuencias. Pero tener un ejército y no admitir la posibilidad de que actúe es una contradicción gravísima que, a despecho de insinceras palabras oficiales, han cometido en el secreto de sus corazones! casi todos los españoles desde 1900. La única guerra que hubiera parecido concebible, la de independencia, era tan inverosímil, que prácticamente no influía en la conciencia pública. Una vez resuelto que no habría guerras, era inevitable que las demás clases se desentendieran del ejército, perdiendo toda sensibilidad para el mundo militar. Quedó éste aislado, desnacionalizado, sin trabazón con el resto de la sociedad e interiormente disperso. La reciprocidad se hacía inevitable; el grupo social que se siente desatendido reacciona automáticamente con una sección sentimental. En los individuos de nuestro ejército germinó una funesta suspicacia hacia políticos, intelectuales, obreros (la lista podía seguir y aun elevarse mucho); fermentó en el grupo armado el resentimiento y la antipatía respecto a las demás clases sociales, y su periferia gremial se fue haciendo cada vez más hermética, menos porosa al ambiente de la sociedad circundante. Entonces comienza el ejército a vivir —en ideas, propósitos, sentimientos— del fondo de sí mismo, sin recepción ni canje de influencias ambientes. Se fue obliterando, cerrando sobre su propio corazón, dentro del cual quedaban en cultivo los gérmenes particularistas (1).
En 1909 una operación colonial lleva a Marruecos parte de nuestro ejército. El pueblo acude a las estaciones para impedir su partida, movido por la susodicha resolución de pacifismo. No era lo que se llamó «operación de policía» empresa de tamaño bastante para templar el ánimo de una milicia como la nuestra. Sin embargo, aquel reducido empeño bastó para que despertase el espíritu gremial de nuestro ejército. Entonces volvió a formarse plenamente su conciencia de grupo, se concentró en sí mismo, se unió consigo mismo; mas no por esto se reunió al resto de las clases sociales. Al contrario: la cohesión gremial se produjo en torno a aquellos sentimientos acerbos que antes he mentado. De todas suertes, Marruecos hizo del alma dispersa de nuestro ejército un puño cerrado, moralmente dispuesto para el ataque (2).
Desde aquel momento viene a ser el grupo militar una escopeta cargada que no tiene blanco a que disparar. Desarticulado de las demás clases nacionales —como éstas, a su vez, lo están entre sí—, sin respeto hacia ellas ni sentir su presión refrenadora, vive el ejército en perpetua inquietud, queriendo gastar la espiritual pólvora acumulada y sin hallar empresa congrua en que hacerlo. ¿No era la inevitable consecuencia de todo este proceso que el ejército cayese sobre la nación misma y aspirase a conquistarla? ¿Cómo evitar que su afán de campañas quedara reprimido y renunciase a tomar algún presidente del Consejo como si fuera una cota ? (3).
Todo tenía que concluir en aquellas jornadas famosas de julio de 1917. En ellas, el ejército perdió un instante por completo la conciencia de que era una parte, y sólo una parte, del todo español. El particularismo que padece, como los demás gremios y clases, y de que no es más responsable que lo somos todos los demás, le hizo sufrir el espejismo de creerse solo y todo.
He aquí una historia que, mutatis mutandis, puede contarse de casi todos los trozos orgánicos de España. Cada uno ha pasado por cierta hora en que, perdida la fe en la organización nacional y embotada su sensibilidad para los demás grupos fraternos, ha creído que su misión consistía en imponer directamente su voluntad. Dicho de otra manera: todo particularismo conduce, por fin, inexorablemente, a la acción directa.
(1) Que material y técnicamente no estuviese ni esté aún dispuesto, es punto que nada tiene que ver con esta historia psicológica que voy haciendo.
(2) Este esquema de la trayectoria psicológica seguida por el alma del grupo militar español es muy posiblemente un puro error. Espero, sin embargo, que se vea en ella el leal ensayo que un extraño hace de entender el espíritu de los militares. Permítaseme recordar que en una conferencia dada en abril de 1914, varios meses antes de la guerra mundial, hablé ya de la desnacionalización del ejército y anticipé no poco de lo que, por desgracia, luego ha acontecido. Véase el folleto Vieja y nueva política, 1914. El sugestivo libro no hace mucho publicado por el conde de Romanones —acaso el más inteligente de nuestros políticos— confirma con testimonio de mayor excepción cuanto voy diciendo.
