[...] Numerosas personas de nuestra primera sociedad se veían pasar sonrientes por el blanco lienzo en que se destacan las vistas, y al ser reconocidas por los espectadores eran saludadas con grandes aplausos y carcajadas. Es indudable que el único defecto del biógrafo es ser un tanto indiscreto: allí salieron a la luz pública algunas de las simpatías que existen entre nuestra juventud, y talvez mas de un espectador se sonrojó al verse destilar ante un público entero mirando con demasiada atención a alguna de las que con aire místico y envueltas en sus mantos abandonaban la iglesia [...] Y a la salida del teatro se oían innumerables comentarios que si hubiera sido posible publicar lo habríamos hecho de buen grado.
El Mercurio, Santiago, sábado 18 de octubre de 1902.