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 Fernando León de Aranoa habla de Barrio

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Alumnos

Escribo estas líneas desde algún instituto de la periferia de Madrid, mientras fuera escucho, atronadora, la excitación de doscientos chavales que aguardan el momento de entrar; de contarle a una cámara lo que les gusta y lo que no, cómo se llaman, quiénes son, quiénes quieren ser, como si eso se le pudiera contar a una cámara. Los más osados nos cuentan un chiste, el argumento de la película que más les ha gustado. Algún despistado me felicita por El día de la bestia, le gustó mucho, menudo peliculón. Decido callarme y disfrutar de los éxitos ajenos. Intento hablar con ellos sobre lo que hacen el fin de semana. Lo normal, me dicen. Sentarnos en un banco del parque, a charlar. Nada de alcohol, ni de chicas. Sólo agua. Y pipas. Luego preguntan a ver si esta cinta la van a ver sus padres, y cuando les juro que no, me cuentan lo que hacen de verdad.

Gana Extremoduro por goleada, aunque también les gusta mucha el hip hop y el hard core. De la mitad de los grupos de los que nos hablan no había oído hablar antes en mi vida, pero prometen pasarme discos. O mejor me los graban, no sea que me los quede. Nos llaman los de la tele, aunque sepan que somos del cine, que buscamos protagonistas para una película. Se lo explicamos y dicen que sí, que muy bien, pero para ellos seguiremos siendo los de la tele, estoy seguro. Miran las luces, la cámara, con la misma fascinación con la que nosotros les miramos a ellos, intentando adivinar en su mirada, en sus gestas, los de los personajes que buscamos. Personajes que ya están ahí, escritos, y a los que ahora ando buscando un cuerpo a medida, una cara, un chaval que les preste el alma que aún no tienen, que me ayude a agarrarlos por las piernas y bajarlos a la tierra, a convertirlos en personas.

Fuera aumenta el griterío, las carreras por el pasillo, el entusiasmo, desbordando a un bedel que intenta contener lo incontenible. Los que ya han salido les soplan a los que van a entrar, que para eso son colegas. Cuando preguntas por qué han venido a vernos se encogen de hombros. Por probar. Por ver si cuela. No quieren ser actores. Lo que quieren es sacarse unas pelas. Alguno de los más jóvenes pregunta a ver si conocemos a Pamela Anderson. Le digo que no, pero que no me importaría. A él tampoco, confiesa. Les sigue gustando más el cine de acción, de tiras y efectos especiales. El cine americano, vamos. Pero no hay porqué preocuparse: también les sigue gustando más beber Coca-Cola y calzar Nike. Hay entre ellos mucha mirada cómplice. Y hay también mucha pulsera de cuero, mucho pendiente, mucha camiseta del Che, a treinta años de su muerte, ahora que desentierran su esqueleto, cuando lo que había que desenterrar son sus ideas. Pero hay sobre todo una ilusión enorme, una mirada fascinada, envidiable, ante todo lo nuevo; una necesidad de vivir el presente, que es lo único que de verdad tienen, lo demás son tiempos verbales, literatura, ya se sabe. Me da la impresión de que lo tienen clarísimo, mucho más de lo que nosotros nos creemos. Y de que tienen también un montón de cosas que enseñarnos, aunque estemos en su instituto, aunque allí los alumnos, teóricamente, sean ellos.

"¿Ya está?", pregunta decepcionado el último, cuando le decimos que ya hemos terminado con él, que con eso es suficiente. "Menuda chorrada. Pues sí que es fácil esto del cine", añade. Y qué coño. La verdad es que tiene razón.

 

Fernando León de Aranoa publicado en "La gran ilusión", agosto 1997.

 

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