{3) (¡No olvide el lector que está leyendo unas páginas escritas y publicadas a principios de 1921!)
José Ortega y Gasset, España invertebrada (1922)
El caso del grupo militar
El caso del grupo militar
Para no seguir moviéndome entre fórmulas generales y abstractas, intentaré describir someramente un ejemplo concreto de compartimiento estanco: el que ofrece la clase profesional de los militares. Casi todo lo que de éstos diga vale, con leves mudanzas, para los demás grupos y gremios.
Después de las guerras colonial e hispanoyanqui quedó nuestro ejército profundamente deprimido, moralmente desarticulado; por decirlo así, disuelto en la gran masa nacional. Nadie se ocupó de él ni siquiera para exigirle, en forma elevada, justiciera y competente, las debidas responsabilidades. Al mismo tiempo, la voluntad colectiva de España, con rara e inconcebible unanimidad, adoptó sumariamente, radicalmente, la inquebrantable resolución de no volver a entrar en bélicas empresas. Los militares mismos se sintieron en el fondo de su ánima contaminados por esta decisión, y don Joaquín Costa, tomando una vez más el rábano por las hojas, mandó que se sellase el arca del Cid.
He aquí un caso preciso en que resplandece la necesidad de interpretar dinámicamente la convivencia nacional, de comprender que sólo la acción, la empresa, el proyecto, de ejecutar un día grandes cosas son capaces de dar regulación, estructura y cohesión al cuerpo colectivo. Un ejército no puede existir cuando se elimina de su horizonte la posibilidad de una guerra. La imagen, siquiera el fantasma de una contienda posible, debe levantarse en los confines de la perspectiva y ejercer su mística; espiritual gravitación sobre el presente del ejército. La idea de que el útil va a ser un día usado es necesaria para cuidarlo y mantenerlo a punto. Sin guerra posible no hay manera de moralizar un ejército, de sustentar en él la disciplina y tener alguna garantía de su eficacia.
Comprendo las ideas de los antimilitaristas, aunque no las comparto. Enemigos de la guerra, piden1 la supresión de los ejércitos. Tal actitud, errónea en su punto de partida, es lógica en sus consecuencias. Pero tener un ejército y no admitir la posibilidad de que actúe es una contradicción gravísima que, a despecho de insinceras palabras oficiales, han cometido en el secreto de sus corazones! casi todos los españoles desde 1900. La única guerra que hubiera parecido concebible, la de independencia, era tan inverosímil, que prácticamente no influía en la conciencia pública. Una vez resuelto que no habría guerras, era inevitable que las demás clases se desentendieran del ejército, perdiendo toda sensibilidad para el mundo militar. Quedó éste aislado, desnacionalizado, sin trabazón con el resto de la sociedad e interiormente disperso. La reciprocidad se hacía inevitable; el grupo social que se siente desatendido reacciona automáticamente con una sección sentimental. En los individuos de nuestro ejército germinó una funesta suspicacia hacia políticos, intelectuales, obreros (la lista podía seguir y aun elevarse mucho); fermentó en el grupo armado el resentimiento y la antipatía respecto a las demás clases sociales, y su periferia gremial se fue haciendo cada vez más hermética, menos porosa al ambiente de la sociedad circundante. Entonces comienza el ejército a vivir —en ideas, propósitos, sentimientos— del fondo de sí mismo, sin recepción ni canje de influencias ambientes. Se fue obliterando, cerrando sobre su propio corazón, dentro del cual quedaban en cultivo los gérmenes particularistas (1).
En 1909 una operación colonial lleva a Marruecos parte de nuestro ejército. El pueblo acude a las estaciones para impedir su partida, movido por la susodicha resolución de pacifismo. No era lo que se llamó «operación de policía» empresa de tamaño bastante para templar el ánimo de una milicia como la nuestra. Sin embargo, aquel reducido empeño bastó para que despertase el espíritu gremial de nuestro ejército. Entonces volvió a formarse plenamente su conciencia de grupo, se concentró en sí mismo, se unió consigo mismo; mas no por esto se reunió al resto de las clases sociales. Al contrario: la cohesión gremial se produjo en torno a aquellos sentimientos acerbos que antes he mentado. De todas suertes, Marruecos hizo del alma dispersa de nuestro ejército un puño cerrado, moralmente dispuesto para el ataque (2).
Desde aquel momento viene a ser el grupo militar una escopeta cargada que no tiene blanco a que disparar. Desarticulado de las demás clases nacionales —como éstas, a su vez, lo están entre sí—, sin respeto hacia ellas ni sentir su presión refrenadora, vive el ejército en perpetua inquietud, queriendo gastar la espiritual pólvora acumulada y sin hallar empresa congrua en que hacerlo. ¿No era la inevitable consecuencia de todo este proceso que el ejército cayese sobre la nación misma y aspirase a conquistarla? ¿Cómo evitar que su afán de campañas quedara reprimido y renunciase a tomar algún presidente del Consejo como si fuera una cota ? (3).
Todo tenía que concluir en aquellas jornadas famosas de julio de 1917. En ellas, el ejército perdió un instante por completo la conciencia de que era una parte, y sólo una parte, del todo español. El particularismo que padece, como los demás gremios y clases, y de que no es más responsable que lo somos todos los demás, le hizo sufrir el espejismo de creerse solo y todo.
He aquí una historia que, mutatis mutandis, puede contarse de casi todos los trozos orgánicos de España. Cada uno ha pasado por cierta hora en que, perdida la fe en la organización nacional y embotada su sensibilidad para los demás grupos fraternos, ha creído que su misión consistía en imponer directamente su voluntad. Dicho de otra manera: todo particularismo conduce, por fin, inexorablemente, a la acción directa.
(1) Que material y técnicamente no estuviese ni esté aún dispuesto, es punto que nada tiene que ver con esta historia psicológica que voy haciendo.
(2) Este esquema de la trayectoria psicológica seguida por el alma del grupo militar español es muy posiblemente un puro error. Espero, sin embargo, que se vea en ella el leal ensayo que un extraño hace de entender el espíritu de los militares. Permítaseme recordar que en una conferencia dada en abril de 1914, varios meses antes de la guerra mundial, hablé ya de la desnacionalización del ejército y anticipé no poco de lo que, por desgracia, luego ha acontecido. Véase el folleto Vieja y nueva política, 1914. El sugestivo libro no hace mucho publicado por el conde de Romanones —acaso el más inteligente de nuestros políticos— confirma con testimonio de mayor excepción cuanto voy diciendo.
{3) (¡No olvide el lector que está leyendo unas páginas escritas y publicadas a principios de 1921!)
José Ortega y Gasset, España invertebrada (1922)
Las Juntas de Defensa antes y después de diciembre de 1917 según el Coronel Márquez
Las Juntas de Defensa antes y después de diciembre de 1917 según el Coronel Márquez
Mi querido amigo:
En múltiples ocasiones hemos departido amigablemente sobre la conveniencia o no de componer un libro, o bien de publicar en un periódico los documentos acerca de los acontecimientos que provocaron las «Juntas de Defensa», en las que fui actor principalísimo. Insistía usted uno y otro día en la conveniencia de dar a conocer la verdad, inédita aún, de aquella jornada altamente patriótica en la que hube de poner toda mi fe, todas mis energías, todo mi ardor para conseguir que nuestra vida colectiva se encauzara decididamente, erecta y orgullosa, por el camino de la justicia. A sus insistentes ruegos contesté invariablemente que no me parecía oportuno, aparte de que para realizar un trabajo concienzudo y serenamente documentado, precisaba que yo le cediese el archivo completo de aquellas Juntas y los informes que con carácter secreto se me habían confiado. Natural en usted, que sólo contaba con escasos datos, fue no decidirse a emprender y realizar el propósito sin poseer los documentos aludidos, y en estos titubeos, pasó la primera mitad del año de 1922.
Durante ese tiempo —y parte de la segunda mitad del indicado año—, gravísimos acontecimientos han ocurrido en nuestra patria, motivados principalmente por las derivaciones de Marruecos. El derrumbamiento de la Comandancia de Melilla nos dejó perplejos primero, después nos irritó y hasta estos últimos meses no hemos podido percibir la verdad dolorosa, aunque la presentíamos. El informe del general Picasso nos evidenció la moral de nuestros Jefes y Oficiales en África, la superchería de nuestra potencialidad y organización militar, el mitológico prestigio de nuestros oficiales generales. Y decíamos que presentíamos la dolorosísima realidad, porque en 1917 pude apreciar el valor real de nuestros oficiales, valor que nos anticipaba la seguridad, a los que estudiábamos con cariño la organización del Ejército, del fracaso. La pasividad en el desarrollo de los problemas que aquel movimiento evidenció, la conducta de ciertos jefes y oficiales al final de aquel año y la indiferencia que, ante tal conducta, demostró el Ejército, nos daban sobrado motivo a presentir lo que ocurrió más tarde. El informe de ese digno general, si bien en otra esfera de acción, nos lleva a la misma conclusión. Nuestro Ejército, acostumbrado a los coqueteos con los gobernantes, unas veces, y a la imposición violenta y despótica, otras, no se preocupó ni mucho ni poco de su organización. Desde 1918, en que un hombre audazmente iconoclasta sentó el precedente de captación por la dádiva, del halago desmoralizador, nuestros oficiales han visto el camino expedito; han exigido y jamás rendido. Y observando que sus exigencias, que sus imposiciones encontraban siempre del poder pútrido dócil satisfacción, no miraron ya su misión elevada para con la Patria, no pensaron que su conducta era suicida para la Patria. Las «Juntas de Defensa», que yo presidí y fundé, habían trabajado por la organización de un Ejército que rindiera sus máximas energías; las que nacieron después del 26 de diciembre del 17 —fecha en que humillaron a los pies del Rey y de La Cierva toda la labor renovadora— sólo vivieron para colmarse de mejoras, de bienes personales, de cómodas satisfacciones individuales.
En estas condiciones se ha desenvuelto la vida militar española, desde aquella fecha: con derechos exigidos imperativamente y sin obligaciones que se habían dejado de exigir por los organismos competentes.
Motivo principalísimo de lo ocurrido en África ha sido aquella labor de las «Juntas de Defensa». A este extremo, observará usted que no regateo el hablar de ellas, aunque soy yo quien tanta parte tomé en su actuación. Y por ello precisamente es por lo que accedo, ahora, a que realice usted su propósito con el fin de que se lleve al ánimo de la opinión, la diferencia, el distinto contenido de las «Juntas de Defensa» desde primero de junio al 26 de diciembre de 1917 en que dimití la presidencia de tal organismo, al espíritu que informó todos los actos de las mismas, pasada aquella fecha.
No quiero dar paso a esta ocasión sin significarle mis deseos de que se entienda bien la intención que me guía al autorizar la publicidad de esos documentos de elevado valor, como antecedente histórico. Se ha hablado mucho de las «Juntas de Defensa» y se ha fantaseado más, condenando su actuación, condenación que comparto, pero que no debe en modo alguno —y en eso deseo fije su atención— comprender el tiempo aquel que termina el 26 de diciembre citado. Y, por otra parte, como la ideología del prístino pensamiento de las «Juntas», lejos de divulgarse, se ha confundido con los actos de las posteriores Juntas, de ahí que acceda ahora a que usted lo publique, bien en un diario, bien recogiendo esa documentación en un volumen.
Una ligera lectura a los documentos que entrego a su confianza y discreción le dará ocasión a poder apreciar todo lo que antecede. Verá usted por las actas, por las notas secretas de Madrid, por las decisiones que las «Juntas» se vieron forzadas a adoptar, la corrupción que imperaba, en nuestro ambiente político y palaciego. Y observará usted también la pasividad que no titubeo en reputar criminal, de las siguientes «Juntas» entregadas al mismo medio, sordas al clamor angustioso de toda España. Porque esa es la verdad... Desde el 26 de diciembre del año 17, las «Juntas», no solicitan nada para el Ejército; sólo procuran mejoras para los individuos que integran el Ejército. Cuando llegaba al poder un ministro con deseos de trabajar, de organizar, tropezaba con la rapacidad ambiciosa de las «Juntas». Las reformas militares llevadas a la firma del Rey por el señor La Cierva, en 1918, fueron el primer paso de la adulación, de la captación siempre contra los intereses de España. Y desde aquella fecha los gobiernos vivieron de la limosna de las Juntas y éstas sin el freno de los gobiernos sólidos y sin la consciencia de su propia responsabilidad, constituyeron únicamente la succión de los presupuestos que agonizan a la nación. Los ministros, pues, consecuencia de ese poder extraño, eran una extracción idónea de aquél. Los altos comisarios resumían las mismas características; los Jefes y Oficiales llegaban a Marruecos con un espíritu disperso de su deber, del cual habían perdido ya toda noción: llevaban a las «Juntas Militares» en el cuerpo. Pero distínganse, repito: no aquellas «Juntas» que gritaron «queremos armamentos, queremos soldados en las compañías, no en listas fantásticas de Regimiento; queremos que sean rebajadas las plantillas de Jefes y Oficiales, ya que sobran algunos miles; pedimos que los sobrantes de los presupuestos, como producto de aquellas reducciones, se destinen a la compra de ametralladoras; ansiamos que se doten del material necesario todas las unidades y, ante todo, apetecemos que nos den medios de poder hacer un soldado digno, con el disfrute de comodidades, en compensación de los sacrificios, que, por la organización nueva que daremos al Ejército, habrá de realizar». ¡Llevaban otras Juntas en la mente! Estaban saturadas de las de después del 26 de diciembre, de las de después de la claudicación Ciervo-Alfonsina, de las del triunfo fácil sobre los presupuestos, de las de las comisiones con pingües rendimientos, de aquellas que toleraban los armamentos inútiles, con su cuenta y razón: de las que, en suma, imponían a los Jefes, mudos ante la perversidad de sus actos... ¡Y los Jefes en Marruecos fueron producto de estas «Juntas», y los Oficiales en Marruecos fueron producto de estas «Juntas», y los ministros, no eran más que el producto de estas «Juntas», y los altos comisarios toleraban la desmoralización administrativa y general del Ejército, porque lo imponían esas «Juntas»!
¿Consecuencias? ¡Están en el expediente Picasso!
¿Comprende usted, querido amigo, como tengo sobradas razones para que se sepa lo que hicieron las primeras y las posteriores «Juntas de Defensa»?
Utilice, pues, la documentación que crea conveniente; separe o no, lo que según expresión de usted, y por tratarse de las personalidades de que se trata, «la pluma se resiste a narrar». Utilice todos los documentos que crea necesarios a fin de que quede al descubierto lo contrapuesto de las actuaciones de aquellos organismos y tenga la seguridad que, como opinamos nosotros, pensarán todos los españoles; esto es: que dando a la publicidad documentos de esa trascendencia, que revelan el nivel moral de ciertos hombres —que por desgracia aún rigen nuestra patria—, hacemos un gran bien, un señalado servicio a España, a la cual nos debemos, más ahora que nunca.
No repare usted en criterios adversos o afectos; si encuentra en mis actos alguna torpeza o debilidad, denúnciela lealmente, pues en cuestiones de esta índole, no me duelen prendas. Y, ante todo, no le contenga el criterio de los demás, ni el temor al medio convencionalista en que nos movemos.
¡El imperativo de la verdad debe ser lo primero!
De usted, como siempre, afectuoso amigo que estrecha su mano,
BENITO MÁRQUEZ.
La Habana, 15 de octubre de 1922.
(Carta dirigida a J. M. Capo. Cf. CAPO, J. M.: Las Juntas Militares de Defensa. Prólogo.)